Partida Rol por web

Thomas habñia sacado brevemente su teléfono para consultar algo mientras los demás continuaban sus conversaciones, sin querer quizás pasó demasiado tiempo abstraído y el tema y el tono de la conversación fue lo que atrajo su atención de nuevo al grupo de familiares y al abogado.

-¿Anécdotas? Vaya...ojalá tuviera una sarta de recuerdos que contar pero lamentablemente la última vez que ví al tio Marceló yo tendría seis o siete años...-piensa pellizcándose suavemente la barbilla con las yemas de los dedos, pensativo- Bueno, veré que se puede contar con los vagos recuerdos que tengo y las historias de mi madre.-pone su mejor sonrisa, algo forzada por lo incómodo de la situación, se notaba que temía que su relato quedara en nada frente a las emotivas exposiciones de sus familiares.

-Yo creo que no, tio Cletus, nuestro lugar es adelante, en los primeros bancos, pero supongo que por orden de grado con el tio Marceló, dando prioridad a la famila más cercana. Creo que nosotros estaremos bien en segunda o en tercera fila.- aventura guiado por unos vagos conocimientos de protocolo y sentido común.

Mientras la conversación continúa, el bolsillo de Rhys vibra con cierta insistencia. Haciendo un gesto de pausa y de disculpas, el hombre se retira hacia las puertas ventanas y atiende la llamada en voz baja.

Rosalind deja el salón, seguida prontamente por Edward, en busca de la señora Priscilla.

Lucius parece pensativo un momento, antes de contestar a Priscilla. -No sabría decirle, señora. El señor Marceló era muy reservado, incluso aquí.- Frunce el ceño un poco, y finalmente niega con la cabeza. -Es difícil. Diría que al menos unos diez años atrás. Si, me parece que fue entonces cuando atendí una llamada del señor John.- Termina por decir.

En ese momento escuchan que alguien golpea la puerta. Es la voz de Rosalind. -El Padre John está esperando. Podemos empezar.- Al abrir la puerta, pueden ver qué Edward también está con Rosalind. La hija de Marceló se ve nerviosa y tensa.

Rosalind y Edward dejan el salón casi al mismo tiempo. El vestíbulo se encuentra vacío, por lo que deben andar un poco antes de ubicar en donde pueden estar Priscilla y el mayordomo. Finalmente escuchan voces detrás de una puerta.

Priscilla es quien habla primero. -Dime, ¿desde cuándo el Padre John retomó su amistad con el Señor Bartou?- A lo que Lucius responde luego de un momento de silencio. No sabría decirle, señora. El señor Marceló era muy reservado, incluso aquí. Es difícil. Diría que al menos unos diez años atrás. Si, me parece que fue entonces cuando atendí una llamada del señor John.-

Rosalind toca la puerta en ese momento. -El Padre John está esperando. Podemos empezar.- La puerta se abre y ambos pueden ver a la mayor de los Bartou y al mayordomo.

Ahora con un trago en la mano que sostiene el cigarrillo, el abogado saca la cajetilla y le entrega otro a Cletus. -¿Necesita fuego también?- Pregunta, buscando el encendedor en su bolsillo. Mientras se acercan a tomar asiento, Patrick se ubica en la última fila de sillas, y queda inclinado hacia el músico y el piloto. -No creo que al viejo le importe donde os sentéis, ya con haber venido es bastante. En realidad llegué a apostar que nadie vendría, al final me he equivocado. Adiós a mis 100$.- Exhala humo y sonríe. -Bueno, dicen que la miel atrae a las moscas. Y la mierda también.-

El gesto de Odette hace que la mujer suelte un lacrimoso lamento, sacando un pañuelito y limpiándose los ojos. -Es tan difícil, tan difícil...- Susurra, y parece haber en su tono no solo tristeza, sino más bien una rabia silenciosa. -¿Como puede...?- Pero no dice más. La entrada del párroco hace que se quede en silencio de inmediato, y se apresure a limpiarse las mejillas, como avergonzada por aquel comportamiento. -Vaya, vaya mija.- Dice, dando una palmadita sobre el dorso de la mano de la joven antes que ésta se aleje para tomar asiento.

Las palabras de la señora Mary me dejaron un poco extrañada. Vale, entendía que estuviera afectada y que le fuera difícil soportar la pérdida de alguien que debía haber sido para ella un buen señor y quizás hasta amigo. A saber, pensaba yo en aquel momento. Sin embargo, «¿Cómo puede…?», ¿qué? ¿Cómo puede qué? Además, esa rabia que expresaba. ¿Cómo puede qué y quién? ¿A quién se refería? ¿Qué hacía?

Me quedé un poco con la boquita entreabierta, en parte por la extrañeza de aquella pregunta incompleta y en parte porque ya iba notando el efecto del lingotazo que había dado al whisky. Sí, era whisky lo que me había tomado de tres tragos largos. Bourbon, para ser exactos. A ver, cuando una es una alcohólica, las distinciones entre el bourbon y el escocés no son cosas que importen demasiado; sólo quieres calmar la jodida sed y punto. Vale. Aun así, debo decir que cuando era una chiquilla el bourbon siempre fue predilecto por encima del escocés; tenía ese toque dulce, ¿entiendes, lector? Lo hacía mucho más pasable, como si mi conciencia me dijera: «Eh, no te preocupes, joder, ¡es dulce!». ¡Ja! Claro, un puto caramelito, no te jode. Lo gilipollas que puede llegar a ser una, me cago en mi calavera.

En fin, que aquellos tragos de whisky me habían servido para calmar un poco la sed, pero qué te puedo decir, lector, me hubiera gustado beberme una puta botella entera. Estaba segura de que volvería a esa mesita de las bebidas antes de que el día terminara. Joder, en aquel momento pensé que quizás hasta podría pedir una manta para taparme de frío, birlar una botella y esconderla entre la manta. ¡Ja, ja! Qué ridícula maestra del alcoholismo. Joder.

La señora Mary me dijo algo en un murmullo después de que le hiciera aquel gesto de compasión. Me quedé con los labios un poco entreabiertos mientras la miraba con ese gesto mío, de niña buenecita y un poco bobalicona. Bueno, bueno, lector, está bien, quizás no era tan de bobalicona; a veces me ensaño un poquito conmigo misma. No se llega a ser como soy yo sin un poquito de instinto de autodestrucción, ¿sabes? ¡Ah! Pero no, no voy a entrar ahí, no te voy a contar mi puta vida. Ni a ti te interesa ni yo quiero contártela; no ahora, al menos.

Total, que con ese gesto de niña buena e inocentona (mejor así), con la boquita un poco entreabierta y con los pómulos sonrosaditos, me había dirigido a las sillas y me había quedado con la mía junto a las otras, esperando a que mon bon papa tomara asiento junto a mí. Cuando lo hizo, me incliné hacia él y le susurré algo con la misma carita de bobal~. Bueno, bueno, de niña buena e inocente, está bien.

—Papa —le susurré al maravilloso cabronazo de mi padre—, la domestique… la criada me ha dicho algo… très bizarre… muy raro… cuando le he dado las condolencias. Me ha preguntado «¿Cómo puede?», pero no ha terminado la pregunta. Y tenía como colère… rabia. Era… era como si le molestase algo. O alguien.

Abrió la puerta Lucius, y se hizo a un lado dejando paso a Priscilla. La mujer les miró, impertérrita. Pero sus cejas ligeramente alzadas contenían preocupación.

-Edward, Rosalind, sí, claro... -iba a salir para acudir a la ceremonia, pero se detuvo al observar la actitud de su sobrina. -¿Qué sucede, muchacha? ¿Qué más sucede?

No tenía ni la menor idea de por qué vino Edward conmigo a avisar a Priscilla. Pero no estaba como para negárselo. Era evidente al ver abrirse la puerta que mi tía estaba tan revuelta como yo, pues se me veía evidentemente tensa y a ella preocupada.

Entre la falta de respeto del abogado y el comportarse de algunos de los presentes... *Para qué habían venido si no tenían nada que contar? - aunque no es que fuera reprochable, algunos eran muy jóvenes y ni le conocían. Pero si ni le conocían para qué se presentaron aquí?. Durante unos segundos tensos me quedé callada, como a punto de decir algo. Pero decidí no decir nada más. Ya la situación era suficiente de por sí como para alertar más a Priscilla. Nuevamente me trago mis palabras, cojo aire y respondo:

-Nada... Nada más. Sólo vine a buscarte. Les he pedido a todos que se sienten - digo con toda la calma que soy capaz, sin dejar de apretar mis manos la una con la otra. La ceremonia estaba a punto de comenzar.

Durante un largo lapso Priscilla se mantuvo en silencio, no más erguida que de costumbre, pero sí más tensa. Finalmente asintió, sin parpadear  ni apartar las pupilas de las de Rosalind. El contacto de miradas y la similitud de actitudes hablaba por ambas.

Luego miró a Ed, pero no le preguntó nada. Simplemente inspiró. 

- Vamos. Es la hora. 

Y ya sin más que añadir salió la primera y se dirigió de nuevo al Salón Velatorio. 

Un pequeño destello estalló en el ojo de George provocando un brillo en su mirada ante la contestación del chaval negro. Un pequeño proyectil de dopamina que estimulaba su hipotálamo y lo hacía sonreir en silencio sin la intención de buscar más conversación que la misma constatación de sus comentarios. Sintió no obstante la atención de Odette y la siguió obediente apartando la silla y dejando espacio para la silla acomodándose justo a su lado. Siguió no obstante mirando con atención a todos los presentes aunque movía los labios en silencio o quizás fueran pequeños susurros que le dedicaba a su hija.

Miraba fijamente y con atención a cualquiera que los mirara y sonreía. Sonreía como si supiera algo que ellos no sabían. Una sonrisa cargada de suficiencia y seguridad. Se cruzó de piernas con la firme intención de no moverse de allí mientras su hija no lo pretendiera. Parecía que las primeras cordialidades terminaban y empezaba a notar como los dientes empezaban a asomar debajo de las máscaras espoleados por las palabras del domador de circo Harper que restallaba el látigo contra ellos.

Esperaba que nadie viniera a pedirle que contara una anécdota porque estaba seguro que nadie la olvidaría... pero no iba a contarla delante de Odette. No, a ella le debía un respeto.

—Pero cariño...—dijo George con finjida sorpresa — Míralos con cierta distancia. Son hienas esperando la carroña, mira sus rictus tensos, sus sonrisas absurdas. Son máscaras que esconden la podredumbre de sus almas... deseando encontrar un poco de hueso que roer....

Removió un instante su vaso de whisky y luego señaló a la gente de la sala — Has enseñado hueso... si enseñas hueso irán a morder. El ser humano es así, cariño. ¿Qué vas a contarle de Marceló? Estoy seguro de que vas a hacerlo genial, mi pequeña.

Cletus asintió a las palabras de Thomas sobre donde sentarse que le parecieron bastante lógicas.

-Pues si no os importa me sentaré cerca de vosotros. -Al final se había quedado con sus sobrinos y su primo Rhys que se había apartado un poco para atender el teléfono y todos le parecían muy majos así que esperaba poder espacio con ellos pero tampoco quería comprometer a nadie.- Segunda o tercera fila me parece bien. -Incluso más atrás, no le importaba mucho quedarse en un segundo plano.

Cogió el cigarrillo que le ofrecía Patrick, parecía un buen tabaco así que podría disfrutarlo, se lo llevó a la boca y asintió para que le diera fuego.

-¿Os importa? -Preguntó antes a Odette y Thomas, no le importaba guardárselo para más tarde y sabía que había gente a la que le molestaba. Como estaba siendo habitual aquel tipo parecía disfrutar con temas incómodos así que decidió cambiar de conversación con los chicos.- Bueno... Y mientras esto empieza... ¿Qué me podéis contar de vosotros? Tengo que confesaros que sois mis sobrinos favoritos, así que me gustaría conoceros mejor. -Dijo para tener algo de conversación mientras empezaba todo y acompañaba a los jóvenes a la zona de asientos.- ¿Necesitas que te ayude? -Preguntó a Odette. La había vistos desenvolverse muy bien con su silla y esperaba que no le sentara mal la pregunta, pero por otro lado no ofrecerse tampoco le parecía correcto.

Thomas puso cara de incomodidad con las salidas de tono del abogado, el hombre no parecía tener mal carácter, en otro ambiente seguro que le hubiera caído bien pero ahora mismo le parecía un tanto fuera de lugar y obsceno, pero sin duda era alguien importante en este tinglado así que Thomas no veía que ni él ni nadie pudiera recriminarle su enésima broma de mal gusto. Por lo que se limitó a sonreír de manera algo forzada y se acercó más Cletus y a Odette.

-Si, reservemos la primera fila para Priscilla y Rosalind, ¿Odette quieres que apartemos una silla para ti en la primera fila?- le ofrece, dado que suponía que si la chica se ponía en segunda fila no vería nada.

Tampoco es que haya nada que ver en un funeral...

-¿Qué quieres saber tio Cletus?- responde con buen talante- Soy piloto de Air America, lo que me lleva a viajar incluso más de lo que me gustaría, aunque no me quejo la verdad, ahora que sé tu dirección puedo mandarte billetes gratuitos de los que me regalan y también puedes acceder a descuento para familia de empleado, el descuento va por grado pero seguro que puedo conseguirte hasta un treinta por ciento.- ofrece con sinceridad.- Cuando tengamos un rato me apunto tu nombre y dirección para incluirte en la lista, al reservar vuelos ya debería con esos datos darte el descuento. Por desgracia los vuelos que me regalan no los elijo yo, entran aquellos que el avión esta quedando por debajo de capacidad, devoluciones de ultima hora, aunque tambiém incluyen un par de destinos de temporada cada año. 

-Priscilla, ¿estás bien? -le preguntó Ed a la hermana del fallecido, con una palpable preocupación.

Durante al menos unos instantes, parecía que en el cineasta había algo de empatía hacia alguien y que no estaba pensando en sí mismo o en sus películas. Aquello era quizá un logro, considerando que Ed Bartou pasaba la mayor parte de su tiempo hablando de sus películas como si fueran obras maestras.

-Pensé que estabas tardando mucho y decidí acompañar a Rosalind para comprobar cómo estabas... -dijo Edward, mientras seguía a la mujer de regreso hacia el salón del velatorio.

Puse morritos. Lo reconozco: puse morritos al escuchar a mon bon papa decir esas cosas tan suyas, tan cínicas. Miro ahora mi vida y me doy cuenta de que, por más que en aquel momento era una ñoña, el cambio que en mí se ha producido refleja a pies juntillas el carácter de mi padre. Hoy soy más Rochester y menos Bartou, quizás.

Como sea, en aquel momento yo era bastante Bartou, y todo ese cinismo de mi padre me hizo poner morritos de desagrado. Bajé un poco la vista, después, avergonzada.

—La domestique estaba triste, papa. No he enseñado hueso…

Tampoco entendía por qué le respondía aquello del hueso. Yo no tenía intención de enseñar hueso, carne, ni nada de nada, sólo tenía curiosidad por ver a esa familia a la que nunca había podido conocer y que, por el momento, estaba resultando un tanto extraña y distante.

—Je ne sais pas —le respondí a mi padre cuando me preguntó qué historia pensaba contar—. No sé qué podría contar. Algo que me contara la mamie Antoinette, pero no contaba mucho de él. Sólo recuerdo esa historia de cuando fueron a un río a darse un baño y…

Fruncí el entrecejo y cerré la boca. Aquella anécdota era rara y poco apropiada, pero era realmente la única memorable que recordaba. Mi mamie siempre me la había contado como algo entre picante, divertido y prohibido. Cuando sucedió, mi mamie era una niñita de menos de diez años y el oncle Marceló era ya un joven hecho y derecho. Habían ido al río con un grupo de amigos y sus padres habían obligado a Marceló a llevarse a la pequeña Antoinette. En un momento dado, Antoinette salió del agua y buscó a Marceló, pero no lo encontró y empezó a buscarlo. Lo encontró, finalmente, apartado del grupo, entre unos arbustos, y no solo precisamente. La mamie siempre me lo había contado con estas palabras, riéndose incluso, insinuando algo que yo no entendía cuando era pequeña, pero que había logrado entender con el paso del tiempo: «Tenía la boca un poco ocupada, tu sais, al final resultaba que le gustaba comer salchicha». Durante mucho tiempo, pensé que mi mamie había encontrado al oncle Marceló comiendo un sándwich de salchicha o algo así. Pobre ingenua.

—Mais je ne peux pas raconter ça… No puedo contar esa historia, papa.

Sin decir nada más, y sin relajarme en lo absoluto, voy tras ellos. Aunque la forma de comportarse de Ed me pareció extraña, dejé de pensar en ello en cuanto volvimos a la sala llena de gente esperándonos. Aquella situación se hacía más real cada vez que estábamos más cerca del entierro.

-Sí. Tan bien como cabría esperar.  Gracias  Edward.

Sólo le miró de soslayo, sin detener el paso vivo hacia una de las sillas centrales del Salón Velatorio. Se sentó y esperó, la expresión adusta y agria como ya venía siendo habitual.