Partida Rol por web

- He probado sólo dos.... Pero ha saltado una trampa y... ¿y si la tercera también tiene trampa...? - No quería decirle que estaba mal. Pero casi no tenía fuerzas, el dolor recorría con fuertes convulsiones su cuerpo, haciendo que empezara a verlo todo ligeramente borroso. - Las puertas son fuertes, no sé cómo podría romperlas... -

Se produce un silencio durante unos segundos, pero luego la voz de Hamah llega de nuevo hasta ti como arrastrada por el viento.

- Una de esas puertas debería ser de fácil acceso... He confirmado lo que te dije al principio, esto esta construido para aguantar ataques. En cuanto a lo de romper la puerta... ¿No puedes usar tus proyectiles de magia? Ahora nos hemos escondido, pero si intentamos acercarnos seguro que nos come el bicho.

Había cierto toque de ironía en sus últimas palabras, un tono deformado por el cuchicheo. Hamah hacía bromas incluso en momentos como éstos.
 

Un suave suspiro salió de los labios de la joven...

- No, los proyectiles no puedo lanzarlos contra la puerta. Sólo afectan a criaturas... Veré qué puedo hacer, vosotros... No os preocupéis... - La joven volvió a dirigirse hacia el pasillo que había dejado atrás. Se detuvo un momento y secó el sudor de su frente con la manga de sus ropas. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que estaba sudando mucho. El dolor continuaba haciéndola agonizar... No puedo seguir así... 

Se detuvo una vez más y cogió otra de las pociones. Se estaban agotando y lamentaba tener que usarla, pero si no lo hacía... No podía seguir así... Cogió el pequeño recipiente y tras abrirlo se lo llevó a los labios para apurarlo de un solo trago.

Enseguida sintió la magia curativa recorrer su cuerpo. Todavía se sentía muy débil y continuaba doliéndole todo, pero no podía echarse atrás, necesitaba encontrar aquel extraño objeto...

Caminó hasta la puerta de la izquierda y durante unos segundos se quedó plantada delante de ella. Sus manos temblaron cuando las alargó para asir el pomo...

- Hamah... Voy a intentarlo... - 

Agarras el pomo y no parece pasar nada. Lo giras con cuidado y notas cómo la puerta cede y empieza a abrirse. La luz de tu odre refleja en ese instante varios puntos metálicos, como el reflejo de espadas.

Pero no se mueven. Al abrir del todo observas que es una especie de almacén, o armería. Hay armas de diversos tipos y algún escudo, todo colocado para ser de fácil acceso, pero con alguna telaraña y algo de polvo, como si llevara tiempo sin usarse. También hay barriles y cajas.

Hay un par de antorchas apagadas en las paredes y la única luz por ahora es la mágica.

Un almacén...

Zeleste se quedó durante unos segundos ante la puerta abierta, contemplando los reflejos que su luz provocaba en aquellas armas. 

No tenía ninguna pista de dónde podía hallarse el objeto que estaba buscando. Quizás estuviera detrás de la puerta que tanto daño le había hecho. Pero... ¿Cómo puedo abrirla...? 

- Hamah, he conseguido abrir esta puerta, y es una especie de almacén. Hay armas de diversos tipos y escudos... También hay cajas y barriles, pero nada que pueda servirme para abrir la otra puerta... - Susurró para ir manteniendo informado a su compañero. - Voy a registrarlo un poco para ver si encuentro algo... - 

Se adentró en aquel almacén, dejando la puerta abierta para poder continuar comunicándose con Hamah, y empezó a mirar entre las cajas y los barriles. Abrió alguna, intentando encontrar algo que pudiera servirle de ayuda. 

Rebuscas entre las cajas y los barriles. Algunas vendas, hierbas, algo de comida, parte de ella en descomposición, cantimploras y poco más...

Cuando estás observando uno de los barriles, el cuchicheo de Hamah llega hasta ti.

- Bien... tienes armas... ¿y me dices que no te puede servir para abrir una puerta?... ¿Zeleste, estás bien?

Zeleste desistió en su búsqueda y suspiró, mirando aquellas armas. Hamah lo veía muy fácil, pero ella casi ni sabía coger una espada, ¿cómo narices iba a romper una puerta...?

- Sí, estoy bien... - Volvió a suspirar y cogió un hacha. Ésta pesaba y le costaba mantenerla alzada. Salió del almacén y se dirigió a la puerta que le había hecho daño... Aquella era la única que había estado protegida. La joven, en su ignorancia, creía que tenía que ser aquella... Si no, ¿por qué iban a ponerle una trampa?

Se acercó a ella y alzando el hacha sobre su cabeza, la descargó con fuerza (la máxima que podía) contra la madera. Sus músculos se quejaron, acostumbrados a llevar como mucho alguna jarra o fuente de madera. No tenía nada que ver con el peso de aquel enorme arma.

Bajas el hacha pero haces un quiebro raro por el desuso de este tipo de armas y ésta apenas golpea en la puerta, haciéndole una pequeña muesca. La puerta apenas ha temblado y tu notas los brazos como si hubieras dado diez golpes.
 

Ohhh... No pensé que costara tanto... En aquel momento, Zeleste sintió admiración por los fuertes guerreros que enarbolaban aquel tipo de arma y luchaban sin tregua... Ella sentía sus músculos arder y una película de sudor se formó en sus sienes. Pero era muy tozuda, y aunque tan sólo le había hecho una pequeña muesca, volvió a alzar el arma sobre su cabeza. Apretó los dientes y... Bajó los brazos casi sin respiración, cuanto le costaba mantener aquella cosa alzada... La había cogido creyendo que al ser grande y tener filo, le iría mucho mejor que con cualquier otra arma. Pero en aquel momento se dió cuenta que no estaba hecha para enarbolar aquel tipo de hachas. 

Arrastrándola, volvió de nuevo al almacén y la dejó en su sitio, mientras que con la mirada buscaba otro estilo de armas. Sus ojos violáceos se detuvieron sobre unas mazas que habían a un lado. Se acercó a ellas y cogió primero una pesada. Sus músculos ardían y ésta pesaba bastante, pero al menos la sentía mucho mejor en sus manos y estaba segura de que ésta podría, al menos, enarbolarla. Por si acaso, también cogió una maza ligera y con una en cada mano se dirigió de nuevo a la puerta. Probó primero la pesada, apartándose unos pasos, la empezó a balancear hasta que cogiendo algo de fuerza, golpeó la sólida madera.

La puerta se lleva otro golpe, aunque parece que la cosa avanza, es posible que tengas que darle un buen puñado de mazazos más. Al menos con esta arma tienes cierta soltura. Es un poco como agarrar el bastón con el que solías practicar.

Parecía que eso funcionaba mejor, así que Zeleste, continuó golpeando la puerta, deteniéndose de vez en cuando para secarse el sudor de la frente. 

Como continúe así voy a sacar músculo...

Después de aproximadamente una docena de golpes, con la mano encallecida, el brazo ardiendo por la fatiga y el dolor, y la frente perlada de sudor, por fin la puerta cede, la cerradura se parte ligeramente y el último golpe provoca que la hoja se abra ligeramente, dando paso a una sala a oscuras. El odre ilumina levemente una pequeña habitación cuadrada, pero hasta que no entres no sabrás lo que hay.
 

Por fin...

Zeleste bajó la maza, apoyándola en el suelo. Tras recuperar la respiración cogió el odre para adelantarlo un poco y que iluminara la habitación que había quedado descubierta. 

Sentía el corazón a doscientos por hora.... Tiró un poco de la madera que colgaba a un lado y se adentró en el cuarto, mirando a uno y otro lado, con las pupilas dilatadas y un ligero cosquilleo en la nuca... 

La habitación es bastante simple, destacando bastante comparado con el resto del templo, que está realmente decorado con grabados y detalles.

En el fondo de la sala, hay tres cofres de gran tamaño, cerrados. Son bastante sencillos, aunque de buena manufactura.

Zeleste estaba cansada y tenía los brazos entumecidos de haber estado golpeando, con todas sus fuerzas, la puerta de madera. 

Al entrar y ver los tres cofres se mordió el labio. ¿Estaría aquello que buscaba dentro de alguno...? Empezaba a sentirse exhausta, pero todavía le quedaba algo de energía mágica.

- Hamah, he encontrado tres cofres.... - Empezó a explicarle al muchacho. Seguro que desde donde se encontraba debía haber estado escuchando los golpes que había estado propinando en la puerta... - Voy a ver si en alguno de ellos está lo que buscamos... - Se acercó, con paso algo cansado y dolorido. Recordemos que la joven no estaba en su mejor momento que digamos. No puedo estar rompiéndolos a ciegas... Se dijo y tras entonar nuevamente unas palabras mágicas, lanzó un hechizo y se quedó contemplandolos, uno a uno, esperando ver si mostraban algo de magia en su interior...

- ¿Cofres? ¿Estás bien? He oído golpes y te estaba hablando pero no me escuchabas, no se como funciona esto... Ten cuidado, pueden tener trampas. Es más, es probable que las tengan.

Cuando realizas el conjuro notas que de los tres cofres emanan un montón de auras de no mucha fuerza. El aura más suerte, extrañamente, emana de tu espalda, del pasillo por el que has entrado a la pequeña habitación.

- Sí, son tres cofres... Perdona, no te oí porque estaba golpeando la puerta, jeje... Espera... - En ese momento, Zeleste se dio cuenta de que había un aura mágica de mayor intensidad a sus espaldas. Se volvió y empezó a caminar en pos de ésta. - Estoy sintiendo una magia bastante poderosa... Ahora te digo... - Le informó mientras caminaba centrándose en aquel aura.

- Cuidado, Zeleste... Cuidado...

Retrocedes por el pasillo siguiendo el aura y ves que ésta emana de la sala central. La primera puerta a la que habías acudido y que estaba cerrada. Es solo un aura, pero es bastante más fuerte que las otras y... un escalofrío te recorre la nuca.

¿Por qué no hice el conjuro antes...? Aquella sensación que recorrió su espalda sólo podía provenir del objeto que venía a buscar. Era algo malvado, algo que no le gustaba al Armand y que buscaba un umbra... Si hubiera seguido su primer instinto, se habría librado de la trampa que saltó en su cara, dañando todo su cuerpo... Y también, ahora tendría el brazo más descansado...

- Creo que lo buscamos no está en esos cofres... Están protegidos mágicamente, tranquilo que no los voy a tocar.... Pero he sentido algo que no me gusta en la otra habitación, seguro que es eso... - Zeleste cogió la maza y empezó a golpear nuevamente aquella puerta. Sentía unos fuertes calambrazos en sus brazos y un sudor frío y pegajoso en su espalda. Pero no cejaría, no iba a rendirse...