Partida Rol por web

Una voz grave, algo cascada quizás por el tabaco, contesta desde el otro lado de la puerta:

- No buscamos un puto video, ladronzuelo de poca monta... Sabía que no debía traerme a un pringao como tú para este trabajo. Pilla el puto contestador y coge las bolsas... Ayúdame hostia, estas latas pesan un cojón...

¿Latas?, joder... eso suena mal...

La llama, algo más preocupada si cabe, sigue esperando en su escondite, para ver cómo siguen desarrollándose los acontecimientos (aunque lo tiene bastante claro) y para intentar ver si puede identificar al tipo que se ha quedado afuera y que habla con pinta de ser el "jefe".

El tipo que está ya en el salón enciende un pitillo y mira hacia un lado:

- Joder, aquí está el chisme.

Coge el contestador automático y de un tirón arranca su cable de la pared, tirando de paso el teléfono al suelo, mientras mantiene el pitillo en los labios.

- Mierda tío, ¿estás pirado o qué? ¡Apaga ese puto cigarro!

Mientras dice esto el de la voz cascada entra en el pasillo y cierra la puerta detrás suyo. La Llama ve ahora a un tipo encorvado, vestido con una trenca pasada de moda y llena de mugre, que cubre su cabezota negra. La clásica estampa del camello de Harlem. En el suelo ha dejado algo que ya intuía la Llama que venía con el kit de macarras a domicilio: varias bolsas en cuyo interior se ven latas... Y el olor a gasolina completa el puzzle.

- Mierda hostia,- repite el negro al macarra - ¡tira ese puto cigarro por la ventana! ¡Joder! ¿Y tenías que tirar el puto teléfono al suelo? ¿Qué cojones entiendes tú por sigilo, mamón de mierda?

- Eh hermano, tranquilo...- el otro le lanza el contestador por el aire mientras coge el pitillo con la otra mano - Soy yo el que ha ido a una escuela de pago... Incluso gané el concurso de deletrar palabras de cuarto. ¿Te lo dije alguna vez? S-I-G-I-L-O... La hostia, que orgullosa estaba mi madre...

- Sí, tu madre también estará orgullosa de ti mañana si no quedamos fritos en esta mierda de piso. No tenemos todo el día...

El negro se agacha para guardar el contestador en una mochila que tiene en el suelo, al lado de las latas.

Aprovechando el momento de distracción del camello, la Llama sale como un rayo de su escondite en el ropero y sin preguntar qué ni quién, intenta golpear al tipejo en la cabeza con su bastón.

La llama abre la puerta del armario dando una patada a la misma. El impacto de la propia puerta empuja al tipo de las latas, que en ese momento guardaba el contestador, contra la pared del pasillo. Al final del proceso ha quedado tumbado en el suelo entre las propias latas, aunque una de ellas se ha abierto y comienza a derramar su contenido por el suelo.

El macarra del salón observa sorprendido a la recién llegada. A su 'pero que coño...' le acompaña un clásico movimiento hacia la zona de atrás del pantalón donde antes la llama vió el perfil de una navaja guardada en el bolsillo. Claro que el cerebro del individuo no es tan completo como para poder coordinar ese movimiento con otro que mantenga el cigarro en su boca... Como si en una película a cámara lenta se tratase los ojos de la Llama siguen el recorrido del cigarro desde la boca del hombre hacia el suelo, hacia el punto justo donde la lata que se derrama está dejando llegar su líquido. El instinto de la heroína hace el resto: hay que saltar inmediatamente para no quedar en el punto central de la deflagración, pero los pensamientos van también a toda velocidad. ¿Saltar hacia el macarra de la navaja, alejándose lo más posible de las latas y la explosión cercana? ¿Saltar hacia el descanso de las escaleras, que dejaría a la Llama como única opción una huída a través del hueco de la escalera? ¿Intentar ayudar al negrata que ahora reposa aturdido encima del polvorín? Son solo segundos, unos breves latidos para tomar una decisión...

La Llama mira a su alrededor, nerviosa. Así no es como esperaba que hubiesen salido las cosas... sin pararse a pensar en remordimientos para con los pandilleros, agarra fuertemente su bastón y lo usa como pértiga para evitar la zona en llamas y llegar lo más cerca posible del rellano de la escalera.

Son segundos. Segundos que pueden cambiar la vida por la muerte. Mientras la Llama flexiona sus piernas y se impulsa con una voltereta hacia atrás no deja de pensar que el que juega con fuego puede quemarse.
En el mismo momento que alcanza el rellano ve como las llamas corren a velocidad infernal hacia las latas. Un nuevo salto la sitúa encima del pasamanos. No pensar. Actuar. El salto al vacío del hueco de las escaleras sería un suicidio para alguien sin entrenamiento pero la heroína gira en el aire para lanzar el enganche de su bastón hacia el pasamano mientras cae a velocidad de vértigo. El cable de acero le permite balancearse y detener su caida cerca del suelo, muy cerca del suelo. En lo alto una explosión hace temblar el edificio...

Posada en el suelo la Llama recupera el enganche del bastón, intentando hacerse cargo de la situación: ahora está en el portal del edificio. Las llamas se encuentran en lo más alto, en el cuarto piso. La puerta de la calle está ante ella, pero hay otras dos puertas en el pasillo - posiblemente alguna conduzca hacia la calle trasera. Pero ¿habrá gente inocente atrapada en las llamas de arriba? Nadie salió en el momento de los golpes pero ¿quería decir eso que no había nadie en los pisos contiguos?

Sin pensárselo dos veces, la Llama vuelve a subir las escaleras, esta vez a pie, hacia el rellano donde se ha producido la explosión. Los músculos se resienten por la tensión del momento y el esfuerzo de la caída, pero para la vigilante no es importante, sabe que debe llegar arriba lo más rápidamente posible.

Busca a su alrededor señales de vida, vidas a las que salvar, pues, al fin y al cabo, la explosión es prácticamente su culpa y no puede quitárselo de la cabeza. Desesperada, aguza su vista y su oído para detectar cualquier indicio de que alguien necesite su ayuda. Este era el trabajo de un vigilante, según lo veía ella. El resto, las investigaciones, la persecución a los que son como ella, los grupos mercenarios, los periodistas, todo el resto de cosas que hasta hace unos minutos eran el motor de sus acciones y pensamientos, pasaban ahora a ser cosas futiles, casi sin importancia. Había que intentar salvar vidas y ahí estaba ella para hacerlo.

La Llama sube rápidamente por las escaleras. El edificio está ardiendo y puede haber inocentes atrapados. Mientras sube las escaleras esquiva a algunos vecinos de las plantas primera y segunda que, alertados por la explosión, corren ahora para abandonar el edificio. Ninguno parece necesitar ayuda.

Pero entonces los ojos de la heroína vislumbran a alguien atrapado: en la última planta una anciana está al otro lado de las llamas, mirando aterrada al fuego que la separa de las escaleras... Sin pensarlo dos veces la llama lanza su garfio hacia el techo del inmueble y pulsa después el botón de recogida para que el impulso la lleve hacia arriba. La anciana todavía se está reponiendo del susto de las llamas como para percatarse de la presencia de una joven embutida en cuero a su lado. Sin mediar palabra la Llama agarra a la vieja por la cintura y musita una oración pidiendo que el corazón de la señora aguante la tensión de una bajada por el cable. La vieja está tan alucinada por todo lo que sucede a su alrededor que casi se diría que no sabe lo que pasa.

Finalmente la Llama deposita a la anciana en el portal. La gente aterrada sale por la puerta, pero alguien se hace cargo de la señora... En medio del caos parece que nadie tiene tiempo de fijarse en la extraña vestimenta de la Llama Negra...

Rápidamente, tal y como apareció, la Llama Negra se escabulle entre la gente y desaparece entre las sombras del callejón. Una vez a resguardo, se para unos segundos a comprobar si ha sufrido alguna quemadura o su traje ha resistido bien el calor del incendio. Al momento, la Llama intenta subir a la terraza de algún edificio cercano para, desde arriba, poder vigilar la zona en previsión de novedades.

Afortunadamente para ella la Llama nota que su traje no ha sufrido ninguna quemadura. Su traje... ¡el traje! El traje de civil sigue en esa terraza... Las Llamas parecen extenderse en la zona superior. A lo lejos se escuchan sirenas.

mierda... menos mal que hoy no he ido al despacho y no me he cogido el traje bueno...

La Llama trepó a lo alto del tejado del edificio del al lado. Desde su posición ventajosa veía como el fuego iba subiendo mientras los bomberos llegaban por la calle. Le quedaba como única satisfacción el comprobar que las llamas ya se habían cargado también las tuberías de la terraza donde estaba su traje.

Sus ojos expertos recorrieron al escena intentando vislumbrar algo fuera de lo normal... Sus ojos recorrieron las terrazas hasta que, repentinamente, se posaron en los de otro observador que se encontraba al otro lado de la calle, en otra terraza. Un tipo alto, fuerte, vestido con un chaleco con múltiples bolsillos y con el pelo moreno rapado casi al uno. Podría ser un mirón, pero el hecho de que en su mano llevase un enorme walki talkie por el que parecía estar dando algún tipo de información lo desvinculaban de la posibilidad de ser un espectador casual.

La Llama observa desde la ventaja que le dan las alturas, el devenir del incendio, atraida inevitablemente por la belleza de las llamas.

Luego, volviendo en si, se fija en si en el callejón hay algún vehículo sospechoso que pudiera ser en el que se desplazaron esos tipejos o aquel que se mencionaba en un mensaje.

De repente, la Llama depara en la presencia del extraño hombre del walki-talki. Instintivamente se agacha para no revelar su posición e, intuyendo que el tipejo en cuestión no puede ser un simple mirón, intenta acceder a donde se encuentra, siempre intentando pasar desapercibida.

La Llama toma nota de la situación. El individuo se encuentra en un edificio al otro lado de la calle, con sus ojos fijos en el incendio. De vez en cuando, sin embargo, echa un vistazo a su alrededor como si esperase ver llegar alguien o algo. Hay una posibilidad de cruzar la carretera usando el garfio de su bastón para engancharse en el mastil de una bandera de un edificio del centro, balancearse y llegar hasta la misma azotea donde estaba el tipo. El movimiento no es difícil, pero hay una posibilidad de ser vista antes de llegar a una posición donde poder ocultarse de nuevo tras un contenedor de agua que había en esa azotea. Si el tipo va armado y la ve eso podría ser un problema serio...

Sopesando las posibilidades, la Llama se da cuenta de que si quiere ver quien es el tipo del walkie deberá saltar y llegar donde se encuentra. Para ello prepara su garfio con cuerda y espera a que, en la calle haya cualquier distracción que atraiga la atención del hombre, para saltar y tener más posibilidades de pasar desapercibida para él.

Una nueva explosión - quizás una bombona de gas - reaviva el fuego con un estruendo. Es la ocasión. Sin pensárselo dos veces la Llama corre, flexiona sus músculos y se lanza al vacío en un salto imposible. Su mano derecha se extiende y del bastón sale el garfio que se agarra al banderín. La heroína realiza un excelente trazado por el aire que finaliza posándose al otro lado en el contenedor de agua. ¡Pero el tipo, en el último instante, se da la vuelta! Su mano izquierda sigue con el walkie en la mano, pero la derecha desaparece bajo el chaleco ¡sin duda para coger un arma!