Partida Rol por web

Ferrán agarró la deliciosa magdalena que Estuarda le había entregado con una enorme sonrisa dibujada en su rostro y rápidamente se la llevo a la boca arrancando gran parte del esponjoso manjar.

-Moltes... ...gracies, Estuarda!!- dijo Ferrán con la boca llena y casi sin entenderse.

-¡Muchas gracias Estuarda!, será suficiente- dijo Martí tratando de ser agradecido pero sabiendo que la escasa comida no seria suficiente "y menos con nuestro recién conocido Gracián" pensaba mientras miraba al nuevo miembro de la guardia.

-Venimos de tierras aragonesas, del Condado de Barcelona, exactamente- dice Martí dirigiéndose a Gracián y Rodrigo.

-El meu nom es Martí y el pequeño es Ferrán- continua mientras remueve la melena de su hijo.

-Llegamos a Cordoba en busca de una nueva vida y el puesto en la guardia nos la puede dar, así que aquí estamos, esperando esa oportunidad-

Martí se sirve un vaso de vino y ha e lo mismo con los vasos de los dos hombres.

-¡Salut!- dice mientras asciende levemente su vaso y da un pequeño trago.

-¡Salú!- Se adhirió al brindis Gracián, imitando más mal que bien el catalán de Martí. -Brindemos al menos por una pronta incorporación al trabajo.- Finalizó, regalándose con un buen lingotazo el gaznate, hasta apurar el vaso entero. Cogiendo después el queso empezó a trocearlo a partes iguales, repartiéndolo entre los comensales. Entonces, moviendo la cabeza de lado a lado, como quien piensa para si mismo y quiere compartir una idea, finalmente la expone  a sus compañeros de mesa.- Oíd. Digo yo que si ávidos de noticias andamos todos… y si… - pensó en voz alta - ¿…y si acercáremos todos al puesto de guardia y allí preguntamos? Tal vez podríamos quitarnos esté sinvivir de espera, tal vez supiéramos buenas nuevas al llegar y no tendríamos que ir mendigando pan duro y queso aceitado…- girándose rápidamente hacia Estuarda, añadió inmediatamente - …que todo sea dicho… ¡qué aceite! ¡No lo tiene ni el Obispo de Córdoba para untar frentes a hijos nobles de lo bueno que es!- se disculpó a la vez que hacia una mirada de complicidad entre sus compañeros.

Bien veía Rodrigo que habíase rodeado de buena gente, por lo menos generosa y amable, algo que esperaba siguiera si conseguían entrar en la guardia. Como bien decíase a sí mismo muchas veces, mejor estar a bien con Dios y con el Diablo, pues nunca sabíase cuando podíase necesitar de alguno de los dos.

- Salud.

Levantó también el vaso y pegó un buen trago, que a pesar de lo temprano del día algo había que meter para remojar la garganta. Acompañolo con un trozo de queso y, en aquellos momentos, pensó que la vida no estaba nada mal, y mejor estaría cuando tuviera algún cuarto metido en la bolsa y él a su vez metido entre las sábanas de alguna buena moza.

- Quizás tengáis razón maese Gracián. Que aquí metidos se nos harán las horas largas, a pesar de las buenas vistas que tenemos, -guiñole el ojo con picardía a la posadera- y un poco de ejercicio de camino al puesto de guardia vendranos bien. A unos más que  a otros.

Ríose contento al decir aquello lanzando una mirada jovial a Gracián y lanzándole un pescozón cariñoso al rapaz Ferrán.

-Parece que non será necesario. ¡Aquí están las nuevas que esperaban! ¡Buen día, pase, pase! -Estuarda saluda a un guardia que encuéntrase en el umbral de la puerta, con un papel enrollado en la mano et el semblante algo serio.

-Buen día, Estuarda. Estoy buscando a algunos de sus parroquianos -el guardia desenrolla el maltratado papel que lleva en la mano, et acércaselo a la cara para leerlo desde la puerta, sin pasar del umbral, ignorando la invitación de la posadera-... A ver... Los suyos nombres son Gracián, de Alcaracejos... Rodrigo, un omne que dice proceder de Baena... Pedro San Juan, un alfarero... Et... ¿Martí? No, Martín, Martín Carbonel -Parece que el nombre del catalán es nuevo para el guardia cordobés - ¿Sabedes por dónde andan?

-Mil gracias, doctor -dice el omne mientras termina de vestirse de nuevo et recoge los sacos que portaba cuando entró-. ¿Sabe? Non soy yo de frecuentar tales... compañías, mas vime tentado por la juventud de la moza. Muchas nuevas están llegando a la ciudad, al igual que omnes y zagales: la plaga, ya sabe, que ha acabado con toda la cosecha del año (¡Et bien caro que estamos pagándolo, que gastádome he los cuartos de lo que queda de mes, et mire sólo lo que traigo!) . Non tienen trabajo ni nada que echarse a la boca, et claro, búscanse la vida como pueden... Mas están infestando la ciudad cual plaga de ratas.

Cipriano dirígese a la puerta, et encuéntrase un guardia tras ella al abrir.

-Non se preocupe, doctor, marcho ya... Que tengo a la Estuarda llevando la posada et estamos sin apenas. Gracias de nuevo.

-Buen día, doctor. Lo siento si interrumpo algo, mas la guardia requiere de sus servicios. Hoy entran los nuevos reclutas et necesitan de revisión médica. Non quisiere el Concejo contratar a gentuza enferma... -su voz suena con retintín, como aquel "gentuza" quisiere decir algo más de lo aparente- Aunque por lo visto, incluso a gente poco habitual impartiendo justicia van a aceptar...

El guardia suspira al ver a los dos nuevos reclutas de la guardia. Uno más gordo que un roble, et el otro, judío... Ya se sabe que "a grandes males, grandes remedios", mas aquello parecíale excesivo. En cualquier caso, nadie es él para opinar, de modo que sigue cumpliendo su labor sin más.

-Han sido ustedes aceptados en la guardia de la magna ciudad de Córdoba. Acompáñenme para terminar de firmar los papeles necesarios et empezar con la suya labor lo antes posible.

No dije nada, miré a la Inés. La sonreí un instante, aunque no recuerdo si lo hice conscientemente o no. Sin embargo, aquella oportunidad era la que andaba buscando, y el destino me la reportaba.

Cla... claro señor -le dije mientras me miraba la bolsa-. Inés... ¿a cuánto asciende la estancia y los menús? -le pregunté sonriente, dispuesto a ser honrado por una vez en mi vida, pagando por lo que había consumido y alquilado (y no robándolo)-.

Los galegos teníamos fama de agarrados y de decir aquello de "Amiguiños sí, pero a vaquiña polo que vale" pero cómo siempre me había dicho mi pai que se ganaba el fervor de los siervos y amigos con mano izquierda, puse la susodicha sobre la del judío y le dije a Inés:

- Cargar lo que debe el-el-el-el - me detuve, incapaz de sacar la palabra por culpa de mi lengua, e hice un ademán hacia Ishaq - a mi cuenta.

Inés y su marido "El Napias", sabían que yo era buen pagador, así que no esperé problema. El caballero era mi padre más que yo, y también era él el que pagaba la cuenta así que... ¿cómo no hacer honor a sus ideales de la Orden de Santiago? De todos modos esperaba que los posaderos y el judío no fueran de los que canto mais te agachas, mais che dan polo cú.

Había llegado la hora de convertirse en hombre, dejando atrás los asuntos con sodomitas y madrastras...

Quedose callado nada más ver entrar al guardia y, prestando toda la atención que pudo, parose a escuchar lo que aquel tenía que decir. ¡Al fin! Ahora ya sabía que un trabajo estaba esperándole. Levantose presto nada más que el hombre terminó de leer la lista y acercose a él sonriente.

- Yo, yo soy Rodrigo de Baena. Et aquellos de allí Martí y Gracián.

Esperó allí de pie a que, o bien los sus nuevos compañeros levantáranse también para hablar con el que había traído las nuevas, o bien el guardia les dijera lo que tendrían que facer a continuación.

Gracián sonrió ante la pronta agitación de Rodrigo. Sin duda era joven y ávido de aventuras, mas no por eso el buen Gracián iba a desaprovechar la ocasión para terminarse el queso y el vino. Lo primero era lo primero -Tal como dice mi buen amigo, Gracián es mi nombre.- Entonces, como quien recuerda algo, amplió su sonrisa.- Ahorrada la caminata et más tiempo para lo que es menester.- Finalizó, metiéndose un trozo de queso en la boca y masticándolo animadamente.

Al parecer este iba a ser un día largo, pues no había terminado con el primer paciente y ya eran requeridos mis servicios por la guardia.

Zagal, coge el instrumental et pongámonos en marcha. - Le dije a Zacarías. - Cuanto antes comenzemos antes acabaremos.

Una vez Zacarías había reunido el instrumental nos dispusimos a seguir al guardia. Ignoré el comentario que hizo el mismo sobre la "gentuza", pues iniciar un debate o intercambio de opiniones con aquel asno descerebrado no llegaría a ninguna parte...

Martí se apresuro a terminar el bocado de queso que tenía en la boca mientras escuchaba las palabras del guardia.

-Sí, Martí Carbonell, ese es mi nombre- dijo mientras se ponía en pie con una pequeña sonrisa y deseoso de que le dieran la noticia que esperaba.

Quedéme mirando la mano de aquel tipo enorme y grueso posada en mi hombro, que a buen seguro me diera más fuerte, me hubiera hundido en el suelo cual estaca, amen de no ser aplastado. Quedáronse mis ojos observando la pose, y tragué saliva, mas no dije nada. Que uno era humilde, pero no tonto; y es de bien nacido ser agradecido, aunque el que nazca lo haga en judería y no en palacio. Mi padre me enseñaba lo que la Torá o la Biblia cristiana habría dicho alguna vez: "no negar el regocijo de uno si viene del prójimo", y tal que así se me presentaba.

Por lo que tras quedarme mirando la mano de Pedro, sonreí y le miré.

Gra... gracias... -le dije-. Ojalá esta ciudad hágale de vuelta el su favor mientras yo se lo agradezco -alcancé a decir agradecido-. En otras palabras, ya estaba dispuesto a irme con la autoridad concejil tras el buen concierto del gallego para conmigo: y esta vez no sería de forma arrestada, sino para formar parte de ella (por lo visto, y más siendo judío y antiguo ladronzuelo): ver para creer.

-Vaya tranquilo, Martí, que yo quedaréme cuidando del joven Ferrán como de costumbre. Vamos a pasarlo bien, ¿verdad, pequeño? -Estudarda revuelve el pelo del zagal con estusiasmo, sonriente.

Así, tras pagar el desayuno* (que a regañadientes ha de dejar Gracián casi a medias, por las exigentes prisas del guardia et su insistencia, a pesar del voraz apetito del de Alcaracejos), partís tras el enviado de la guardia hacia el cuartel. Ferrán y Estuarda despiden a Martí con entusiasmo, tal como hicieran desde hace un par de días: la búsqueda de trabajo del catalán non permitíale pasear por ahí cuidando de Ferrán, y la buena posadera estaba encantada faciéndose cargo del zagal que el Señor non ha querido concederle hasta ahora.

-Tengan buen día, señores.

Inés se queda recogiendo los restos del desayuno que termináis con prisa, ante las exigencias del guardia, que parece tener prisa. Tras ajustar cuentas con la posadera*, partís hacia el cuartel de la guardia tras el emisario, atravesando las abarrotadas calles, casi sin cruzar palabra.

Tras callejear durante un rato (que se hace eterno, entre el sofocante calor y el aún más agobiante gentío que abarrota las calles), llegáis al fin a uno de los cuarteles de la guardia, concretamente el de la calle Abades, en la collación de Santa María. El guardia que vos acompañaba vos deja con un simple "esperad aquí".

Estáis en el patio del cuartel. El sol de la mañana que cada vez va ganando más fuerza os ciega, y el potente reflejo de la blanca cal que cubre las paredes interiores del patio interior del cuartel no hace si no acentuar esa sensación abrasadora de la luz del astro rey. El sudor corre por todas vuestras frentes.

El patio descubierto deja ver una balconada de una segunda planta, donde muchos de los guardias descansan, donde los escribas llevan la tesorería et los registros de la guardia et donde se dan las órdenes importantes. Hay bastante ajetreo en el cuartel, a pesar de que el personal parece escaso.

Vos encontráis un grupo dispar, de unas veinte personas, sin saber muy bien qué esperar a continuación. Un grupo que sin lugar a dudas no es lo que pudiere esperarse en otros tiempos de la guardia. Judíos, cristianos... Alguno moreno de piel que parece incluso morisco, o puede que sólo sea el moreno que produce el trabajo bajo el sol abrasador en la antigua capital de Al Ándalus. Algunos en forma, otros escuchimizados y otros rollizos. Otros parecen incluso enfermos.

La guardia, desde luego, debe estar necesitada para recurrir a muchos de los allí presentes.

El pobre Gracián sudaba a mares. A pesar de haberse quitado cuanta roba superior podía hasta el límite del decoro, el gambesón le hacía pasarlas canutas. Con su enorme barriga abriendo paso entre el dispar grupo, golpeó los brazos de sus nuevos compañeros, el catalán y el jovenzuelo, y les señaló un trozo de pared en el que, por fortuna, aún quedaba unos resquicios de sombra. Se dirigió sin demora hasta dicho lugar y, quitándose el bacinete, depositó su atollo con las armas en el suelo y se apoyó en la pared. Resoplando, no pudo más que despegar la sudada espalda del muro.-¡Diantre! Incluso aquí las paredes queman como en el Infierno…-

Después, sabedor de cómo iban las cosas en lugares como este, esperó a que se presentara el responsable de la guardia, adoptando una aprendida postura que aparentaba marcialidad pero que en realidad le reportaba comodidad.