Partida Rol por web

Te parece oír el susurro de una voz aguda que proviene de la parte opuesta a la que estáis dentro del sótano, pero no la entiendes ni puedes ver absolutamente nada.

Pese a todo, decido que, si el tipo no va a bajar, lo mejor no será quedarme esperando. Así, avanzo por el pasadizo tanteando las paredes, con cuidado de no tirar nada.

Ventura se mantuvo durante unos instantes escondido en las sombras agarrado a su cuchillo fuertemente. Estudiaba el movimiento del grandullón pero tenía que decidir algo antes de la llegada de su compinche... el tal Barrabás.

—Desafortunado nombre el que tiene tu amigo —pensó Ventura—. Quiera Dios que esa misma sea la fortuna que tengáis en vuestra empresa, pues sea cual sea ésta dudo que vaya a gustarme.

Después de unos mínimos instantes de pensamientos el hombre levantó levemente la cabeza buscando la puerta, quizá valorando las opciones de cerrarla en las narices del grandullón y su compadre, el tal Barrabás.

El tiempo pasa lentamente, sin que ni vosotros ni el gigantón del bracamante os atreváis a moveros de donde estáis. La oscuridad os envuelve casi por completo, con la excepción de la entrada al sótano, iluminada por la poca luz de la tarde moribunda, que aún entra por ella.

Oís los pasos nerviosos de vuestro perseguidor allí fuera.

"¡Mierda et más mierda!", grita, "¡Me cago en las santas putas de Orellana et los tres clavos de Cristo!"

Solo lo oís a él; por alguna razón el tal Barrabás aún no ha llegado. Entonces escucháis sus pasos sobre las hojas secas que rodean la cabaña, alejándose de la trampilla.

Ventura está pensándose si arriesgarse a salir a cerrar la trampilla, cuando entonces escucháis unos ruidos procedentes del otro lado, como de fuertes pisadas y gritos en alguna de las habitaciones de arriba. Se siguen produciendo durante unos instantes, pero finalmente se hace el silencio.

"Salid, comadrejas", grita alguien al rato por la trampilla abierta. Reconocéis la peculiar voz de Elvira. "Que los cojones que vos faltan ya los hemos puestos nosotras."

"¡Elvira!", exclama Elicia. "¿Estáis bien? ¿Ya son idos esos hombres?"

"¡Qué coño son idos!", responde Elvira. "Uno es muerto et el otro sin sentido. En la casa están, que non sabemos qué fazer con ellos. ¡Salid ya, que hay faena!"

Sin pensármelo mucho, salgo corriendo hacia la luz que se ha abierto ante nosotros. Por supuesto, sigo desnudo, pero dadas las circunstancias, y por todo lo que he pasado, creo que eso es lo de menos.

No obstante, mientras salgo, digo para justificarme— Bueno, lo cierto es que no podía hacer mucho para defenderme, excepto que me acusasen de sodomita. ¿Mis ropas siguen donde estaban?

Elvira había lanzado la ofensa y Ventura la había cazado como tal.

—Lo primero es lo primero... y en este caso lo primero era poner a salvo a Elvira y juntarme con mi compadre para planear cómo espantar a los bravucones. Que sólo disponemos de este pequeño cuchillo y en estos casos mejor es el ingenio que los cojones.

Saludó con la cabeza a Elvira dando por entendida la gratitud en el gesto y caminó hacia la entrada de la casa sin mediar una palabra más.

Elvira tampoco dice nada más y se limita a acompañaros. Cuando entráis a la sala principal, encontráis en el suelo a los dos hombres que os han atacado. El de las barbas, a quien el otro llamó Barrabás, yace desangrado con una herida en el estómago, y a su lado su compañero está inconsciente con un buen chicón en la frente y atado de pies y manos. Bárbara y Leonor lo vigilan. En cuanto las ve, Elicia se lanza a los brazos de ellas, y después Bárbara se interesa por Ruperto, que sigue desnudo y cojo, con una herida muy fea en la pierna.

"Estás loco", le dice Bárbara a Ruperto, con una sonrisa.

"Traed un balde de agua", dice Elvira mientras tanto. "Veremos qué nos cuenta aqueste bestia."

Leonor coge un cubo de la parte de la cocina y lo vacía entero sobre el rostro del desconocido, que se despierta con un sobresalto, y rápidamente se mira a sí mismo a su compañero finado, haciéndose consciente de la situación. Luego, os mira a vosotros dos y dibuja una mueca que pretende ser una sonrisa irónica. El cazador cazado.

"Tú", dice Elvira, señalando al hombre con su dedo índice. "Ya nos estás diziendo quiénes sodes et por qué queríades matarnos."

"Bésame el culo, puta", contesta este secamente.

Entonces Elvira se le acerca, le agarra los testículos con fuerza y empieza a apretar y a tirar de ellos.

"Como no fables te los arranco."

El grandullón tiene pinta de soportar muy bien la tortura, pero esto es demasiado para él. Apenas aguanta unos segundos antes de comenzar a berrear.

"¡Malditas seades!", grita, "¿acaso vos hemos atacado a vosotras? ¡Eran ellos los que habían de morir! ¡Nos lo mandó vuestra madre!"

Las prostitutas se miran entre ellas, desconcertadas, y luego os miran a vosotros, sin saber qué hacer ni cómo reaccionar. Poco a poco, la tensión va llenando el ambiente.