Partida Rol por web

Tony miraba con gesto preocupado las heridas de Chief, y asentía según escuchaba sus palabras. Desde luego, estaba claro que Tony tampoco se sentía cómodo allí.

—Está claro que hay que salir de aquí, pero yo pensaba que eso ocurriría al salir del local... —dijo antes de mirar a su alrededor— Pero está claro que no hemos salido al mismo sitio —añadió—. Sé que debemos irnos, pero ahora mismo salir a la calle parece peor idea...

Separándose de sus compañeros, Tony investigó un poco aquel recibidor, con la esperanza de encontrar algún botiquín, vendas o cualquier otra cosa que le sirviera para ayudar a Chief mientras encontraban una salida.

Durante un instante Cliff parecía no escuchar a sus compañeros. Cerró los ojos y pronto se le vio moviendo la cabeza a la vez que paladeaba las notas de aquella canción de Johnson.

—Vuelvo enseguida —dijo sin más explicación. Y se acercó a las deterioradas escaleras que llevaban a la segunda planta. El pasa manos estaba a punto de caerse y algunos escalones tenían las baldosas sueltas. Cada vez que Cliff pisaba una, el eco de aquel lugar magnificaba el repiqueteo de la baldosa. En la entreplanta Cliff volvió a cerrar los ojos desgranando la escala de Sol de la canción. Sin duda era la original, afinada en Mi abierto como le gustaba a Robert Johnson.

Volvió a abrir los ojos y continuó tras el sonido de la música.

- No nos separamos... - dijo un cansado Chief, al que le faltaron las fuerzas para añadir un "otra vez" en referencia a lo que había pasado en el Club.

Se acercó a Tony pero solamente para hacerle un gesto en dirección a aquellas desvencijadas escaleras por las que Cliff estaba ya ascendiendo en dirección a aquellos acordes a los que los tres sabían poner autoría sin dudar.

Tony estaba rebuscando entre los escombros cualquier cosa que pudiera ser de ayuda para tratar las heridas de Chief¹. La suerte lo acompañó cuando sacó de debajo de una mesa metálica un maletín blanco con el símbolo de botiquín. Al abrirlo encontró algunas pastillas y una botella de alcohol vacía. Miró la caducidad de las pastillas —eran analgésicos— y comprobó que databan de 1951... había llovido desde aquello. Pero también había gasas que, dentro de su envoltorio, estaban milagrosamente limpias. Podría realizar una pequeña cura de emergencia para la mano de Chief y por lo menos evitar que se infectase la piel quemada. Fue en ese momento cuando el predicador, agotado, señaló la ausencia de Cliff.

Cliff subía hasta el segundo piso siguiendo la melodía. Las escaleras lo llevaron a un amplio pasillo con puertas a ambos lados. Era la zona reservada para los pacientes que no tenían riesgo de fuga o agresión. Los locos pacíficos. Lo sabía perfectamente porque él había estado en aquel psiquiátrico. Se detuvo un momento. La música venía de la tercera puerta de la izquierda, que estaba entreabierta. Algo parecido a una rata, pero con demasiadas patas para serlo, se escurrió entre algunos escombros del suelo.

¿Estás seguro de que quieres saberlo blanquito?

La voz resonó en su cabeza. Nadie había hablado. ¿Ahora también escuchaba voces?

De pronto el gramófono se detuvo bruscamente. Solo se escuchaba ahora run-run polvoriento de la aguja deslizándose por el borde central del disco, sin llegar a su posición.

Cuando miras al abismo ya no hay vuelta atrás.

Cliff se dio cuenta de que le temblaban las piernas. ¿Merecía la pena el riesgo de mirar al otro lado de la puerta? ¿Desde cuando no recordaba ciertas cosas? ¿Y por qué?

Cliff se detuvo ante aquella puerta cuando escuchó la voz. Tomó aire intentando recomponer sus ideas. Aquello era tan extraño que era difícil hacerlo.

—Estoy seguro —dijo finalmente dando unos pasos hacia esa habitación.

Al principio todo era blanco, un color blanco que le impedía ver nada y, de alguna manera, también le impedía oír. Pronto escuchó el rasgueo de una guitarra. Venía de su derecha pero todavía no alcanzaba a ver al individuo que la rasgueaba. Pero simplemente era el rasgueo, sin emitir sonido alguno.

Poco a poco sus ojos se fueron acomodando a ese nuevo lugar y vio dos sillas en mitad de una habitación. Sentado en una de esas sillas se encontraba un hombre negro que le era familiar. Era el mismo que había visto en aquella cama en la otra ocasión. De hecho, en una esquina de la habitación se encontraba esa cama, completamente deshecha y con las sábanas raídas. Por la ventana de la habitación entraba un sol radiante que, descubrió, era lo que le había cegado al entrar. Junto a la otra silla había una Gibson Les Paul de color negro.

Cliff se sentó en la silla y cogió la guitarra. Al cogerla se sorprendió del sonido de estática que venía de algún lugar. Como si alguien acabara de enchufar el inexistente cable de la guitarra en un invisible amplificador. Sonaron un par de acordes de la guitarra de aquel hombre negro sentado en la otra silla. Su también con la guitarra desenchufada pero el sonido venía de algún lugar, procesado por un amplificador.

—¿Robert?

Una voz le contestó desde algún punto de la habitación, como un eco burlón:

—¿Rober?

Reconoció esa voz. Porque era la suya.

Luego escuchó una cacofonía inconexa en su cabeza.

—Deben hacerle pagar ¡él debe ocupar nuestro lugar!

—Sólo se puede engañar al diablo una vez chavales.

—¿Quieres saberlo todo? ¿Qué estás dispuesto a ofrecer?

—No conocerás a tu hija.

—Es una locura Robert... no puedo creerte...

—¿Estás seguro de que quieres saberlo blanquito? ¿Tienes lo que hay que tener?

—Sólo se puede engañar al diablo una vez...

—Sólo se puede engañar al diablo una vez...

—Sólo se puede engañar al diablo una vez..

En la pared frente a la cama había una pileta con un espejo roto colgando. Cliff se miraba en el espejo. Pero la mirada se la devolvía un Robert Johnson asustado.

—¿Estás seguro de que quieres recordar?

—No saldrá bien Robert...

—¿Estás seguro de quieres saberlo blanquito?

Entonces sintió el latigazo de una cuerda rompiéndose contra la palma de su mano. La guitarra sonó brutalmente desafinada. Ahora era el rostro de Cliff devolvía una mirada asustada desde el espejo.

—Sólo se puede engañar al diablo una vez...

Y luego un silencio sepulcral... Estaba solo en aquella habitación con una vieja gibson descordada en las manos. Conocía bien aquella habitación. Allí lo habían llevado tras encontrarlo vagando solo por Jackson.

Chief miraba aquellas vendas como si fuesen parte de un trato con el diablo, sin saber qué le costaría aceptar aquel remedio temporal que Tony había encontrado.

Pero tenía la certeza que la otra opción era una probable amputación por gangrena en el momento que la infección se mezclase con la carne quemada y dejara inservible su brazo.

- Hazlo. - le dijo, sin atreverse a mirar ni al brazo ni a su compañero. - Pero arriba...

La última vez que se habían separado había terminado con el brazo quemado, con una turba de muertes persiguiéndoles y dándose cuenta que habían realizado un pacto con el diablo... prefería no añadir ninguna anecdota más a aquel macabro viaje.

—¡No joder! —gritó, tanto que el eco de su voz se escuchó también en la estancia donde estaban Tony y Chief—. No estoy seguro, ¿cómo puede uno estar seguro de esta locura? Claro que no lo estoy.

Cliff meneó la cabeza y miró a su alrededor. Ya no había rastro de Robert Johnson por ningún lado. Ni rastro. ¿Acaso era algo que estaba solo en su mente? Cliff estaba enloqueciendo.

—Pero necesito saber, joder —volvió a gritar—. ¿Qué tengo que hacer para saberlo?

Tony, que ya había abierto el botiquín y preparado las vendas miró con cara de incredulidad a su compañero.

—Esto está abandonado —le respondió—, y claramente no ha pasado nadie por aquí en mucho tiempo —añadió señalando la estancia— No creo que pase nad...

De repente se escuchó el grito de Cliff. ¿Estaba con alguien arriba?

—Vale, no he dicho nada —añadió Tony mientras se apresuraba a meter de nuevo las cosas en el botiquín—. ¡Vamos, vamos! —le insistió a Chief mientras él mismo echaba a correr hacia la escalera, con las cosas asomando por el botiquín, desparramándose entre sus brazos.

Subieron las escaleras para encontrar la habitación donde Cliff permanecía, con la guitarra en la mano, gritándole a un espejo de la pared.

Estaba solo. Los otros revisaron la estancia con la mirada pero no veían a nadie más en aquella habitación. Nadie respondía a las preguntas del investigador que, desesperado, sólo encontraba un reflejo confuso en aquel espejo.

Cliff miró a los otros confundido, como si pensase que eran otras sombras que lo atormentasen. Comprendió que esperaban una explicación a su estado. Pero ¿la tenía? Tenía recuerdos de haberse recuperado en aquel psiquiátrico de un caso de amnesia. Cuando se despertó en aquella misma sala le dijeron que llevaba casi un mes desaparecido. En realidad lo habían estado buscando en Hazlehurst, el último lugar conocido donde había estado. Había viajado hasta aquella pequeña población del Mississipi porque era el lugar donde había nacido Robert Johnson. Estaba realizando un estudio para escribir una nueva tesis sobre el mítico bluesman. Recordaba haber hablado con su editor, planear el viaje y estar llegando al pueblecito. Y después despertar en aquel hospital psiquiátrico con una laguna enorme en su memoria.

Y ahora ¿cómo habían llegado hasta este lugar? A estas alturas costaba creer en las casualidades.

—Dime que es la misma guitarra Tony —dijo mostrando la Les Paul descordada—. ¿Es o no es la misma?

La mirada de Cliff estaba deslocalizada. Ahora miraba a Tony y, un instante después, miraba a un lugar difícil de precisar y mascullaba algo entre dientes. Los demás hubieran jurado que tarareaba una canción sino fuera porque, entre medias, hablaba con ellos. Si no fuera imposible, asegurarían que otra voz dentro de la garganta de Cliff tarareaba esa canción apenas audible.

—¡Quiero saberlo todo! —dijo mirando de nuevo al espejo e ignorando a sus dos amigos.

Con la mano derecha hizo un gesto para rasguear la guitarra y un acorde resonó en la estancia, aunque la guitarra no tenía cuerdas.

- Tenemos que volver, Tony. - la preocupación por su amigo conseguía superar el dolor y el cansancio que su cuerpo y espíritu acarrabean. - Necesita tocar la realidad de nuevo, está perdiéndo la mente.

De la misma forma que aquel escenario le había hecho sentir la necesidad de tocar, parecía que aquel sanatorio estaba proyectando su realidad sobre Cliff, volcando sobre él la locura que había albergado entre sus paredes.

- ¡Cliff! - le gritó con fuerza mientras comenzaba a aproximarse hacia él cuando aquel imposible rasguido de cuerdas fue audible para todos.

- Cliff... - su tono ahora era suave, calmado, como el de una madre llamando a un hijo. - Cliff... si no salimos, no podremos encontrar las canciones.

Esperaba que la mención al objetivo con el que habían comenzado el viaje fuera suficiente atracción para él.

Cliff parecía claramente enajenado. Seguía hablando con el aire mientras Chief, de forma amable, lo intentaba convencer de que saliera de aquella habitación. Tony comprobó la guitarra que el hombre le mostraba. Efectivamente parecía la misma que habían visto en la vieja pensión abandonada en Greenwood. Ahora parecía haber pasado una eternidad desde aquello.

En el momento que estaban saliendo de la estancia llegó hasta ellos el sonido de una máquina de escribir tecleando de forma insistente. El repicar de sus teclas reverberaba en los pasillos vacíos. Parecía proceder de alguna zona hacia la derecha, al doblar la esquina, en aquella misma planta. Pero también escucharon algo más: el sonido que podrían hacer unas cadenas arrastrándose entre el polvo y los cascotes.

Sin embargo las escaleras por las que habían subido, que podrían devolverles a la planta baja y hacia una posible salida estaban ante ellos.

Cliff se giró hacia Chief cuando escuchó sus palabras y se acercó hacia él. Su rostro seguía desencajado y sus ojos estaban enrojecidos, probablemente de la rabia.

—Las canciones... —dijo meneando la cabeza—. Todavía no lo entiendes amigo. No funciona así. Nosotros no podemos encontrar las canciones. ¡Es imposible! Son las canciones las que nos encontrarán a nosotros. Y creo que a mi ya me han encontrado.

Puso una mano en el hombro de Chief y le miró a los ojos con el gesto apesadumbrado.

—Creo que deberíais bajar esas escaleras y evitar vuestra perdición. No podéis hacer nada por mi.

Palmeó el hombro de su amigo y agarró un instante el brazo de Tony como despidiéndose de él y continuó su camino hacia aquel sonido de la máquina de escribir.

- Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna. - Chief elevó la mirada mientras murmuraba aquel Salmo hacia el Señor, buscando en las palabras que había memorizado la misma esperanza que él siempre había ofrecido a sus feligreses.

Extendió la mano hacia Tony, para que le sirviera de apoyo, confiando en que él tampoco tuviera intención de abandonar a Cliff a su suerte.

- Llevan queriendo separarnos desde que comenzamos este viaje. - a su mente vino Reba montada en el autobús cuando no pudo más con aquella situación. - No caminarás solo, iremos juntos como hermanos.

Tony estuvo a punto de darle un bofetón a Cliff. Y momentos después, a Chief. Pero finalmente mantuvo sus manos quietas. Aunque no por falta de ganas.

Chief seguía sin sentarse para que le curara. Cliff hablaba como un demente. ¿En qué momento se había precipitado todo?

—¿Las canciones nos encontrarán? —respondió casi con sorna— Joder, no me puedo creer que estemos en un puto hospital abandonado, con... muertos —le costaba decirlo— persiguiéndonos y la conclusión sea ir hacia lo que sea que nos esté esperando tecleando en una máquina de escribir —añadió justo cuando volvió a sonar el ruido de las cadenas arrastrarse—, o lo que sea que esté encadenado...

Desde luego, Tony casi parecía enfadado con sus compañeros. Hasta entrar en el Second Circle, todo le parecía... Bueno, parecía hasta lógico. Pero ahora empezaba a parecerle que sus compañeros no tenían suficientes cojones para seguir investigando por su cuenta, y se estaban dejando llevar por lo que, a todas luces, era algo de lo que se iban a arrepentir.

—No hay tiempo para andar de discusiones, y por un lado me parece bien, la última vez que estuvimos a punto de separarnos acabamos en un local lleno de muertos y hasta aquí. ¿Estás seguro de que no prefieres frenar un poco? —le dijo agarrando a su compañero antes de que les guiara hacia lo que fuera que machacaba aquellas teclas.

Cliff se giró y miró fijamente a Tony con los ojos enrojecidos y gesto de rabia.

—Completamente seguro —aseveró rudamente—. Hace mucho tiempo que no descanso una noche sin que una pesadilla me atormente, sin escuchar esa canción... una y otra vez. Tiene que parar de alguna manera. Estoy seguro de que se esa manera, pero no la recuerdo Tony. Tengo lagunas en mi memoria pero estoy seguro de que ya conozco esas trece piezas secretas. O por lo menos una. Hace mucho tiempo me ocurrió algo, pero no tengo ni la más remota idea de qué fue. A partir de ese momento escucho en ocasiones esa melodía y, cuando ocurre, tengo un episodio de amnesia. Ahora tengo la sensación de que voy a encontrar la pieza del púzle que le falta a mi cabeza y no puedo simplemente ignorarla. ¿Qué harías tú, Tony?

Los ojos de Cliff se humedecieron.

—Tengo que ponerle fin a esto. Tengo que entender qué pasa y como pararlo. Y si tengo que morir en el intento, al menos habré encontrado el final del camino. Pero no quiero ser responsable de vuestra vida. Marchaos ahora que podéis... no os dejéis arrastrar por los deseos de un loco.

Dicho eso empujó fuertemente a Tony y se giró para continuar su camino.

Mientras Cliff hablaba, Tony pudo sentir en sus palabras el anhelo de resolver algo que llevaba persiguiéndole toda la vida. Era su hombre negro. Era el imán de los problemas de Cliff.

—Te entiendo —respondió una vez se recompuso del empujón—. ¡Te entiendo! —le gritó mientras se alejaba— ¡Yo también tengo mis fantasmas, Cliff...! ¡¿Me hubieses dejado de lado?!

Tony se mordió el labio inferior y miró a Chief con cara de resignación.

—Sabemos los dos que no lo vamos a dejar ir, ¿verdad? —le susurró al sacerdote— ¿Aguantas un poco más?

- Como el pastor que deja las noventa y nueve ovejas para ir a buscar a la descarriada. - sonrió, cansado a Tony, y le dio un par de leves palmadas cuando éste le sujetó para avanzar tras su compañero, quien había perdido toda la cordura.

Así el trío, quizás resignado o quizás buscando la expiación, se aproximó a la esquina que formaba aquel pasillo. Se asomaron cautela porque aunque el tecleo incesante de la máquina de escribir lo enmascaraba también se escuchaba ese continuo arrastrar de cadenas. Y entonces lo vieron en mitad del pasillo: era un hombre alto, de complexión fuerte. O al menos parecía serlo bajo el amasijo de vendas amarillentas que lo cubría como si fuera una momia. Y por encima de las vendas una camisa de fuerza ajustada de la cual colgaban cuatro largas cadenas que se arrastraban por el suelo provocando el ruido metálico y de arrastre de cascotes. Las vendas cubrían todo su cuerpo dejando tan solo libre su mentón de piel apergaminada, boca babeante abierta y que mostraba una dentadura putrefacta, como la de un cadáver. Pero sus ojos estaban tapados por la tela. Se movía de forma espasmódica, como si cada movimiento requiriese un empujón de todo su cuerpo quizás en un intento de librarse de la camisa que lo aprisonaba.

De pronto el individuo se detuvo levantando la cabeza, como si escuchase. ¿Los había oído pese al incesante tecleo de la máquina de escribir?