Partida Rol por web

Gafas.

Gafas de sol. Necesitaba unas. A David le encantaba conducir llevando unas, y con el tiempo se había convertido en una rutina, y esta, en una necesidad. Conducir La Cucaracha sin unas sobre las orejas y la nariz se le había antojado algo vagamente extraño, pero ni se molestó en buscar unas por el coche. Miedo tenía de lo que podía encontrarse ahí, la verdad, y eso era bastante decir por parte de David. Conociendo a Lew, podía tener cualquier cosa metida en ese coche. Cualquier cosa. Incluso a su hija Clare, la verdad. Y esa posibilidad no suponía un alivio, pues la posibilidad de encontrarse a la pequeña amordazaba y atada en el maletero de un coche monstruoso y siervo de alguien como Lew no le hacía ninguna gracia. Joder, es casi le entraban ganas de mirar, aunque fuese absurdo.

Sonrió al ver a las crías mientras buscaba, a la torera, una tienducha abierta que las vendiese, aunque no fuesen de marca y valiesen diez dólares. El aeropuerto tenía que tener alguna tienda de regalos, por supuesto. Pero lo primero era lo primero. Ignorando a las crías cuyas bragas pudiesen convertirse en aire al acercarse un metro, hizo la cola los mostradores de la aerolínea. El único gesto fue levantarles el pulgar y esbozar una media sonrisa, cual escritor satisfecho de tener fans y no un hombre satisfecho de ser, de forma justa o no, objeto de atención.

- Necesito información- atinó a decir serio pero sin perder el semblante de calma y paciencia mientras entrelazaba los dedos sobre la superficie que separaba a David de su interlocutor-. Me llamo David Stanford, y mi hija, Clare, tuvo que llegar ayer por la tarde, o por la noche, en un vuelo. Su avión salía del aeropuerto sobre las doce del mediodía. Se llama Clare- repitió-. Clare Stanford Duchovny.

Y con esas, esperó. No dejaba de rezar en su fuero interno a un Dios en quien no creía para que su maldito teléfono móvil sonase y alguien llamase diciendo que su puñetera hija había aparecido, pero lo sabía poco probable. Se esperaba tener que mover el cielo y la tierra durante todo el santo día, y ese paso llegaría tarde a la cena y sin hija, lo cual le sentaría peor que una de tantas patadas en los testículos.

Joder, es que tiene que aparecer. Me lo debes, cabronazo.

Cuando hablas con un Dios cuya existencia crees imposible, sabes ha llegado el punto en el que, por puro nerviosismo, hablas con algo imaginario con el único objetivo de mantenerte ocupado y conservar un hilo al que aferrarte. Acabaría reventando media ciudad si de verdad de había pasado algo a su hija.

Becca desapareció una noche. Apareció al amanecer, confesando que se había ido a dormir con un chico. Para entonces su padre se había fumado tres paquetes de tabaco y se había bebido una botella de whisky. Tuvo que comprar otro coche, pues el suyo apareció estampado contra una palmera cerca de la playa. Una hora después le detuvieron por agresión a un policía. A los dos días, su hija le llamó mal padre por arrearle un puñetazo al presuntamente afortunado chico.

Y aquello, a sabiendas de que debía ser algo así. Siendo su hija la mayor, siendo en aquellas circunstancias. David acabaría inmolándose como un kamikaze, y si bien su estela prometía salir en las noticias, probablemente acabase dejando un reguero de caos típico en él. Dos días. Se pronosticaba dos días con su hija en búsqueda y captura para que, al final de todo, fuese cual fuese el desenlace, tuviese que huir a esconderse de su gente a Los Ángeles, durante, como mínimo, seis meses.

Con algo más de tranquilidad Ulysses se dedicó a pasear la linterna por la zona. No parecía haber más pistas sobre el origen del fantasma que la grabadora y las pisadas. Estas eran irregulares, grabadas en las zonas en las que la tierra estaba más blanda. Eran bastante grandes, propias de una bota de agua como las que el propio trabajador se ponía a veces para pasear los túneles más humedos. Ahora que lo pensaba eran bastantes similares a sus huellas, pero el hombre podía tener la certeza de que no eran suyas. Y es que en Nueva York pasaban muchas cosas raras, pero Ulysses no tenía hermanos y dudaba que le hubiese surgido un clon del aire en mitad de la oscuridad.

Forzando sus ojos, bastante más gastados que en su juventud, pudo ver como las pisadas, aunque intermitentes, llevaban a una escalerilla de emergencia que subía hacía la superficie. Esta claro que el dueño de aquella grabadora se había escapado deprisa y corriendo por allí, pues las varas que servían como escalón tenían alguna mancha de barro reciente. Lo cierto es que no conseguía recordar aquella subida de emergencia, y no era capaz de localizar en que punto de la ciudad estaría.

Si quería comprobarlo, tendría que subir un momento. Estaba en horario de trabajo pero, a decir verdad...¿quién iba a enterarse? Hacía tiempo que nadie vigilaba al afroamericano, y él era el único encargado a su vez de vigilar los tuneles.

El pequeño grupo de fans de David soltó un pequeño griterío de emoción que causó que una pareja de ancianos se quedase mirando aquella bomba explosiva de hormonas mientras el escritor se ponía a la cola. Si no le fallaba la memoria, su hija solía viajar con Boston Airlines. El escaparate de una de las tiendas cercanas mostraba unas cuantas gafas de sol en exposición tentando al hombre para que abandonase la fila. Pero lo primero era lo primero y era su hija. Tendría tiempo de comprarlas cuando tuviese que volver a la Cucaracha.

Pasó un buen rato oyendo las quejas de aquellos delante de él. Retrasos, perdidas de equipaje...parecía que la aerolínea había tenido una semana movidita. Por fin una maruja y su quejumbroso chigüagüa abandonaron el lugar con una jugosa devolución del importe del billete y llegó su turno. Un chico con pintas estiradas estaba a punto de responder a David que la privacidad de datos y el protocolo de la aerolínea prohibía expresamente comunicar ese tipo de información a cualquiera sin una orden de registro judicial cuando una azafata con americana azul marino y pañuelo a rayas blancas y rojas le placó sutilmente como un jugador de rugby profesional para colocarse justo enfrente del escritor con una sonrisa de oreja a oreja.

- ¡David Stanford! ¡Soy una fan de sus libros! con más bien poca sutileza, saca un ejemplar algo destrozado por los largos viajes en un bolso. Curiosamente, Living in a hell. Bastante acorde con el sentimiento del escritor en aquellos momentos.

El chico le dedicó una profunda mirada de odio a su compañera antes de dedicarse a atender con cara de aburrimiento al siguiente de la cola. La chica (una tal Adele, por lo que rezaba en su placa de identificación) pasó a mirar a David con algo de vergüenza aunque manteniendo la sonrisa, y abrió la tapa para dejar a la vista la primera hoja en blanco.

- Solo necesito que me firme este documento. dejó caer con la sutileza que ya había demostrado en el placaje de su compañero, antes de ponerse a teclear con ese ritmo frenético que solo tienen los adolescentes y los trabajadores de oficina. David no estaba muy al tanto de aquellos temas, pero la chica estuvo un buen rato esquivando protocolos y buscándole las cosquillas al programa para conseguir comprobar la información que David pedía sin los datos suficientes. ¡Bien!- acabó exclamando, con satisfacción. Clare Duchovny efectuó un vuelo desde Boston con el código AR9087 a las 12:43. El avión tuvo un leve retraso y aterrizó a las 15:27. Alzó la vista hacía el escritor, preguntando con la mirada si requería algún dato más que pudiera proporcionarle. El equipaje figura como recogido en esta misma ciudad. ¿Puedo ayudarle con alguna cosa más?

Take that, madakafa.

David Stanford, como un niño pequeño que finge sin éxito no emocionarse por poder bajar al parque, esbozó una sonrisa tímida, balanceando los pies en el sitio, y por tanto, sacudiéndole el trasero. Sí, sí, y sí. Luego decía la gente que no era importante ser conocido, que con el buen hacer se llega a todas partes. ¿Con buen hacer? Y una polla. A todas partes se llegaba si tienes lo que hay que tener para caminar sobre el fuego y tragarte las quemaduras.

No sin echar un último ojo a las Ray Ban tras el expositor del escaparate, importándole poco si eran auténticas o una burda imitación, se dispuso a hablarle a la chica. Poco importaba su aspecto, físico, pues toda azafata o recepcionista que se precie tiene algo de atractivo, a expensas del canon. Y, para más seña, su buen gusto para la ropa y la filosofía la avalaban. Ese aire de mujer viva que sabe mantener un espíritu alegre pero unos ojos capaces de leer algo tan duro como Living in a Hell y amarlo le encantaba. Era el modelo de fan que le gustaba tener, la verdad.

No le sorprendió la noticia. Se lo esperaba. Ahora sólo habría que descubrir el por qué. La radio podría decirle, como creía que ya había hecho, las zonas de compras que colapsaban el día. Si su hija había acudido a algún sitio a comprar alguna sorpresa, seguramente sería por ahí, como cualquier turista. Sino, esperaba que no fuese un chico, o algo mucho peor. Sea como fuere, ya estaba constatado. Su hija estaba desaparecida. La siguiente parada sería la comisaría. Puta mierda de suerte, y de vida. A este paso su siguiente libro sería el más vendido y jodido.

- Halagas a este pobre viejo- dijo con su aire de resignación soñadora, como si le alegrase y se sintiese mal al mismo tiempo por los gustos narrativos de la chica, algo muy acorde a lo que escribía-, Adele- añadió, en un vano intento por hacerla sentir importante, ya que se había fijado en su nombre-. Pero me temo que no, todo lo demás que pudiera pedirte sería ilegal- esbozó una sonrisa de oreja a oreja, pues si bien pensaba en las cámaras de seguridad estaba claro que su fama de delitos en fusión con su estilo de vida hacían de aquella frase una delicia.

Y con esas, firmó en el libro, dispuesto a largarse de allí rumbo a la comisaría.

Thanks for your help and kindness,

                                                                  Firma

Enjoy de apples, Adele.

Y con esas, giró el libro, devolviéndoselo tal cual estaba a la chica. Su frase de epílogo era una referencia bíblica, como tantas otras que habían en su obra. No en vano, todo ateo misántropo se sentía más que tentado de meterse con algo sólo vivo en la mente de los hombres, enervando a los mismos.

Estaba apunto de largarse, pillar las Ray Ban, y volver a La Cucaracha, pero entonces, se le ocurrió. Había dado un par de pasos para alejarse, todo sea dicho, mientras la chica probablemente leía la dedicatoria.

- Si fueses mi hija, ¿adónde habrías ido?- preguntó en un tono a medio camino entre el teatro y la expectación, a sabiendas de que, si bien probablemente no le sirviese de nada, más valía probar, y sería interesante oír la respuesta. Sabía que olvidaría a aquella chica si su hija no aparecía, algo que se negaba a creer, pero si su ayuda ya prestada le servía para encontrarla... volvería allí con un jodido ramo de flores como ofrenda por su incalculable favor.

La imagen tras la puerta de Asthon era bastante dantesca... por describirla con alguna palabra. El despacho parecía recién remodelado, una alfombra de piel de tigre en el suelo, un gran cuadro de Warhol en la pared detrás de una mesa estilo victoriano llena de papeles y un Mac en el medio. En el resto de paredes varias obras de arte de aspecto caro pero sin conexión ninguna.

Pero todo ello era prácticamente para Violet ya que detrás de la mesa se encontraba Asthon sentado sobre una butaca de piel. Llevaba un chandal Nike negro impoluto, el pelo perfectamente peinado y bajo la mesa victoriana asomaban unos zapatos Luis Vuitton.

Hola Violet, te estaba esperando... comenzó a decir mirando a la joven cuando de pronto el teléfono comenzó a sonar. Aqui Asthon García. Espera un momento Violet, ahora estoy contigo. Por un momento la cara del dueño del local parecía ponerse más y más roja. ¿Que soy? ¿una puta secretaria? las entradas aun no han salido de mi despacho, normal que no os hayan llegado. dijo al tiempo que miraba un montón de sobres. Si, tengo una puñetera invitación para tu puta inmobiliaria... 

El teléfono solo dio un tono cuando al otro lado se pudo oír la voz de un hombre. Aquí Asthon García. Espera un momento Violet, ahora estoy contigo. Acto seguido Nathaniel comenzó a hablar mientras al otro lado había un absoluto silencio. Para cuando terminó su explicación oyó como al otro lado la misma voz en un tono algo mas alto respondía no de demasiado buen humor. ¿Que soy? ¿una puta secretaria? las entradas aun no han salido de mi despacho, normal que no os hayan llegado. Y tras una nueva pausa más corta. Si, tengo una puñetera invitación para tu puta inmobiliaria...

Sin duda Nathaniel había sido cogido por sorpresa por esta reacción, pero en la voz del señor García se veía que su enfado venía mayormente por el hecho de que sus invitaciones seguían en el despacho a aquellas alturas.

Una pequeña risa se oyó al otro lado del teléfono Yo espero que no me haya malinterpretado señor Rogers, es obvio que conocemos los costes de una investigación privada. En el momento en que acepte el trabajo recibirá una transferencia bancaria por el importe correspondiente y el resto al finalizar el trabajo.  Por un momento Rick pudo escuchar como se movían un montón de papeles al otro lado.

Aun así me preocupa que esto pueda sobrepasarle, usted trabaja solo según los datos que tengo ante mi y como ya le he dicho tengo un gran interés en que esto se resuelva. Confío en su buen juicio para esto, pero como cliente le advierto sobre la dificultad del caso.

El muchacho de policía pestañeó un segundo al oír la respuesta del agente. por primera vez desde que había empezado la conversación miró a Thomas a la cara, después mirando lo que había escrito salió como una bala al interior del almacén sin decir ni una palabra. Diez minutos más tarde el muchacho volvió con una caja en las manos.

Siento el retraso dijo con voz cortada y la cara pálida. Esto es todo lo que hay. no tiene ninguna referencia y esta un tanto desordenado dijo al abrir la caja y mostrar un montón de papeles superpuestos. Por favor, no le ponga ninguna queja a mi superior, pensé que era algún guardia de trafico que venía a molestar a primera hora. No es normal ver a alguien de su categoría a estas horas en evidencias.

El despacho de su jefe podía definirse, al menos, como ecléctico. Un gran cuadro estilo Pop Art presidía la sala, llenando la habitación de color. Varias obras más vestían las paredes aunque Violet no le prestó atención a ninguna, sólo tenía ojos para la mejor pieza de arte que había en aquel despacho: Aquel adonis de pelo engominado que la miraba con ojos altivos y penetrantes. 

Hola Violet, te estaba esperando... -¡Qué voz!¡Qué rostro!¡Qué cuerpo!¡Qué po... pose!

Violet tomó aire y preparó su mirada más sensual. Estaban los dos solo, era el momento perfecto. Aquel iba a ser el saludo más seductor que cualquier humano pudiera ver. La muchacha llevaba semanas prácticandolo frente al espejo y más de una vez había acabado besando apasionadamente su propio reflejo enamorada de su propio encanto. 

Pero el teléfono hizo trizas aquel momento sonando de manera impertinente. El Saludo del Siglo se quedó en una cándida sonrisa y un gesto de su mano derecha. La tupida alfombra de tigre tendría que esperar para cobijar aquellos dos cuerpos sudorosos y extasiados. 

Violet deslizó las yemas de sus dedos por la suave y cálida madera del escritorio. Asthon no había escatimado en gastos, Electrosand contaría con las mejores instalaciones y con el mejor personal. 

El tono de voz de su jefe aumentó súbitamente. Su interlocutor había conseguido enfadarlo. Violet rodeó el escritorio y se situó detrás de su jefe. Con gesto protector, depositó sus manos en los hombros del joven y comenzó a masajearlos para intentar aliviar la tensión provocada por el enfado. 

Podía percibir la desarrollada musculatura de Asthon a través del fino chandal. Para Violet, cualquier otro hombre con una vestimenta similar podía ser calificado como chabacano como mínimo, pero, a sus ojos, Asthon conseguía convertir cualquier prenda en una pieza de moda única. 

Qué ciego es, en ocasiones, el amor...

cortado

Vaya, tranquilicémonos, le veo agobiado ¿tiene problemas con la mensajería?¿Que ha pasado?

Joder, este está jodido...

Podría  poner a sus porteros con la lista de invitados, y llamar por teléfono para "invitar" a la gente... Aunque claro tiene que complicarse mandando una bonita invitación. Estúpidos formalismos... Puede que si se lo digo se sienta insultado

¿¿No tendré que ir a recogerlo?? 

Thomas miró de reojo al chaval mientras cogía la caja con las poca información al respecto. Por un momento se acordó de un crío hacía ya más de treinta años, tembloroso al hablar con sus superiores y casi -sólo casi- se compadeció del novato que estaba delante suyo.

-No tengo tiempo que perder en hacer de policía dentro de la policía...-miró fijamente al chaval para dejarle claro un par de cosas antes de marchar- pero acuérdate lo que pone en tu placa: "Proteger y Servir". En estos momentos tu tarea para cumplirlo es ayudar a todos los que pasen por aquí, sean inspectores de tráfico despistados o inspectores que siguen haciendo su trabajo desde primera hora de la mañana. No te olvides de eso y nos llevaremos muy bien.- dijo con una breve contracción en un lateral del labio. En Thomas eso era una sonrisa.

Tras terminar de rellenar los formularios pertinentes salió de evidencias para volver a su despacho, no necesitaría café por el momento y tenía trabajo por delante poniendo algo de orden a todo eso y enterándose un poco de qué iba el asunto y cotejarlo con el dossier misterioso. Seguramente aquello le llevara un buen rato, pero creía que podría finiquitar un primer vistazo en profundidad para ir al archivo de comisaría más tarde para más referencias cruzadas.

Se agachó y tomó la grabadora en su mano. La sacudió un poco para quitarle las gotas de agua que manchaban la parte trasera de la misma y pulsó el botón de "STOP". Realmente era un objeto caro, se notaba en la calidad de los materiales y en su peso y diseño. Quien quiera que la hubiese perdido seguramente querría recuperarla, y estaba seguro de que su dueño pronto la echaría de menos y volvería a por ella. Se la guardó en el bolsillo de su chaquetón con idea de escuchar el contenido de la grabación en su rato de descanso y se acercó hasta la escalera de pates.

Esto...esto... qué hace esta escalera aquí? Si pillé la tercera salida del túnel, debería estar en el andén de la linea 8 bajo Pressident St, y esta escalera... o fue la segunda salida? ¿Dónde coño estoy? ¿Qué está sucediendo aquí?

Estaba hiperventilando. Empezó a marearse inducido por una mezcla de miedo, desorientación, sudor frío y oscuridad. Tuvo que agarrarse a uno de los pates de la escalera para no caer al suelo y cuando recuperó un poco el control de sí mismo con una respiración larga y pausada levantó la cabeza hacia arriba y vio como la escalera se perdía en la oscuridad. Su linterna no acertaba a iluminar el final de aquella misteriosa salida y, con manos temblorosas pero sin otra opción posible, inició su lenta ascensión hacia lo desconocido

El miedo había desorientado a Ulysses, que se alegró enormemente de ver la cálida luz del sol pese al frio que hacía. Estaba en callejón un pequeño solar cercano a una obra, a juzgar por los enormes contenedores para cascotes y carretes de cable de cobre. Sin embargo, allí no había nadie. Los momentos de duda del hombre le habían dado tiempo suficiente a su fantasma para huir. Podía incluso ver las huellas de barro, que desaparecían poco a poco cuando las botas fueron perdiendo la humedad del tunel.

A juzgar por la velocidad que había tomado, era dificil saber quién se había asustado más, si Ulysses o el extraño.

Sin embargo Ulysses no estaba tan perdido como creía. Pudo sentir, casi como el cántico de los dioses, como la tierra vibraba anunciando que un metro pasaba en la cercanía. No podía saberlo, pero tenía que ser la línea 8. Al fin y al cabo ¿Cuando se había perdido Ulysses bajo tierra? En ese caso estaba bastante cerca de Harlem, su hogar.

Pero...¿que hacer? ¿volver a su minúscula oficina para esperar que alguien reclamase aquel objeto? Parecía poco probable que el fantasma fuese a volver rápido después de aquella huida frenética. También podría escuchar la grabación pero nada le aseguraba a Ulysses que allí hubiese grabado algo lo bastante identificativo para encontrar a su dueño. La opción más honesta sería dejarla descansar en objetos perdidos...

Agradeciendo en su calva el poco sol que entraba en el callejón, se sacudió las manos llenas del polvo de los pates de la escalera e intentó poner un poco de orden en todo aquello. Estaba sólo en aquel callejón, ante sí un par de huellas húmedas que desaparecían poco a poco en la nada... No le apetecía mucho volver a meterse en el túnel por aquella misteriosa entrada, y optó por salir del callejón y buscar la boca de la estación de metro...o mejor aún, se sentaría un rato en el parque cercano e intentaría poner en marcha la grabadora. "Sí, eso haré. Y luego volveré a la estación y la dejaré en objetos perdidos..."

Se disponía a salir de allí pero en el último momento cambió de parecer y se acercó a los enormes rollos de cable por si allí podía haber alguien escondido o por si le daba alguna pista acerca del misterioso visitante.

No había nada detrás de aquellos rollos de cable...salvo un gato callejero, que clavó sus ojos bicolor en Ulysses. El animal se quedó allí unos segundos mirando al hombre, antes de largarse de allí con total parsimonia. No parecía asustarle ni inquietarle lo más mínimo la presencia del afromericano, a decir verdad.

Quizás aquel animal supiese donde había marchado el fantasma de Ulyses pero dudaba mucho de la fiabilidad de preguntarle a un gato. Un momento...¿En serio se estaba planteando aquello? A lo mejor había llegado la hora de sentarse en un parque y darse un respiro...y de paso, escuchar que había en aquella grabadora.

Tras el relajante baño, Kate se sentía como nueva, la espuma y el agua siempre se encargaban de eliminarle el estrés y ya si lo acompañaba con buena música el efecto se multiplicaba. Ya había olvidado por completo el trabajo, por una vez, y también había olvidado la carta misteriosa de Jack. Su única preocupación en esos momentos era saber que ropa se debería poner para ir aquella noche al Datboka.

Con una toalla en la cabeza cubriéndole el pelo y otra toalla enroscada alrededor del cuerpo se miraba en el espejo de su cuarto dudando entre un vestido verde esmeralda algo provocativo o un simple pero elegante conjunto. No se arreglaba por Scott, y de ser en cualquier otro lado ni se hubiera preocupado por su apariencia, pero habían quedado en un lujoso restaurante y no quería desentonar. Además, eran pocas las veces que tenía la ocasión de ponerse guapa y quería sentirse atractiva por una vez. Alejarse del aspecto desaliñado y cansado de la horas y horas de cafeteras junto al ordenador en su mesa de trabajo, de las carreras interminables de un metro a otro, de las caras de sueño a las 2 de la mañana mientras continuaba trabajando. Por una vez quería ir guapa, arreglada y, ¿por qué no?, quería ir sexy.

Creyó haber elegido el vestido correcto y lo dejó sobre la cama. Después volvió al baño y se quitó la toalla de la cabeza, pasó la mano por su pelo rubio y lo movió de un lado a otro para elegir como iría peinada. No quería estar toda la noche preocupada por su flequillo y con esa manía suya de recolocárselo cada poco. Así que pensó que lo mejor sería llevar el pelo recogido y la frente despejada. Primero estuvo un rato con el secador hasta que su melena quedó completamente seca y después comenzó a peinarse. Se hizo una raya a la izquierda y echó todo su pelo hacía el lado contrario de modo que pudiera llegar a recogerlo en una coleta y quedara lo suficientemente alisado. Se echó laca para mantener el peinado y que no le hiciera falta llevar horquillas. Afortunadamente su melena era suficientemente larga para ello.

Después tocaba el largo y complejo proceso para arreglarse que dedicaba una chica a estar guapa. Se pintó los ojos con un color especialmente oscuro que resaltaba su mirada haciendo contraste con su cabello rubio y se maquilló durante un rato. Cuando estuvo lista se depiló, se pintó las uñas y después volvió con la misma toalla enrollada al cuerpo para elegir el vestido. Probó el que había seleccionado antes, pero no le gustó como le quedaba con el peinado así que decidió cambiar. Buscando en su fondo de armario al final encontró uno con escote palabra de honor de color crema y recordó que tenía unos zapatos que le harían juego. Buscó en su baúl y los encontró en una caja. Se los probó, se miró en el espejo y se sintió perfecta. Como los zapatos eran abiertos, también se pintó las uñas de los pies y finalmente se encontró lista. Iba con el tiempo justo pero se sentía muy guapa. Cogió una elegante gabardina que tenía de un color claro que pegaba con el vestido y llamó por teléfono a un taxi. Mientras esperaba a que llegara se miró nuevamente en el espejo y asintió conforme. Cogió el bolso y se aseguró de que el tabaco, el móvil, la cartera y todo lo necesario estuviera dentro. Cuando el taxi llegó ella ya estaba abajo esperando.

Se dirigió tranquilamente hacia el parque, aunque observando de cuando en cuando a su alrededor por si descubría a alguien que estuviese pendiente de sus movimientos. no quería llevarse otra sorpresa esa mañana, ya había tenido bastante... Buscó un banco tranquilo, entre y sol y sombra, con la espalda a cubierto para evitar ser sorprendido por alguien que viniese desde atrás y se dispuso a escuchar lo que quiera que había registrado en aquella grabadora.

La sacó del bolsillo, la volvió a observar por si algo le había pasado inadvertido hasta ahora ("quizá tenga algo escrito en la pegatina de la cinta...") y pulsó el botón PLAY...