Partida Rol por web

Ante la confesión del tipo, sólo puedo encogerme de hombros, y responder— Que yo sepa, no hemos hecho nada, salvo venir a este lugar a construir una muralla... Además... Yo sólo quiero mis ropas y no molestaré más.

Pensándolo mejor, nada me impide ir a por mis ropas, así que sin decir nada, voy a por ellas. Con suerte, todavía tendré allí mis cosas.

Al oír las palabras del matarife Ventura le puso el pie en el gaznate apretando lo justo para que el hombre notara una primera ausencia de aire.

—¿Quién dices que te manda a darnos muerte? Di todo lo que tengas que decir o me aseguraré de que tengas la más lenta de las muertes.

Con los nervios, Ventura no calcula bien y presiona demasiado fuerte y durante demasiado tiempo la garganta del tipo, que termina ahogándose.

"¡Lo has matado! ¡Non querías que fablara!" grita Elvira, levantándose y separándose de Ventura; enseguida saca un cuchillo ensangrentado de entre sus ropas y apunta a Ventura con él desde la distancia. "¿Construir una muralla? ¡Una leche!" contesta a Ruperto. "¡Hermanas, estábamos equivocadas! ¡Non eran los hombres que yacen en el suelo nuestros enemigos, sinon aquestos a quienes nuestra madre quiere muertos!"

"Pero, ¿cómo sabemos que ese hombre non mentía et probaba a engañarnos para sobrevivir?" pregunta Elicia, aún reacia a la idea de que seáis vosotros quienes estáis en el bando contrario.

"¡Piensa, estúpida!" le recrimina Elvira. "Ese hombre dezía verdat. Pues, ¿non es cierto que ninguno de entrambos nos atacó a nosotras? ¡Los querían a ellos!" grita, señalándoos con el cuchillo.

Bárbara y Leonor enseguida encuentran convincente el argumento de Elvira y se separan de vosotros a toda prisa. Elicia, sin embargo, sigue dudando.

Las cosas empiezan a ponerse muy feas, y estudiáis la situación con toda la presteza que os es posible. De las cuatro prostitutas, solo Elvira va armada con el cuchillo, aunque de vosotros dos, solo Ventura está en condiciones de luchar; y cuatro contra uno está muy descompensado, aunque sean mujeres y tres estén desarmadas; además, aunque seguramente hayan atacado por sorpresa, se han deshecho de dos tipos mucho más rudos que vosotros. De las cuatro, la que tenéis más próxima es Elicia, y estáis más cerca de la puerta que todas ellas.

—¡Por Dios Ventura, qué habéis hecho! —grito al ver que Ventura ha matado al hombre. Ahora nunca sabremos ni quien era ni porque nos quería. Aunque el motivo se puede hasta intuir. Es lo malo de querer jugar a ser aventurero.

Cuando las putas nos acusan no puedo hacer más que levantar las manos, y decir— En verdad os digo que no tenemos malas intenciones. No queremos enemigos, y ninguno somos ducho en combate. Hemos venido aquí en busca de lo que ofrecéis, pero poco más.

—Si fuesemos vuestros enemigos, ¿no creéis que al menos podráimos habernos defendido un poco de estos hombres? — intento razonar con ellas. No sé si me creerán o no, pero lo que necesitan es ver que tenemos buenas intenciones.

Por suerte, que se sepan tus intenciones es algo que a veces hace falta en la calle, y no estoy del todo desentendido con esto. Así, digo a Ventura— Levantad las manos y arrojad el cuchillo. No somos vuestros enemigos y no vamos a pelear.

"Estonces habredes de fincar acá fasta que llegue la ama" os dice Elvira. "¡Soltaldo todo et entrad por esa puerta!"

Elvira os señala la puerta que da paso a la habitación de en medio, donde ella descansaba cuando estábais fornicando con sus compañeras. Estas le dejan toda la iniciativa a Elvira, que, por lo visto, se maneja bastante bien en esta clase de situaciones.

—Si no queda más remedio, así será. Espero que venga pronto, no me gusta estar encerrado —digo mientras desabrocho la daga de mi cinto, y la dejo en el suelo. Después digo— No me la perdáis... Es un recuerdo de mi padre...

—Por Dios, ¿no creeréis de verdad...? —dijo antes de disponerse a soltar el cuchillo—. Estáis cometiendo un error...

Ventura miró al hombre que acababa de morir. La cara mostraba odio; claramente Ventura culpaba al muerto de haber perdido la vida en el momento más inoportuno.

—Hay algo en lo que tienes razón muchacha... algo de lo que este hombre tuviera que decir no habría de gustaros.

Acabada la perorata dejo el cuchillo en el suelo y acompañó a Ruperto a la habitación.

Elvira os conduce a punta de cuchillo a la habitación central, que al igual que las otras, solo dispone de una cama, un candil y poco más.

La puerta se cierra y quedáis a merced de las cuatro putas que, al igual que antes os han salvado la vida, ahora os mantienen prisioneros, capitaneadas por la feroz Elvira, a la espera de que su madre regrese y decida qué hacer con vosotros. Sabéis que, de ser cierto que ha sido Genoveva la que ha encargado a esos brutos que se deshiciera de vosotros, a su regreso os tendrá a su merced.

Tal vez vuestra única esperanza ahora es Simplicio... o Roger. Aunque en esa habitación hay un hombre ingenioso y otro pequeño y escurridizo que han salido de peores situaciones por sí solos.