Partida Rol por web

Ha pasado un tiempo desde que paso el tema de los papeles. Todo ha estado tranquilo. Te suena el teléfono, ves que es Glec.

Superado el tema de los papeles, Frank decidió seguir mostrando un perfil bajo. No llamar la atención. Quería asegurarse de que había dejado de ser un objetivo para Lozbe y que Murasaki se olvidase de él. No, no lo iba a olvidar. Seguro que no, pero quizá dejase de buscarlo. Seguía teniendo dinero, así que bueno, menos mal.

Pasaba el tiempo diseñando cacharros. No había hecho nada extraordinario, pero sí algunos aparatos funcionales.

Y entonces un día recibió una llamada. Miró el número. ¿Glec? No podía creerlo. Ni siquiera tenía claro que siguiese viva.

-Vaya, vaya...mira quién llama-dijo Frank esbozando una sonrisa sincera-Ha pasado mucho tiempo, ¿cómo te va?

- ¿Frank? Si, ha pasado algún tiempo, es cierto. - Sonrío detrás del teléfono. - De eso quería hablarte, te necesito. Quiero que seas mi interprete. Tengo unas reuniones muy importantes en el barrio de Onpaj y mi interprete no aparece.

¿Onpaj?...ya claro. Y alguien te dijo que soy de allí-contestó en tono irónico.

No era tonto. Que supiese de dónde venía no era casual. Si Glec se había sobrevivido todo este tiempo, no era porque dejase cabos sueltos. Sin duda le había investigado. Sabía de dónde venía y probablemente, mucho más.

-No, en serio. No hay problema. Será una novedad trabajar como intérprete para variar ¿Dónde nos vemos?

- En el restaurante Roywen, dentro de cinco días a las 9 de la mañana. Te esperaré dentro.

-Sin fallo, allí estaré.

Bueno, un trabajo normal, después de tanto tiempo. Onpaj...hogar, dulce hogar. O no tan dulce.

Si iba a volver por allí, pensó que lo correcto era acercarse antes a ver a Papá y Mamá. Lo cierto es que era lo único que le unía a aquel lugar al que solía evitar ir en la medida de lo posible. Demasiados malos recuerdos. Pero pese a todo, tenía allí a sus padres. Sí, habían tenido diferencias, pero seguían siendo sus padres. Y lo peor que podría pasar es que fuesen por allí y se los encontrase accidentalmente, luego de ¿semanas? sin verse. Así que se bajó hasta el metro y tomó dirección a Onpaj, distrito 13.

Llegas a tu destino, varias horas después. 

El bloque seguía como siempre. Nada por allí parecía cambiar por mucho tiempo que pasase. Llegó al bloque en el que vivían sus padres y llamó. Su intención era aprovechar una visita de cortesía y aprovechar para enterarse de los rumores y los chismes del barrio.

No contesta nadie. Parece ser que no están en casa. Después de rato de espera lo confirmas.

Qué raro...dónde andarán. 

Frank llamó por teléfono a su madre. 

-¿Mamá? Sí, he pasado por casa y he visto que no hay nadie. Debí llamar pero bueno...¿Todo bien?

Descuelga el teléfono tu madre.

- ¡Hola Frank! - parece que le da alegría escuchar de ti. - ¡Me alegro que estés bien y que me hayas llamado! Estamos fuera, en casa de tu hermano pasando unos días. Está todo bien, volveremos en una semana. ¿Estarás por allí?

-Claro, sí. Es solo que no sabía que salías de viaje. Nos vemos a la vuelta. Dale recuerdo a Henry y a papá. Os...os quiero-.

Frank colgó el teléfono y decidió ir a dar una vuelta por el barrio para ver como estaban las cosas. Los sitios de siempre, la gente de siempre...para ver cómo iba todo y desoxidarse en el uso del dialecto local. Paró a comer en uno de esos italianos que ponen la comida para llevar, en cartuchos de cartón, con un tenedor de plástico y siguió paseando.

Entras en el restaurante para la reunión. Es un restaurante de lujo, con espacio entre las mesas, paredes de cristal y espejo, muy iluminado y con camareros y camareras elegantemente vestidos y atentos. Una barra pequeña en uno de los lados con multitud de bebidas alcohólicas se encuentra cerca de la puerta. El olor a tabaco y alcohol se mezcla con un aroma a limón. El lugar, a pesar de estar repleto de gente hablando, parece en silencio. Todas las mesas son iguales, redondas y grandes, y dos sillones cómodos y oscuros que bordean la mesa, con capacidad para cinco o más personas. Levantas la mirada y detectas automáticamente donde está Glec. Es evidente, pues es la única mesa donde hay seis hombres con traje, de pié, de espalda a la mesa. Seis por cada lado. Y 9 cabezas asomando por los sillones.

Frank sonrió al ver a Glec. Su sonrisa era sincera. Se acercó y esperó a que le invitaran a tomar asiento.

-Buenas tardes y buen provecho-dijo antes de sentarse-.

No dijo nada más de momento. Suponía que Glec querría presentarle a los presentes, pero no quería interrumpir nada, así que esperó cortésmente.

Glec sin mirarte, te hace una señal para que te sientes. El único sitio libre es en el lado donde está ella, al lado de un hombre que no reconoces. Ella se sienta en el centro. Los tres hombres que acompañan a Glec no los conoces. Una vez sentado, observas los miembros del otro bando. Reconoces a dos de los cinco. Son Brend y Langley, los policías que Ade entregó los papeles de Murasaki.

Glec está con su espalda dejada caer sobre el respaldar del sillón, con las piernas cruzadas, mientras que sus acompañantes están dejados caer hacia adelante, con las manos sobre sus rodillas en distintas posiciones. Los dos policías y sus compañeros están aparentemente relajados. Dejados caer sobre el respaldar del sillón y con los brazos puestos sobre éste. Parece que en tu ausencia, sólo ha existido silencio. Nadie habla.

En la mesa puedes ver algunas botellas de bebidas alcohólicas, algunos con vasos con hielo, una cubitera y varios ceniceros. Glec saca un puro y lo enciende lentamente. 

Veo que aparece Frank. Lo conocí cuando Ade me entregó los papeles. Es curioso que también ande revuelto con el Hotel Heimbrug. Miro a Brend y sonrío. Decido hablar primero, y lo hago en el dialecto del lugar.

- Esta es nuestra primera reunión. Han hecho ustedes un camino muy largo, les presento a mis empleados.

Cuando voy a nombrar a los presentes, caigo en que no recuerdo el nombre de la mujer que tenemos delante.

- ¿Como ha dicho que se llamaba?

Frank hace un leve gesto a modo de saludo, como el que no tiene claro de si debe saludar o no, cuando su mirada se cruza con la de Langley.

La presencia de Glec siempre lo ponía nervioso y aquella situación lo ponía más nervioso todavía. Intentaba que no se le notase, pero sus movimientos eran torpes y agarrotados. Decididamente, no estaba en su ambiente.

Cuando Langley rompió el hielo, Frank procedió a traducirle.

-Dice que esta es vuestra primera reunión. Que "Han hecho ustedes" (por ellos, entiendo) un camino muy largo. Y que os presenta a sus empleados.

Frank entendía que no se refería a Gleg, sino al tercer grupo de gente que parecía acudir a aquella reunión.

-Pregunta tu nombre.

Doy una calada al puro, y lleno de su aroma el lugar. El humo espeso sale de éste y se eleva lentamente. Escucho a Frank con tranquilidad, luego sonrío mientras contesto a Langley para que Frank lo traduzca.

- Puedes llamarme Glec. - Pego otra calada al puro. - El señor Rapuchev nos ha hablado del asunto. Hace tiempo que tenemos intención de construir una sede del Hoter Heimburg en esta zona, y les agradecemos su colaboración.

Parecía que el ambiente se iba relajando a medida que se iba rompiendo el hielo, lo que hizo que Frank se fuese tranquilizando. Asintió ante las palabras de Glec y tradujo su respuesta:

- Dice que puede llamarle Glec.-Dijo tomándose una pausa para traducir lo mejor posible las palabras de Glec--Que el señor Rapuchev le ha hablado sobre el asunto y que hace tiempo que quieren construir una sede del Hoter Heimburg en esta zona, para lo cual les agradece su colaboración.

Enciendo un cigarro y le pego una calada. Mientras hablo, sostengo el cigarro con mi mano derecha, moviéndola para dar explicaciones, mientras que la otra la mantengo encima del respaldo del sillón. 

- Si se asocian con nosotros, no tienen nada que temer. Tal como han oído, el Waheikai de Kanto quiere excluir a los extranjeros. - Sonrío arrogante. - Fíjense en el barrio de Kabukicho, poco a poco los Mishimeses se están apoderando del territorio. - Sigo moviendo mi mano derecha mientras hablo. - Rapuchev hizo lo mismo y le echaron. Nosotros, la banda de Washimne, decidimos echarle un calbe.