Partida Rol por web

Ataque a los Titanes

Capítulo 5 - Una funesta ironía

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20/07/2020, 17:32
Cécil Stedman

Cécil clavó sus ojos en el Demonio. Su rostro era indiscernible. Aun así, sabía que de alguna forma el Oscuro apreciaría que le mantuviese la mirada.

-Deseo sentir. Deseo sufrir. Deseo anhelar. Deseo saber a qué sabe la victoria. Y la derrota. Deseo saber cómo huele el miedo en mis enemigos. Deseo vivir, no existir. Y deseo regir… no servir. Acepto vuestra bendición, mi Señor. Tomad mi alma. Con vuestro don, cambiaré el mundo. Mi mundo. Y olvidad que alguna vez fui la creación de Galven Quint… Quiero ser un hombre nuevo. Quiero ser único. Singular. Tomaré mi propio nombre. Seré mi propio amo y señor. No seré más la marioneta de nadie.

Se sumió en un breve silencio y enfatizó con ímpetu.

-Eso es lo que deseo.

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20/07/2020, 17:33
Mefistófeles

Interesado por la proposición de aquella triste y malograda marioneta, Mefistófeles asintió.

-BIEN… ASÍ SEA. VOLVERÁS A LA VIDA EN UN CUERPO MORTAL, CON UN PODER ABRUMADOR PARA ALCANZAR TU VENGANZA… TE PREVENGO, NO OBSTANTE: TU FUERZA TENDRÁ UN COSTE…

Con un chasquido de sus dedos el espectro se desvaneció de su presencia. Antes de que desapareciese por completo, el Demonio dedicó una última advertencia al último vestigio de Cécil Stedman.

-TE ESTARÉ OBSERVANDO, HUMANO

Mefistófeles tenía que admitirlo. Había conseguido una ganga y la marioneta era fascinante.

-TEN CUIDADO CON LO QUE DESEAS… PODRÍAS CONSEGUIRLO, JU, JU, JU…

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20/07/2020, 17:34
Cécil Stedman

Despertó confuso y sangrando, pero no herido de muerte como había intuido en un primer momento. Estaba desnudo en un hediondo callejón de alguna aldea relativamente cercana a Pallisade. Orientarse no fue tarea fácil, pero conservaba recuerdos de las torres rodeadas de hiedra de la ciudad élfica y la visión, inconfundible, de la majestuosa y alargada arquitectura de los edificios en el horizonte calmó su ansiedad.

Tambaleante, trató de ponerse en pie, mas no pudo. Le dolía mucho el pecho –nunca había respirado aire- y la parte derecha del rostro, desde la mejilla hasta la sien. Palpó con mano temblorosa y notó el manar de la sangre, espesa y caliente, y el tacto de la carne viva en las yemas de sus dedos. Sangraba abundantemente de una herida en la sien que no recordaba cómo se había hecho. La garganta le ardía. Tenía sed. Debía ser sed.

Con una arcada involuntaria, quiso vomitar, pero no tenía nada en el estómago. Sólo expulsó bilis. Así debía sentirse uno de aquellos hambrientos mendigos que en Pallisade eran exterminados día tras día. Se miró las manos, manos delicadas, de dedos finos y largos. Su piel era pálida, lechosa. La diestra tenía una curiosa escoriación en la palma, demasiado elaborada para ser fortuita. ¿Cómo se la habría hecho? No importaba. Las sintió entumecerse por el frío de la callejuela y tensó la mandíbula, notando la rabia carcomerle por dentro. Entendió que Mefistófeles le había dado un cuerpo, mas no uno perfecto. El Gran Embaucador bien podría haber encontrado placer en facilitarle un cuerpo enfermo y decrépito. ¿O acaso todos los cuerpos mortales eran tan… débiles? Gruñó como un animal herido y acorralado que se sabe a escasos pasos de la muerte y reunió el valor para intentar levantarse de nuevo.

Cayó al suelo. Las rodillas temblaban, débiles. Parecían de gelatina.

Fue entonces cuando la vio aparecer frente a él.

Una mujer elfa ataviada con ropajes de campesina y sosteniendo sobre la cabeza un canasto. Sus ojos avellana se habían encontrado con los suyos. Sintió algo nuevo.

VERGÜENZA.

Ni rastro de su elegante atuendo, de su casaca de un imperial rojo sangre, de su camisa de seda o de sus pantalones de montar. Estaba completamente desnudo, desvalido y demacrado ante aquella mujer, que, para su sorpresa, ella corrió hacia él rauda, dispuesta a socorrerle. Dejó el canasto repleto de manzanas recién cortadas de su árbol en el suelo y comenzó a examinar sus heridas. Entonces empezó el huracán imparable de emociones.

Sintió una pulsión que le impelía a devorar no ya la carne, sino el alma.

HAMBRE.

Y luego estaba ese enloquecedor ardor en la garganta que no se apagaba.

SED.

Notó las cálidas manos de la mujer tocar su rostro, inspeccionando el corte que tenía en la sien derecha. Le hablaba, pero él no escuchaba. Y aunque estaba muy débil, logró llevar su diestra al contacto con su mejilla. Con eso bastó.

Se sintió renacer mientras el torrente de energía manaba de ella a él a través de la marca en la palma de su mano. Sintió cómo una fuerza abrumadora recorría su cuerpo, revitalizándolo. Las heridas, de alguna manera que no alcanzó a comprender, empezaron a cicatrizar. No todas, pero se sintió mejor. Mucho mejor.

Un minuto después, se alzó por fin, sus ánimos renovados. Caminó dejando atrás la asquerosa callejuela y aquella carcasa vacía que, sin quererlo, le había prestado una ayuda vital. Le estaba agradecido. Se perdió entre los callejones con el objetivo de saber dónde se encontraba exactamente, recuperar fuerzas y localizar un navío flotante en el cielo. Confiaba en que no fuese demasiado difícil. Al fin y al cabo, escaseaban en aquellos días.

A su paso apareció sobresaltado un gato negro al que le faltaba la punta de una oreja. El vagabundo alzó la mano dispuesto a consumirlo en un placentero éxtasis como segundos antes había vaciado a la elfa. Su apetito, de momento, parecía inagotable. Y sin embargo, algo en la mirada amarillenta del animal le hizo detenerse. Comenzó a reír. Una risa única. Una risa que no estaba prefabricada. Su risa. Desquiciada y sincera. Estaba vivo, y se alegraba de ello.

-Tú no lo entiendes, pero me has recordado a alguien. Acompáñame, si lo deseas. Te aseguro que vamos a divertirnos juntos. Luego elegiré un nombre… Para ambos. Pero antes, vamos a comer… ¿Qué te parece… Donaldson?

El gato, un joven minino callejero, maulló e hizo algo que los felinos hacen con criterio propio: eligió a su socio de aventura. Las calles eran duras y aquel extraño humano albino parecía saber lo que se hacía.

El vagabundo sin nombre acarició al animal en la testa, satisfecho por su decisión. Se sintió piadoso, algo que le hizo comprender la cantidad de matices que había experimentado en unos pocos minutos de existencia en su nuevo cuerpo, todos ellos diferentes.

-Buena decisión, amigo. Tenemos un asunto pendiente y hemos recibido una segunda oportunidad. Tú y yo, Donaldson… Tú y yo.

Notas de juego

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FIN DEL CAPÍTULO 5