Partida Rol por web

Bon sang ne saurait mentir [Chapitres 1 et 2]

Prologue II: La Petite Morte

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07/01/2016, 04:40
Narración


Imagen original de kikicri88

Jueves, Diciembre 16 de 2004. Résidence Bettencourt, Lyon, Francia. 6:45 pm

Un viento helado sopla en el exterior, sacudiendo las copas desnudas de los árboles y transformando la superficie del río en un alboroto fractal en el que las luces de la ciudad se reflejan vibrantes, oscilando de manera caótica cargando los rojos, azules y amarillos a través de su caudal, al tiempo que los mismos colores renacen allí en donde deberían estar. El cielo negruzco está cubierto por algunas nubes, mientras las pocas estrellas brillan con débil intensidad, oculta bajo los fuertes reflectores de la calle. Afuera, la gente camina con abrigos gruesos y largos, luchando contra los embates de un viento caprichoso, a medida que el frío se hace palpable aun a través de la ventana. El otoño está próximo a su fin, pero los fríos invernales han sido impacientes este año y empiezan a hacerse sentir desde muy temprano.

Dentro de la residencia Bettencourt, se respira un aire de urgencia, a medida que los tres miembros de la familia están alistándose para la fiesta de navidad anual de la empresa de Anaïs. Aquello viene no sin una dosis de autoritarismo que pone apretados itinerarios de preparación a tu padre y a ti, y que al final sólo te empujan a cumplir con las mismas obligaciones en menor tiempo. 7 minutos en la ducha, ni un sólo segundo más es tolerado. Didier Bettencourt debe encontrar su corbata en menos de un minuto, tratando de luchar contra cierta parsimonia inherente en su naturaleza. Tu madre aparece varias veces por el pasillo, delegando órdenes precisas a medida que cada aparición viene precedida de una prenda adicional de ropa. Poco a poco su atuendo de esta noche toma forma: Una falda elegante de color azul oscuro, una camisa femenina blanca y un chaquetón que combina, junto con un prendedor que su esposo le regaló hace muchos años ya.

La fiesta de la empresa era siempre un evento difícil de tolerar. Tu madre no espera menos que un comportamiento impecable, a medida que el desfile de aburridos colegas, jefes y algunos clientes convierte aquello en una cena flemática en la que las conversaciones de los adultos se deslizan a través de temas demasiado complicados por momentos, fluctuando entre la política, el deporte y la situación nacional; y los demás niños presentes son básicamente obligados a permanecer en sus asientos, soportando como pueden aquel acontecimiento.

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07/01/2016, 05:46
Anaïs Dumah

-Allons-y! Mireille- tu madre aparece en la entrada de tu cuarto, ya completamente ataviada. Es una mujer atractiva, sin lugar a dudas, cuyo aspecto serio sólo refuerza cierto encanto proveniente de su frialdad. El tono blanquecino de su piel contrasta con la negrura de su cabello y sus ojos, dándole a veces un aire exótico aún para una francesa. Su acento es impecable y su pronunciación excelente, siendo imposible detectar por momentos las leves inflexiones de las tonalidades lyonesas que tu padre parece disfrutar con su manera lenta y estoica de hablar.

-No podemos llegar tarde. ¿Qué te hace falta?- la pregunta de doble verificación que nunca puede faltar y cuya única respuesta correcta era "estoy lista". Aquello sería una formalidad, de no ser una manera de recordarte de manera casi subconsciente, que tu madre está siempre pendiente de ti, siempre cuidando del más mínimo detalle presente y que cualquier imprevisto era tratado como un error grave que debía y tenía que ser corregido cuanto antes.

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15/01/2016, 23:03
Mireille Bettencourt-Dumah

Había sido un día de locos. Mireille había salido del colegio y había ido directa a la academia de música para el ensayo de violín. En cualquier otra circunstancia probablemente su madre habría cancelado la clase, pero faltaba muy poco para el recital de Navidad y no podía perderse ningún ensayo. 

Así que de ahí había salido volando, sin detenerse siquiera a escuchar las correcciones, y se había montado en el coche en el que Didlier la esperaba en la puerta. El viaje lo había hecho contenta, parloteando incesantemente sobre el concierto que darían. Desde el año anterior su padre la dejaba viajar en el asiento delantero y aunque ya había pasado casi un año se seguía sintiendo supermayor. Su madre decía que hasta que no creciese cinco centímetros más no debía hacerlo aunque fuese legal, así que cuando era ella la que conducía le tocaba ir detrás y eso, por desgracia, era la mayoría de las veces. 

Mireille no tenía ganas en absoluto de ir a una de esas cenas aburridas. Había pedido a sus padres que la dejasen en casa con una niñera si iban a regresar tarde, o que la dejasen ir a dormir a casa de Cécile... Pero había sido inútil. Anaïs quería que todos sus compañeros de trabajo vieran la hermosa familia que formaban. Sólo con pensar en las siguientes horas, escuchando aburridas conversaciones, viendo gente adulta comer con esa lentitud que la ponía de los nervios... Le picaban los brazos sólo con pensarlo. Y lo peor era que no había escapatoria alguna.

Mireille y su padre habían entrado a toda prisa en casa y se habían puesto a las órdenes de su madre, que ya se encontraba con el brazo estirado y los ojos en el reloj de su muñeca. Y desde ahí todo había sido un revuelo entre la ducha, la ropa y el rizador de pelo. Mireille tenía preparado desde hacía días el vestido que iba a llevar para la cena. Era de un suave azul que según su madre hacía juego perfecto con sus ojos y largo hasta la rodilla, con un lazo ancho y blanco en la cintura, medias y zapatos también blancos.

El pelo... Ese había sido el problema.  Se suponía que debía recogérselo en una trenza lateral adornada con otro lazo blanco, eso había planeado Anaïs hacía semanas, pero Mireille había pasado diez minutos buscándolo sin éxito. Escuchaba a su madre ir y venir por el pasillo y cada vez se ponía más nerviosa. ¿Dónde estaba esa maldita cinta? Había abierto todos los cajones varias veces, a pesar de que ella estaba segura de haberla dejado sobre el tocador.

Y finalmente se había mirado al espejo, con los ojos muy abiertos y el ceño fruncido. Había cruzado una mirada con esa otra niña del espejo y sus labios se había apretado en una fina línea.

—¿Qué haría mamá? —se había preguntado a sí misma y no había tardado en responderse—. Ser resolutiva. Eso haría. —Resolutivo era una de las palabras preferidas de su madre. Y también era una de las mejores cualidades que podía tener una persona, o eso había terminado por asumir Mireille.

Así que había sacado su caja de horquillas de ballet y las había usado para hacerse un recogido en la parte superior de la nuca, dejando que sus bucles cayeran en una cascada por detrás, fijada por un par de pasadores blancos. 

Estaba colocando la última de las horquillas cuando su madre apareció por la puerta y se apresuró a clavarla y separar las manos de sus cabellos, llevándolas a su espalda en un gesto veloz que trataba de disimular que hacía un instante estaba todavía peinándose. 

—Estoy lista —anunció, enderezando su espalda y dejando que su madre estudiase su aspecto—. No encontré el lazo para el pelo, así que cambié el recogido para que no perdiéramos más tiempo... —añadió, justificándose incluso antes de que su madre dijese nada al respecto. Ni se planteó tratar de disimular o engañarla al respecto: se daría cuenta. Además, aunque hubiera reconocido el fallo, también había demostrado que era resolutiva. — El balance es positivo. N'est-ce pas? 

 

Notas de juego

Pregunto, ¿no sería 2006 para que tuviera 11 años?

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16/01/2016, 05:29
Anaïs Dumah

Tu madre se acerca. Sus facciones adquieren cualidades pétreas, endureciéndose como si se tratase de un autómata. Siempre hacía lo mismo, siempre pasaba por aquel espectro limitado de emociones cuando estaba evaluando si algo le agradaba o le desagradaba. En muchas ocasiones, la habías visto pasar por exactamente el mismo espectro cuando debía decidir si una película era de su agrado, si un restaurante le había servido un plato que disfrutaba o si tú misma habías hecho algo que le complacía. Los instantes que precedían al veredicto solían ser tensos, como si se tratase de un jurado deliberando acerca de lo bien -o lo mal- que lo habías hecho. Y lo más intimidante era que no había forma de saber cuál sería la decisión final de Anaïs sino hasta el mismo instante en el que ella decidiera manifestarla.

-No... no se ve mal- lo dice, pero la expresión en su mirada francamente parece debatirse entre la exigencia y el estrecho horario que ha establecido para aquello. Su boca forma una pequeña curvatura, pero pronto desaparece mientras mira por encima tuyo. Mira el reloj de pulsera plateada que tiene en su mano y masculla algo con cierta impaciencia. -¿Didier? ¿Didier? T'es prêt, toi?- pregunta fijando ahora la atención en tu padre, quien parecía estar a punto de correr la minuciosa cronología que se había establecido tácitamente y que sólo iba a aumentar la tensión de camino si el tráfico resultaba estar más pesado que otros días.

Tu padre aparece por la puerta de la habitación. Parece algo afligido por el exceso de prisa con el que debe ahora moverse y en la seriedad de su rostro buscas la esperanza de que al menos te otorgase la oportunidad de escaparte a aquella cena. Te mira durante un instante y sonríe, pero la presencia de tu madre parece ser suficiente motivación como para que no se detenga más de lo necesario.

Notas de juego

Pero si tuvieses más... no lo sería.

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16/01/2016, 06:47
Didier Bettencourt

Tu padre aparece por la puerta de la habitación. Parece algo afligido por el exceso de prisa con el que debe ahora moverse y en la seriedad de su rostro buscas la esperanza de que al menos te otorgase la oportunidad de escaparte a aquella cena. Te mira durante un instante y sonríe, pero la presencia de tu madre parece ser suficiente motivación como para que no se detenga más de lo necesario.

-Me gusta lo que has hecho con tu cabello- comenta sonriente mientras te observa. Tu madre le mira con seriedad mientras él vuelve otra vez a encararla. -Iré encendiendo el auto. No tardéis- dice finalmente. El estoicismo de Didier choca en muchas ocasiones con la rigidez de Anaïs, pero de alguna manera ambos parecen funcionar con una especie de armonía caótica, en el que sus dos personalidades opuestas se interfieren la una con la otra de maneras espectaculares y en más de una ocasión, poco agradables.

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16/01/2016, 06:51
Anaïs Dumah

-Très bien- responde Anaïs mientras entra a su habitación y toma su bolso. Silenciosamente te da la autorización para que comiences a avanzar hacia la puerta y bajes al garaje. Pero antes de que llegues a la salida, ella te alcanza, flexiona tus rodillas y te mira seriamente.

-¿Recuerdas lo que hablamos sobre la reunión de hoy?- pregunta tu madre esperando una respuesta positiva de tu parte. -Cuando te pregunten, siempre responde sonriente. Cuenta sólo lo más bonito. No quiero ni un error. ¿Entendido?- la tradición de la verificación. Si tu madre no hiciese siempre la comprobación a fondo de que tenías sus instrucciones en la cabeza, no se sentiría tranquila y sabías que, de incumplir alguna de sus directivas, con esto sólo podría añadir más a su interminable discurso que incluiría las múltiples advertencias, llamados de atención y el cómo habrías mentido cuando ella te preguntó si habías entendido tu función en esta noche.

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22/01/2016, 22:11
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille hizo un esfuerzo por no mostrar lo inquieta que se ponía mientras su madre la escrutaba con su rostro impertérrito. Contuvo las ganas de cambiar el peso de una pierna a la otra y tan sólo se dio algunos mordisquitos nerviosos en el interior de la mejilla. Cuando Anaïs mostró algo parecido a aprobación y se llevó la atención hacia su padre, la niña relajó su espalda y soltó el aire con alivio al mismo tiempo que se sentía orgullosa de sí misma. —¿Cécile habría sido así de resolutiva en mi lugar? Seguro que no.

Sonrió ampliamente al cumplido de su padre y cuando su madre le dio permiso, cogió la rebeca blanca que llevaría sobre el vestido y el abrigo azul marino de vestir. Se puso ambos mientras empezaba a caminar hacia la puerta, pero se detuvo cuando Anaïs la interceptó. Por un brevísimo instante soñó que su madre le decía que lo había pensado mejor y no hacía falta que fuese. Que podía quedarse en casa y cenar helado, que no había que cocinarlo. Pero era demasiado bonito para ser verdad y la ilusión se evaporó tan rápido como su madre hizo la primera pregunta. 

Asintió enérgicamente y notó cómo los cabellos le rozaban el cuello al hacerlo provocándole unas agradables cosquillitas en la nuca. Así que lo repitió de nuevo aprovechando las siguientes palabras de su madre.

—Sí, mamá —dijo, confirmándolo también en voz alta y sonriendo desde ya como se esperaría de ella el resto de la velada—. Me acuerdo perfectamente de todo —aseguró, asintiendo una vez más y ampliando su sonrisa. Menos mal que hacía ballet y allí lo primero que les enseñaban era a sonreír aunque algo doliese porque si no no sería capaz de aguantar el aburrimiento de cena fingiendo que le gustaba estar allí.

—No hablaré si no me preguntan y no interrumpiré las conversaciones de los mayores —recitó con facilidad—. Y si alguien quiere inte... interrogarme sólo contaré las cosas bonitas, lo que os queréis papá y tú y lo felices que somos. Y si preguntan más les hablaré de lo bien que monto a caballo y lo mucho que me gusta el violín. 

—Les recitaré todas las partituras que me sé para que se aburran de mí tanto como yo de ellos y me dejen en paz —pensó entonces, terminando su frase anterior con cierta picardía. 

Notas de juego

Abrigo.

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23/01/2016, 22:20
Narración

-Parfait- pronuncia Anaïs aprobatoriamente. Luego tú y tu madre salen de la casa, descienden las escaleras y se dirigen hacia el coche familiar. Un Volkswagen golf variant de un bonito color plateado y amplio, que siempre olía por dentro a las hojas de las revistas recién abiertas. Tu madre siempre hablaba de cómo los autos alemanes eran superiores en varios aspectos a los franceses y tu padre, bastante menos inclinado por una marca en particular, había cedido. Por fortuna el vehículo se comportaba de manera bastante confiable y la mayor parte del tiempo era Anaïs quién lo utilizaba. Didier prefería en muchas ocasiones tomar el transporte público. Desafortunadamente, tu madre poco te permitía aquellas libertades y llevarte en auto solía significar tener un mayor control sobre tus movimientos.

El restaurante queda ubicado en el Vieux Lyon, un Bouchon tradicional lyonés* que había sido reservado exclusivamente para todos los colegas de tu madre y sus familias. Tras un recorrido silencioso en el que apenas se intercambiaron comentarios, cruzan uno de los puentes sobre la Saone y llegan a uno de los aparcamientos de la zona. Anaïs parece muy impaciente y comienza a caminar con cierta premura en cuánto el carro está en un sitio y los tres están afuera. -Se llama Notre Maison. Está cerca a la Gare St. Paul. Apresuraos, no quiero llegar tarde- ordenó simplemente y tomó el liderazgo de aquella forzada procesión. 

El Vieux Lyon es una de las zonas más antiguas de la ciudad, siempre rebosante en turistas y locales disfrutando de la extraordinaria cantidad de movimiento. Los barrios allí parecían haber sido sacados de algún cuento medieval: las calles son estrechas y empedradas, las casas flanquean el camino y están construidas en roca negra y oscura, y el olor a humedad y a historia se extiende desde todas direcciones. Hay bastante gente a aquella hora, caminando, observando, dejándose llevar por los contrastes de la arquitectura antigua y los coloridos tableros y marcos de las ventanas de locales y restaurantes que son la norma. De vez en cuando aparece alguna vieja librería o una tienda de recuerdos abarrotada de turistas orientales e italianos, mostrando su interés por camisetas con logotipos de "J'aime Lyon" y cajas musicales con melodías fácilmente reconocibles.

Notas de juego

*Los bouchons son restaurantes típicos del área en donde suelen servir toda suerte de platos regionales, muchos de los cuales incluyen cortes de carne, tan propios de una región productora de las mismas. No son exactamente "finos", sino folklóricos de cierta manera, aunque sus precios pueden variar de acuerdo al tipo de pedido.

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23/01/2016, 22:40
Didier Bettencourt

-Psst, ma petite- dice tu padre, aprovechando el constante influjo de gente y una pequeña separación de algunos metros de tu madre, mientras ella tiraba de aquel cordón invisible que os llevaba hacia el restaurante. Didier te observa con un gesto tranquilo, sonriente. Lleva las manos en los bolsillos y parece infinitamente menos preocupado por la hora de llegada o por la ubicación del lugar.

-T'inquietes pas...- comienza a decir, casi susurrando -... a mí tampoco me gustan éstas reuniones. Pero si le das gusto a tu madre, vendremos a comprar bonbons allí- dice señalando una tienda grande con puertas negras que tiene una estatua de un pirata afuera y barriles repletos de dulces y chuches hasta rebosar. El nombre del lugar está en inglés, y aunque no estás seguro de qué quiere decir, reconoces la palabra "Pirate" pues se dice igual en francés. -Cap ou pas cap?*- pregunta con una enorme sonrisa en sus labios.

Notas de juego

Cao ou pas cap es un juego infantil, traduce literalmente "¿eres capaz o no?" y suele tener carácter de reto.

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29/01/2016, 03:06
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille salió del coche y sus ojos de inmediato se dirigieron hacia el suelo, analizando el empedrado de la calle. Los adoquines eran bastante pequeños y eso iba a complicar el asunto. Además, había mucha gente a la que tendría que esquivar. Todo un reto... Levantó la mirada para ver la espalda de su madre comenzando a alejarse y tomó aire antes de bajarla de nuevo para empezar a caminar. Iba a ser difícil, pero su mirada mostraba su determinación. No podía pisar las líneas, así que iba prácticamente de puntillas, dando pequeños saltitos rápidos para no retrasarse mucho.

De vez en cuando dedicaba pequeños vistazos hacia Anaïs, asegurándose de que no se quedaba demasiado atrás y agradecía que el paso más tranquilo de su padre estuviese a su par. En algunas ocasiones pisaba la tapa de una alcantarilla y eso le permitía dar dos pasos más tranquilos antes de recuperar el paso rápido sobre el adoquinado. Tenía localizada la canaleta que partía la calle en dos, como una última opción en caso de que su madre se enfadase. Por allí podría caminar casi como una persona normal, pero por otra parte eso sería como una derrota contra sí misma. Y si había algo peor que perder ante otros, eso era sin lugar a dudas perder contra uno mismo.

Al menos tenía el consuelo de que en el restaurante ese al que iba no era probable que les dieran coliflor o espinacas —Puaj—. Y sus pensamientos se debatían entre la próxima cena y la dificultad que entrañaba el avance por esa calle cuando escuchó a su padre susurrar llamando su atención y lo miró con curiosidad. De inmediato una sonrisa cómplice se instaló en sus labios, con esa expresión de anticipación que su padre era capaz de provocar en ella de inmediato.

Buscó con los ojos el lugar al que se refería Didlier y los abrió enormes al ver esos barriles gigantes llenos de golosinas. Cuando era más pequeña su padre y ella jugaban mucho a ser piratas y le encantaba. Los sofás de la casa eran los barcos y cuando abordaban uno se podían quedar el tesoro que había debajo de los cojines. Aunque era una pena que Lady Mireille, la famosa saqueadora de barcos no pudiera montar a caballo cuando estaba en el mar. Perdió el paso y tuvo que dar dos con el mismo pie extendiendo los brazos para no pisar una línea ni desequilibrarse.

—Merde... De justesse—murmuró, llevándose una mano de inmediato a la boca por la palabrota que se le había escapado. Eso era culpa de Annette, sin duda. Desde hacía un tiempo no dejaba de decir palabrotas y al final se lo estaba pegando. Dio gracias mentalmente de que su madre estuviera por delante y no la hubiera oído, pero por si acaso la buscó para asegurarse antes de suspirar con alivio.

Se giró entonces para mirar a su padre y recuperó la sonrisa con un brillo decidido en la mirada. Si había algo que la motivaba de una forma irracional eso era un desafío o una competición. No podía resistirse a un reto y menos a uno como ese, con un premio tan genial.

—Cap! —exclamó, con un movimiento enérgico de la mano y saltando hacia la canaleta para descansar un poco y poder apresurar el paso durante algunos metros.

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30/01/2016, 18:25
Didier Bettencourt

Tu padre lanza una mirada al escuchar la maldición salir de tu boca. No una mirada como la que te hubiese dedicado Anaïs, cargada de absoluta reprobación y capaz de entregar veredicto y sentencia con tan sólo mover la cabeza negativamente. Era una mirada más de sorpresa, de encontrar aspectos de ti que seguramente no tenía la posibilidad de experimentar todo el tiempo debido a la distancia natural que a veces existía entre tú y él. Una sonrisa a medias apareció en tu rostro mientras sólo decía con su tono sereno -Mireille...- había una sutil inflexión que transmitía una pequeña e indemne amonestación hacia ti. -... mejor que no te escuche tu madre. No quieres tener problemas con ella hoy- aconseja finalmente mientras pone una mano en tu mejilla para darle una caricia paternal.

Tu respuesta afirmativa a su reto termina de completar su sonrisa. Asiente mientras pone una mano en tu nuca, para acelerar juntos el paso. -dépêchons-nous, no podemos quedarnos tan atrás- conviene él mientras aprieta un poco el paso, antes de que Anaïs lance una mirada para efectivamente verificar en dónde están los dos. La seriedad con que toma nota de la distancia que los separa se siente como un aire helado, más frío que el viento encasillado que sopla a través de los grandes muros de casas en piedra que conforman la rue St. Jean.

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30/01/2016, 19:11
Anaïs Dumah

-¿Que hacéis tan atrás? No podemos llegar tarde- dice apretando un poco los dientes mientras habla . Espera unos instantes, mientras puedes jurar que está a punto de mover su pie con impaciencia, como evitando tener que comentar lo que realmente quería decirles a ambos allí, en medio de aquella calle tan concurrida.

Cuando ambos la alcanzan, ella sólo reparte una dosis equivalente de miradas reprobatorias entre Didier y tú, demostrando más allá de toda evidencia que su temperamento está particularmente irritable aquella noche y que seguramente estaría muy pendiente del comportamiento de ambos en el restaurante.

Continúan caminando hasta girar en una de las calles más adelante, por donde mucha menos transita y cuya tranquilidad contrasta con el bullicioso influjo de gente que se desplaza por St. Jean, muchos de los cuales son turistas curiosos por conocer los sitios más populares del área, y que terminaban enganchados por los innumerables locales diseñados para atrapar a los turistas.

La calle paralela es mucho más estrecha, poblada por tiendas más funcionales que comerciales, como un salón de belleza, pequeño y modesto que parece esconderse en medio de las entradas a los edificios residenciales que son fáciles de ignorar o de olvidar al caminar por allí. Llegan finalmente a donde acaba la rue Gadagne y desemboca en una de las calles que desciende de regreso al centro de Lyon, se encuentra un establecimiento de puertas y ventanas enmarcadas en un brillante rojo, con cristales opacos y difusos que dejan pasar la luz amarillenta que emana del interior del sitio. Y sobre la puerta, en el tablón rojo del dintel, estaba el nombre, en letras alineadas y mayúsculas y doradas:
 

Notre Maison
Bouchon-

Anaïs abre la puerta para entrar, pero deja a Didier pasar primero. Al abrir la puerta, se escucha una pequeña campanilla que anuncia vuestra llegada. Desde donde estás puedes ver las paredes amarillas y rojas decoradas con cientos de retratos de marcos igualmente carmesíes. 

-Mireille- dice Anaïs antes de dejarte entrar. Arregla un poco tu vestido en los hombros, mirándote seriamente. -¿Cómo debemos comportarnos hoy?- verifica de nuevo. Y resulta sorprendente que haya esperado tanto tiempo para hacer una segunda verificación de las instrucciones que te había dado.

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01/02/2016, 05:47
Mireille Bettencourt-Dumah

Las mejillas de Mireille se encendieron rojas como tomates bajo la caricia de su padre. No se sentía en absoluto orgullosa de sí misma por haber dejado salir aquella palabrota y, a pesar de que daba gracias de que no hubiera sido su madre la que lo hubiera oído, decidió que durante la semana siguiente no vería la tele, imponiéndose así un castigo a sí misma por aquella falta. No necesitaba la desaprobación de Anaïs para juzgarse y condenarse a sí misma. 

Asintió con la cabeza, todavía avergonzada y cohibida. —Je suis désolée, papa. Se me ha escap... —La frase quedó en el aire cuando los ojos de su madre midieron la distancia que la separaba del resto de la familia y Mireille se apresuró a caminar lo más rápido que podía, pero sin correr. —Los vestidos no están hechos para correr —se dijo a sí misma con la voz de Anaïs, que era siempre la que sonaba en su cabeza cuando recordaba las normas que regían su vida.

No respondió a la pregunta sobre qué estaban haciendo, pues no creía que su madre realmente quisiera una respuesta. Probablemente con que se dieran prisa sería suficiente y además si le explicaba el asunto de los barriles piratas con lo enfadada que parecía a lo mejor se quedaba sin las chuches. Así que se limitó a avanzar rápido hasta que llegaron por fin al sitio. 

Mireille levantó la mirada hacia arriba, contemplando la fachada con curiosidad. El sonido de la campanilla le resultó agradable y buscó de dónde provenía. Le gustaban ese tipo de artefactos que hacían ruidos agradables cuando alguien abría una puerta. Y también los que giraban en una espiral infinita con el aire de las puertas. Podía quedarse mirando esos móviles durante mucho rato, una vez hasta estuvo diez minutos delante de uno antes de impacientarse. 

En resumen, el sitio desde fuera le pareció bonito, aunque probablemente fuese tan aburrido como hermoso, de eso no le cabía duda. Colocó en sus labios una sonrisa de bailarina y trató de llenarse de paciencia y resignación ante la horrible noche de tedio absoluto que la esperaba. 

Sin embargo, su madre la detuvo antes de entrar y Mireille se quedó quieta mientras le colocaba la ropa. Al fin y al cabo, quería tener buen aspecto y estar impecable. Ese no era el problema. Lo que la inquietaba era saber que iba a tener que estar quieta y aguantando miradas y preguntas estúpidas de adultos durante horas, hasta que se cansaran de comer y hablar de tonterías. Y sabía por experiencia que solían tardar mucho en cansarse. 

Pestañeó, pillada por sorpresa ante la pregunta. Ya daba por hecho que habían superado esa fase en aquella noche. Tomó aire y por pura inercia respondió de forma automática.

—Como la familia feliz que somos. Tenemos que hablar sólo de las cosas buenas y sonreír mucho —amplió su sonrisa al decir aquello—. Y yo sólo hablaré si me preguntan y nunca diré nada malo. —Hizo una pausa y frunció un poco el ceño, sabiendo que se estaba dejando algo importante y al recordarlo sus ojos brillaron con satisfacción. —Y no interrumpiré a los mayores. 

Entonces miró a su madre, esperando el veredicto y mordiéndose el interior de la mejilla con inquietud. Lo había dicho todo bien, ¿no? 

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09/02/2016, 01:45
Narración

-Parfait- fue el único comentario de Anaïs, que arregló uno de los mechones rebeldes de tu cabello. No era un cumplido en el sentido estricto de la palabra, era más bien el premio que quedaba a tu vista, lo que te ganarías si seguías las instrucciones al pie de la letra de tu madre y mantenías la compostura en todo momento. Era una mezcla de advertencia, que se fundía con la aparentemente inocente acción de arreglarte un poco y que escondía el primer llamado de atención, invitándote a no descuidar tu presentación personal. Su mirada te dejó de lado, mientras entra al restaurante, poniendo una sonrisa pequeña, no demasiado exagerada, una sonrisa austera que siempre tenía en su rostro cuando parecía medir y examinar algo por primera vez.

Al entrar, lo primero que sientes es el aroma del lugar. Hay un perfume que parece ser un retazo de diferentes olores que podías reconocer hasta cierto punto: patatas cocidas e hirviendo, algunos toques de carne en el asador que se escondían allí y allá, la fragancia del barrio y la madera frías que contrastan con el calor del aire en el interior, y finalmente los efluvios de un puchero que se pierden en algún lugar de tu infantil memoria, pero que estás segura de haber experimentado antes... sin poder recordar dónde.

El sitio es una amalgama de amarillos y rojos que no necesitan de ayuda para brillar por cuenta propia. El suelo y el techo de madera se extienden a lo largo del lugar, iluminado de manera copiosa por una lámpara de araña colgante, que parecía que debía haber sido dejada de lado hace algunos años ya. Varias gruesas vigas atraviesan el techo, y un par de columnas de madera se encargan de soportar el peso del resto del edificio. Sobre la viga central, varios recipientes de metal y de barro parecen bailar con la brisa de maneras imperceptibles, los unos disimulando el color cobre que emiten, los otros intentando hacer un ruido notable de alguna manera. Todas las paredes están además adornadas con un sinfín de pequeños retratos en marco rojo brillante, en todos ellos, fotos polaroid con sus característicos colores pasteles que parecen evitarse a ser relegados a la etiqueta de antigüedades, pero que tampoco se deciden a ser fotografías modernas. Muchas muestran a personas en diversas situaciones, familias, amigos, incluso niños pequeños en los más variados momentos y con las más extrañas expresiones que van desde la inexplicable euforia hasta la confusa sorpresa.

Todo el mobiliario del lugar sigue las reglas tácitas de mantenerse entre el rojo y el amarillo. Las sillas ostentan el brillante color amarillento y las mesas tienen manteles de rubores chillones, con servilletas, copas y botellas de agua sobre sí. Todas las mesas están juntas las unas con las otras, hecho que puedes explicar al saber que aquella cena, es una cena de los compañeros de trabajo de tu madre.

Y sí, adentro hay ya gente que tomó la precaución de llegar a una hora aún más temprana que la misma Anaïs, y por supuesto, los meseros, vestidos con una camisa blanca y unos pantalones oscuros, sonriendo y dando la bienvenida. La ronda de saludos no se deja esperar, y las dos familias allí presente intercambian algunas palabras con tus padres. La primera es una pareja algo mayor, un hombre calvo que parece extremadamente amable y que habla exasperantemente lento y su esposa, una mujer de cabello corto y grisáceo que sonríe a todo lo que su marido dice de forma exagerada, como si ella misma no le entendiera. La otra familia allí se parece más a la tuya. Una pareja de una edad similar a la de tus padres, un hombre moreno y alto, extremedamente delgado que ríe de forma curiosa y su esposa, una dama igualmente delgada de cabello negro, que mira todo el tiempo de forma algo nerviosa hacia la puerta. Tienen dos pequeños niños, mucho menores que tú, que se esconden con timidez. Un pequeño de mameluco de jean (que tu madre observa con desaprobación) con cabellos claros, más concentrado en babear su mano que en tus padres y en ti, y un chico mayor, con una camisa morada desarreglada y un pantalón oscuro, que mira a todos con desconfianza y algo de hostilidad. El último personaje presente está casi al fondo del local, un hombre de abrigo largo y marrón claro, con los cabellos rubios y encanecidos y lentes grandes y casi redondos, absorto en mirar todas y cada una de las fotos del local.

 

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12/02/2016, 16:27
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille relajó sus hombros con alivio cuando la mirada de Anaïs se apartó de ella. —Otra prueba superada. Très bien!— Entró en el restaurante tras su madre y al pasar por la puerta aprovechó el reflejo del cristal para repasar su peinado, asegurándose de que cada mechón estaba en su lugar.

Sus ojos recorrieron el interior del bouchon con la vivacidad propia de su edad y su nariz se arrugó con fruición al percibir los aromas deliciosos de la comida. Su estómago se encogió y pestañeó. —Mon dieu —pensó, ante aquel ansia repentina que se había provocado por los olores y no por una necesidad real—, me muero de hambre. Literalmente.

Siguió a sus padres hacia las otras dos familias y colocó en sus labios esa sonrisa que debería permanecer en ellos tooooda la noche, por aburrida que fuese. Se quedó junto a su madre e hizo una pequeña reverencia cuando la presentaron a ella.

Es un placer, monsieur, madame— dijo, con voz suave y tratando de imitar el tono amable de su madre.

Después volvió a contemplar todo aquel lugar con curiosidad. Los adultos no la atrajeron lo más mínimo. Los niños eran demasiado pequeños para que fuesen divertidos, además el pequeño babeaba y eso le pareció asquerosísimo. Seguro que también soltaba mocos. Quizá pudiera jugar a algo con el otro... Pero dudaba mucho que su madre se lo permitiese y además parecía un huraño. Huraño, le encantaba esa palabra. La había aprendido esa semana en el libro que estaba leyendo y había tenido que buscarla en el diccionario. Desde entonces la había usado diecisiete veces.

Al final fueron las fotos que contemplaba el señor del fondo las que atrajeron la curiosidad y la mirada de Mireille. Miró hacia arriba, para ver cómo sus padres seguían hablando con esas personas. Miró hacia abajo, a los otros dos niños. Y terminó por mirar al señor viejo. —Debe ser un huraño él también. Ni siquiera ha venido a saludar —razonó.

Y sin embargo, lo envidiaba por poder hacer lo que ella quería: ponerse a mirar las fotos pasando de los que llegaban y su aburrida cena. Se dio pequeños mordisquitos en el interior de la mejilla, preguntándose si le estaría permitido mirar las fotos y finalmente aprovechó un momento en que Didlier estaba callado para tirar suavemente de su mano tratando de llamar su atención.

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14/02/2016, 16:22
Narración

Pasan unos instantes antes de que llegue otra pareja por la puerta principal. El hombre de esta pareja está ataviado con un traje elegante, combinando formalidad e informalidad, una camisa blanca sin corbata, y un blazer de un color azul oscuro. Es alto, de espalda amplia y un tono de piel que denota cierto bronceado reciente. Su cabello es negro y su rostro grueso y abrupto. Sus ojos pequeños estaban bien enmarcados y tenía un aire de altivez que te hace recordar en las imágenes de los reyes y los emperadores que aparecían en algunos de los libros de "historia para niños" que tu madre te había comprado hace algunos años, para que estuvieses por encima del nivel de tu clase en la materia. Su esposa era una mujer más pequeña, con un vestido negro corto bastante atractivo que marcaba su silueta, no tenía un cuerpo especialmente exuberante, pero si era llamativo y hermoso. Su rostro era más enjuto y su piel blanca, que queda disminuido ante un delicadamente arreglado cabello castaño con algunos mechones rubios. Sus ojos tienen un color claro, que parece acercarse a un suave amarillo, y su boca es igualmente pequeña, aunque haya cierta contextura muy armoniosa en sus labios. Todo en ella parece delicado. Su entrada atrae la atención de todos y es Anaïs la primera en saludar al hombre. -Monsieur Dumas, bonsoir!- dijo con una sonrisa enorme y la expresión más complaciente que pudieses imaginar en ella. Por el nombre, y haciendo memoria a la cena del año anterior, reconoces en él a Simon Dumas, el jefe de la compañía y, obviamente, jefe de tu madre.

Todos los presentes parecieron moverse como orbitando hacia él, con la única excepción del hombre maduro que observaba las fotografías, quien tras echarle un vistazo, continuó en su lenta labor, detallando cada una de las mismas. Tu padre dio un paso hacia adelante, mirándote de reojo con una sonrisa mientras él a su vez estrechaba la mano del jefe de su esposa y luego se hacía la obligatoria introducción que acompañaba a tu saludo. El señor Dumas saluda con una sonrisa algo vacía y no te presta demasiada atención. Su esposa, de quien no recuerdas el nombre, también te saluda sin sonreír, con una frialdad despectiva que tampoco genera reacción alguna de tus padres, completamente ignorantes a la actitud que pudiese presentar; luego, la mujer continúa sonriendo a los demás.

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14/02/2016, 17:07
Didier Bettencourt

Didier te miró sonriente. Si fuese una situación que lo comprometiese a él, como la cena anual de la facultad a la que también solías tener que ir y pasar más o menos por la misma tortura que ahora mismo, seguro se habría tomado más tiempo en responder. Pero sabes que está un poco incómodo y que su propia percepción de la tarde no debería distar demasiado de la tuya.

Inclina un poco la cabeza de lado para escucharte sin decir nada. Es su manera de ser discreto ante la posibilidad de que tu madre los encontrara rompiendo aquella etiqueta muda en la que por unos instantes todo debía girar alrededor del gran jefe, demostrando que Anaïs no sólo era una empleada modelo, sino que todos los aspectos de su vida estaban enmarcados en ese aire de perfección que Didier y tú debían seguir sin dudarlo.

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19/02/2016, 13:49
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille mantuvo en su cara la sonrisa de bailarina que había adoptado en ella, pero por dentro empezaba a estar ya aburrida. Y eso que acababan de empezar. La perspectiva de estar toda la noche saludando gente que llegase se cernía sobre ella, provocándole una sensación a medio caminó entre el hastío absoluto y la impaciencia porque los minutos pasaran más rápido. 

Hizo una pequeña reverencia cuando la presentaron a ese señor y se esforzó por parecer adorable. Pero no debió dar mucho resultado, porque el tipo pasó de ella y su mujer le dedicó una mirada horrorosa. O a lo mejor a esos dos no les gustaban mucho los niños, por muy adorables que fuesen.

Mireille ladeó la cabeza para mirarla a ella cuando ya había pasado a otra cosa. Esa señora podría ser una bruja, tenía toda la pinta. Recordó una película que había visto una noche que se había quedado a dormir en casa de Annette. La madre de Annette era genial, siempre les hacía palomitas y las dejaba ver películas hasta tarde y además en esa casa tenían un montón de pelis viejas y chulas. Aquel filme era sobre unas mujeres que en el fondo eran brujas disfrazadas y que se juntaban en un hotel o algo así para convertir a los niños en ratas y luego comérselos*. Pues la mujer del jefe de Anaïs podía haber salido directamente de esa peli, o al menos eso pensaba Mireille al mirarla, firmemente convencida.

Su mirada se vio atraída poco después hacia el señor de las fotos de nuevo. Ni siquiera saludaba al jefe, debía ser todo un rebelde radical, además de un huraño, claro. Mireille sabía que ser un rebelde radical era algo terriblemente malo y de estar a la contra, aunque no estaba segura de todo su significado. Su pecho se movió con un suspiro silencioso. —A mí también me gustaría ser una rebelde radical ahora mismo —pensó, exagerando para sí misma, pues en realidad le agradaba ser una perfecta señorita la mayoría del tiempo. Sin embargo, lo que le parecía increíble era que alguien se atreviese a serlo con Anaïs cerca.

Cuando Didlier pudo hacerle caso, Mireille se alzó un poco sobre las puntas de sus pies para poder hablarle de cerca sin que nadie más se enterase.

—Papá... ¿Puedo ir a ver las fotos de las paredes? —preguntó en un susurro, con una pizca de esperanza en su voz—. ¿O sería inconveniente? —añadió antes de bajar los pies y recuperar su postura inicial, echando breves vistazos de reojo hacia su madre y el resto de gente que charlaban en aquel grupo pero con la mayor parte de su atención puesta en Didlier.

Notas de juego

*La maldición de las brujas.

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21/02/2016, 02:52
Didier Bettencourt

Tu padre te observa, mientras hace la mueca que suele poner cuando está sumergido en alguna de sus lecturas técnicas de los grandes libros que trae a casa cada cierto tiempo. Esas lecturas que lo hacen asumir una actitud meditabunda y seria, en donde su tolerancia por las pequeñas interrupciones se reducen y su tranquilidad es reemplazada por una incómoda seriedad que le dura un par de días. Los segundos parecen perderse entre las palabras y comentarios de los presentes, al tiempo que otra pareja ingresa por la puerta, haciendo sonar la campanilla y uniéndose a la reunión.

Finalmente Didier parece disponerse a decir algo. Lanza una mirada de reojo a Anaïs, quien está embebida en una conversación con su jefe y su esposa, no lo suficientemente lejos para que ambos os sintáis tranquilos. -¿Qué diría tu madre?- pregunta finalmente, esperando una respuesta sincera de tu parte. Tienes la impresión de que quisiera decir más, pero parecería natural que estuviese cohibido, dado el peso de las circunstancias actuales y la posibilidad de que aquella libertad no se la tomase tan bien tu madre. Por escasos instantes sólo existen tú y él, tratando de dilucidar el mejor curso de acción.

-Te diré qué... le pediré a tu madre que te deje ir a ver las fotografías un momento. Estoy seguro de que si no incomodas a nadie, no tendrá razones para decirte que no- y sonríe reforzando la simplificación que emplea para tratar de darte algo de esperanza. Él se voltea para lanzar un segundo vistazo a tu madre, mientras ella parece entretenida y ajena al calibre de la pregunta. Se le nota tan sumergida en la conversación y tan complaciente, casi amable, que parecía imposible que fuese capaz de negarse a una petición tan sencilla como esa.

Al mismo tiempo, el hombre que se encontraba mirando las fotos camina un poco para rodear la mesa y se une al grupo, mientras de manera muy sobria y sucinta, saluda a todos y cada uno de los presentes. Incluso el jefe de tu madre, el monsieur Dumas, recibe el mismo tratamiento frío y casi cortante, que no parece afectarle ni generar ninguna reacción de su parte. El hombre sólo saluda a los adultos, ignorando a tu padre y a ti, no sin antes lanzarte una mirada inexpresiva y retrocediendo sin que nadie note que vuelve a escabullirse de la conversación, en dirección a las fotos de la pared nuevamente.

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26/02/2016, 20:28
Mireille Bettencourt-Dumah

La pregunta de Didier dejó a Mireille pensativa, dándole vueltas a esa cuestión. Empezó a darse mordisquitos en el interior de la mejilla, en ese punto que llevaba toda la tarde siendo torturado por los dientes de la niña que liberaba en él su impaciencia. 

Siguió la mirada de su padre hacia su madre y torció un poco la nariz, envuelta en aquella pregunta. —¿Qué diría mamá? Quelle affaire! —Porque precisamente la dificultad que entrañaba era precisamente saber qué diría Anaïs, pero no cuando se lo preguntasen rodeada de gente, sino después, en casa. 

—Creo que mientras sea una niña educada y esté sonriente, no le parecería mal... —respondió finalmente, asintiendo a la oferta de su padre de ser él quien se encargase. Sin embargo, añadió algo más, mirándolo con ojillos suplicantes—. Pero dile que ha sido idea tuya, s'il te plaît. 

La llegada del que ya había bautizado como el «huraño rebelde radical» al grupo atrajo entonces su atención y Mireille lo miró con una curiosidad infantil evidente, a pesar de que trataba de ser discreta. Al final parecía que ni siquiera él se resistía a saludar al jefe. O quizá había sentido el peso de la desaprobación de Anaïs incluso de espaldas. Para Mireille no había fuerza de la naturaleza que pudiera superar eso. 

Lo vio también alejarse de nuevo y siguió con la mirada su espalda hasta que el tipo llegó otra vez donde las fotos. Entonces se aseguró de que no había perdido la sonrisa de bailarina y volvió a mirar a Didier y a Anaïs, expectante de ver qué sucedía cuando su padre intercediese por ella.