Ciencia demente

La casa de Donald Dixon estaba, según las indicaciones que Boyd les había dado, en las afueras de Boulder City. Tuvieron que volver a Boulder por la 93, haciendo uso de sus bicicletas, pero antes de llegar a la ciudad se debían desviar donde les había dicho Boyd, tomando la carretera de Lakeshore, que pasaba junto a las instalaciones del DART, con las altas torres de refrigeración del Bucle observándoles amenazantes desde una cercana distancia.

En la carretera de Lakeshore había una pequeña urbanización donde habitaban, principalmente, trabajadores del DART, especialmente científicos, aunque también gente de mantenimiento. Pero cuando salieron de la 93 para ascender hacia la urbanización, se encontraron con un macabro escenario de pájaros muertos en la carretera y el campo a ambos lados de la misma. En alguna ocasión habían oído hablar de bandadas enteras de estorninos que, tras acercarse demasiado a una línea de alta tensión o a una ruta magnetrínica, habían terminado electrocutándose todos y se desplomaban muertos a tierra. Pero aquello parecía siniestramente distinto. Allí había una gran cantidad de aves de todo tipo masacradas y picoteadas hasta la muerte por otros pájaros.

Cindy había estado muy atenta en la conversación, a pesar de finalmente dejar que sus amigos dieran la voz del grupo sin ella intervenir mucho. Mientras se dirigían hacia la casa de Dixon también iba callada, inmersa en sus pensamientos sobre aves asesinas. Le parecía algo extraño que la salvación del mundo estuviera en manos de ella y su grupo, no estaban en la edad correcta para tener tanta responsabilidad. La propuesta de Becca, sobre invitar a Nile a la misión, le llamaba mucho la atención puesto que así se sentiría más segura y más mayor. 

- Lo de Nile me parece buena idea.- Contestó en general, casi llegando a la casa de Donald Dixon. - ¿Vosotros qué pensáis? Creo que nos podría ayudar bastante bien. 

Cuanto más se acercaba a la casa, más mal augurio sentía. Pero la sorpresa al ver tanto pájaro masacrado no se la esperaba. 

- ¿Pero qué?- Preguntó notando cómo se le erizaba el vello.

Esta vez Theo andaba dándole tantas vueltas al encuentro con Boyd y las palomas parlantes que se le olvidó contar uno más cuando Cindy volvió a nombrar a Nile. Que Astrid hubiera decidido tirar el hacha no le cabreó porque al fin y al cabo no tenía ni idea de qué hacer con ella y tal vez fuera mejor no parecer unos locos peligrosos ellos también. Pedaleaba a buen ritmo camino a la dirección de Dixon cuando frenó de pronto al ver el paisaje dantesco que se presentaba ante ellos en la carretera.

—No puede ser... —dijo más bien para sí mismo mientras abría mucho los ojos. Se giró hacia su hermana y luego hacia los demás con cara de pasmo—. Imposible, no me creo que el loco de Boyd pueda tener razón...

Theo bajó de la bici y se acercó a los cadáveres con paso precavido, casi como si no quisiera hacer ruido. Caminó entre los restos de las aves tratando de no pisar ninguna. Quería comprobar si aquellos pájaros también tenían cicatrices en sus cabezas o encontraba algo que pudiera dar alguna pista sobre lo que podía haber pasado.

-Jopé, Astrid, vaya historias te montas. ¡Os imagináis que es verdad! Dos enamorados huyendo hacia el horizonte. ¡Buah! Me mola. -Le dio un abrazo a Astrid- Tú sigue tan loca y acabaré enamorándome de ti -bromeó.

Pedalearon. Bueno, ella se turnó con Liam. Hacia el próximo enclave de su aventura. La verdad es que estaba muy excitada con el asunto, tanto que sopesó el pasarse por su casa, a riesgo de encontrarse con su madre, para pillar su propia bicicleta, el tirachinas, comida y bebida.

Y el dinero de la hucha por si realmente el mundo se iba a tomar viento y tenían que buscarse la vida. Más que dinero, objetos de valor. Un abre latas por ejemplo, sería buena cosa en un mundo postapocalíptico.

Así andaba pensando cuando se encontraron de bruces con la masacre.

-¡Joder! Ves, Theo, como vamos a necesitar el hacha. A veces sois muy tontos. ¡Tengo que pensar en todo!

Se bajó de la bici lentorra y corrió para ser de las primeras en observar el espectáculo dantesco de muerte sobre el asfalto.

-Que sí, que se venga Nile. Si tiene agallas, claro, que esto es para gente valiente -afirmó, así, como siempre, rotunda. Entretanto, se paseaba por el campo de batalla, husmeando y dándole alguna patadita a los pájaros muertos, buscando, igual que Theo, cicatrices o marcas en sus cabezas.

-Eh, eh, pajaritos, ¿alguno respira todavía? Venimos a ayudar, somos de la veterinaria de Boulder. ¿Qué ha pasado? -preguntaba, por si una ave parlante moribunda le daba por soltar el pico. A la vez, sacó su baraja de cartas de tarot de la mochila, nerviosa, barajándola. 

-Es momento para conocer el futuro, amigos míos. -puso cara de brujilla de mirada diabólica y guasona.

Todavía sentía como una reverberación el cobijo del abrazo de Becca cuando frenó su hermano. Bajó y caminó junto a él y agarró un petirrojo sosteniéndolo en la palma de su mano. Sentirlo frío le hizo un nudo en la garganta y cuando dijo «no pesa nada» a nadie en particular, al aire, le cayeron unas lagrimillas, siendo capaz de disimularlo lo justo para que los demás pudieran fingir no haberse dado cuenta. 

Había olvidado su primera teoría basada en la película de Alfred Hitchcock y con el animal en la mano le pareció absurda, perversa. Respiró hondo

—Algo así no puede ser iniciativa de ningún animal, da igual lo que se les haya potenciado la inteligencia, o lo que sea. Quizá tenga razón el señor Boyd y haya una lucha entre aves, pero algo como la guerra o la revolución para gobernar el mundo entero es una cosa exclusivamente nuestra.

Aspiró los mocos y se frotó la nariz con el dorso de la mano libre.

»Tiene que haber una forma de apagar los chips, aunque sea haciéndolos pasar por un campo magnético, o lo que sea. Si lo conseguimos, acabaremos con esto. 

Lian pedaleó confuso tras el resto del grupo, rumiando aún el mal trago de haber visto un hacha a escasos centímetros de su cabeza. Empezó a dudar de si se le ocurrirían historias igual de buenas para la próxima sesión de rol, pero tenía en consuelo de ver la emoción que desprendía la pandilla. Una sensación pegadiza en la que era fácil perderse.

Algo que también era pegajoso, aunque no en un sentido agradable, era el dantesco escenario de plumas y aves muertas por la carretera. Sintió un escalofrío al pensar en los chips.

—Recuerdo un cómic en el que un demente multimillonario contrata a científicos para implantar chips en monos, nos chismes que les volvían más inteligentes pero que también los convertían en mutantes peligrosos y  terminaban arrasando la ciudad. Al final se mataban entre ellos. Creo que se llamaba Banana letal.

Mientras comentaba la anécdota para rebajar la tensión del momento, deseaba con todas sus fuerzas no estar viviendo una versión más emplumada de la historia de su tebeo.

Tragó saliva con dificultad y siguió pedaleando. En dirección al futuro, como decía Becca.

Becca y Theo se arrodillaron junto a los cadáveres de las aves que allí yacían, ninguna de las que examinaron tenían la cicatriz en la cabeza como la de la paloma que habían encontrado en su guarida. Aunque en la gran mayoría era difícil saberlo, porque tenían la cabeza completamente masacrada por los picotazos de las aves que las habían matado. Ninguno de los pájaros contestó a Becca, pero aunque pudieran hablar, como las palomas que se habían encontrado, tampoco lo hubieran hecho. Todos  estaban muertos. 

La perplejidad del grupo era mayúscula, aunque fuera difícil determinar si era más sorprendente el macabro campo minado de pájaros asesinados que tenían ante sí o la simple posibilidad de que el chiflado del ornitólogo tuviera razón en sus disparatadas teorías sobre lo que estaba sucediendo. 

Así como escuchar sus desvaríos sobre buhardillas parisinas y enamorados era algo que a Theo le traía sin cuidado, había algo que siempre había sido superior a sus fuerzas, y era ver a Astrid llorar. Al contemplarla sujetando aquel pajarillo maltrecho en la mano, le dio un vuelco el corazón, se acercó a ella saltando entre los cadáveres y le puso una mano sobre el hombro. Le limpió las lágrimas con el dedo pulgar y asintió con energía al escucharla hablar de inutilizar los chips.

—Eso, hermanita: tú pon esa cabecita tuya a funcionar y seguro que encontramos una solución a esto —dijo con calidez mirándola a los ojos. Luego se volvió hacia los demás—. Encontrar a Dixon ya no es cosa de divertirnos, ¡mirad esto! ¡Es una masacre! Hay que pararlo como dice Astrid, alguien tiene que saber qué está pasando.

Cuando Becca habló de conocer el futuro frunció el ceño sin saber a qué podía referirse, hasta que la vio sacando la baraja del tarot.

—¿En serio,Becca? —Pero a pesar del tono de guasa estaba verdaderamente intrigado por lo que los naipes le pudieran decir.

Mientras su amiga barajaba se volvió de nuevo hacia Cindy¹. Astrid estaba demasiado afectada y no quería ponerla a buscar entre los cadáveres. También Cindy parecía afectada, pero había demostrado muchas agallas antes en casa de Boyd.

—Vamos Cindy, ayúdame a buscar, a lo mejor ves algo que a mí se me pasa por alto.

El consuelo de su hermano le valió de arenga. Posó el pajarillo en el suelo y se puso a buscar.

—Vale que hayan perdido y han sido masacrados pero se tienen que haber defendido. O al menos alguno de los otros ha de haber muerto en la embestida. Solo necesitamos un cadáver con chip, para usarlo como prueba. Si no encontramos a Dixon, o no colabora, podremos amenazarle con denunciarle. Y luego podemos ir con el asunto a los periódicos.

»Pero tenemos que pensar con cuidado en quién confiar.

Para desconsuelo de Astrid, los pájaros que allí yacían no parecían haber luchado demasiado bien contra las aves que les atacaron. Posiblemente porque, si habían desarrollado la cooperación como las palomas, habrían atacado en grupos coordinados y no les hubieran dejado ni una sola posibilidad más que huir si podían.

Astrid revisó todo el campo de víctimas sin encontrar una sola que tuviera una cicatriz en la cabeza similar a la paloma que habían visto. No había ni una sola ave con microchips entre aquellos cadáveres. Astrid solo pudo confirmar lo que su hermano y Becca sospechaban. Incluso en los cadáveres con el cráneo destrozado no había indicios de que hubiesen tenido un chip allí implantado. 

Theo se quedó escuchando a su hermana, orgulloso de ver lo pronto que se reponía y lo interesante de su propuesta.

—Sí, ¡buena idea! —exclamó—. Alguna tiene que haber caído... Yo miró por ahí —comentó asignándose a sí mismo la zona a la que señalaba para que pudieran abarcar más.

Con un nudo en la garganta, comenzó a caminar entre cadáveres con la oscura impresión de ser testigo del principio de algo horrible.

-Todo esto da bastante grima- dijo, distraída, mientras caminaba entre las aves muertas. Barajaba su mazo de cartas de tarot, aferrándose a ellas para impedir que el miedo se le notara en la cara. Ella tenía que parecer la dura y menos afectada, dándoles ánimos a sus amigos, a pesar de si inquietud interior.

No mencionó nada acerca de las lágrimas de Astrid, lo que hizo fue bromear -Banana letal, eh. Y esto que sería, ¿Pluma letal?

La verdad es que no era ya cosa de risa, como aseguraban los dos hermanos. -¿Creéis que el majara de Boyd decía algo de sentido? Desde luego, sí que lo parece. -coincidió con Astrid- No se si será cosa de pájaros, todo empieza por los científicos locos, como en las pelis. -Se encogió de hombros- Vale, vamos a ver si encontramos alguno de los malotes. 

Levantó la primera carta del mazo -Oh, El Ermitaño. Reflexión interior para encontrar nuestro verdadero camino. Desafíos futuros que podemos resolver si nos paramos a meditar. Mamma mía, ¿habéis visto qué carta justo ahora? Nos iluminará con su farol. 

Y eso hizo Becca, con la carta en la mano, husmear de nuevo entre las víctimas del combate.

Cindy asintió ante Becca, la verdad que necesitaba bastante a su mejor amigo ahora mismo. Se sentía pequeña e indefensa por primera vez después de mucho tiempo. 

En silencio obedeció a Theo y se fue a su lado a buscar algún indicio de tecnología en los animales. La verdad que estaba muy nerviosa y tenía ganas de vomitar. No se podía ni concentrar entre tanto pájaro muerto. 

- No encuentro nada...- Avisó aguantándose una arcada. - Estas cosas no las hacen los animales, tienen que estar controlados...- Dijo como si sirviera de algo aportar lo que ya había comentado Astrid. 

Escuchó a Becca y sus cartas del tarot y se preguntó si esas cosas paganas realmente funcionaban. 

- ¿No tenéis miedo? Es decir, ¿por qué de repente depende de nosotros salvar el mundo?- Preguntó comiéndose su orgullo. Si tuviera unos padres comprensivos, sin lugar a dudas correría a contárselo. Ahora simplemente deseaba encontrarse con Nile, pero le daba la sensación de que pasaría demasiado tiempo hasta que lo volviera a ver. 

—En realidad Pluma letal suena genial. Me lo guardo para el próximo módulo —dijo, intentando quitarle hierro a la desgarradora situación.

Liam estaba acostumbrado a la vida en la granja y había visto cosas de todo tipo: tripas de cerdo, placentas de vaca y de yegua… Si bien aquella escena resultaba insólita y tétrica, pudo mantener el desayuno en su sitio sin mayor problema.

Lo que sí le resultó más surrealista fue ver a Becca y a Cindy mirando cartas del Tarot. Su madre a veces veía a las pitonisas que salían en la tele de madrugada. A él le parecía que toda aquella parafernalia sería genial para jugar a rol. Por desgracia, solo la usaban para preguntar por un ascenso y otras cosas aburridas que solo le interesaban a los viejos.

El muchacho se acuclilló para ayudar a Theo y a Astrid, pero no fue capaz de encontrar nada. Al menos había tenido el tino de no tocar nada con las manos desnudas*.

Astrid negó con la cabeza.

—No, no hay ninguna con chip. Qué mala suerte. 

Miró a su hermano, ya recuperada, y se dirigió a la bicicleta, había que continuar. 

Ni siquiera las cartas de tarot de Becca revelaron nada importante en esta ocasión. Todos los cadáveres de las aves que fueron encontrando en aquella carretera parecían ser normales y corrientes, no tenían ni microchips ni nada extraño salvo la forma en la que habían muerto. Lo único que pudieron deducir fue que habían sido atacadas por algún otro grupo de aves diferentes que las había masacrado por completo. ¿Tendría razón Boyd?

Recorrieron lo que quedaba hasta la urbanización donde vivía Dixon con cara triste y apesadumbrada. Y algo frustrados por no haber encontrado ninguna pista que les pudiera ayudar a resolver aquel misterio, y también porque cada cosa nueva que descubrían les hacía pensar que las locas teorías del ornitólogo pudieran estar en lo cierto. 

Finalmente llegaron cerca de la dirección que les había proporcionado Boyd. La casa de Dixon era una de dos plantas construida con ladrillos amarillos y cubierta con tejas rojas. La puerta delantera de la casa parecía cerrada a cal y canto, pero cabía la posibilidad de que, como en las películas, la puerta del jardín trasero fuera más sencilla de abrir, si es que pretendían realizar una segunda misión de infiltración en una casa ajena. El problema era que, de querer hacerlo, tendrían que eludir la vigilancia de un par de vecinos que rondaban por la calle patrullando en bicicleta.

Ni un solo pájaro de los atacantes parecía haber caído en aquella masacre. La frustración fruncía el ceño de Theo y le daba a su rostro un aire serio y concentrado. Pedaleó en silencio hasta parar frente a la casa de Dixon rumiando las palabras que había dicho Cindy. ¿Tenía miedo? No lo había tenido, no al menos hasta ese momento —si obviamos el ataque con el hacha— pero a pesar de toda su resistencia, empezaba a creer que había algo de verdad en los desvaríos del ornitólogo. Pero tal vez esa era la clave para no desesperar, que no todo lo que había dicho tenía por qué ser verdad. Así que cuando se apearon de las bicis delante de la casa de Dixon se volvió hacia su amiga.

—Cindy, no te preocupes, una cosa es que haya pájaros teledirigidos por algún psicópata o que a alguien se le haya ido un experimento de las manos, y otra diferente que se vaya a acabar el mundo. ¡No se va a acabar el mundo! —repitió más que nada para sí mismo con aire cabreado—. Pero si este cabrón y Diane Petersen tienen la culpa y se han largado a París o donde cojones sea, no les vamos a dejar salirse con la suya como si aquí no hubiera pasado nada, ¡ah, no!, ¡ni hablar! —dijo pasando la mirada sobre todos. Que llevaba encima un fuerte cabreo era más que evidente: la idea de Astrid le había parecido la pista que necesitaban para hacerlo público, para tener una sola prueba, y esa posibilidad parecía haberse esfumado.

Cuando su hermana se apeó también, Theo dejó caer la bicicleta en el suelo con idea de ir directo hacia a la puerta principal para llamar al timbre o aporrearla, pero se detuvo al ver a los vecinos circulando por allí.

—¿Qué estarán cotilleando los muy mamones? —refunfuñó, pero después se los quedó observando con atención—. O a lo mejor saben algo de lo que ha pasado, ¿no? —planteó mirando a los demás.

Liam empezaba a sentirse agotado. Tantas horas de correr en una bicicleta sin marchas y cargando con el paquete del desguace y el material rolero le estaba pasando factura*.

Se acercó a rebufo, pedaleando con esfuerzo mientras se limpiaba con la manga su frente perlada por el sudor.

—No sé de qué están hablando, pero quizá alguno de nosotros pueda distraerles mientras el resto se cuela, ¿no? —sugirió—. O podemos fingir que venimos a vender galletas como las Girl Scouts. El problema es que si nos echan la hemos hecho buena.

-Cálmate un poco, Theo, que se te rompe la vena del cuello. Menos mal que has dejado el hacha por ahí. Jajaja.

Ella también estaba mosqueada y frustrada. No hallaron pruebas, o no las había, y sus cartas tampoco le revelaron gran cosa. No sabía my bien porqué, eras esos estados anímicos que iban y venían durante el día, dependiendo de hacia donde soplase el viento. ¿Asustada? Sí, desde luego.

-Algo de miedo sí tengo, Cindy. Pero eso lo hace más emocionante, ¿verdad, chicos? -claro que era verdad- Pero no creo que dependa de nosotros salvar al mundo del caos y destrucción.

No se desanimaba.

Claro que eso molaría, serían unos héroes, recibirían condecoraciones, fiestas en su honor, sus nombres en las bibliotecas y en las niñas y niños recién nacidos. Se le iba la cabeza fantaseando.

Despertó de su nube mirando a la mansión.

-Vaya casoplón. ¡Eh!, no habléis así de Diane, que es prima o tía lejana mía, parecía una mujer simpática. Muy a su rollo. –Lo cierto es que apenas tuvo contacto con ella, aunque su madre, sí.

-¿Galletas? ¿Y dónde están las galletas, Liam? No funcionará. ¿Y si les preguntamos qué patrullan, por qué vigilan la casa?  Podemos preguntar por ese Dixon, seguimos con el cuento del trabajo escolar. Si los entretenemos, quizá Cindy o Astrid puedan colarse.

Se metió un chicle en la boca – También podemos comenzar una pelea, y con el alboroto os coláis. –lanzó un par de puñetazos al aire, y una patada en plan kárate.

-Jajajaja.

Al llegar a la casa de Dixon Cindy pensó en los cuentos ilustrados que tenía de pequeña, los cuales siempre tenían casas similares a la de este señor. Se fijó en los vecinos, cosa que hizo que desconfiara de la zona. Parecían todos compinchados: los vecinos, los pájaros, la tecnología... Volvió a estremecerse. Por una parte maldecía sentirse así, pero por mucho que hacía tiempo que no creía en las palabras de sus padres, su cabeza no paraba de repetirlas una y otra vez. 

"Es cosa del demonio"

"Vas a ir al infierno"

"Hay pecado en cada rincón"

Se estaba mareando. Frenó la bici y escuchó a Theo, que por alguna razón después de todo lo que estaban viviendo el aprecio hacia él había aumentado bastante. - No vamos a permitir que se acabe el mundo...- Dijo saliéndole una media sonrisa. Al fin y al cabo, si el mundo se acababa, se acabaría la música, y eso no lo podía permitir. Además, si era cosa del diablo, mejor: ¡En el infierno seguro que ponían heavy del bueno! 

- ¡Becca!- Exclamó de pronto cuando dijo que ella y Astrid se podían colar. No es que Cindy no quisiera colarse, es que veía más práctico que en el estado extraño que se encontraba, entraran los demás porque ella se sentía como débil y miedosa. - ¿Acaso no ha habido rumores de que tú y yo somos brujas? Bueno, quizás lo tuyo sea verdad pero... ¡Hagamos cosas paganas! Seguro que eso les llamará la atención... ¡Échame las cartas! ¡Hablemos raro, bailemos en ropa interior! Es una lástima que no tengamos velas ni animales muertos... Me da una pereza increíble ir a por palomas ahora.- También le daba miedo y no quería volver a marearse y tener ganas de vomitar.- ¿Quién sabe? Quizás te ganes unas monedillas y todo si alguno de estos quieren saber su futuro. Y si tienen relación con Dixon podemos proclamar sobre pájaros.