Partida Rol por web

Antes de que tengas tiempo a reaccionar, los dos soldados se reponen, se ponen en guardia, y se encaran a ti... y a la figura que está detrás de ti.

Las sombras y los aullidos de los lobos invadieron el torreón, mientras la densa bruma se filtraba por entre las piedras. Uno de los soldados, asustado, miró detrás de sí y quedó prendido de la mirada roja (no, roja no, rosa) que estaba al otro lado de la bruma.

El otro, asustado pero entero, se puso en guardia para defenderse.

Me quedo totalmente seguro de mi mismo y confiado que lo que estoy haciendo es lo mejor para mi y para mi casa. Ante la mirada asustada de los soldados, sonrío.

Hacéis bien en asustaros, yo si fuera vosotros correría hasta desfayecer lejos de este torreón. Aquí sólo hayaréis la muerte y la subyugación de vuestras almas.

Me quedo entre mi tía y los soldados en guardia, espada en mano derecha y escudo en la izquierda, preparado para devolver los golpes en caso de que los haya.

No huiré, a ninguna parte. Una vez, que termine de tratar al Barón. Volveré.

Toso de una forma tosca.

Estoy demasiado viejo, para jugar al escondite con esta gente. Hare mi trabajo, si no les gusta que me condenen. En el gran juicio del señor, veremos quién es el auténtico culpable.

Cojo una de las lanzas de los guardias inconscientes, e intento usarlo como mi bastón.

De momento servirá, aunque espero encontrar algo mejor, detesto ir con armas por ahí.

https://youtu.be/2K1CXVCQ4e4

Tu madre no respondía. Parecía que tenía los ojos en blanco, mirando el infinito, inmersa en la pena enorme, insoportable, de saber que su hijo se había convertido en un monstruo. O quizá estabas proyectando, quizá estaba echándose una cabezadita. 

No tuviste tiempo para comprobarlo, porque en ese momento unas manos (suaves, cálidas, perfumadas) te taparon la boca, y te arrastraron en volandas, como si fueras una niña, hacia una habitación vacía, al final del pasillo. ¿Por qué no te habías resistido? ¿Por qué te habías dejado llevar? Aunque en honor a la verdad, la facilidad con la que te había arrastrado te hizo entender que poco podrías haber hecho.

Te soltó en la habitación, después de cerrar la puerta. Pudiste verlo: era un hombre alto, encapuchado, todo vestido de negro. Las manos tenían unos guantes de terciopelo negro (claro, de ahí la suavidad, la calidez y el perfume). Se llevó el índice derecho a la boca, en una señal que reconociste de inmediato, al mismo tiempo que, con la mano izquierda, levantaba un momento su capa para que pudieras ver una daga (¿no era muy recurvada para ser una daga?), en una amenaza que también reconociste de inmediato.

Y entonces, con una voz dulcísima, con un acento que era como el tacto de la arena en las manos, te dijo:

-- Mi señora Clara de Mormont. No nos conocemos, pero ambos necesitamos ayuda. Y ambos estamos en posición de proporcionárnosla.

Cuando salisteis del calabozo, Hassan te ayudó a dirigirte, todo lo deprisa que pudisteis, hacia la habitación del barón. Una vez en la puerta, se despidió, arguyendo que no era buena idea que lo vieran por ahí. Debía volver a su escondite.

Junto a Carles se encontraba Maria, que parecía dormir. El barón te vio, te hizo un signo cansado con el índice para que te acercases sin hacer ruido.

-- Quería hablar contigo, viejo amigo. No me queda mucho.

https://www.youtube.com/watch?v=n-3PciIkZwg

Ambos continuaron ascendiendo, espada en mano, pegando alaridos en la niebla a medida que esta se hacía profunda, densa. Poco a poco, Dionís empezó a recordar aquel sueño que tuviera hacía más de un año, cuando él y Vicenç habían acampado en el Torreón, cuando el mundo era más feliz. Estaba rodeado de oscuridad, una oscuridad densa que se apoderaba de la punta de su espada. Aquella noche habían empezado a ir mal las cosas.

Una risotada femenina rasgó el mundo. Lo sentisteis así, literalmente, como si la concentración que teníais puestas en evitar mirar aquellos aterradores ojos rosas, en continuar caminando sin caer y buscar el sendero de la subida, se esfumase. Durante un instante frío, eterno, os pudo el miedo. Y si parabais, los ojos rosas se acercaban...

https://www.youtube.com/watch?v=n-3PciIkZwg

El sol se estaba poniendo sobre el mundo de los vivos. Los gritos de tu tía, el sonido de los lobos, te llenaban de fuerza. Empezaste a saltar, como mecido por un poder que desconocías. La figura encapuchada te miraba y sonreía. Los árboles danzaban a tu alrededor, se reían contigo. Te sentías en la cima de la pirámide, y sin embargo... Sin embargo, desde ahí arriba podías ver lo alto de la caída. Y cuando mirabas al abismo, el abismo te devolvía la mirada.

Uno de los guardias (el que no estaba completamente asustado, temblando, medio muerto de terror), se abalanzó contra ti con la espada en la mano, e intentó golpearte.

Al escuchar sus palabras, me acerque lentamente y haciendo el mínimo ruido posible. Me arrodille al lado de su cama y con un tono bajo y cordial.

Viejo, amigo. Sabéis que siempre iré a vuestro encuentro siempre que me lo pidáis. Ya estáis otra vez en modo de agorero. Si yo he llegado hasta aquí a usted le queda mucho trayecto por delante. Ahora sin rodeos, que necesitais.

DIONÍS.

No te separes de mi, no hagas caso del maligno. Levanto mi espada y mi escudo para protegernos.

Te intentará tentar, te pondrá trampas e intentará que caigas y no te levantes. Más no caigas en sus redes, si lo haces todo será inútil, no conseguirás nada de lo que te prometa pues no puede darte más que polvo, la eternidad es algo que se gana con sufrimiento y esfuerzo, no con alegría. Avanzo.

El Señor es mi pastor, nada me faltará.
En pastos delicados me hará descansar.

Junto a aguas de reposo me pastoreará
Confortará mi alma, me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.

Dionís, reza conmigo y avanza junto a mi, VAMOS.

El Señor es mi pastor nada me faltará,
Nada me faltará,
Nada me faltará, no,
Nada me faltará,
Nada me faltará,
Nada me faltará.
 

Madre mia

Iba a volver a llamar a madre, a intentar sacarla de aquel estado cuando sentí como unas manos se aferraban a mi boca impidiéndome poder gritar siquiera.

Podría haber intentando morder, patalear o cualquier otra cosa y aún así no hubiera servido de nada más que para ponerme en peligro o hacerme daños. Después de todo alguien como yo no podría hacer nada contra la figura que me arrastraba. 

Temblaba, temblaba de miedo porque temía por mi vida y por mi integridad, después de todo las amenazas de Vicenç seguían aún muy presentes en mi y, muy posiblemente, al fin había logrado su propósito... Atentar contra mi vida y mi virtud, especialmente cuando me llevó hacia aquella habitación cerrando la puerta tras él. 

Aunque tenía miedo no iba a dejar que me viera así, después de todo seguía siendo una Mormont... Más entonces contemplé aquella arma afilada que no se parecía a nada que hubiera visto con anterioridad.

Pero lo que más me sorprendió fue escuchar aquella dulce voz, era una voz demasiado melodiosa para alguien así... ¿No? Y las palabras que salieron de sus labios me resultaron extrañas.

- Creo que merezco una explicación y saber quien me ha tomado de esta manera sin mi permiso... Vos contáis con la ventaja de saber quien soy yo, así pues la educación y la decencia dictaminan que yo también debería conocer el nombre de quien ante mi se presenta. ¿No cree, Sir? Todo el Valle, toda persona que habitamos en él necesitamos ayuda... Y aún así, desconozco qué tipo de ayuda podría ofreceros una sencilla cortesana... ¿Ayudarme? ¿Acaso podríais sacarme de este lugar?

El encapuchado sonrió.

Por supuesto, no eras capaz de verlo por la sombra que la capucha proyectaba en su cara, pero lo podías intuir. Lo notabas en el nudo de la garganta.

-- Creo que ambos sabemos el tipo de ayuda que necesitas, pequeña. Todo el mundo conoce el motivo por el cual quieres abandonar este valle.

>> Pero, quizá, ese motivo podría... solucionarse.

Paro el ataque con soltura sabiendo que en ese momento estoy siendo probado por mi amo y señor, eso a su vez me infunde fuerzas para contraatacar a aquel siervo de un dios mediocre y mezquino.

¡No podéis hacer nada para pararnos!

¡Vuestra sangre será el regocijo de mi señor!

- ¿Os referís a Vicenç? Si es así, ¿qué o quién me dice que vos no sois una enviado de él para terminar y completar su trabajo? Así pues, ¿para que necesita alguien como vos la ayuda de alguien como yo?

No me fiaba de aquella figura, no podía fiarme de nadie, especialmente que me cogía como él lo había hecho y no hacía sino hablar en acertijos. Además, la cuestión era... ¿Cómo había entrado al castillo? ¿No se suponía que había seguridad extra al estar el inquisidor aquí? Todo era cada vez más extraño y veía mi fin cada vez más cercano...

El maldito de Vicenç iba a salirse con la suya, a conseguir lo que quería y nadie iba a hacer nada para impedírselo... Al parecer contaba con ayuda impía, ayuda que podía contra cualquier otra cosa...