Partida Rol por web

Conforme por el certero control del elemental, muevo las manitas con tal de alejarlo del fuego y evitar que se consuma allí dentro. - Vamos precioso, es hora de irnos de aquí. No puedes consumirte con este fuego, es muyyyyy maloooooo. -  intento brindar una orden y así salvar su vida. Su existencia era tan importante para mi y ya le había tomado cariño. Era una reina que tenía corazón al fin de cuentas. 

Algorímedes intenta entrar en la cocina, pero a pesar de que el fuego ha disminuido en intensidad, la entrada sigue impracticable. Entre otras cosas, porque el suelo de ha derrumbado en parte de la estancia a consecuencia de la caída de la viga.

Zala y Bill vuelven a la sala de objetos mágicos. Bonnie consigue mantener el control del elemental y lo guía para salir de la cocina. De esa forma consigue atraerlo hasta el distribuidor central de la planta. Sigue desprendiendo vapor de agua y su tamaño ha disminuido considerablemente desde que salió de la botella, pero al menos ha sobrevivido.

Por las escaleras llega corriendo Batracius, cargado de libros y legajos de pergaminos. Se detiene un instante en el descanso a mirar qué es lo que estáis haciendo, pero no se decide a entrar.
 

¿Elemental?¿Ha dicho elemental?

Si, he dicho elemental. En el medio de la estancia ves un elemental de agua de tamañano mediano. Esto es, como 10 lutines juntos, más o menos. Está desprendiendo vapor de agua y lo más curioso es que Bonnie parece tenerlo bajo su control.

El incendio sigue activo, pero parece que ha disminuído en intensidad.

Algorímedes se acerca ilusionado a la cocina cuando se da cuenta que no hay camino que seguir. El suelo se ha derrumbado y el acceso es del todo impracticable. Sin embargo, sin saber cómo, un elemental ha salido de la mismísima cocins por el mismo accessi del todo impracticable. Menudos poderes mágicos los de esta torre!

En fin, pensaba Algorímedes, si no puedo entrar a la cocina, me buscaré otra dedicación. Uhm, quizás pruebe suerte en otra planta.

En su deambular por la sala atestada de trastos mágicos la cabeza de Bill daba vueltas intentando discernir que había allí que le pudiera resultar útil.

Su mente intentaba filtrar toda la información, ¿qué buscaba? Lo primero que le vino a la mente fue el color azul. El agua, hielo, viento... todo lo que era contrario al fuego era azul, ¿no? El propio frasco que contenía el elemental era azul. Por otra parte debía ser un objeto pequeño, es decir, de su tamaño. Si bien era cierto que Bill Barril destacaba por su fortaleza, los últimos acontecimientos le habían dejado un tanto maltrecho, por lo que un objeto demasiado grande sería imposible de transportar. ¿Una caja, o tal vez un frasco? A lo mejor una varita o un anillo... eran tantas las posibilidades...

¡Por todos los demonios, como echaba de menos un trago! No entendía como la gente podía soportar sobria aquel mundo...

Sacudió la cabeza para despejarla de pensamiento negativo. Así pues buscaba un objeto pequeño y azul. Volvió a invocar una minúscula llamita en la palma de su mano y reanudó el proceso de busqueda.

Batracius, atónito, dejó todos los libros pergaminos que llevaba apoyados en el primer peldaño de la escalera que subía a la planta de la que procedía.

Observó con ternura, orgullo y una sobredosis de amor cómo Bonnie controlaba a un elemental de agua bastante grande. Ahh... su amada... sin duda era una lutina excepcional. ¿Quién si no habría logrado cambiar al frío y distante Batracius, la rana de biblioteca?

Mas se contuvo de acercarse a ella y fundirse en un abrazo, o incluso de animarla en su tarea. Su vuelta repentina podría ponerla nerviosa o distraerla, y parecía que mantener el control de semejante ser mágico era una tarea titánica. Por ello, Batracius corrió raudo hasta la sala por la que habían desaparecido el resto de sus compañeros.

Observó que estaba repleta de cosas brillantes, objetos raros e intrigantes como no había visto nunca. Bill estaba allí rebuscando con ahínco.

¿Qué narices ha pasado en el rato que no he estado? -preguntó en voz no muy alta.

- Te he salvado mi precioso elemental. De ahora en más seré tu mami y te cuidaré siempre. -  afirmo tras realizar una breve caricia a la criatura de agua con una de mis manitas. Al menos la felicidad reinaba en mi pequeño corazón al saber que un par de agua estaba lejos de ser devorado por las llamas que acechaban en el castillo. 

Sólo que al ver como mi gran amor (Batracius) regresaba al lugar, una sonrisa en mis labios se dibujó. Estaba rebosando de alegría. - Batraciussssssssssssssssss. -  grito con fuerza tras caminar lentamente hacia él mientras me acompañaba mi nuevo amigo, el elemental de agua. - Hola cariño mío, te eché de menos. - confieso al bajar la mirada, sin dejar de mantener el control de mi nuevo bebé. 

El valiente lutin continúa buscando y buscando, entre las pilas de tesoro y monedas doradas, hurgando y pateando, nadando y saltando; hasta que, en su lapsus profesional, distingue a sus compañeros de trabajo.   Ya con el humor bastante cambiado ante la falta de descubrimientos que permita generar viento suficiente para extinguir las llamas, simplemente comienza a desparramar todo lo que se cruza en su camino y, muy de vez en cuando, guardar algunas cosas en sus bolsillos.

Algorímedes, Zalakatunga y Bill vuelven a entrar en la sala de objetos mágicos y se ponen a rebuscar como locos. Tras ellos les sigue Batracius, no parece entender lo que está pasando. ¿Sus preguntas sobre lo que sucede allí parecen ser ignoradas por sus compañeros. En su desconcierto, apenas repara en las atenciones que recibe de Bonnie, que se queda con dos palmos de narices con su elemental. ¿Elemental?¡Ah!¡Es cierto! Tenía aquí un elemental con ella. Por suerte se da cuenta a tiempo y recupera la concentración para mantenerlo bajo control. Por suerte, ya lo conoce mejor y comienza a comprender cómo controlarlo.

¿Y cómo van las búsquedas de nuestros lutines fisgones?

Pues vamos a ver...

Algorímedes sigue en la búsqueda de una alfombra mágica, pero aparentemente, no está allí.

Bill comienza a rebuscar cosas de color azul: botellas, cajas, anillos, varitas...Luego de un rato de rebuscar, consigue encontrar un anillo con una piedra azul; pero que está hecho para un humano, una botellita (tamaño humano, nuevamente) con un líquido blanco azulado, de aspecto lechoso y una varita que está hecha de una extraña madera veteada en varios tonos desde el blanco hasta el azul marino. Es también de tamaño humano, pero dado que es una varita, podría ser manejada para un lutín, dado que es apenas el doble de larga que él y bastante ligera, a decir verdad. Otra cosa sería descubrir los comandos y los gestos para utilizarla, claro. Lo que es evidente es que nadie piensa en los lutines a la hora de construír objetos mágicos. O al menos, Rudesindus no tiene interés en almacenarlos, que también podría ser.

Zala por su parte, empieza a arraplar con todo; tirando objetos al suelo, revolviendo aquí y allá. Algunas botellas caen al suelo con peligro de ruptura, una capa es pisoteada por el descuidado lutín,...pero por suerte no pasa nada. Entre todo el contenido de la habitación acaba por encontrar un cuerno. Se trata de una imponente obra de artesanía, tamaño humano, como no. Está hecho de asta de toro (toro, vaca, minotauro, gorgona, demigorgona...) y está rematada con un refuerzo metálico, probablemente de plata, mithril o algo así, que a su vez está grabado con filigranas y runas.

Con más tiempo se podrían buscar más cosas, pero tiempo es precisamente lo que no tenéis, porque si bien es cierto que con la aparición del elemental se ha sofocado en buena parte, sigue activo y recuperando fuerzas. Algunos pontones y restos de la techumbre caen al suelo. Nada lo suficientemente grande como para que pueda ser de por sí peligroso, pero evidencia que la estructura de la torre está comprometida.

Su búsqueda, si bien era pronto para decir que había sido "exitosa", si se podía decir que había sido "satisfactoria". Había encontrado tres objetos que se ajustaban más o menos a la idea que tenía sobre una herramienta anti-fuego.

El anillo y la varita le venían grandes, como todo en aquella torre, pero al menos podía intentar hacer "algo" con ellos. Se colgó del hombro el anillo, dejando la mano libre para agarrar la varita como quien lleva una caña de pescar, la botella parecía lo suficientemente pesada como para tener que ser transportada individualmente, por lo que optó por la idea más estúpida de todas las posibles... abrirla a ver que pasaba. A esas alturas, cualquier cosa le parecía una posible solución por rara, ridícula o peligrosa que pudiera ser. Pasar tanto tiempo rodeado de locos le debía de estar afectando a la sesera...

Al fin, la piedra filosofal no puede competir con semejante artefacto de viento. Un cuerno de proporciones épicas es lo que encuentra Zala. Ahora la interrogante es… ¿Cómo soplar tan desproporcionado cuerno? Claro, para un lutin es extremo en tamaño pero de la maña y el ingenio un lutin puede, o intenta, hacer sonar tan vasto ingenio artesanal.

¡Agoha zi! ¡A zoplag y zoplag! – festeja Zalakatunga mientras intenta producir alguna brisa que sea transformada en viento por medio del cuerno. Y para ello el lutin simplemente baja sus pantalones y expulsa con toda su fuerza - y ahínco – un gas desde un lado del artefacto de viento.

Tal vez – sin que todo acabe en malos olores – el viento resultante sea favorable…

Batracius había intentado pasar desapercibido a Bonnie, para que esta no se desconcentrase, pero ella debió de percibirle, pues profirió su nombre y se lanzó a su espalda.

Batracius rotó sobre sí mismo para fundirse con ella en un apasionado abrazo.

Ohh, Bonnie... -suspiró- OhAH! ¡EL ELEMENTAL! -dijo señalando al ser, que empezaba a agitar sus aguas de lado a lado.

Por suerte Bonnie se giró y pudo mantenerlo a raya. - Uff.

A su lado pasaba Bill, cargado con un anillo y una varita. En otro punto de la habitación, Zala hacía... cosas de Zala con un cuerno gigantesco.

Bill, compañero, ¿te llevo algo? -se ofreció.

¿De dónde ha salido el elemental? ¿Y para qué queréis todos estos zarrios? ¿Es por el incendio¿ ¿No está controlado? -disparaba preguntas a Bonnie y Bill sin cesar, porque al estar ausente no sabía nada de lo ocurrido, y a Batracius le ponía muy nervioso NO SABER.

No sabía si por el apasionado abrazo que Batracius me regaló o su mera presencia de sapo elegante lo que al fin de cuentas me distrajo, pero así fue. Mis manitas que se movían al compás de los suaves movimientos del elemental se detuvieron dada la cercanía que tenía con mi príncipe verde. 

Atontada por su magnificencia, bajo la mirada avergonzada hasta que recuerdo a mi amigo y su bienestar. - Lo siento pequeñín, es que me distraje. - me disculpo en primera instancia con mi amigo y luego tras contemplar con dulzura a Batracius respondo. 

- Si, es mi amigo y lo he salvado. Es un amor ya verás. -  respondo un tanto risueña, aquel elemental era maravilloso. - Zalaculoinquieto lo trajo en un frasco y no tuvo mejor intención que sacarlo de allí. Lo que generó un desastre ya que las llamas lo estaban consumiendo... Un horror. -  le explico a Batracius la situación mientras observo a Bill y a Zala andar de aquí para allá. 

Ajena a sus intenciones, pregunto al igual que el lutín sapo. -¿Qué hacen? Buaggg que asco, se ha bajado los pantalones. ¡¡¡Va a tirarse pedos!!! - grito señalando hacia el cuerno donde Zala se encontraba. 

Allí todos los compañeros salían con algún aparatejo mágico excepto Algorímedes. Pues nada, estaba claro que eso de sacar el polvo a la alfombra era un trabajo que, por el momento, debería quedar en susoenso hasta encontrar alguna pista que le llevara hasta el paradero de aquel escurridizo objeto.

- Bueno chicos, queda alguna tarea por hacer? Ha sido un día duro, verdad? Por cierto, qué hacen toods esos objetos que lleváis? Podeos probarlos.

En los segundos que siguieron a continuación, pasaron varias cosas, algunas de ellas, de lo más curioso.

Algorímedes parecía estar bastante perdido, más preocupado por encontrar una alfombra mágica que lo mismo podría haber sido devorada por las llamas, que por apagar el incendio que volvía a cobrar fuerza amenazando con derruír la torre convirtiéndose en su tumba.

Por otro lado, asistimos al reencuentro de Bonnie y Batracius que más parece que llevaran un año sin verse que apenas unos minutos. Así es el amor cuando nace. La boca de Bonnie regurgitaba trocizos de algodón de azúcar en forma de corazón y Batracius por su parte, empezó a desprender un líquido viscoso y templado a través de su piel que impregnó a la reina de los lutines.

En consonancia con aquella hermosa escena, un Bill el Barril ataviado con un extraño anillo casi tan grande como él y una varita a modo de bastón de caminar, abrió el descomunal frasco con el líquizo azul blanquecino que había encontrado, que deprendió un agradable aroma floral que inundó la habitación al instante.

Puede  que fuese debido a la pérdida de concentración de la reina de los lutines provocada por el pasional abrazo o quizá a que sus poderes son más limitados de lo que ella misma estaría dispuesta a admitir que el elemental quedó liberado de su dominio. El reducido pero aún colosal elemental al verse libre, sabedor de lo cerca que había estado de evaporarse pore completo en aquella estancia, intentó poner distancia con el fuego por la vía más rápida que encontró; esto es, arrojándose por el hueco de las escaleras. Varios metros más abajo, se oyó un ¡SPLASH! cuando dio con el suelo.

Pero sin duda, lo más notable de lo que sucedió en aquel breve espacio de tiempo, es lo que concierte a Zalaflatulencia y su cuerno; cuando sin pudor ninguno se bajó los pantalones, se puso el cabo del cuerno en el ojete e hizo fuerza de vientre hasta que una flatulencia salió de su ano infernal.

Si fuera un cuerno normal, nada terrible pasaría, salvo que el ruido provocado por el culo del pequeño lutín, se vería amplificado. Pero aquel era ni más ni menos que el archiconocido Cuerno de Jurgen, Llamador Del Viento, capaz de desatar tempestades con tan solo soplarlo. Y donde antaño se habían posado los labios del legendario Jurgen y de a saber cuántos héroes incluído con toda probabilidad el propio Rudesindus, se posaba ahora el ano del pequeño lutín. Y es verdad que tampoco fue tanta la fuerza con la que aquel gas salió de su ano, pero amplificada por el cuerno produjo una feroz corriente de aire fétido  y un ruído como ningún pedo habíais oído sonar en vuestras cortas e infernales vidas. Posiblmente no habría sido un problema sino fuera por el alto contenido en metano de aquella corriente. El fuego se contrajo al principio por efecto de la corriente, pero en seguida el metano sirvió como potente combustible para que una llamarada descomunal se produjese siguiendo el trazado de la corriente en sentido inverso hasta el propio cuerno. La explosión que se produjo, lanzó a los lutines que se encontrabal alrededor a varios metros de distancia.

El sonoro pedo se extendió por la habitación generando una fuerte corriente de aire y gas, que cuando alcanzó el fuego de la habitación contigua, prendió, y regreso en forma de llamarada infernal para finalmente explotar en el cuerno (y el ano) de Zalavayaputasideastienescolega.

La explosión resultante lanzó a la acaramelada pareja a un metro de distancia. Batracius apenas tuvo tiempo de proferir un lamento.

Otra vez noooorrrrrr... 

Lo vi venir y sabía que Zalaculoinfernal sería capaz de algo peor. Había sido causante del incendio, ahora lo potenciaba. ¿Estaría loco? Eso podría imaginar, sin embargo mi preciosa cabellera rubia comenzaba a resentirse y ese era el gran problema que podía afectar mi psiquis. 

Tras incorporarme luego de aquel abrazo gelatinoso impregnado de amor, busco al elemental y observo como se escapa. - Buen chico, eso tendría que haber hecho yo. - refunfuño entre dientes hasta que mi amado allí estaba recuperándose al igual que yo de la explosión. - Tenemos que irnos de aquí, esto ya no se puede apagar. -  sugiero decidida a hacer lo mismo que mi amigo de agua. 

Así que avanzando un poco adolorida, intento buscar y salida para salvar mi cabellera, como así también mi cutis de muñeca infernal. 

- Oh oh, creo que esto no va a funcionar.

La cara de Algorímedes, en cámara lenta, pasa de la más pura incocencia, al terror más descontrolado. Fuego y olor a gas metano. Aquello era como el infopierno mismo pero reducido a una pequeña torre que pronto se vería abajo por la incompetencia de sus habitantes.

Bill abrió con determinación, pero con mucho cuidado el frasco que tenía delante, esperando que de él surgiera un genio o un poderoso espíritu que les ayudase a extinguir las llamas. Levantó el tapón con los ojos cerrados y la cara mirando hacia otro lado, como si eso le pudiera salvar del desaste, y de la botella surgió...  un olor a flores. Nada más y nada menos...

Se giró hacia sus compañeros para manifestar su fastidio, pero cuando fue a abrir la boca una sonora flatulencia surgió de un lado de la habitación, no le dio tiempo de ver su origen, pero la imagen de cierto lutín disfrazado se materializó en su mente. Casi al instante una explosión tuvo lugar cerca de las llamas de la cocina llegando hasta el maltrecho Bill, que veía como, una vez más, el mundo daba vueltas mientras salía despedido hacia atrás, procurando no soltar ni varita ni anillo.

Mientras saltaba por los aires pensaba: -Se acabó. Si salgo con vida de esta me largo de aquí, que arda toda esta maldita torre de locos-.

¡Fuego! ¡Llamas! Exclaman los presentes, aunque es algo común del hábitat de los lutines. Nada de qué preocuparse…

¡Fuego! ¡Llamas!... ¡Calor! ¡Calor! Gritan los demás al sacudir sus ropas chamuscadas. ¿Son lutines del infierno esquimal? Nada de qué preocuparse.

¡Fuego! ¡Llamas!... ¡Calor! ¡Calor!... ¿Olor a lutin rostizado? Más de lo mismo, aburrido por demás. Y el fuego sigue sin apagarse. - ¡Unh momegto! – pensó en voz alta Zalamincito al olfatear el riquísimo olor a lutin a las brazas. Él prefiere el corte de nalga apenas cocido.

¡Fuego! ¡Llamas!... ¡Calor! ¡Calor!... ¿Olor a lutin rostizado?... ¡Dolor! ¡Dolor! ¿Kien dijo ezo ugtimo? Pensó Zala al darse cuenta, tarde, de las llamas en su traje rentado. ¡Por cierto, era un traje de gala!

Entonces, en ese momento, Zalantorchalutin inicio el record de carrera en círculo por resguardar su trasero de las llamas que solo crecían y crecían, alimentadas por la volátil emanación de su “orificio donde nunca da el sol”.

Ya tendría tiempo para recordar que salió mal, o quien hecho todo a perder y que no era él, sino otro inepto. Esa es la filosofía Katraska.