Partida Rol por web

(Si no ocurre nada en la posada) Una vez Mario tiene asegurado un catre, se dirige hacia el "chalecito" de su antiguo jefe. La pistola está más cerca de su mano que de costumbre: nunca se sabe.

La pensión es modesta y está limpia, aunque en el aire flota un desagradable aroma a coliflor. La dueña te pide que le pagues la estancia por adelantado, así que tienes que decidir cuantos días vas a estar, y cómo vas a pagar.

Para ver cuanto dinero llevas, tira dos d100. El primer resultado es el dinero que llevas en euros, y el segundo, dividido entre 2, lo que llevas en libras.

-"Estaré sólo esta noche, jefa. Pago en metálico, por supuesto."

Tras dejar la bolsa de mano que pude llevarme como un precario equipaje comprado en la tienda del Aeropuerto de Heathrow (¡malditos ingleses chupasangre!) recuento el dinero que me queda antes de decidir de qué modo voy a ver al Don... y qué voy a comer hasta el viernes. ¡Rayos! ¡Ni siquiera me queda para comprar el billete a Berlín!

La mujer te ve rebuscar monedas en los bolsillos, y te dice:

- También acepto el pago con tarjeta o cheques de viaje...

-"No es necesario, jefa. Aquí tiene."

Cuando acabe el asuntillo con el Don sacaré dinero del cajero y compraré el billete a Berlín para mañana. Tal vez sea más caro, pero mis antecedentes aquí van a ser un problema. Y si no me sale bien la jugada, aún será peor.

Genial.

El abrigo que Katsulas me compró para quedar como un señor en Londres, a tomar por culo.

El dinero que conseguí de Don Benedetto, mi antiguo jefe, para poder coger un avión mañana a Berlín seguramente es tan útil como el papel del culo. O eso, o confiaba mucho en el pistolero que me acabo de cargar. Y con los tres agujeros que me ha hecho, tampoco me extraña. Eso sí, el silenciador y la distancia han jugado en su contra. Yo solo necesité una bala, aunque media Roma debe haberse enterado.

Lo peor de todo es la sangre. En un hospital harían una denuncia si ven que tengo heridas de bala, o si encuentran mi pipa. Un taxi o un autobús no van a recogerme ni de coña. Y debo estar a más de una hora de la pensión o del restaurante de los Pucci. Y no sé a quien más puedo recurrir.

Suelto un escupitajo ensangrentado.

Y luego está Berlín. A saber cómo coño voy a llegar allí sin un avión, y herido de bala. Don Benedetto, cabronazo, de esta te acordarás. La próxima vez no me conformaré con hacer el paripé con la puerta de atrás, y luego hacerme el interesante haciéndote ver que podría tenerte si quisiera. No. Si vuelves a verme, seguramente tendrás una trampa de verdad esperándote. Recuerda que los que siempre buscan cuchilladas por la espalda encuentran la muerte de frente.

Mario se pone su abrigo, por suerte el color es oscuro y disimula la sangre. Va alejándose discretamente hasta que encuentra un lugar apartado en el que refugiarse.

Mierda de idea que he tenido: ir a ver a Don Benedetto. Si salgo de esta, me echaré unas buenas risas cuando me acuerde del marrón donde estoy ahora.

Tras asegurarme que estoy en un sitio lo bastante discreto como para poder tratarme las heridas, abro el abrigo. Las mangas de la camiseta son lo mejor que tengo para hacer vendajes, pero en un principio es suficiente. Con las heridas lavadas y vendadas, empiezo a ser más optimista al respecto de mi futuro inmediato.

Es una situación bastante engorrosa, pero si quiero llegar a Alemania sin que tengan que amputarme un brazo no tengo opción.

Rebusco en lo que queda de abrigo la agenda y el bolígrafo, donde tenía apuntadas cuatro chorradas sin trascendencia, y una fecha: éste sabado, Berlín. ¿Podré llegar? ¿Llegará Katsulas? ¿Holden nos recibirá con los brazos abiertos o encañonándonos? ¿Será cierto todo lo que dijo aquel tipo en Berlín?

Miro el torniquete del brazo izquierdo. Al intentar moverlo parece que no sale más sangre, por lo que imagino que está bien hecho. Bueno, es mejor que nada. Inspiro un par de veces con profundidad y aprieto los dientes tanto que las muelas crujen como protesta cuando meto el bolígrafo en la cavidad que ha hecho la bala en mi cuerpo, y hurgo en la herida hasta que noto una tirantez: he conseguido mover la bala. La vista se nubla y los oídos pitan cuando, con los dientes apretados y aguantando la respiración, retuerzo el bolígrafo hasta que saco el proyectil de mi interior y cae con un inocente chapoteo al suelo.

No es que me gusten este tipo de recuerdos, pero tras rasgar la parte de arriba de uno de los calcetines y usarlo como vendaje, me meto la bala extraída en un bolsillo.

Creo que ya he cometido bastantes errores, como para darle más facilidades a la Policía. Y ahora, a cambiarse de ropa, si quiero conseguir un coche de alquiler, y salir de Italia sin que los detectores de metales marquen las otras dos balas que aún llevo incrustadas.

Mario trata de sacarse la bala de la herida durante cinco minutos sin éxito, haciéndose además bastante daño. Por suerte él es un tipo duro y aguanta bien el dolor, aunque no puede vitar sudar copiosamente.