Partida Rol por web

Menkler, con una fría mirada de observación, recopila toda la información que puede para asestar el golpe certero en el momento justo. Llega a la conclusión de que los hombres no son precisamente esclavistas.

Ver al enorme hombre enmascarado, con potentes músculos y la piel curtida, además de la extraña armadura en el brazo, le da pistas sobre su procedencia. Debe ser un antiguo gladiador. Uno poderoso, para pasar de las polvorientas y violentas arenas corinthias a liderar un convoy esclavista. Seguramente se haya enfrentado y vencido a multitud de hombres y bestias para ganarse un puesto así. 

Hecho, a su vez, que le lleva a la conclusión de que no los llevan para ser esclavos necesariamente, debido a que se extrañan de que haya un niño, como si se hubiera colado por sus medios o algún idiota mercenario lo hubiera agarrado sin pensar. Cabe la posibilidad de que el destino de los reclusos sea el de plato principal de alguna furiosa bestia en el circo de una pomposa ciudad corinthia, o la atracción inicial en la arena de un circo civilizado. 

De toda ésta gente, alguno lograría sobrevivir en esas circunstancias. Menkler no lo sabe con certeza, pero no estaba dispuesto a comprobarlo.

El hombre oye las palabras de la cimmeria y mira hacia arriba, desde su posición en cuclillas. Los ojos muy abiertos, humedeciéndose los labios con la lengua, la mira con cara lujuriosa. Luego mira hacia los hombres que están entretenidos con el grito del niño, y luego hacia detrás, a la hoguera, que tampoco prestan atención.

Se levanta y se pone frente a tí, con la cara que tienen los tipos babosos cuando una moza voluptuosa se les insinúa. 

 -Vaya, vaya, una cimmeria con ganas de un hombre de verdad -Dice mientras se lleva la mano a su miembro viril y comienza a tocarse, y éste haciéndose más grande. Baja un poco su taparrabos mostrando su miembro a todo el que quiera mirar: -Vamos, tócame, te gustará... -Dice mientras acerca su mano a la tuya y la agarra para llevarla a su pene en proceso de erección. 

El viento sopla ligeramente, trayendo olor a matorrales húmedos. Las copas de los árboles se mueven sinuosas y sus hojas producen un agradable sonido siseante.

Ivara alzó una ceja: aquello podía ser la distracción que necesitaban.

Ren miraba fíjamente a aquel hombre. Había pensado en seguir jugando el rol de niño indefenso pero aquel guardia parecía interesado en él, así que el pequeño ladrón decidió aumentar su curiosidad. Mientras aquel carcelero lo mirara a él no miraría dentro de la jaula, y eso era bueno. Así pues, cabizbajo, Ren le devolvía la mirada: unos ojos centenarios asomaban entre su cabello sucio, sus pupilas apuntando a las del guardia como una flecha apunto de ser lanzada.
El pequeño ratero, mientras, estaba sentado con las piernas contraídas y las manos ocultas tras ellas. Entre los dedos medio y anular de su mano derecha asomaba la retorcida y oxidada púa que había conseguido con anterioridad.

- Este debe pensar que es la primera que veo....- pensó Tarja mientras miro aquello con fingido interes. Sabía exactamente lo que el tipo necesitaba oir.-¡Caramba! Es más grande de lo que pensaba.-No era cierto, las había visto (y probado) mejores pero no queria que el soldado se quedara conforme con un triste manoseo, necesitaba que abriera la jaula.

-Las cimmerias somos de sangre caliente y llevo meses sin sentir a un semental como tú dentro de mi, no sabes como necesito que me monten.- le susurro esperando calentarle, pegando el pecho a los barrotes.

-Con las esposas es un poco dificil hacer esto, estroban bastante.-Se quejo siempre en susurros mientras le dispensaba alguna timida caricia, más torpemente de lo que en realidad podía hacer.-Ahora que estan distraidos... ¿No podrías llevarme a un rincon oscuro y haceme tuya?.- pregunto con mirada felina.-No quiero que me quites los grilletes, no podría escapar con ellos puestos aunque quisiera... 

Menkler se puso en alerta ante la situación. Podía ser una buena oportunidad de probar suerte o el peor momento, ya que toda la atención de los guardianes se centraba ahora mismo en las carretas.

Mientras la khitana y el kushita, cada uno en su jaula, reaccionan ante los hechos que se les presentan, un lejano pero claro sonido proveniente desde el norte, del interior del bosque, llega hasta sus oídos:

Es el gruñido de un enorme animal. Los dos aventureros han vivido lo suficiente como para reconocer algo así. Grande e inquieta, la bestia parece estar siendo molestada. Sacada de su sueño o desplazada. Al mismo tiempo, los rugidos se completan con golpes, roces contra ramas o matorrales. Pasos tal vez, que no presagian nada bueno. 

Súbitamente, Lin dejó de prestar atención al altercado que se estaba produciendo en la jaula de al lado y se volvió en dirección al norte. Cogió los sucios barrotes y pareció ponerse alerta, como si quisiese escuchar algo.

Tras unos instantes, se volvió hacia la mujer bárbara con un gesto de inquietud y la cogió de un brazo.

“Tú escucharme, no intentar salir por ahora. Algo venir hacia aquí y estar bastante segura de que, cuando llegar, nosotras estar en el lugar más seguro si quedar aquí dentro.”

Soltó a la mujer, se miró la mano, hizo una mueca de asco pobremente disimulada y se la limpió en los harapos que llevaba a modo de ropa.  

La idea de seguir encerrada como un animal en caso de ataque no hizo ninguna gracia a Ivara. Era suficientemente malo ser prisionera pero quedar a merced de los atacantes o quien quiera que ganase la lucha no entraba dentro de sus planes.

Los guardias estaban distraídos con el viejo. Era ahora o nunca. 

Se incorporó de un salto arrancando un quejido del propietario de una mano que pisó. Se colgó del techo de la jaula y se balanceó adelante y atrás con la agilidad de un mono. 

¡THUD!

La puerta tembló sobre sus goznes pero permaneció firme. Ivara volvió a patearla frunciendo el ceño pero sin éxito. 

¡¡¡THUDD!!

-¡¡Ayudadme, perros!! ¡Puede ser nuestra oportunidad!

Lin abrió los ojos con sorpresa ante la reacción de la bárbara. Luego del segundo intento de derribar la puerta a patadas, se lanzó sobre ella.

"¡¡Parar ya, loca!!"

Después de que tus manos de mujer hayan tocado el miembro de Demetrio, éste, ungido de placer carnal y cegado por la lujuria, sube rápidamente su taparrabos de nuevo, saca su espada corta, y rebusca en su cinto hasta que saca una enorme llame oxidada. Mira hacia atrás, hacia los lados, cerciorándose de que nadie mira. 

Introduce la llave en la cerradura y la hace girar con un chirrido metálico. La puerta está cerrada, pero con la cerradura abierta, los ocupantes de la jaula miran hacia allí y algunos se incorporan desconociendo lo que ocurre. La chica del rincón mira divertida y misteriosa.

El gigante pelirrojo, que estaba haciéndose el dormido, abre un ojo al oír el chirrido de apertura de la jaula. Como empujado por un resorte, salta hacia la puerta con el hombro por delante como un toro embistiendo a un rival. Demetrio, con los ojos de par en par viendo al enorme vanir abalanzarse a toda velocidad, alza su espada, empujando la puerta con la otra mano, pero no puede evitar el tremendo golpe.

Demetrio sale despedido hacia atrás cayendo de espaldas, con su pene erecto haciendo forma de tienda de campaña. La puerta está abierta. Heimdul en cuclillas en el umbral, aun dentro de la celda. ¿Es posible que el sonido metálico haya alertado a alguien? No está claro. Pero Tarja tiene que reaccionar rápido si quiere evitar que Demetrio se incorpore o avise a sus compañeros...