Partida Rol por web

Decidí contener mi lengua y no dar más información de la necesaria. Al fin y al cabo, se suponía que tan sólo habían llegado a mis oídos habladurías. Si aquel hombre sabía más de lo que yo le iba a revelar, siempre podía alegar que había desechado el rumor del asesinato por parecerme absurdo.

-Paresce ser que alguien, algún ladrón o malechor, ha entrado en el castillo en mitad de la noche -dije finalmente-. Es por ello que los omnes del Barón andan rondando el pueblo a aquestas horas. ¿Es que ninguno ha pasado por aquí?

Finalmente, añadí una pequeña puya, a ver si sacaba a relucir el orgullo de aquel hombre y se iba un poco más de la lengua.

-Suponía que el líder de los mercenarios estaría al tanto de cuanto ocurre en el pueblo, mas parece que más sabe el diablo por viejo que por diablo, ¿eh? O, en este caso, por mercader -mi tono era jocoso, no quería dar a entender una ofensa, pero sí buscar alguna respuesta bravucona, en la que aquel tipo se fuese de la lengua intentando quedar mejor que yo. Mis ojos se cruzaron un instante con los de Lope. Teníamos que extremar la precaución: por muy buen guerrero que fuera, no teníamos nada que hacer frente a una taberna llena de mercenarios envalentonados y más asalvajados (aún, si cabe) por el alcohol.

Escuché como Alvar conversaba con Alonso. Nuestra presencia, de momento, parecía pasar desapercibida para el resto de los mercenarios que en la taberna encontrábanse.

Bien se manejaba el mercader en estas lides del hablar y así les dejé sin mediar palabra por mi parte. No fuera a decir una torpeza y acabar a la vera de un camino tirado sin vida como un perro, mientras mis asesinos volvían a sus quehaceres en la taberna como si una mosca hubiesen matado de un manotazo.

Tomó mi jarra de vino e hice como si bebiese pero sin probar gota alguna del vino. Incluso me pasé la lengua por la comisura de los labios. Esta no era noche de diversión.

Torció el gesto el muchacho quando hallara las puertas de la esglesia cerradas. Normal a las horas que serían de noche, pero al mismo tiempo pensó en posible lugar seguro para resguardarse quien pudiera haber matado a la Señora.

Rodeó entonces la esglesia, buscando alguna puerta que pudiera dar a la sacristía o alguna luz que revelara la presencia personas en su interior. Quizás lo más sensato sería marcharse a otro lugar, pero ahí se mantuvo el joven Zorro, siguiendo la intuición que podría llevarle a la muerte en algún momento.

Nada encontró el joven Zorro, ni rodeando la iglesia, ni husmeando (o más bien intentando) a través de los cerrados ventanucos del templo santo de piedra. Allí no había nadie, ni por los alrededores ni fuera. Tampoco "acogerse a sagrado" fuera lo más sensato en las tierras comandadas por un barón, don Diego, ya que la afrenta a su familia fue terrible...

Mientras Lope se mojaba los labios (que no el gaznate), la mano derecha de Alonso, ese "perrazo" de Manel le miraba. Alonso se extrañaba de lo que había sucedido, y asentí ante las palabras del mercader.

Entró uno a preguntar -respondió-, et nos vió et se fue en nada, como buscando algo. Empero que lo que decís es grave, si. ¡Manel! -le gritó a su secuaz-, ¡ve al campamento, et pregunta si saben algo d''aqueste malhechor del que se habla. Quizá ese tal barón quiera de la nuestra ayuda...-decía relamiéndose por dentro en pensando en sacar cuartos...

Bebióse lo que le quedaba de vino, et que se le notó el tambaleo del alcohol en su sangre al levantarse; et aquel tipo se alejó de la taberna en mitad de la noche.

Puse cara de asombro ante las palabras del líder mercenario.

-Oh, pensé que en la vuestra compaña érais enemigos del Barón. Según dijísteisme, buen Alonso, Manel había dado muerte ya a tres de los omnes de don Diego... 

Una vez Manel ya se hubo marchado*, Alonso miró fijamente a Álvar, algo serio. Luego rió, y tras la sonrisa se aupó un poco en su silla.

Uno de los nuestros apareció empalado cual espantapájaros, con los ojos sacados, un día después de discutir con un aldeano idiota. Y eso no se hace. Lo linchamos al enterarnos, et algunos soldados de ese hombre vinieron a poner paz. Tres de ellos no salieron vivos, y seis hombres de este pueblo también murieron. Vinimos a quedarnos un tiempo, pero se torció un poco la cosa. No hemos sido nosotros los que hemos hecho daño primero, et tampoco en esta ocasión que decís, lo de la entrada en el castillo de ese Diego...

-¿Non seria, por casualidad, judío ese aldeano idiota que discutió con el vuestro omne? -sabía que me estaba metiendo en terreno quizá pantanoso, pero había que llegar al fondo del asunto o podríamos tardar días, quién sabe si semanas, en averiguar lo que cojones estuviera pasando en aquel pueblo-. Rumores han llegado a mis oídos, que ya sabéis que omne precavido vale por dos, et por más si es comerciante, sobre la cábala judía de aquestos lares...

¿Judío? No, creo que no. Aquel era un desgraciado, y recibió su merecido... -apuntó bebiendo otro trago-. ¿Y bien? ¿Es que nunca os váis a acabar ese vaso? -dijo mirando a Álvar y sobre todo a Lope-. Aquel tipo parecía cada vez menos atender a vuestro "interrogatorio" y más a reír las bromas de los otros tipejos, o bien a observar con divertimento los concursos de fuerzas bajo la angustia del posadero, por allí cerca.

-A la vuestra salud, Alonso -dije, alzando la copa et bebiendo. 

Pero mis pensamientos distaban mucho de aquel vino barato de taberna. Cada vez andaba más perdido, sin saber qué demonios hacer. Había muchos hilos, muchas pistas, pero cada una parecía llevar por distintos derroteros y no veía la forma de enlazarlos para encontrar el sendero correcto.

En primer lugar debía cerrar el tema del "negocio" con aquellos mercenarios. Mi idea era elevar bastante el precio, con la excusa de la nueva situación de inseguridad en el pueblo. Confiaba en que Alonso fuera razonable y simplemente me mandase de vuelta por donde había venido, pues si la situación se ponía violenta no sabía cómo escapar de aquel atolladero con las armas del Barón.

Y por otro lado, seguía cavilando quién andaba detrás de todo aquello. Los mercenarios parecían totalmente inconexos con el asesinato de la esposa de don Diego, aunque si algo tenían en común era hundir al barón. Y aquel asunto sobre los judíos... 

Cambié de tema en mi mente, y pensé que debería hablarlo con mis compañeros, con lo que deseé buenas noches al líder de los mercenarios e indiqué a Lope que debíamos marcharnos.

Esta si que era buena. El Alonso decía que no tenían nada que ver con lo que había sucedido en la casa del barón. Podría ser cierto. No parecía que nos estuviese engañando, además algo hubo en ésta último encuentro que me decía que era cierto lo que nos había contado.

- ¡Salud!- Coreé a Alvar alzando también mi vino. Después, y visto que non parecía haber mucho más que hacer allí, bebí toda la jarra de un trago y lo posé sobre la mesa.

Asentí en silencio al gesto de Alvar de irnos. Me levanté, hice un leve saludo a Alonso y me dirigí a la puerta.

Tras un par de rodeos al edificio de piedra, negó con la cabeza al no hallar nada por donde seguir investigando. Pensó por un momento en ir a la taberna, pero sabía que cubrir el terreno de sus compañeros sería perder el tiempo y quizás poner en peligro la tapadera que llevaban de no relacionarlos.

Caminó entonces entre las casas del pueblo, con parsimonia, buscando la que pudiera ser la casa del médico judío. Poca gente encontraría caminando en la oscuridad de la noche, más sobretodo al saber quizás de la noticia del asalto al castillo, mas de encontrarse a alguno, preguntaría pro el propio médico del que el posadero le hablara en la taberna en su última charla.

¡Eh vosotros! -dijo Alonso cuando se percató (tras estar mirando una lucha de sus hombres) cómo hacíais ademán de iros tras un previo cuchicheo-. Y estábais ya de pie y retirando las sillas tras de vuestras piernas cuando pareció como si fuera a dar una orden, tal como "¡prendedlos!" o "¿a dónde creéis que vais?". Tal que no fue así. Aquel tipo era un desalmado, un mercenario sin escrúpulos, pero no era un bárbaro como el resto de sus secuaces. Seguramente fuera un buen líder si su camino hubiera sido otros.

Espero vuestro género... -alcanzó a decir con un gesto de cabeza que no era sino un "adiós" amistoso-.

Et que en éstas, salísteis de la taberna. La fiesta para vosotros había terminado.

Nada más salir de la taberna, vísteis al joven Zorro merodeando cual pequeña sombra por Piedralejo. Parecía una pequeña figura deambulando, buscando por aquí y por allá. Cuando le alcanzásteis, parecía caminar hacia alguna de las casas de la población. Le comentásteis que habíais encontrado allí, en la taberna, a los mercenarios. Incluso que habíais charlado un poco con ellos. Él os comentó que había acudido a la pequeña iglesia, encontrándola cerrada (a tales horas). ¿Cuál sería vuestra siguiente acción?

-Deberíamos ir a un sitio más tranquilo -dije, cuando nos encontramos a Zorro-. Habemos de planificar qué faremos mañana, lejos de oídos ajenos... Que si algo he aprendido viajando estos años, es que en aquestos pueblos pequeños, todas las ventanas tienen orejas.

-Et qué os paresce ir a Camposanto? Demasiado ajetreo debe tener el castillo agora mismo, et el propio Baron mandó venir hasta el pueblo en busca de los asesinos. -Alzó los hombros desinteresándose de la decisión.- Poco tengo que compartir que non hayara fecho ya. En la esglesia nada hay et por ninguna puerta se puede entrar. Al médico judío ocurrioseme buscar, siguiendo las palabras del posadero, que entre tanto judío, ninguno ha de gran notoriedad salvo el matasanos.

-Bien por mí -dije-. Non sé qué se nos ha perdido a nosotros en el Camposanto, pero al menos tendremos algo de intimidad... Que los muertos escuchan, pero non pueden fablar.

- Vayamos pues al camposanto. Mas creo que poco hemos de decir. Non se me ocurre idea alguna de quien puede ser el que asesinó a la baronesa. Dije rascandome la cabeza. Dentro de ella no tenía idea alguna ciertamente.

Et que en habiendo puesto en común algunas cosas, hablar más largo y tendido habríase, desde luego, al menos para trazar un guión que seguir, unas pauta que marcarse... Empero que quizá el castillo, como bien decía alguno de vosotros, no era sino lugar ahora mismo de desconcierto. ¿Acaso no reposan tranquilos los muertos? Et que a visitarles fuísteis, al cementerio.

Éste no hallábase muy lejos de allí, con en yendo hacia el castillo, pero antes de tomar la gran cuesta, os desviaste por una vereda a diestras. El camino, se notaba, no era muy transitado, y la hierba irrumpía en medio del mismo más salvajemente. En cuestión de unos diez minutos, rodeando peñas y sobrepasando árboles y muros, llegásteis a ver una pared de mamposte, pero muy antigua. El joven Zorro ya había estado allí, y os sirvió de guía. Aquello ya era el cementerio. Su planta debía ser como de cuadrado o rectángulo, y poseía una reja en la entrada, a modo de verja. Nada más llegar allí, te asomaste a ésta y vístes las tumbas que allí había: todas parecían bastante antiguas y derrumbadas.

Zorro, entonces, os guió. Comprobásteis que todo aquel sitio era algo tétrico, y más en medio de la noche: Cruces de madera caídas, rotas, roídas o húmedas. Tumbas que ya no contenían el túmulo del entierro, sino que ocultaban por completo que allí había enterrado alguien; árboles desechos, alargados y mirando al cielo en un lateral. No había lápidas, poca gente o casi ninguna podía permitírselo. Zorro os llevó, entonces, hacia el lugar donde había cierta tierra removida: era lo que parecía una tumba recién abierta y recién recompuesta.

¡¡CRAAACK!! -justo cuando íbais a hablar, detras de vosotros, en teniendo la oscuridad todo en derredor, oísteis un crujido de ramas, como pisadas-. Os volvísteis, pero la oscuridad era tremenda*.

Zorro nos indicó como llegar al camposanto. Aquel lugar era lo que se esperaba de él, un pequeño lugar lleno de tumbas de otro tiempo y gente anónima para mí.

Ciertamente el sitio no era lugar para asustadizos con una noche tan cerrada como ésta, aunque para mí no representaba problema alguno. No sería la primera vez que tuviese que esconderme en un lugar así, o peor que éste.

Ya estaba esperando a que Alvar comenzara a explicar las sus ideas cuando un ruido sonó a nuestras espaldas. Como un rayo me giré hacia donde vino el sonido tratando de escudriñar algo en las tinieblas que nos envolvían.