Partida Rol por web

Las cosas se ponían feas, y aunque no convenía dar la espalda a lo que ocurría, en el japonés teníamos también a un enemigo. Me abalancé sobre él, intentando que no cogiese de nuevo el espejo para poder darles a Irina, Leroy o Flora la oportunidad de hacerse con él e intentar destruírlo.

El monstruoso engendro es quien toma la iniciativa. Mueve sus zarcillos nervioso, y sentís como si la realidad, vuestro plano de existencia vibrara desintonizádose. Entonces, una de las extremidades translúcidas sale disparada hacia el Profesor Ezekiel Brush, que le sorprende desprevenido y fuera del núcleo del combate. El tentáculo se le adhiere en la espalda con una fuerza tal, que lo levanta un par de metros del suelo. El tentáculo translúcido se torna ahora más opaco debido a la sangre que absorbe del profesor.

Mientras esta escena se desarrolla sobre vuestras cabezas, el japonés grita algo en su propio idioma. Algo lleno de rabia y odio. Mete la mano entre sus ropas y saca un revólver, que no duda en dirigir hacia su rival más cercano, Leroy, y apretar el gatillo. Un destello ilumina el callejón y una bala cruza la escasa distancia que separa ambos contendientes para hacer una herida en el muslo del arqueólogo, que se lleva las manos allí a la vez que aprueta la mandíbula.

Justo después, la criatura suelta al Prof. Ezekiel Brush, que cae al suelo cerca de Irina.

Me quedo mirando el espejo, sin un rasguño, tirado en el suelo. "¡Lo sabía! Sabía que no iba a ser tan simple como tirarlo al suelo o romperlo con un martillo...", me quedo ensimismado pensando en las palabras de mi amigo muerto. Él ya lo habría intentado. "No, hay que usar otra táctica, algo que bloquee el portal, o lo que sea que se suponga que es, o bien, enterrarlo en la fosa más profunda del planeta. Quizás fundir plomo encima de la superficie del espejo y dejar que se enfríe... aunque todo el espejo sea uno, está claro que esa cosa, que apenas conseguimos ver y que nos está atacando, lo hace a través del cristal y no de la montura". Gracias a mi discurso mental privado consigo que me peguen un tiro en la pierna, que me devuelve a la realidad inmediata.

-¡¡Será cabrón, maldito mono amarillo!!- la ira y la adrenalina hacen que, a pesar del dolor atroz de la bala en mi pierna y del borbotón de sangre que emana de mi herida, consiga abalanzarme sobre el tipo y golpearle en plena cara para arrebatarle la puñetera arma de fuego.

El derechazo de Leroy pilla desprevenido al tipo asiático y lo encaja con un gemido de dolor a la vez que gira el rostro. A pesar de ello, retorna la mirada a su adversario en primera línea, el arqueólogo, con su rostro escupiendo sangre por la fosa nasal y la lluvia salpicando sus ojos rasgados. Una media sonrisa sarcástica deja claro que este tipo es una máquina de matar y no se dará por vencido, pero no espera lo que le viene por la espalda. Flora, silenciosa, se ha acercado por la retaguardia y golpea con ambas manos al tipo en la nuca con todas sus fuerzas, lo que le hace trastabillar unos pasos hacia delante.

El profesor aprovecha la distarcción para zancadillearle, y hacerle caer al suelo. Mientras tanto, Irina aprovecha para recoger el espejo del suelo, que sigue intacto e imperturbable a toda la rabia depositada en querer destruirlo.

Haber estado a punto de morir da otra perspectiva a las prioridades. A pesar de haberle hecho la zancadilla al japonés, me encuentro débil y algo mareado por la pérdida de sangre. Ahora sí puedo entender cómo ese ser del averno dejaba secas a las personas que tenían la desgracia de encontrárselo. 

Me apoyé en el suelo, intentando ponerme de pie como pude. Irina estaba cerca con el espejo, pero yo debía apartarme de esa criatura y ayudar a vencerla como fuese. Aunque me costase la vida.

-¡Irina! ¡Intenta romper el espejo como sea! -quizás si Leroy consigue arrebatarle la pistola pudiese dispararle un tiro al cristal. En la isla al destruír el libro, la criatura fue vencida. Estaba convencido de que la rotura del objeto con el que estaba asociada la criatura la mataría.

Me dirigí hacia el japonés para ayudar a Leroy a quitarle el arma, dos contra uno en este caso sí era ventajoso.

La sangre del japonés ha manchado el suelo al caer. Sangre que chapotea con la lluvia que cae. Arriba, la criatura bulbosa y tentacular se asemeja a una nube demoníaca, en unas zonas más nítida que en otras. Ahora, varios de esos tentáculos acabados en garras descienden como relámpagos y se clavan en la espalda del japonés, que se tensa en un gesto de dolor extremo. Es levantado por los aires mientras grita sin control y lanzado de nuevo al suelo. Las garras de los tentáculos gotean sangre, y el japonés, que al levantarse torpemente, parece gravemente herido a juzgar por estar cubierto de sangre y el temblor de su mano al levantar el arma contra Irina, ya que se ha percatado de sus intenciones.

¡Bang!

El revólver escupe plomo y atraviesa el muslo derecho de la charlatana, que cae al suelo con el espejo todavía en la mano.

El cañón humeante hace esbozar una sangrienta sonrisa al tipo amarillo, que se ve interceptado por Flora, que pretende empujarle para hacerle caer sin conseguirlo.

-¡NOOO!- grito al ver, como a cámara lenta, el japonés dispara de nuevo, esta vez hacia Irina, alcanzándole en la pierna a ella también. "Hay que quitarle esa maldita arma ya!" decido mentalmente. Así que, a pesar del dolor procedente de mi herida, consigo encontrar fuerzas para coger el brazo del nipon que sostiene el arma y retorcérselo hasta que suelte la pistola...

-¡Irina! -grito, viendo cómo el rufián le dispara. Leroy intenta inmovilizarlo y quitarle el arma, y yo le ayudo antes de asistir a Irina. El tiro fue en la pierna, por suerte, y si le dejamos, el japonés puede dispararnos a cualquiera de nosotros con mayor puntería.

La criatura continúa agitándose poderosa. Ahora ha bebido de su propio acólito, y parece más dada que nunca a seguir atacándonos. La lluvia lo embarra y dificulta todo.

Hay que acabar con ese japonés y con el espejo de una vez.

Intento estrangular al oriental, ahora que no tiene arma. Toda mi rabia concentrada en mis dos manos en su cuello.

De un golpe instintivo, Leroy arrebata el arma al japonés sanguinario, que grita de dolor salpicando sangre al arqueólogo. Por detrás, el profesor rodea con sus manos el cuello de su enemigo, donde las venas del cuello se hinchan asemejándose a las raíces de un árbol. El asesino, que hace sólo unos momentos era una completa máquina de matar repleta de ansia por conseguir el Espejo Estelar, como lo llamó el Padre Emil deBriac, ahora se está ahogando con su propia sangre, hasta que cae de rodillas con sus ojos abiertos, luchando por salírsele de las órbitas. Su última imagen de este mundo es la aberración tentacular bulbosa que se agita sobre las cabezas. Finalmente, cae muerto.

Entonces, encima vuestra, la criatura comienza a titilar. Os recuerda a esos modernos aparatos llamados televisores, que de vez en cuando pierde la señal radiada. El ser antinatural se va tornando progresivamente más transparente, menos definido, y adquiere fórma de vórtice cuyo flujo sigue una trayectoria cerrada con eje en el espejo que porta la dolorida Irina en su mano mientras muestra los mismos extraños patrones de colores que antes, hasta que el monstruo desaparece en él. Al cabo de unos segundos, no queda rastro de tal criatura. Sólo queda un cadáver del que aún sale sangre de la boca y fosas nasales, formando un charco, cuatro investigadores agotados, empapados y confundidos, y la pertinente lluvia, que no parece cesar con el afán de limpiar la ciudad frente a las fuerzas sobrenaturales que la han mancillado en los últimos días.

La Hermana Flora se sienta en el suelo, agotada. Le da igual lo incómoda que debe sentirse con el trasero en contacto con la misma corriente de agua. Comienza a orar algo rápido por vuestras almas, y con un gran esfuerzo, se levanta en busca de Irina para observar la herida.

Lo maté... ¡lo maté! La furia  me poseyó, y lo maté... Y la criatura tan horrible se fue con su alma podrida a los avernos de los que ambos llegaron. 

Me siento agotado... Intento llegar a Irina, tan herida, pero las fuerzas apenas me dejan moverme. Todo se vuelve negro, y por unos instantes solo deseo dormir tranquilo.

Pero Flora atiende a Irina, y yo no debo dormirme. Si lo hago, quizás no despierte, ¡quién sabe! No, no.. NO. Cojo un poco de agua de un charco del suelo, y me la echo en la cara para espabilarme. Cojo el espejo del suelo, viéndome reflejado en él. Más viejo y más cansado que como me recordaba.

-Este espejo... ¡cuántas víctimas ha causado! Flora, ¿cómo está Irina? Hemos de salir de aquí. Nos llevaremos el espejo, y tendremos que pensar qué hacemos con él. Quizás llevarlo a aquella cueva de la que el padre Emil habló, que es donde pertenece..

Busco en él algo que pueda ayudarme a entender lo ocurrido. Manoseo su marco, su superficie. Verse reflejado en él es hipnótico... ¡Y peligroso! -pienso, antes de apartar mi mirada de su reflejo con un escalofrío.

-Mierda... mierdamierdamierda...- empiezo a sudar a mares, nervioso y aterrado. Un cadáver, un espejo, Irina con un disparo de bala y yo con otro. ¿¿Cómo demonios justificamos eso ante la policía francesa?? es que es imposible!!

-Tenemos que irnos. O librarnos del cadáver. Tirémoslo al canal. Con piedras atadas...- mi cerebro va a mil, tratando de asimilar lo que ha pasado y a la vez, afrontar las consecuencias indeseadas de todo ello -El espejo, el espejo... ¡una herrería! ¡Eso! Necesitamos una herrería, ¡echarle metal fundido al cristal de espejo, para bloquearlo! y luego, ¡¡tirarlo a la fosa más profunda del planeta!! ¡Para que nadie jamás lo vuelva a encontrar!- me paso la mano repetidas veces por el pelo, histérico. Necesito pensar, necesito pensar, hay que hacer algo con el Cuerpo. Sí. El río, hay que tirarlo al río.