Partida Rol por web

El chico comenzó a concentrarse en el lugar, y las piedras que rodaban por el suelo empezaron a levitar, tintineando cuando golpeaban contra algún saliente del terreno.

A una órden de Calanon, todas las piedras se lanzaron contra Nathaniel que estaba aún recitando sus ensalmos mágicos.

Los ensalmos de Nathaniel aumentaron de tono y se materializaron hasta que delante de los dos luchadores se materializó aquel hombre de mediana edad. Como siempre, sin decir ni una palabra, giró el bastón sobre sus dedos y una fina lluvia de un polvo dorado cayó sobre Nathaniel. Las rocas que atravesaron dicho polvo se disolvieron elegantemente y pasaron a formar parte de él como si nunca hubieran existido. Nathaniel no se distrajo y siguió con sus ensalmos.

De nuevo el hombre repitió la misma operación. Trataba de alcanzar a Nathaniel con las rocas que enviaba a su cuerpo, tarea complicada, pero no imposible. La fuerza, y la habilidad con la que las rocas viajaban no era nada especial, pero al menos sometía a presión a Aaron.

Pero no esta vez. Las piedras no solo no volaron hacia Aaron, el psíquico perdió el control de ellas y salieron volando hacia él. Un escudo etéreo que desvió las piedras hacia otro lado surgió ante él, cuando todo parecía perdido... y aunque pocas de ellas llegaron a herirle, al menos seguía entero.

Nathaniel soltó una pequeña carcajada y terminó uno de sus ensalmos. Al punto el hierofante volvió a materializarse ante ellos y, moviendo su cayado hacia su antagonista, desató un águila roja que voló directa hacia aquel que decía ser su doble.

Eruantien abrió los ojos como platos al ver aparecer ese hechizo, temiéndose lo peor. Su escudo era incapaz de parar esa clase de poderes, y no pudo hacer nada para evitar el fatal impacto de esa águila carmesí.

Las quemaduras herían su piel, pero aún no estaba muerto. Ni siquiera inconsciente, podría intentar algo más.

Concentrándose en la mente de Aaron, desencadenó su poder, y de pronto Nathaniel no podía dejar de escuchar en su cabeza...

No vuelvas a hacer ese conjuro... No vuelvas a hacer ese conjuro... No vuelvas a hacer ese conjuro... No vuelvas a hacer ese conjuro... No vuelvas a hacer ese conjuro... No vuelvas a hacer..

CRASH

El bloqueo mental desapareció y no había nada que impidiera a Aaron actuar. Ese era su momento.

Esta vez, Nathaniel ni siquiera se molestó en contener una risotada de suficiencia. Aquello estaba siendo terriblemente fácil, los poderes de aquel aborto de ser ni siquiera eran comparables a los suyos y el cuerpo de Aaron seguía tan intacto como al principio. Las pequeñas partículas doradas seguían bailoteando a su alrededor pero no les prestaba atención. Repitió el proceso y el águila volvió a volar, dispuesto a quemar carne y vísceras al impactar.

-Noooo.... No lo hag..

Es lo último que pudo decir antes de que el pájaro mágico chocara contra su cabeza, proyectándola hasta la pared y haciendo que estallara en una nube de sangre y masa encefálica. Su cuerpo, inerte, cayó de rodillas frente a Aaron soltando a intervalos regulares, chorros de su vitae.

El protector del cobre había muerto.

Nathaniel se estremeció ante tanta destrucción, soltando un pequeño grito de placer que se asemejaba demasiado a un orgasmo. Se pasó una mano por la cabeza y sonrió, dejando que las partículas de polvo dejasen de flotar y se dispersasen a su alrededor.

Sin embargo, no bajó la guardia.

Mirando una y otra vez a su alrededor, se acercó lentamente hasta el cofre y se quedó parado a un metro escaso de él. La victoria había sido satisfactoria, si, pero eso no significaba que no hubiese más peligros. Ni siquiera estaba seguro de haber acabado con aquel que se había auto adjudicado el título de defensor del artefacto.
Con todos y cada uno de sus sentidos agudizados, estiró la mano hasta tocar el cofre y trató de abrirlo.

El cuerpo del defensor comenzó a consumirse, convirtiéndose en un polvo brillante, y comenzó a volar para introducirse por las rendijas del cofre, penetrando en su interior. Nathaniel sintió algo peculiar en ese polvo, era extrañamente familiar... era, como un fragmento de su alma.

Un férreo candado impedía que el cofre se abriera, no iba a ser tan fácil.

Puede que después de todo no estuviera mintiendo…

Sin pensárselo dos veces, envió al águila roja contra el candado, tratando de fundirlo.

El candado saltó por los aires, liberando la caja de su prisión. Tenía su objetivo al alcance de la mano, ya lo había conseguido, ya no había nada que pudiera evitar que consiguiera lo que había venido a buscar. 

¿O sí?

El ojo de Aaron se había convertido en el más vivo reflejo de la codicia. Todavía sin bajar la guardia estiró una mano hasta el objeto que tanto esfuerzo le había costado conseguir, pero cejó en su empeño instantes antes de tocarlo. Antes de eso, lo valoró mágicamente.

Vaya vaya, me ha tocado el gordo

Nathaniel giró la espada para verla desde todos los ángulos posibles mientras sus sentidos detectaban lo que su ojo no podían. Aquella arma no tenía secretos para él, y así debía ser. Mucho tiempo había necesitado para encontrarla, y que un ser como el de antes fuera su carcelero le resultaba casi un insulto, tanto para si mismo como para la espada. Aquel era un artefacto que no se merecía una defensa tan pobre. Aquel artefacto le merecía a él.

Enseñando todos los dientes, Nathaniel sonrió y pasó un dedo por la hoja desgastada de la espada, dejando que ésta absorbiera parte de su energía mágica, mas por gusto que por verdadera necesidad. Suspirando de satisfacción, cogió la espada por el mango y la blandió, dejando que la luz que entraba a la hiciera resplandecer. Una parte de su plan ya se había cumplido, ahora sólo quedaba seguir viajando…y ocuparse del pobre diablo de Aaron.

Dejó caer su capa de viaje de tal forma que la espada quedase semioculta y se dio media vuelta para salir de la cueva.