Partida Rol por web

Cortejo de Moscas

Prólogo: Un Funeral Para Recordar

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06/03/2023, 20:54
Odette Rochester-Bartou

Estaba hablando en susurros con mi padre, pero levanté un poco la vista hacia Cletus cuando preguntó si nos importaba que fumara. ¿Estaba preguntando en serio? A ver, ¿no se daba cuenta de que le estaba preguntando a una pobre niña ñoña? Claro, me ruboricé, pensando que si le decía que aquello me molestaba iba a sonar demasiado antipática, pero que tampoco podía decirle que no me molestaba porque era mentira. Me encogí un poco de un hombro y miré a mon bon papa un segundo, antes de bajar la mirada sin responder.

La alcé de nuevo, claro, al escuchar aquello de «mis sobrinos favoritos». Déjame que lo diga con las palabras con que me sale preguntarlo hoy en día, lector: ¿Qué cojones estaba diciendo ese tío, si nunca nos habíamos visto en la puta vida? Claro que, en aquel momento, yo lo miré simplemente sorprendida, sin entender muy bien a qué se refería; quizás era una broma y había que reírse.

No, no —negué suavecito cuando se ofreció a ayudarme—. Je suis bien ici. Estoy bien aquí.

Ya estaba tan tranquila y perfectamente ubicada junto a mi padre. Estaba pensando qué contarle mientras el primo Thomas contaba cosas sobre él y sobre billetes de avión y esas cosas.

Yo —empecé con timidez cuando Thomas terminó. ¿Qué podía conta de mí?— nací en París y viví allí muchos años. Nunca había conocido al resto de la familia.

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06/03/2023, 21:53
Narradora

Con la entrada de Priscilla una vez más al salón, seguida por Rosalind y Edward, se hace un repentino silencio. Aquellos que han estado hablando en voz baja se interrumpen, pues la sensación de que finalmente el acto está por empezar llena la sala. El padre John realiza una señal de la cruz en el aire, pronunciando palabras en latín. El acto da inicio, realizándose el ritual católico ya conocido por todos, aún si no todos lo practican. Además de la voz del padre, otro sonido interrumpe aquel silencio que debería ser solemne, pero que se hace pesado y hasta perturbador. El aleteo y zumbido de más moscas que revolotean sobre el ataúd, y que nadie se atreve a espantar para no detener el rito. Zumban, alegran, y se mueven de un lado a otro, ansiosas.

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06/03/2023, 22:03
Padre John

Media incómoda hora pasa, entre rezos repetidos por el alma del señor Marceló Bartou, Dios lo tenga en su Gloria. En una de las sillas, Mary Smith se suena con un pañuelo escandalosamente, algo que sería gracioso de no ser por esa extraña tensión en el aire. Finalmente, el hombre santo se dirige a los presentes. -Es momento de dar nuestro último adiós a tan querido hombre. Sus familiares pasarán a dar algunas palabras sentidas, en su memoria.- Dicho esto, ofrece con una mano la palabra para quien quiera hablar.

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06/03/2023, 23:14
Rosalind Bartou

Y finalmente dio inicio.

Sentada en la primera fila, como corresponde a los familiares más cercanos, repetí las palabras sagradas con simple práctica tras años de devoción. Repetí cuando había que repetir, recité cuando tenía que recitar, y me alcé y me senté tantas veces como pidió el Padre en nombre del señor. Salía de forma natural. Excepto por el malestar creciente que me urgía, aumentado por el sonido de las moscas. Éste funeral fue mucho más difícil de tragar del funeral de mi madre años atrás. Definitivamente sentía una espina clavada dentro con todo esto. Y el zumbar de las moscas se sentía exagerado en mi mente, hasta el punto de casi distraerme de todo lo demás. Hasta que llegó el momento, tal y como nos avisó el abogado.

Un breve silencio recorrió el salón. Ya me había quedado claro que no todos sabrían qué decir, o si decir algo o no. Realmente faltaban personas aquí que podrían haber dicho más. Pero no vinieron. 

Cojo fuerzas y trago saliva, incómoda, me pongo en pie. Me acerco lentamente al Padre John y ocupo su lugar tras el atril para hablar. Miro el féretro... - ... - durante unos incómodos segundos de silencio. Luego miro al resto de asistentes. - ... - no eran muchos.

Y las palabras se me atascan en la garganta. Aquello era frustrante. Toso para romper el silencio. Y cojo aire de nuevo.

- Mi padre. - breve pausa. - Marceló Bartou. - *¿por qué así? - Me miro las manos apoyadas en el libro sagrado sobre atril. 

- Fue un hombre... culto. Inteligente y sabio. - ¿Qué se supone que tenga que decir? - aprieto mis mandíbulas. Ni siquiera pensé en éste momento. ¿palabras en su honor? yo tenía preguntas! - Fue un marido devoto y fiel. Amó a su esposa y la honró, hasta sus últimos momentos. - *hasta el punto de perder de vista al resto del mundo cuando ella murió. - Fue... - trago saliva. - fue un padre... - busco al hijo de mi hermana. El hecho de que ella NO estuviera presente... era sumamente irritante. Ella siempre hizo lo que quiso. Aprieto mis manos sobre el libro, agarrándolo un poco más fuerte. - Fue un padre amoroso. Siempre quiso lo mejor para nosotras, sus hijas. - *sobre todo para Margaret. - apoyó las necesidades de las dos, creyó en nosotras y nos guio por el camino que consideraba justo y correcto. - *a ella le dio todo lo que le pidió, desde luego. - Evitaba mirar a los presentes, hasta el punto de preferir mirar a cualquier desconocido que a ninguno de los que conocía. A medida que pensaba ahora en ello, sentía unas ganas enormes de gritar.

- ... - pero me tragué las ganas. Era más difícil de lo que pensaba. - Siempre recordaré todo el tiempo que pasó con nosotras, aunque era un hombre ocupado, siempre intentaba buscar tiempo para aconsejarnos y educarnos como mejor supo. A mi hermana la apoyó finalmente con sus estudios, a pesar de que al principio no estuviera de acuerdo. A mí me... inclinó a seguir el camino del señor - así que dije todo lo que se me ocurrió para pasar de una vez aquella situación - Y yo seguí sus deseos, porque sabía que él creía en que eso sería lo mejor para mí. Y tenía razón... y se lo agradezco ahora más que nunca - *hasta que no pude más. Y me fui de allí. Y nunca pude llegar a decirle por qué.  - aquél discurso estaba lleno de pausas incómodas. Me temblaba el labio a momentos, y era evidente que me estaba tragando muchas palabras, o quizás las ganas de llorar. 

- Pero tras la muerte de mi madre... - *desapareció - se cerró. Se recluyó. - *Y hasta ahora sólo Dios sabía qué había pasado con él. Dios y los cotillas del pueblo, todos menos yo, al parecer. - se apartó de todos. Eso sólo pudo ser prueba del gran dolor que sintió. Por el gran amor que tenía por ella. - miro al féretro con pena. - Lo cual me dolió mucho más de lo que quise admitir hasta hoy. Saber de su dolor, y no poder verle... no creí que se mereciera vivir la pena en soledad... pero no podía hacer otra cosa que respetar su decisión. - Luego desvío mi vista al sacerdote - Ahora doy gracias al señor de que... a pesar de que no pude estar a su lado para apoyarle como hubiese deseado hacer, tuvo... amigos. Amigos reencontrados que estuvieron con él durante estos años tan difíciles. - miraba directamente al Padre John. - y el hecho de que recuperase el contacto con Dios. Saber eso, de algún modo... me hace sentir... - ...más ignorada aún. ¿tantos años y ni una sola palabra...? - me hace sentir... que... - ¿Que eligió a otro antes que a su propia hija para cuidarle? - Mi voz empezaba a resquebrajarse. Me escurro con una temblorosa mano una lágrima que escapa por salir. - P-perdón...

Tras sonarme la nariz, y otra incómoda pausa de silencio - Me hace sentir que de algún modo siempre estaré en contacto con él. Que siempre estará presente. - me esfuerzo por sacar de dentro esas palabras y aprieto de nuevo los labios, con los ojos húmedos y la cara torcida. Costaba mucho mantener todos aquellos sentimientos de rencor, amor, reproche y pena, bajo el respeto que se merecía en su funeral. No podía seguir, no hacía falta seguir. 

Miré al Padre asintiendo con un gesto de la cabeza y solté el atril para dirigirme de nuevo a mi asiento, mirando el suelo para evitar romper en lágrimas, con los dientes y la boca bien apretados.

Aquello era... frustrante.

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07/03/2023, 18:31
Cletus

-¡Ohhhh, vaya! ¡Eso es realmente amable por tu parte Thomas! -Cletus no había cogido un avión en su vida y tampoco había viajado muy lejos tampoco, pero se sentía bien esa posibilidad.- Luego seguimos, parece que va a empezar. -Dijo sonriendo a su sobrino para después dedicarle otra sonrisa a Odette.- Como desee señorita Odette. -Dijo acompañando todo de una reverencia.- Será mejor que nos sentemos entonces.

Y sin saber muy bien como se encontró allí sentado en una sala rodeado de gente a la que apenas conocía y escuchando oraciones por un hombre al que tampoco había conocido. En algún momento dado reparó en unas moscas que revoloteaban por el ataúd y comenzó a cantar mentalmente una canción que le había enseñado una amiga y que parecía apropiada para un funeral, aunque estaba seguro que no había sido compuesta para eso. Mis días sin ti son tan oscuros, tan largos, tan tristes mis días sin ti. Mis días sin ti son tan absurdos, tan agrios tan duros, mis días sin ti. El padre Jonh seguía hablando y ya empezaba a hacérsele largo. Mis días sin ti no tienen noches, si alguna aparece, es inútil dormir. Mis días sin ti son un derroche, las horas no tienen principio ni fin. Y mientras seguía con su particular concierto mental, el sacerdote terminó y dio paso al tiempo de los testimonios, primero subió la prima Rosalind, que como hija era una de las más afectadas, escuchó sus palabras en silencio, la historia era trágica y como en todos los funerales se podía sentir el dolor. Asintió en silencio cuando terminó, con pena por los que habían conocido bien a su tío y podían sentir su pérdida. No era su caso pues para él se trataba de un desconocido. Esperó un poco y en esos segundos incómodos donde nadie intervino se levantó, estaba acostumbrado a romper el hielo, cantar en la calle no era muy diferente a tener que hablar frente a un grupo de personas desconocidas. De camino al frente volvió a mirar el ataúd y siguió cantando. Tan faltos de aire, tan llenos de nada, chatarra inservible, basura en el suelo, moscas en la casa. Entonces se dio cuenta porqué se le había venido aquella canción a la cabeza. Putas moscas... Dejó de pensar en la canción y se concentró en la gente que tenía delante.

-Hola a todos. La verdad es que no conocí a mi tío Barceló, pero mi padre siempre contaba una historia de cuando era pequeño que creo que refleja bien el tipo de persona que era. -No sabía si la tía Priscila habría estado presente y se acordaría de aquello, pero era de las pocas anécdotas que su padre había contado de la familia.- Cerca de la casa donde vivían había un pequeño lago donde solían ir a bañarse o a pescar en verano cuando hacía mucho calor y que en invierno con el frío llegaba a congelarse y a veces jugaban y patinaban en él. Una de las veces mi padre pisó una zona donde el hielo estaba más frágil y el tío Barceló no dudó en lanzarse a rescatarlo. Siempre recuerda que se pasaron la siguiente semana castigados y estornudando sin parar. -Hizo una pequeña pausa antes de terminar.- Así que aunque no conocí a mi tío, es probable que si no fuera por él ahora yo tampoco estaría aquí.

Quizás había exagerado un poco la historia, ya se sabe que esas cosas empiezan de una manera y después con el paso del tiempo se va haciendo más grande todo. Lo importante en aquella ocasión era dejar al difunto como un hombre que se preocupaba de la familia, a pesar de la extraña forma en la que se había comportado los últimos años por lo que había escuchado. No tenía mucho más que decir así que abandonó su lugar y dejó el sitio al siguiente.

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08/03/2023, 19:48
Rhys Michael Johnson

Aquella llamada que interrumpió aquella conversación insulsa sobre aviones y caravanas me devolvió durante unos minutos al mundo real, al menos a lo que yo consideraba el mundo real, a kilómetros de distancia de aquella mascarada sureña en la que me veía envuelto.

Pero fue breve, en cuanto vi que la ceremonia iba a comenzar me despedí rápido y guardé el teléfono en el bolsillo de nuevo. Un respiro fugaz antes de sentarme junto a mi madre. No es que creyese que necesitaba mi apoyo moral, nada de eso. Sabía bien que si fuese posible que esa mujer necesitase algo así alguna vez, no acudiría a mí, igual que yo no había acudido a ella en ninguno de mis tropiezos, ni siquiera después del divorcio. Pero tan bien como sabía eso, sabía que las apariencias sí le importaban. Las máscaras de nuevo, los rostros vueltos hacia la luz con una sonrisa para ocultar la mueca que torcía sus labios en las sombras.

Comenzaron los rezos e hice exactamente lo que se esperaba que hiciera, de un modo automático. Me levanté cuando tocaba levantarse, me senté cuando tocaba sentarse y musité las fórmulas de la ceremonia sin ningún sentimiento, pues me parecía un simple trámite más. 

Comenzó el turno de hablar, como el abogado nos había pedido. No era algo que me atrajese, ni lo habría hecho de no ser por ese comentario sobre que era algo que le gustaría al difunto. Me pareció curioso que justo después de la hija hablase el joven que ni conocía a mi tío. Curioso y teñido de una ironía que me agradó. Así que después de que él tomase asiento, me levanté yo para acercarme al atril, en un apoyo mudo hacia su osadía que seguramente solo entendería yo mismo.

Le había estado dando algunas vueltas en aquel rato buscando alguna anécdota que no dejase a Marceló en mal lugar. No hablaría desde esa posición de cómo se había reído de mí al verme dibujar vestidos, ni de cómo le había preguntado a mi madre alguna vez si es que yo era afeminado. Sería gratificante en cierta forma, pero más para el chico que había sido que para el hombre en el que me había convertido. Esas cosas habían perdido importancia con el paso del tiempo, como solía suceder y no había viajado cientos de kilómetros para eso. Me coloqué los puños y carraspeé con suavidad para atraer la atención antes de empezar a hablar. 

—Mi tío Marceló no era un hombre corriente, como todos sabéis. —Mi voz sonaba grave y firme, la voz de alguien acostumbrado a dar discursos—. Algunos dirían que era una persona extraña, huraña, extravagante. Excéntrica, quizás. No lo conocí demasiado como adulto, pero recuerdo con nitidez los veranos que pasé como niño en su compañía. Algo que me gustaba de él era que siempre estaba dispuesto a llevarme a comprar un helado. Cuando los otros adultos estaban demasiado ocupados con sus quehaceres de adultos como para ir conmigo al pueblo, él siempre decía que sí. Dejaba lo que estuviera haciendo y nos dábamos un paseo hasta el puesto de helados. Él decía que le gustaban los almendrados, pero en realidad creo que le gustaba más la chica que nos los vendía. —Esbocé una sonrisa que no sentía, pero que era parte del discurso—. Se llamaba Dorotea. 

Hice una pausa, para tomar aire y también para dar espacio a los que me escuchaban. 

—Así que puede que mi tío fuese en sus últimos años un hombre huraño y extraño, pero prefiero recordarlo como ese chico joven que caminaba bajo el sol abrasador para comprarle un helado a la chica que le gustaba. Al margen de su faceta empresarial, de su éxito en los negocios, Marceló nos dejaba ver su sensibilidad en esos pequeños gestos. Ahora ya no está con nosotros, pero seguro que se ha vuelto a reunir con la mujer a la que amó con devoción. 

Bajé la cabeza en un gesto que indicaba que había terminado y dejé el atril para regresar a mi lugar. Al sentarme junto a mi madre, le di un apretón suave en el brazo. No necesitaba mis ánimos, eso lo sabía, pero seguramente apreciaría cómo se vería ese gesto en los ojos ajenos.

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09/03/2023, 01:05
Odette Rochester-Bartou

El alcohol había empezado a hacer efecto. Lo supe porque notaba ya un calorcito en las mejillas, que hacía rato que debían estar sonrosadas. Y lo supe, sobre todo, porque todo lo que estaba pasando allí empezó a hacerme un poco de gracia. Las moscas aleteando alrededor del ataúd, el abogado que fumaba, mi padre diciéndome que no mostrara hueso, el oncle Cletus, que era negro en mitad de una ceremonia de blancos, el modo en que Rosalind se interrumpía al hablar, la impostura de todos los que estaban allí. O casi todos, no lo sé.

Todas esas cosas sólo me empezaron a hacer gracia porque me había bajado un enorme vaso de whisky de tres tragos largos. Bebes rápido, te emborrachas rápido. Clásico. Mierda, mierda, mierda: desde algún punto de mi interior, mi psique se empezó a resistir contra lo que mi cuerpo estaba empezando a hacer. Estaba a punto de reírme. Estaba a punto de contar la historia de las salchichas. Creo, de hecho, que fue en ese momento cuando entendí completamente la historia; quizás no fuera así, en realidad, pero permíteme esa licencia, lector. Permíteme que tuviera esa epifanía justo en ese puto momento. Joder. Macabro. No era un sándwich de salchichas: el oncle Marceló estaba comiéndole el miembro a algún hombre.

Interesante. ¿No?

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09/03/2023, 01:10
Odette Rochester-Bartou

Con el comienzo de la ceremonia, las conversaciones se detuvieron, pero no así el sonrojo que había quedado en mis mejillas. Pareciera como si se hubiera instalado allí y ya no fuera a salir en un buen rato. Me mantuve quieta y callada en mi silla todo el rato durante la ceremonia religiosa. Yo nunca recibí una educación religiosa, ni siquiera sabía cómo se contestaban las plegarias más básicas. ¿Se decía «amén»? Creo que dije «amén» varias veces, pero siempre en voz muy bajita y con el rostro un poco cabizbajo, así que nadie pudo darse cuenta de si estaba bien o mal ubicado el momento en que lo dije.

Cuando comenzaron los testimonios, mis pómulos seguían sonrosaditos. Creo poder decir que incluso estaban un poco más sonrosados. Hubo un extraño momento en que se me escapó un sonidito de la boca, mientras hablaba Rosalind. A nadie le quedaría claro si era un intento de lloro o de alguna otra cosa, pero me llevé rápidamente la mano a la boca para taparlo. No, no estaba llorando, eso era evidente en mi rostro, en el cual destacaban esos dos pómulos sonrosados.

Las palabras de Cletus hicieron que volviera a soltar ese sonidito otra vez, justo cuando habló del lago. ¿Era una risita? Volví a llevarme la mano a la boca y me la tapé. Carraspeé un poco para disimular el sonido que había salido de mi boca, mientras perdía la mirada, tratando de hacer como si no hubiera sido yo o como si no hubiera pasado nada.

Sin embargo, después de que Rhys se bajara del atril, volvió a salir ese sonidito de mi boca. Oh, sí, lector: era una risita. Salió un par de veces más. Luego un par más. Tuve que llevarme la mano a la boca para intentar controlar esa tímida risita. Tímida y un poco dulce, incluso, pero… ¿divertida?

Le… le gustaba… le gustaba… —empecé a decir mientras fallaba en mis intentos por controlar esas risitas que pugnaban por salir dulces, pero traviesas—. Il amait manger… —Otra vez esa risita incontrolable, maldita—… des saucisses. Le gustaba comer salchicha. Al oncle Marceló.

Y, entonces, me reí un poco más, mientras mis hombros se movían con espasmos, acompañando esa risita que no podía controlar, con mis pómulos sonrosaditos como una manzanita.

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09/03/2023, 12:39
Edward "Ed" Bartou

Eward notó el aleteo de las moscas rondando el féretro de su primo. Dirigió una mirada a su alrededor, como si estuviera buscando dónde se encontraba el personal del servicio, aunque finalmente no dijo nada. Consideró que habría sido poco educado por su parte, dadas las circunstancias. Tendrían que lidiar con el zumbido de las moscas.

El cineasta permaneció escuchando las anécdotas de todos los familiares que hablaron, arqueando ligeramente una ceja ante las palabras de la joven en silla de ruedas. ¿Había dicho que al tío Marceló le gusta comer salchicas? ¿Pero se refería a salchicas-salchichas o a...? No, Ed estaba seguro de que había entendido mal a la joven. El cineasta subió al atril con paso rápido, casi como si sintiera que fuera a recibir un Óscar a Mejor Director, premio para el que desde luego jamás sería nominado.

-Conocí a Marceló sobre todo en nuestra juventud. Cuando eres niño, te sientes muy apegado a toda tu familia, y ese era mi caso, la verdad -dijo Edward, en tono calmado-. Me encantaba rondar por las reuniones familiares con mi vieja cámara grabando a todo el mundo. Y aunque casi siempre terminaba yéndome al jardín... El primo Marceló siempre fue una de esas personas que nunca se quejó del "niño pesado de la cámara" -sonrió, recordando el apodo por el que le llamaban muchos familiares, sobre todo tíos y abuelos-. Él siempre supo de mi pasión por el cine, por grabar cosas... Muchas personas, incluidos familiares muy cercanos, siempre consideraron que para esto no servía, que no debía ser director de cine, pero el primo Marceló... Él nunca tuvo una mala palabra al respecto.

Seguramente, Edward podría decir que Marceló no le había apoyado en su carrera como director de cine, pero el cineasta prefería contar únicamente lo bueno, y eso era que nunca le había dicho que no tenía talento para contar una historia, solo para grabar imágenes bonitas, como le aseguraban continuamente sus padres y hermanos.

-Cuando creces y te haces adulto, lo más probable es que tus lazos con muchos familiares no sean tan apegados como cuando érais jóvenes. Sobre todo si vives a muchos kilómetros de distancia o tienes un tabajo agotador -afirmó Edward, mientras proseguía hablando-. Sin embargo, no puedo si no agradecer al primo Marceló que estuviese ahí. El solo hecho de que fuese agradable y se dejase grabar o simplemente no le alzase la voz a un niño molestón que le grababa con una cámara... Creo que dice mucho en su favor. Gracias, primo Marceló -pronunció aquellas últimas palabras, apenado, antes de proceder a bajar del atril.

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09/03/2023, 19:58
George Rochester

Sentado junto a su hija George no tenía intención de intervenir en la conversación, a fin de cuentas iba en calidad de acompañante de la familiar directa y si tuviera que decir algo de Marceló seguro que no iba a ser bueno. Fue por ese pensamiento que deambuló sobre las palabras del sacerdote para terminar arqueando una ceja y en el silencio que se hacía antes de que tomara la palabra dió un nuevo sorbo, esta vez un tanto sonoro como forma de chanza, al whisky que se estaba bebiendo en honor del atento difunto.

La veda la abrió la hija mojigata. Realmente le parecieron muy sentidas sus palabras. Tan sentidas como las de un vagabundo en las puertas de un estercolero. Georges sabía bien la historia de Rosalind a través de su prima. A Fiorette le encantaba hablar de su añorada, y excéntrica, familia cuando aún vivían en Francia y siempre se ilusionaba con la posibilidad de una reunión familiar.

Y mira por donde se daba la tan ansiada reunión. Al menos para algunos de los que estaban allí. George podía oler la codicia en las axilas de los allí congregados, incluso en las del extraño muchacho negro que parecía una gran mancha de tinta en las escrituras de aquella gran, y blanca, familia. Le hizo gracia la anécdota y miró con complacencia al resto de conjurados para ver que gracia les hacía no tanto la historia, que tenía cierta ternura, como el muchacho.

No obstante prestó atención a las significativas palabras de Rhys. Algo le importunaba demasiado de aquel hombre a todas luces sensible, pero con una alargada sombra detrás. Le habría preguntado si era solo admiración lo que tenía por su tío o también le gustaba por esa sensibilidad de la que hacía gala. Lo miró con un gesto frío y se volvió a su hija para decirle algo al oído.

Fue en ese momento de que se percató del sonrojo de su pequeña. Tal vez la emoción. El sentirse un poco fuera de lugar. Tal vez incluso el agua le hubiera sentado mal en aquel clima tan poco apropiado para ella, como para casi nadie. Se echó la mano l nudo de la corbata consciente del calor y le preguntó —Hija... ¿Quieres que le cuente a estos señores... esa historia?

Pero antes de que la chiquilla pudiera decirle algo ya había pasado el momento y en el estrado estaba ahora el cineasta. El niño pesado de la cámara. Otro que no había cambiado desde crío y seguía atado a sus juegos de la infancia. Le aburría soberanamente la familia Bartou. Lo único que le distraía de alguna forma era mirarle de soslayo las piernas a la asistente personal de Bartou pensando que tal vez él necesitara una, ahora que se había quedado sin trabajo, para ayudarlo con Odette. Se giró hacia su hija y le tendió el vaso de whisky —Voy un momento al baño... —dijo muy susurrado como si no quisiera hacer partícipe a los demás que le importaba una mierda lo que andaban diciendo.

Y es que en el fondo así era. Cuando Fiorette murió ni siquiera mandó notificación a ningún Bartou. Ni siquiera avisaron a nadie, al menos él, de que habían vuelto a Estados Unidos. Georges sospechaba que tal vez Antoniette se pusiera en contacto con Marceló en algún momento, cosa que él ignoró y de lo que no se preocupó lo más mínimo. Pero no necesitaba, ni quería, las condolencias de un ricachón excéntrico aún en detrimento de su aún pequeña hija. Por eso le sorprendió tanto que la pequeña Odette hubiera tomado semejante determinación.

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09/03/2023, 21:58
George Rochester

George susurró a su hija mientras se echaba mano al nudo de la corbata para abrirlo y rebajar el calor sofocante que parecía hacer allí —¿Sabes que a Rhys también le gustan las salchichas? Es una pena que no haya traído a sus dos hijos, así habrías tenido algunos chicos más acordes a tu edad con los que relacionarte... Y Thomas no trajo a su madre. Me pareces la única persona decente que queda en esta familia —haciendo finalmente un pequeño mohín con la boca y luego sonriendo con ternura.

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09/03/2023, 22:16
Thomas Collins Bartou

Tras el cineasta, Thomas creyó que había llegado su turno, se levantó con parsimonia, aún no estaba recuperado del todo del discurso de su tía Rosalind, que había sido bello y desconcertante a partes iguales, Tom no era tonto, había leído entre las líneas de las palabras de la afectada mujer y sus significados le daban vueltas en la cabeza. Estaba claro que había mucho que él no sabía, pero no podía quitarse ese tono consternado de la cara...que por otro lado, ya le iba bien para las circunstancias.

Se llega hasta el atril y posa ambas manos en la madera, dejando salir un breve carraspeo, eleva la vista a la reducida audiencia y exhibe su mejor sonrisa, no una banal ni divertida, sino una adecuada, triste y esperanzada.

-En primer lugar, me gustaría trasladar a todos el pesar de mi madre, Margaret por no poder estar hoy aquí. Guarda muy buenos recuerdos de muchos de los aquí presentes y os tiene en alta estima, os lo puedo asegurar, pero su propia...-traga saliva un momento- memoria la mantiene apartada de los funerales. Ella ha emprendido un camino epicúreo de evitación del dolor y creo que es respetable. Incluso bueno.- toca un breve alto, está aquí para hablar del finado y no de su madre, pero Thomas pensaba que las explicaciones de la ausencia nunca sobran.

Ahora ya se sentía con ánimo de continuar.

-No tengo muchos recuerdos del abuelo Marceló...yo era un niño cuando decidió hacer vida retirada, pero he bebido de sus historias gracias a mi madre, y, ojala el día que yo muera, alguien pueda contar historias tan hermosas sobre mi vida. Historias de bondad, generosidad y amor, ese es el abuelo Marceló que vive en la mente de mi madre y de todos los aquí presentes.- estaba divagando, se veía fuera de su zona de confort y debía centrarse. Ya estaba en un punto de no retorno, no podía echarse atrás.

-Pero tengo un vívido recuerdo...unas navidades de hace muchos años, yo no tendría más de cinco años. Vivíamos en Montgomery y mi padre solía tener mucho trabajo en esas fechas, y también mi madre en la boutique, por lo que las mañanas apenas duraban unas pocas horas antes de que fueran atender sus trabajos. Pero una de esas mañanas...fue eternas porque recibí, de parte del abuelo Marceló, un juguete muy especial.- sus ojos adquirieron un brillo acuoso- Era un avión...que volaba de verdad...bueno casi...-se ríe un poco- Era muy ligero y cuando lo lanzabas tenia cierta capacidad de planeo y solía caer con bastante elegancia...siempre que no golpeaba algo por el camino claro.-suspira y vuelve a sonreír, recuperando la entereza.- Fue un día increíble, me lo pasé todo en el porche de casa lanzando y recogiendo el dichoso avioncito, ni me enteré de que mis padres se iban y venía la niñera, luego volvieron y allí seguía...con el brazo agarrotado y las rodillas llenas de barro por tirarme al suelo para cogerlo una infinidad de veces antes de que tocara el suelo. A mi ya me gustaban los aviones de antes...supongo que mi madre se lo contó en alguna visita o llamada...quizás mi abuelo no le diera tanta importancia si estuviera escuchando, seguramente ese juguete estaba de moda ese año y muchos niños lo recibieron. Pero para mi fue...inolvidable. En verano lo llevé a casa del abuelo y le enseñé lo mucho que lo había cuidado y él sonrió, orgulloso y me dio unas palmaditas en la espalda.- se ríe de nuevo negando con la cabeza- Supongo que a ustedes les parece una tontería y probablemente lo sea...pero es mi visión del abuelo Marceló...bondad, generosidad, amor...ojalá hubiera más abuelos Marceló.

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10/03/2023, 20:43
Narradora

A medida que avanza la ceremonia, el clima parece compartir el sentimiento de aquellos que se encuentran en el salón. Las nubes se van juntando hasta dejar el cielo cubierto y oscuro, presagiando una noche tormentosa. Aquellos que no pertenecen a la familia Bartou no hacen intento de intervenir en las anécdotas. Charity se mantiene recta en la silla, piernas cruzadas y las manos sobre el regazo. El abogado Harper está de pie recostado a una pared, fumando su cigarrillo. También de pie se encuentra Lucius, aún más solemne y profesional que siempre. La jardinera, Theresa Pomme, y su hijo Joel Pomme, un muchacho joven de unos 19 o 20 años, se encuentran en la última fila. El joven no parece muy atento a lo que ocurre allí, revisando su móvil. Sólo Mary Smith muestra una tristeza profunda, dejando escapar lamentos contenidos y sonándose fuertemente la nariz durante las intervenciones.

Un trueno retumba en la lejanía, y momentos más tarde otro resuena aún más cerca luego de las palabras de Odette. El ambiente parece cada vez más pesado, y el olor dulzón y nauseabundo, antes sutil, se hace más presente. ¿Quizás es sólo la asociación lógica de la mente ante la presencia de aquellas gordas y negras moscas? Quizás. Durante la intervención de Thomas, Theresa empieza a toser llevándose la mano a los labios, y con un gesto de disculpa sale del salón.

Una vez el aviador vuelve a sentarse, le sigue un silencio algo incómodo. De algún modo, las miradas de la gran mayoría se posan en la única que no ha dicho ni una palabra desde que iniciara la ceremonia: Priscilla Bartou. El sacerdote, luego de un minuto de aquel ominoso silencio, se levanta y se dirige hacia el atril. Antes de hablar, sin embargo, el ruido de la silla de Priscilla al levantarse ella le hace detenerse...

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11/03/2023, 09:53
Priscilla Bartou

-Un segundo... Padre.

Algo en su contenida frase presagia que la tormenta en ciernes va a desatarse también en el Salón Velatorio de la Mansión Bartou. La hierática anciana se acerca al atril con los labios apretados, con la expresión dura que suele lucir, aumentada a la máxima potencia.

Una vez delante de sus familiares, junto al féretro, Priscilla levanta la cabeza más aún. Y levanta un huesudo dedo, algo que no se sabe si es para reclamar atención, que ya la tiene, o para empezar a enumerar, o quizá...

-Dios nos juzgue. Y no voy a mentir. Muchos aquí pensáis que soy estricta, de rígidos principios. Y es cierto. Pero nada comparado con los de la Familia Bartou que nos precedió. Nuestros padres, los de Marceló, Jean, Antoniette y míos, eran mucho más rígidos... e intolerantes. Todos y cada uno de los presentes saben que lo que digo creó víctimas. Cada uno de nosotros arrastra las consecuencias de esa mentalidad cerrada y rancia, unos más y otros menos. 

Cerró los ojos un momento, quizá para no clavarlos en alguien en concreto.

-Yo arrastro mi propia historia, y mi amargura. Y Marceló debió arrastrar la suya, lo moldeó, como moldeó las historias de de cada uno. Las ataduras. Jean y Antoniette rompieron esas ataduras tanto como pudieron, pero la rotura también les moldeó. -Hizo una pausa, pensativa, retrocediendo en el tiempo.- A Marceló lo recuerdo de niño, de joven. Siempre buscando hacer lo correcto, siempre al modo de lo que se le pedía, no de lo que quería. Igual que yo. Hasta que conoció a Dorotea.

Asintió, con un cabezazo que hizo balancearse sus pendientes, y sus labios se apretaron de nuevo.

-Ese es el Marceló que recuerdo, mi hermano. -Hizo una pausa, y entonces siguió, con una voz distinta, algo ronca.- Pero cuando Dorotea murió, Marceló se convirtió en alguien distinto. Otro hombre. A ese no puedo recordarlo, porque no le conocí. Sólo he visto las consecuencias de sus actos, porque no se dejó ver, ni conocer, ni... querer. No por mí, por lo menos.

Se giró hacia el sacerdote, mirándole con una mezcla de curiosidad y resentimiento.

-Otros sí que estuvieron a su lado, otros sí le conocieron, al parecer. -La mirada pasó a Rosalind, y esta vez se tiñó de comprensión.-Mucho mejor que su propia familia, a quien no se nos permitió acercarnos, y eso durante años. Décadas. Tanto es así que no supimos más que por encima de su enfermedad. Y eso viviendo ambas, Rosalind y yo misma, cerca de la Mansión, estando pendientes de lo que pudiera estar pasando. Y su súbita muerte nos ha sorprendido tanto como su vida estos años, como su reclusión. 

Las manos, apoyadas en el atril, lo agarraron con fuerza. Y su cabeza se alzó con resolución, reforzada con la tensión de sus músculos.

-Dos hermanos distintos, dos hombres. Y ahora un féretro. Quiero saber quién es el hermano, el hombre, que ocupa ese féretro. Requiero, exijo, que sea abierto para que yo, y quien quiera que crea como yo que está en ese derecho, veamos a Marceló en su muerte.

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11/03/2023, 22:27
Rosalind Bartou

Oí las historias de algunos sin escuchar, mirando entre el féretro y el interlocutor de turno. La chiquilla en silla de ruedas era ...pues eso, una chiquilla. Ni siquiera tendría que haber dicho nada. Pero el resto de historias, todas contando una cara buena sobre Marcelo.

Pero quien rompió el borde fue Priscilla. La más mayor, la que más años vivió con él. Con palabras tan pocas, pero tan grandes, dijo tanto en tan poco tiempo. Me vi tan reflejada en sus palabras sobre mi padre, que durante tantos años hizo lo que sus padres le pedían... Tal y como hice yo con él, o hizo él conmigo. Asentía con espasmos, aguantando las lágrimas, pero incapaz ya de alzar la mirada clavada al suelo.

Me sentí en completa sintonía con todo lo que decía, desde el hombre desconocido en el que se convirtió hasta el hecho de no dejarse ver por nosotras pero sí por otros. Y cuando me incluyó, mencionando mi nombre, ya no pude más. Enormes lagrimones salieron finalmente de las cuencas, entre hipos silenciosos y temblores, salían casi por la fuerza. No era capaz de dejarme ir hasta llorar a pecho abierto, pero tampoco era capaz de parar. Mi boca seguía apretada en una mueca intentando aguantar.

Alcé la mirada escuchando su última petición de verle y clavé mis ojos con ella. Había descrito exactamente como me sentía. Lo entendía perfectamente. Ella se sentía igual. Y luego pasé a mirar al Padre John con esa expresión torcida por la pena y el dolor, casi como suplicando esperanzada que nos permitiese verle. Las gordas lágrimas seguían cayendo.

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11/03/2023, 22:53
Odette Rochester-Bartou

El susurro de mi padre sobre Rhys me hizo ruborizarme aún más. Abrí mucho los ojos y me llevé la mano a la boca, primero sorprendida y luego… oh, mierda, luego se me escapó otra de esas risitas, justo antes de que Priscilla subiera al estrado a hablar.

Il aime manger des saucisses —se me escapó en un susurro un poco divertido, mientras buscaba a Rhys con la mirada.

Eso sí, lo que no esperaba es que mi padre me dejara con un vaso de whisky en la mano al levantarse para ir al baño. Mierda. Ese vaso me miraba con ojos de pena, suplicándome que me lo bebiera. Veía las ligeras vetas tostadas del whisky, bamboleándose en la superficie, y mi garganta solicitando otro traguito. Pero, eh, a ver, era alcohólica, pero tampoco había perdido tanto el control como para bebérmelo delante de toda la familia y los invitados al funeral. No. No me bebí el vaso de whisky; pero, eso sí, me quedé mirándolo como una boba mientras Priscilla hablaba.

Claro, hasta que dijo aquello del féretro. Ahí levanté la vista, sorprendida.

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11/03/2023, 22:54
Odette Rochester-Bartou

Todavía me aguantaba alguna risita durante los discursos de los demás, poniéndome la mano delante de la boca; pero, cuando mon bon papa se inclinó hacia mí para susurrarme algo, se me volvió a escapar una risita un poco más alta y le devolví un susurro con rostro divertido y sonrosado a mi padre mientras mis ojos miraban un momento a Rhys.

Mi padre se levantó para ir al baño y me dejó con un vaso de whisky en la mano. Vaya situación. En mitad de un funeral, eh, con un vaso de whisky. Sólo George Rochester, mon bon papa, sería capaz de algo así. Y encima me lo dejó a mí en la mano. Mientras Priscilla daba su largo discurso (no te engañaré, lector, no presté la menor atención a ese discurso) mi mirada se quedó embobada en el vaso de whisky que sujetaba con las manos, con un gesto interrogativo, con un gesto perplejo. Sólo hubo un momento en que mi mirada se levantó del vaso: al final del discurso de Priscilla, cuando dijo que quería abrir el féretro.

Oh —susurré, poniendo la boquita en una perfecta y pequeña o.

Ni siquiera me había fijado hasta ese momento en que el féretro estaba cerrado. Lo cierto es que tenía todo el sentido del mundo que, si era así, la tante Priscilla quisiera ver el cuerpo de su hermano.

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13/03/2023, 13:12
Edward "Ed" Bartou

Edward había encontrado las anécdotas de Thomas y Priscilla realmente emotivas, sobre todo en el caso de la hermana mayor de Marceló. No obstante, la petición de la mujer sobre abrir el féretro del difunto le tomó por sorpresa. Considerando la cantidad de moscas que estaban aleteando en la sala, igual aquella no era la mejor de las ideas.

El cineasta no sabía mucho sobre la putrefacción de los cadáveres, pero aquel olor que se notaba en el ambiente no resultaba un indicativo especialmente esperanzador. Ed sabía que el cuerpo de una persona enferma y acostumbrada a los medicamentos podía acelerar la putrefacción, y el dolor que se respiraba en esos instantes no era especialmente agradable. El cineasta se cubrió la boca con una mano durante un instante. Quienes le vieran podían pensar que tal vez se había emocionado por las palabras de Priscilla, aunque la verdad era que aquel hedor que se hacía cada vez más evidente le estaba empezando a dar ciertas arcadas.

Pese a que no creía que abrir el féretro fuese buena idea, como pasaba en las películas donde los arqueólogos llegaban a la pirámide de algún farón, Edward no dijo nada contra la idea de que se abriera el ataúd.

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13/03/2023, 13:56
Rhys Michael Johnson

No me sorprendió que mi madre ni siquiera pareciese notar mi gesto al volver a mi asiento, o que lo ignorase, como había hecho tantas veces en el pasado con todo lo que me concernía. A esas alturas de la vida ya ni siquiera sentía decepción al respecto. «Sweet home, Alabama. Nada nuevo bajo el sol».

Las anécdotas siguieron, pero solo las escuchaba superficialmente. La única a la que miré con algo más de atención fue a la chiquilla de la silla de ruedas. ¿Quién era? No estaba seguro de si me lo habían dicho, pero su risa en medio de la ceremonia me resultó agradable y hasta mis labios dejaron la seriedad por un brevísimo instante. Me dio algo de lástima que no hubiera más gente joven para que se relacionase. Habría podido traer a Callum y Margot, ya eran bastante mayores para ello. Esa cría debía tener más o menos su edad. Pero ni había querido hacerles pasar por el suplicio de aquella reunión familiar, ni a ellos les importaba la muerte del tío de su padre, ni a Monica le habría gustado en absoluto la idea de que se los llevase a Hopefield unos días. Y así estaban las cosas.

Lo que sí me sorprendió fue escuchar a mi madre pedir —exigir, Priscilla Bartou no pedía— que se abriese la tapa del ataúd. Fruncí los labios en una mueca de disgusto. Lo que faltaba para coronar el día era tener delante el cadáver podrido del tío Marceló, con todas esas moscas asquerosas revoloteando por la sala. Por cómo olía parecía que llevase muerto dos semanas, eso pensé, aunque no tenía ni idea de cuánto tardaba un cuerpo en descomponerse o empezar a apestar.

No dije nada para oponerme, al fin y al cabo, ella era su hermana, y su hija también parecía de acuerdo con aquello. Pero crucé los brazos por delante del pecho y me quedé mirando la escena con un claro desacuerdo que no le importaría a nadie.

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13/03/2023, 18:11
Cletus

En algún momento se dio cuenta que fuera ha cambiado el tiempo y parece haberse desatado una tormenta.

Menuda vuelta a casa me espera...

Se lo tomaría con calma, al igual que todo aquel asunto del funeral. Las anécdotas le ayudaron a saber un poco más de su tío aunque el denominador común es que ninguno de sus familiares sabía demasiado, al menos en lo que a sus últimos años se refería. Era una familia peculiar, aunque debía decir que mejor de lo que había esperado. El último turno de palabra fue el más crudo y quizás también el más esclarecedor, aunque la petición final le hizo abrir los ojos como platos y mirar a su alrededor buscando la reacción del resto.

¿Abrir el ataúd?

Aquello acababa de convertirse en una escena macabra. Personalmente no tenía ningunas ganas, aunque por otra parte quien era él para decir nada, simplemente se conformaría con no mirar o hacerlo desde lejos si sentía curiosidad.