Partida Rol por web

Sin duda aquella transformación era extraña, mucho más estrambótico que sus cuernos, ¿Y aquel tipo vivía sin que le atacara nadie? Eagle Acomodó las pieles que le cubrían subiendo al caballo, Arne parecía no portar lo que había robado y Pandora suspiraba mirando atrás de reojo, ¿Que diría cuando le preguntaran por el objeto? Tomó aire apretando su cintura a veces disponer de tanto abrigo era útil.

Asegurando que Aya estuviera bien sujeta, tiró de las crines del caballo para dejarle respirar sin tirar de su mordaza, seguía la carrera de Ulfur sin dudar de su capacidad, mirando al frente por si su impacto no fuera suficiente. De ser necesario se sacaría algún truco* de la manga.

-Ughh-gruñó Adela, abriendo los ojos y notando que el cuerpo volvía a responderle. Se arrastró como pudo y miró a su alrededor. No supo si sentir alegría o decepción al ver que no le recibían las rugientes hogueras y el olor del reno asado de los salones de Hrutgar, sino que parecía que seguía viva. 

Todo el cuerpo le dolía, y la pierna pulsaba cada vez que la movía, pero podía moverse y eso ya era un logro. Por las heridas recibidas, debería estar muerta, pero sus hombres, su maravillosa y eficaz leidang, la habían salvado. Dio gracias en silencio a los dioses por ellos. 

Escuchó lo que decían. Recuperó sus armas y se arrastró hasta la roca para ver mejor la situación. Escuchó que aquellas malditas brujas habían matado al sabueso de Horeg y sintió una lanza en el corazón. Los sabuesos eran uno más, tan importante y valioso como cualquiera de los norteños. Su pérdida era siempre una tragedia. 

Buscó a Darla y al no encontrarla comprendió que había ido con los demás, les ayudaba a escapar. Rezó por su seguridad a Hrutgar y al Hilkra. 

-No hará falta que me cargue nadie, Horeg. Puedo sola. Lamento mucho lo del sabueso, esas malditas abominaciones pagarán por lo que han hecho, eso te lo aseguro. 

Se dio cuenta de que no había recordado establecer un punto de reunión con el grupo por si las cosas se torcían. Quiso darse un puñetazo por semejante error de novato. 

-Escuchadme, este es el plan. Debemos proteger a Arne y a aquello que ha robado, tiene que ser importante, tiene que ser por lo que Édredro estaba aquí. Estoy en malas condiciones, no aguantaré un golpe bien dado. Vamos a intentar escabullirnos hacia la salida y ante todo reagruparnos con los demás. Una vez con ellos podremos recibir unas cuantas explicaciones, que necesitamos. Una vez con ellos, reagrupados y en mejores condiciones, atacaremos. No tengo intención de dejar vivo a nadie aquí tras lo que hemos visto. 

El golpe de Úlfur contra la placa de hielo fue tremendo y esta se desquebrajó. Las grietas se extendieron en todas direcciones. Tras él, Pandora arrojó un líquido siseante que se filtró por las grietas. Darla golpeó con su lanza haciendo saltar el muro para cuando los caballos llegaron a él. Pandora*, fue la primera en pasar seguidas por Arne y Locligan. Darla se mantuvo junto a Úlfur casi sin atreverse a mirarlo y Aya detuvo su caballo antes de salir a la explanada frunciendo el ceño. -Eso...-

Al otro lado se reveló la extensión de nieve entre las ruinas de la ciudad. Blanca y tranquila. Los cuerpos de los soldados a la entrada habían desaparecido y la visibilidad había mejorado. Aunque aún seguía haciendo frío era algo natural. No obstante, la nieve se había acumulado a la entrada y a lo largo de la explanada en montones esparcidos sin orden.

Para cuando el corcel de Pandora entró en la explanada, los montones empezaron a moverse, a levantarse. No era nieve sino Yetis, como había dicho Adela, como había intuido Aya. Enormes criaturas del tamaño de un oso, de pelaje blanco como la nieve y ojos simiescos con el poder del frío. Capaces de moverse a gran velocidad por la montaña y el hielo. Sus gritos motivados por la caza resuenan en el valle.

Lo primero que hacen es arremeter saltar para sorprender a los corceles y arremeter contra ellos con violencia intentando derribar a sus jinetes. La primera en caer es Arne. También lo hace Locligan que se hace daño en un brazo al aterrizar sobre él. -¡Corred!- grita Arne a Pandora y Aya. Tienen un Yeti que carga contra ellas dispuesto a arrojarlos a la nieve como han hecho con sus compañeras.

Darla, olvidando todo pudor, mira a Úlfur con la sorpresa en su rostro. Sin pensarlo, lanza en mano, corre al caballo de Aya, de un salto lo monta con agilidad cogiendo las riendas con la izquierda, lanza en ristre con la derecha y sale disparada.

Con el filo apuntando al monstruo más cercano evita que éste la embista y cruza el valle...

Los seis Yetis se preparan en formación de semi círculo, dejando que los caídos se reagrupen junto a la entrada del templo. Los caballos, nerviosos, echando espuma por la boca van de un lado a otro visiblemente agitados. Es evidente que los yetis no van a esperar a la bruja que os pisa los talones. Quieren su botín, quieren su comida y la quieren ya.

Úlfur iguala en corpulencia a estas criaturas. Queda junto a la entrada. Arne coge a Pandora y la aleja de los yetis, quedan a la derecha de Úlfur. Locligan se coloca a su izquierda mirando de reojo la entrada al templo. Resopla consciente de que están en un buen problema.

Intentar coger una de las monturas provocará a los yetis. -Necesito tiempo- comenta Locligan mientras saca un libro pequeño, viejo y muy grueso. Rebuscando frenéticamente en las páginas de su interior.

Todos asintieron a tus palabras e intercambiaron miradas en sus respectivas posiciones, ocultos entre las rocas. Incluso los sabuesos parecieron entender. Afortunadamente para todos, las antorchas móviles delataban al enemigo así como las fijas en la distancia revelaban el embarcadero de barcazas podridas.

La luz en vuestra zona era prácticamente nula y el avance era lento, pero seguro. Primero Horeg, después Vinla con el sabueso de Darla que pareció pegarse a ella como una sombra. Igual que Hamarr, tu sabueso lanudo hacía contigo. Por último, Brendr cerraba la marcha.

Llegados a un punto, muy cerca del embarcadero, podíais ver soldados de Édedro. Eran cuatro, portaban antorchas por lo que la caída de uno de ellos podría alertar al resto. El único paso era arrastrarse entre las rocas que eran un poco más altas y los soldados estaban apoyados sobre ellas. Horeg fue el primero, decidió pasar pero el filo de su hacha arañó la superficie rocosa. Los cuatro soldados lo oyeron.

-¡Eh!-
-Sí, ha sonado por ahí-
-¡Salid de ahí!- 

Los cuatro arcos apuntaron a la zona. Nadie se movió.

-Iré a echar un vistazo.-
-Espera-

Segundos después, tres antorchas volaron hacia la zona. Varias cayeron demasiado lejos como para que os iluminaran. La última pasó entre Horeg y Vinla como un parpadeo mientras conteníais el aliento. Afortunadamente la pendiente de la roca sobre la que cayó era contraria y la luz se derramo por la zona proyectando sombras sobre vosotros.

-Debimos haber traído perros-

Sentenció uno de ellos mientras escuchas cómo alguien se acerca hacia la emisión del ruido, hacia Horeg. Los sabuesos junto a Vinla y junto a ti se agazapan, listos para saltar. Horeg, tumbado entre las rocas, no está en posición de prestar batalla. Tú, con tus heridas, tampoco. Ibas a decir algo cuando el sabueso de Vinla (el de Darla) sale de las sombras hacia el arquero más cercano.

El arquero más cercano lo ve claramente y suelta el arco demasiado rápido. El mastín se aleja saltando entre las sombras. El resto lo apunta pero sin un blanco claro debido a la penumbra oscilante de las llamas zigzagueantes.

-Ha sido un puto perro de esos del norte
-¡SABUESO LANUDO AQUÍ!
-¿Cuántos había?
-Tres
-Esperemos que caigan en otra trampa
-Quizá tengamos carne para todos

Mientras el arquero regresaba -¡ZASKNG! CRAAAK- Brendr había salido de su escondite con una de las trampas para osos. No fue sigilosa, no fue cuidadosa, pero sus fuertes piernas la proyectaron hacia el arquero. Portaba con las dos manos la trampa. La estrelló contra la nariz del desdichado y las fauces de hierro se cerraron sobre su cabeza aplastando el cuello. Con rapidez, Brendr giró la trampa partiendo el cuello del hombre que cayó a plomo al tiempo que ella se agazapaba junto a Horeg.

-¡Qué ha sido eso!
-Una trampa
-¡Otro sabueso!
-No lo he escuchado aullar. ¡Rai! ¡¡RAI!!

Los tres arqueros intercambian una mirada.

-¡¡REFUERZOS AQUÍ!! ¡¡¡AQUÍ!!!

Grita uno de ellos. La sangre del arquero gotea junto a Horeg. La última antorcha ha proyectado sombras suficientes como para que el grandullón se levante y continúe encorvado aprovechando las voces de los arqueros y el ruido de su agitación. Seguís avanzando conscientes de que hay tres arqueros (por ahora) en la zona del embarcadero.

-Horeg, Vinla y yo nos los repartimos, atacando a la vez- sentencia Brendr mirándote. 

Aunque el ataque fue demasiado rápido, Pandora estuvo bastante atenta como para no caer, tenía algo que proteger y le resultó bastante molesto que los yetis se abalanzaran tan egoístamente sobre presas que no les pertenecían. - ¿Pretendéis que Aya vaya a pie? - su flequillo se movió solo llevado por el movimiento errático que le habían hecho hacer, dejando ver su iriscente ojo derecho, pero el segundo no tardó en encenderse también buscando acaparar la atención de los yetis más cercanos.* No creía que Aya estuviera en condiciones de caminar tanto y ella no estaba de humor como para perder su corcel. Desenfundó su estoque - estoy teniendo un día muy malo y empiezo a cansarme de que me hagáis bailar a vuestro antojo... - su presencia feérica estalló cubriendo a su caballo, el pobre animal ya debía tener suficiente con el veneno, y que encima procuraran atemorizarlo antes de devorarlo era la grieta a un iceberg deseando mostrar que no era solo una punta de hielo perdido. Manipulada por todos quería gritar que no era un maldito juguete, mal el momento en el que decidió despertar por la mañana, se miró de reojo; necesitaba una armadura decente si iba a ser así su vida a partir de esos días.

Aunque el ataque fue demasiado rápido, Pandora estuvo bastante atenta como para no caer, tenía algo que proteger y le resultó bastante molesto que los yetis se abalanzaran tan egoístamente sobre presas que no les pertenecían. - ¿Pretendéis que Aya vaya a pie? - su flequillo se movió solo llevado por el movimiento errático que le habían hecho hacer, dejando ver su iriscente ojo derecho, pero el segundo no tardó en encenderse también buscando acaparar la atención de los yetis más cercanos.*

No creía que Aya estuviera en condiciones de caminar tanto y ella no estaba de humor como para perder su corcel.

Desenfundó su estoque - estoy teniendo un día muy malo y empiezo a cansarme de que me hagáis bailar a vuestro antojo... - su presencia feérica estalló cubriendo a su caballo, el pobre animal ya debía tener suficiente con el veneno, y que encima procuraran atemorizarlo antes de devorarlo era la grieta a un iceberg deseando mostrar que no era solo una punta de hielo perdido. Manipulada por todos quería gritar que no era un maldito juguete, mal el momento en el que decidió despertar por la mañana, se miró de reojo; necesitaba una armadura decente si iba a ser así su vida a partir de esos días.

Pandora detiene su caballo girándolo, desenvainando el estoque y recurriendo al pacto. Una apuesta arriesgada después del curso de los acontecimientos. Sin embargo, parece que las sagas del interior no han informado a su patrona por ahora.

La joven a lomos del corcel representa un aliciente a la caza demasiado fuerte y tres yetis se acercan con velocidad. El primero salta a su espalda. Una de sus garras se hunde profundamente y araña ropa y piel dejando cuatro surcos sangrantes que resaltan en la blancura de piel de Pandora. Otros dos se preparan para atacar, pero los ojos, la piel y el aura misma de la joven cambian provocando que los tres yetis más cercanos identifiquen la presencia de un ser similar al que los tiene atormentados.

Úlfur, entre Arne y Locligan, ve cómo tres yetis se acercan. Uno de frente⁰⁴ que lo mira fijamente a él mostrando sus caninos y con las garras listas para saltar. Otro⁰⁵ por la diagonal izquierda hacia Locligan y el tercero por la derecha hacia Arne⁰⁶.

-Puedo detenerlos. Sólo necesito tiempo...- Comenta Locligan extrayendo de una bolsa una lengua bífida y un trozo de colmena. Cierra los ojos para concentrarse en la que será la acción que cambiará el curso del combate.

    "No tenemos tiempo para esto, mierda." Furibundo me agité situándome un paso hacia delante para tratar de cubrir a Locligan al que habían derribado de su caballo junto con Arne, y por si no fuera suficiente, parecía que también habían tenido tiempo de ir a por Pandora, solo esperaba que pudiera aguantar lo suficiente porque yo no tenía ni idea de lo que iba a hacer con los restantes que se no venían encima. 

    -Puedo detenerlos. Sólo necesito tiempo...- Me volví levemente hacia el viejo para observar lo que hacía de reojo consciente de la amenaza que se cernía sobre nosotros ahora mismo.

    -Pues más te vale aprovechar cada segundo porque dudo que duremos demasiado.- Inmediatamente después volví la mirada al frente, subiendo y bajando la cabeza mientras tomaba aire con aspecto amenazante, no compartiría lengua con aquellas bestias pero al menos lograría atraer su atención hacia mi si los provocaba.

    Interponiendo mi cuerpo entre los tres yetis más próximos y Arne y Locligan liberé un ensordecedor barrito para hacerme notar mostrándome desafiante, aunque en verdad mi intención era la de ponerme a la defensiva.

Estaba en aprietos, la herida de la espalda era exagerada, y pese a hacerse la fuerte sabía que estaba acabada, tenía que retirarse modestamente por lo que tiró ligeramente de las riendas del corcel para ganar distancia mientras intentaba sumir en un sueño a sus contrincantes.

¿Lograría dormir a los tres? Lo dudaba, pero alejándose ligeramente mientras duraba aquel estado de miedo para evitar posibles ataques, le permitiría atacar tan pronto como se intentaran acercar, además de que con suerte alguien le cubriría. Poco más podía hacer, exhausta y habiendo utilizado lo que estaba en su mano; la sangre en su espalda no mentía, era débil; siempre lo había sabido, y eso no cambiaría por una temporada llena de incidentes, incluso si se sentía más poderosa.

Le tocaba defenderse, y no era algo habitual en ella, lo normal siempre había sido huir.

La leidang se movió en silencio y como un solo hombre, incluso los sabuesos entendieron el plan. Todos avanzaron y Adela llegó a pensar que lo lograrían en silencio, que conseguirían burlar a todos los enemigos de la zona, humanos y no humanos, y salir de allí. Aquella idea estaba bien, pero la verdad es que algo dentro de ella se sentía decepcionada por pasar sin luchar, por dejar de derramar sangre después de todo lo que habían visto, de la corrupción que les habían mostrado. Aquel sitio debería ser reducido a escombros. 

Y tal vez porque aquel pensamiento llegase a los dioses y Hrutgar decidiese intervenir, el hacha de Horeg rozó la roca, alertando a los hombres. Inmediatamente dieron la voz de alarma mientras todos los suyos se quedaban quietos, expectantes. En cierto sentido, se alegró de aquello. Al final sí que iba a haber sangre de babosa en sus hojas cuando salieran de allí. Los arqueros lanzaron antorchas, pero demasiado lejos, sin llegar a alumbrarles. Adela no tuvo que decir nada, que hacer ninguna seña: todos los miembros de aquel grupo, incluyendo los sabuesos, sabían bien lo que tenían que hacer. 

El sabueso se lanzó, saliendo del área iluminada demasiado rápido para que los arqueros le acertaran. Y entonces Brendr, su mano derecha, la persona en la que más confiaba, salió e hizo honor a aquella confianza. Sus poderosas piernas la lanzaron directa hacia el arquero, solo a ella se le habría ocurrido emplear una de las trampas para osos. El desenlace fue rápido, sangriento y letal. Adela dio gracias al Lobo por la ferocidad de Brendr al ver su cráneo destrozado y su cuello colgante como una soga suelta. 

Cuando la liebre sale, solo queda la sangre, solía decir su padre. Adela no sabía si era un dicho del Norte o solo una frase de su padre, pero tenía mucha razón. Llegaba un punto en la caza en el que ya poco importaban las argucias, el sigilo, la preparación, las trampas. Todo eso había pasado, para bien o para mal, y solo quedaba la sangre, el ataque. Estaba claro que había llegado ese momento. 

Solo quedaban tres, pero habían dado la alarma. Adela se alzó inmediatamente y dio la única orden que podía dar. 

-Matadles, rápido. -e indicó a quién debía atacar cada uno. Estaban en manos de los dioses ya: solo si les lograban eliminar rápido se salvarían. Ella misma cargó también, porque no podían prescindir de nadie en aquella situación. 

Pandora y Úlfur
Mientras tres yetis rodean temerosos a Pandora, mirándola con ira en sus ojos, Locligan y Arne retroceden tras Úlfur. Éste se coloca delante, las criaturas dudan por su corpulencia e imponentes colmillos. El primero se aventura a atacar de frente y sus compañeros por los flancos. Moviéndose con precisión, Úlfur consigue esquivar los ataques manteniendo a raya a los Yetis.

Justo tras el segundo ataque, Locligan les lanza un gesto. Cuatro de ellos se detienen. Quedando inmóviles. Locligan deshace el gesto y señala el templo -Vuestro alimento está ahí. Cazad y alimentaos de todo ser vivo salvo de hombres y mujeres del norte-

Al instante, cuatro de los seis yetis corren hacia el interior sumidos en el silencio de la caza. De los dos restantes, uno está cerca de Pandora. El otro al flanco derecho de Úlfur, cerca de Locligan.

Arne lanza una daga con rapidez que impacta en la parte derecha del abdomen del yeti que tiene más cerca. La criatura lanza un gruñido y tira el arma al suelo. El yeti se tambalea, lanza manotazos contra su rostro pero la estimulación de la caza lo mantiene en pie y agresivo. El veneno de Lachamán está en su organismo pero no ha sido suficiente para tumbarlo.

La mirada de Pandora se concentra en el único yeti que representa una amenaza para ella. Éste siente sus brazos más pesados y sus reflejos ralentizados, pero el frío lo mantiene despierto. Mira a Pandora consciente de su influjo y lanza un rugido estremecedor antes de lanzarse al ataque¹.

Adela

Los norteños irrumpen en la explanada del puerto por tres puntos diferentes y al unísono. Todos atacan a la vez. Brendr con un certero revés de su hacha de batalla, se aparta para dejar paso a su compañera, buscando el flanco izquierdo, la lanza de Vinla supera las defensas del arquero atravesando armadura y piel. El soldado, en acto reflejo, lanza un tajo que impacta en el hombro de la sacerdotisa. El soldado saca la lanza y retrocede esquivando el segundo ataque de Brendr desde el flanco, alejándose de ella. Vinla lo intenta pero esta vez el hombre de Édedro desvía la lanza con su espada corta.

Hamarr cae sobre el más sorprendido de los oponentes, rodeando con sus mandíbulas el brazo diestro y usando el impulso de su cuerpo para derribar al desdichado que, una vez en el suelo, recibe el ataque de Adela en el lado derecho del tórax. Consciente de que en esa posición es su fin, con la diestra apresada, clava la punta de la flecha en el Sabueso con poco éxito al chocar contra el hueso de una de sus patas delanteras. Una medida a la desesperada que Adela puede aprovechar. Hamarr, como un resorte ha soltado el brazo para apresar su cuello seccionando todo lo que los colmillos encuentran a su paso y desgarrando la carne. La boca del desdichado no tarda en llenarse de sangre.

El soldado restante, dispara nuevamente contra el sabueso al verlo acercarse entre las sombras zigzagueantes de las antorchas. Es consciente de la presencia de Horeg pero aguarda. El grandullón salta una roca con su hacha en mano dispuesto a atacar cuando escucha el resorte de una de las trampas para osos y el dolor en la pierna. El arquero sonríe, aposta otra flecha en el arco, da un paso atrás para coger distancia y apunta a Horeg sin borrar esa estúpida sonrisa. El sabueso de Darla cierra sus fauces contra sus lumbares en un golpe tremendo que lo hace dar dos pasos, aunque no llega a derribarlo, -puto perro- masculla sintiendo la sangre mojando su espalda. Horeg, al ver que el soldado se acerca, lanza un ataque con su imponente hacha que no llega a alcanzarlo. El soldado da un salto al frente gritando al sabueso de Darla para asustarlo -AAaaaargh- funciona y el sabueso muerde su armadura saltando para coger distancia.

Adela, Hamarr desgarrando el cuello del solado a tus pies te da tiempo para ver la situación. Percibes las antorchas en la oscuridad. Los refuerzos de Édedro (de Ismene) están ya allí.

    Para mi sorpresa, las extrañas palabras y gestos de Locligan lograron tener un mayor éxito de lo esperado, cuatro de aquellas grandes bestias aceptaron sus ordenes como perros obedientes ante su amo, aquello habría despertado cierta fascinación en mi de no ser por los dos que se habían resistido a su embrujo.

    A veces olvidaba que la verdadera forma no solo afectaba a mi físico si no también a la manera que tenía de percibir el entorno que me rodeaba. Mi visión solía empeorar, algo que suplía de sobras con el incremento de mi capacidad auditiva y... olfato. Fue entonces cuando capté la señal de alarma, el olor a sangre, y la respiración entrecortada de Pandora, sus heridas tal vez fuesen peor de lo que imaginaba y no podría ayudarla mientras aquella mole siguiese impidiéndome ir a por ella.

    -Locligan, ponte a salvo, Arne, déjame este a mi y ve a ayudar a Pandora, ahora.- Sin tener que preocuparme ya por aquellos dos perdí los motivos para contenerme, con una violenta acometida cargué con mis colmillos contra la bestia para recortar la distancia que nos separaba y asestar un segundo golpe con el hacha sin dejarla tiempo para que se recuperase. Si aquello no era suficiente para disuadirla de seguir luchando no me quedaría más remedio que acabar con su vida pero mejor eso que dejar caer a Pandora.

Cuando los otros Yetis desaparecen en el interior del templo, Úlfur arremte contra el que tiene delante. Éste lanza un grito de dolor cuando siente los pinchazos y el corte en su piel. Su pelaje blanco se tiñe de rojo.

Arne y Locligan alzan la vista. La Chaman sale disparada mientras el Yeti que está delante de Pandora arremete contra ella. Locligan baja la vista a su pequeño libro, ahora cerrado, pensando si hay en él algún conocimiento que pueda usar. La criatura observa la montura de Pandora. Sus ojos brillan con un azul maléfico mientras ejecuta el ataque. El caballo se agita eludiendo aquellos ojos y las garras se hunden en su cuello, transmitiendo un frío helador y regando la nieve con su sangre ante la mirada impotente de la jinete. La fortuna ha querido que la criatura se enfocara en su montura y no en Pandora.

Mientras tanto, el Yeti frente a Úlfur está herido, pero no lo suficiente. Sus ojos se tornan también azules y ruge con fuerza descargando contra Úlfur el mismo golpe devastador. Una de las garras choca contra un colmillo pero la otra se aferra al, ahora, grueso cuello de Úlfur quien puede sentir el frío entrando en su interior en contraste con la cálida sangre que escapa de la herida.

Locligan rodea a Úlfur con velocidad, tropezando en la nieve, sacude su pipa arrojando su interior contra el Yeti que, en principio, ignora ese acto. Pero rápidamente el pelo de la barriga de la criatura prende con un repiqueteo de chispas y fuego que la alteran sobremanera. Salta hacia atrás, se aleja de Úlfur y corre a su derecha hacia el cúmulo de nieve más cercano aullando y gritando. Mostrando su miedo al fuego.

Su compañero alza la vista, viendo el humo y oliendo la carne y el pelo quemado.

En ese mimo momento, os llega el grito de sorpresa de Crica y los rugidos de los cuatro Yetis que le dan caza. Un frío helador sale como una explosión del interior del templo. Cuando la nieve que se ha alzado baja, los dos Yetis que os hacían frente han desaparecido. El combate ha terminado pero habéis tomado buena cuenta de estas peligrosas criaturas.

Darla y Aya os han sacado ventaja. El caballo de Pandora yace muerto sobre nieve roja. Arne ayuda a levantarse a Pandora y, mientras lo hace, examina su espalda y sus cuernos en silencio. Luego mira a Úlfur. -Debéis iros del norte- sentencia y su tono de voz es de aviso sin una pizca de amenaza. Invita a imaginar lo que ocurriría si la masa de norteños se entera de vuestra naturaleza. -Y nos iremos- dice Locligan sacudiéndose la nieve de sus andrajosos ropajes. -Pero aún no-