Partida Rol por web

El cazarrecompensas y el otro individuo se miran fijamente. Jath permanece en silencio y no responde a las provocaciones de su enemigo. Comienza a estar cansado. Sus fuerzas están demasiado igualadas y esta contienda se prolonga demasiado. 

Cierra los ojos y se concentra, escuchando a su alrededor, el tiempo parece bajar su ritmo. La respiración de su enemigo, la tierra rozando con sus botas mientras se mueve ligeramente, el aire...
Deja caer el brazo de su machete, relajado, apoyándolo sobre su cintura. Se concentra en su mano derecha. Siente las magulladuras de su piel. Relaja los dedos y los abre. Siente su pistola, muy cerca, al alcance de sus dedos...

Como un rayo, desenfunda su bláster pesado, le quita el seguro con el pulgar y dispara.

El cazarecompensas se separa un poco de mi, parece que también el cansancio hace mella en él, pero no lo veo decidido a rendirse.

Observo sus movimientos, pero el condenado es rápido y sin darme cuenta saca su pistola bláster y me dispara a quemarropa.

El impacto me lanza a unos metros, pero parece que la providencia está de mi parte, pues no logra dañarme, pero si me deja aturdido unos instantes.

Pero... ¿¿este tío de que está hecho??
Jath queda atónito y no puede dar crédito a sus ojos al ver que el otro tipo sigue consciente tras haber recibido un disparo en su desprotegido pecho. Da un paso atrás, confundido.
Su fortuna lo enfurece: ¡ese disparo tendría que haberlo liquidado!

-¡Nee choo maldito!, ¡muere! 

Con rabia y una violencia desmesurada el cazarrecompensas vuelve a disparar sin piedad, acercándose unos pasos a su enemigo, que aún se está intentando recuperar del impacto anterior.
 

Aun extrañado por mi capacidad de aguante, intento centrarme en la pelea que tengo con el cazarrecompensas. Viendo que no baja la guardia y sigue en su empeño en acabar conmigo.

Lo más rápido que puedo, cojo mi arco de energía y le disparo. Pero antes que pueda apuntar bien del todo, su pistola lanza un disparo que vuelve a impactarme. Otra vez caigo por la fuerza del impacto, aunque no logra hacerme demasiado daño.

El encapuchado sigue cayendo disparo tras disparo, pero sin sufrir más que un breve shock por cada impacto. 
Jath sigue disparando. Por sus movimientos bruscos y excesivamente enérgicos se percibe una gran violencia. Un nuevo resplandor rojo ilumina su rostro ensombrecido, cubierto completamente por su casco.

No parece que vaya a dejar de disparar hasta que el otro muera. 

Demasiado confiado por mi buena suerte hasta el momento, vuelvo a preparar el arco, pero no logro disparar. Mi contrincante es más certero que yo y su buena puntería vuelve a darme de lleno. Pero esta vez la providencia no está de mi parte y ya estando herido, vuelvo a sufrir un gran daño en mi cuerpo.

Caigo al suelo, todo se oscurece a mi alrededor...

Un destello tras otro seguía iluminando por decenas de segundos la escena una y otra vez. 
El individuo encapuchado había caído al suelo, inconsciente en apariencia. Pero Jath no se detenía. Su dedo pulsaba el gatillo de su bláster pesado una y otra vez. Y cada vez que lo hacía un zumbido envolvía sus oídos y su cabeza, y una nueva quemadura de aspecto poco agradable aparecía en el ya maltrecho cuerpo de su enemigo.
Su brazo se movía con violencia por el retroceso del arma. Su respiración se notaba cada vez más y más agitada. El tipo ya estaba muerto. Lo había matado desde el tercer disparo.
Pero el cazarrecompensas estaba cegado por la furia y su instinto asesino se había desatado y apoderado salvajemente de su consciencia.

Poco a poco el bosque fue recuperando su calma, y los disparos fueron distanciándose en el tiempo. Hasta que resonó un estallido más, significativamente más separado y aislado. Finalmente se hizo el silencio.

Jath, un poco menos agitado y calmado, aparta el cañón de su bláster, dejando de apuntar al rostro que acababa de chamuscar. Sin embargo, no aparta la mirada del cadáver.

-No hay ningún honor en acabar contigo, wermo kung*.

Un nuevo disparo sale de su bláster y vuelve a impactar en la cabeza del cadáver, que se mueve apenas unos milímetros, inerte.

Luego aparta la mirada, se da la vuelta y comienza a caminar con pesadez hacia el norte. Abandona el cadáver de su víctima para intentar encontrar el de otra: el del ave que mató accidentalmente y que aún sigue enganchada a su garfio.

Entre las penumbras y la red de vegetación se pierde de vista mientras se quita el casco y respira hondo...