Partida Rol por web

SINOPSIS:

Estamos en 1907. Eres un intelectual que visita a un amigo en una vieja mansión en Derbyshire. Tu amigo, Lord Christopher Cunningham lleva un tiempo enfermo y su mente se deteriora. Delira sobre ruidos en el páramo, luces extrañas y una figura oscura que asegura haber visto cruzar por su ventana varias veces. Decides quedarte una semana para cuidar de Christopher y calmar su febril mente.

miércoles 2 de enero de 1907 -  Malva

Comienzo este diario a raíz del cambio de año, que siempre es una excusa para hacerlo, pero a la que añado esta vez unos acontecimientos con los que no contaba. Merecen ser narrados, y quizás así mi mente encuentre también sosiego.

En lugar de en mi hogar, me hallo en Derbyshire, a petición de mi amigo Lord Christopher Cunningham. Su salud mental no se halla en su apogeo, y por el antiguo vínculo que nos une solicitó mi compañía. Por supuesto no pude negarme, así que me hallo aquí, en este páramo solitario, recordando mis vivencias y preguntándome qué nos aguardará a partir de ahora.

Christopher siempre fue un tanto peculiar, gustando mucho de la soledad ya desde joven. Ahora ese rasgo se ha acentuado de tal modo que en su mansión no habitan más que él y sus sirvientes, no habiendo visita externa alguna exceptuando mi presencia.

Además de su enfermedad física, como he escrito antes, también su mente se halla trastornada. Visiones extrañas ocupan sus sueño, y a veces también sus días. Me gustaría indagar más en ello durante mi estancia.

Puedo contar para ello con la señora Bristle, una sirvienta de mediana edad que adora a Christopher. Le preocupa su salud mental y a menudo se sienta junto a él mientras duerme. Desgraciada e inesperadamente, justamente anoche resbaló en una de las escaleras que tan bien conoce, torciéndose el tobillo. Se encuentra renqueante, y hasta que su recuperación no sea completa vigilará más a menudo a lord Cunnigham. 

Espero que ella pueda darme más datos al respecto de esos delirios.

Domingo 6 de enero de 1907; Llevo ya casi una semana en Derbyshire, la vida aquí es bastante tranquila y rutinaria. Alejado del caos del hospital por momentos parece que pueda al fin recrearme en mis propios pensamientos sin estar sumido en el continuo e inconexo ruido que a veces generan los pacientes llenándome la cabeza con sus paranoias,miedos, histerias y demás enfermedades. Sin embargo no todo es tan idílico como parece, a pesar de que el paiseja a nuestro alrededor e incluso esta casa incitan a la paz y la reflexión algo turba la mente de mi amigo. Cada emepora algo más, a veces veo que ni siquiera es capaz de distinguir completamente entre la lo que es real y lo que no. A menudo desvaría sobre ruidos y sombras que lo acechan en el páramo confinándolo a vivir en el interior de la mansión. La joven señorita Enfield parece animarlo con preguntas e historias sobre supersticiones locales que en mi opinión no le hacen bien a su maltrecha mente. La señora Bristle parece que comparte estos pensamientos conmigo pues a lo largo de estos días ha quedado patente la animadversión que demuestra hacia la joven. Por suerte desde que se dañó el tobillo pasa mucho más tiempo junto a Christopher y eso mantiene alejada a la joven sirvienta y su inquientante parloteo. Paso la mayor parte de tiempo charlando con mi amigo, tratando de descubrir cual es el mal que aqueja su mente, aunque no sólo hago eso.Esta tarde saldré con el mayordomo, el señor Douglas a recoger leña en el bosque. A reaccionado a mi ofrecimiento de ayudarle con un gesto hosco y desagradable, pero para mi sorpresa uurante le brunch ha accedido a que le acompañe en la tarde, durante la siesta de Christofer y mientras las mujeres adecentan la casa. Lunes 7 de enero de 1907; Son cerca de las 2 de la madrugada y acabo de regresar a la mansión. El señor Douglas me ha dejado perdido en el bosque esta tarde. Hace apenas una media hora que he conseguido volver a entrar en la mansión y a pesar de que no tengo pruebas sé que el mayordomo trataba de deshacerse de mi presencia aquí. Todo parecía normal cuando salimos de la mansión, fue un paseo silencioso.Pero me pareció normal dado que es evidente que no congeniamos y que a él no le apetecía demasiado mi compañía. Caminamos durante algo más de una hora por el bosque, Me ezxtrañó porque veía tantos arboles a mi alrededor que estaba completamente seguro de que podíamos haber sacado la leña de algún ejemplar más cercano a la hacienda, sin embargo cuando le pregunté el señor Douglas señaló de forma escueta:-Al señor no le gusta el olor que da este tipo de leña. Después de caminar más de lo que habría pensado y de que el hombre talase un parde leños bastante gruesos ( me gustaría decir que ayudé en esa tarea, pero mi lamentable forma física me impidió ser de más ayuda) paré junto a un pequeño arroyo para refrescarme y orinar junto a un árbol, y ahí... Según ha dicho él cuando lo he encontrado en el umbral de la mansión me debí desviar demasiado del camino,-Los estudiosos se pierden con facilidad lejos de sus bibliotecas... ha dicho con desdén mientras aseguraba haber pasado horas buscandome y gritando mi nombre en el bosque. Si embargo yo no he escuchado nada, bueno, al menos no he escuchado su voz, pero sí un montón de inquietantes sonidos, todos provenientes de la naturaleza, y tan desconocidos para mí que en algún momento me he asustado. Por suerte al final he conseguido orientarme, no ee muy bien como y he llegado a la casa. Mañana le explicaré lo sucedido a Christian. Terracota.

Jueves 10 de enero de 1907

Han sido unos días críticos para el pobre Christopher y me temo que, en parte, ha sido por mi culpa. Tras lo sucedido en el bosque con el señor Douglas y el desdén que me ofreció cuando le pedí explicaciones al respecto, quise dar cuenta a mi amigo de lo que había pasado, sin ánimo de pretender que este tomara represalias contra su empleado, pero sí con la preocupación por la incomprensible animadversión que, por lo visto, yo era capaz de despertar en ese hombre. Con la intención de aclarar las cosas entre los dos y con la firme convicción de que todo se había debido a un malentendido, el santo dueño de esta casa quiso hablar con el mayordomo. No obstante, la conversación no fue tan amistosa como se esperaba.

Desconozco qué palabras se usaron en ese diálogo ni en qué tono estas se expresaron, ya que, por educación, preferí no estar presente, pero, ahora que veo los resultados, afirmo con rotundidad que pretender tener aquella conversación fue todo un despropósito. Desde el martes, el señor Douglas se muestra tremendamente hosco con todos los residentes de la mansión, salvo, curiosamente, con la joven señorita Enfield. Se limita a hacer sus tareas, que en muchas ocasiones deja a medias, y no invierte un mínimo esfuerzo en ser educado con aquellos que le rodeamos. Pero lo peor de todo es que, a raíz de la maldita charla, mi querido amigo Christopher, claramente afectado por el irascible e inmaduro temperamento de su mayordomo, tiene el ánimo abatido, cosa que, como no, empeora su ya de por sí deteriorada salud.

Me siento realmente responsable de todo lo ocurrido. De saberlo, jamás hubiera hablado con Christopher sobre lo que sucedió en el bosque.

Viernes 11 de enero de 1907

Ha sido una noche horrorosa. Desde que Christopher discutió con el señor Douglas es incapaz de conciliar el sueño más de cinco minutos seguidos. Un profundo abatimiento que en ocasiones desemboca en crisis nerviosas se ha sumado a las extrañas visiones que, desde que enfermó, atormentan a mi pobre amigo. La falta de reposo empieza a afectar a su estado físico y esta madrugada, después de ser alertado por la buena señora Bristle y, tras tomarle la temperatura, comprobar que la fiebre había empeorado notablemente, he decidido desplazarme cuanto antes a mi consulta, en el Sanatorio Mental de Birmingham, y hacerme con la medicación adecuada para, por lo menos, procurar el descanso que tanto necesita Christopher.

Sin esperar a que despuntara el alba y obviando por la urgencia del momento la antipatía que nos separa, he llamado a la habitación del señor Douglas para pedirle las llaves de la vieja camioneta que reposa enmohecida en la cochera de la mansión. Aunque le explicara con pelos y señales los motivos que me habían llevado a tomar tal determinación, el mayordomo, de muy malas maneras, se ha negado a darme lo que le pedía, exigiéndome que dejara de una vez de entrometerme entre ellos y Christopher y diciéndome que el personal de la casa se bastaba para cuidar a su señor sin ayuda de nadie.

He hecho caso omiso a la negativa del tipejo y, demostrando un arrojo que ahora me sorprendo que sea capaz de albergar en mi interior, he entrado en la habitación y, tras apartar al hombre de mi camino, he tomado las llaves del automóvil que pendían de un gancho junto a una pequeña cómoda. Todavía escucho en mi mente los improperios lanzados a mis espaldas por el señor Douglas mientras yo salía disparado hacia la cochera y ponía la camioneta en funcionamiento.

Tras una frenética carrera nocturna por la campiña, he alcanzado Birmingham a las 4.38 de la madrugada y, después de hacerme con un buen surtido de calmantes y somníferos, he salido hacia Derbyshire para llegar allí pocos minutos antes de las 8 de la mañana. He encontrado a mi buen amigo en su lecho algo más tranquilo, pero enajenado y con el mismo mal aspecto. Después de administrarle las medicinas, por fin ha conciliado el sueño. Después, agotado, he regresado a mi habitación para asearme un poco y procurar dormir un poco. Ha sido entonces cuando he caído en la cuenta. Desde mi llegada a la mansión, no he encontrado en pie a nadie del personal.

Viernes 11 de enero de 1907

Hago una nueva entrada en el diario para relatar aquí los acontecimientos ocurridos más tarde en este día. Ya que ese bruto de Douglas es tan grande como estúpido, y enfrentarme físicamente a él sería poco menos que un suicidio, al menos puedo encontrar cierto alivio a mi odio hacía él apuñalándole verbalmente en las hojas de este cuaderno con mi pluma.

Tras regresar a Derbyshire con las medicinas y atender al doliente Christopher para darle algo de alivio y descanso, yo mismo hice lo propio y me retiré a mi cuarto para descansar tras la ajetreada noche y el viaje. Apenas pude dormir una hora, en cuanto ese zopenco mayordomo se despertó la emprendió a gritos por la casa y corrió a mi puerta para aporrearla como si hubiera un fuego dentro. Sobresaltado me desperté de un salto y, al abrir la puerta, ese tarugo ignorante y mentecato me tomó por la pechera alzándome del suelo un palmo y gritándome a la cara como un energúmeno, aunque me temo que de la propia conmoción no he llegado a enterarme de nada de lo que me decía. De no ser por la aparición de la señorita Enfield, Dios la bendiga, ese cafre me hubiese partido en dos la crisma. Creo que todo ha sido debido al tema de la furgoneta. Pero no me arrepiento de haberla tomado de aquellas maneras, Dios sabe que lo hice por una buena razón y actuaría igual si volviera a tener ocasión. El muy necio ha tenido suerte de que Christopher estuviese dormido por efecto de los medicamentos y no se enterara de nada, de otro modo lo hubiera despedido de inmediato. Estoy seguro de ello.

Después de aquello mis nervios me han impedido dormir, así que me dispuse a dar un paseo por el camino del bosque. Al salir la furgoneta no estaba, con lo que supongo que Douglas se marchó en ella. Lo cierto es que ni siquiera recuerdo haberla escuchado arrancar de nuevo, ni tampoco el ruido de las ruedas en la gravilla. Si la ha cogido Douglas ha debido irse bien lejos, porque a mi regreso del paseo ni él ni la furgoneta estaban, precisamente cuando se le necesitaba. 

Pero lo que me ha hecho regresar precipitadamente del paseo y desear que el osco mayordomo estuviera aquí ha sido la horrible visión que me ha asaltado en el camino. Emprendí la marcha por el camino que rodea la pequeña arboleda cercana a la mansión hacía la zona de campiña y praderas por las que las vacas suelen pastar antes de regresar al redil. Es una zona amplia que se extiende hacía el norte antes de llegar al bosque y que el camino cruza dejando terreno a ambos lados. Allí, junto al camino he hallado la horrible visión: una pobre vaca muerta y destrozada completamente. Su cadáver yacía como si hubiese caído un obús junto a ella. O más bien, hubiese explotado en su interior, ya que el suelo no parecía estar dañado. No entiendo que tipo de animal sería capaz de semejante obra. Incluso ahora mismo he tenido que dejar de escribir estas líneas para contener el vómito. El recuerdo, que no describiré en detalle, es abrumador.

Inmediatamente he dado media vuelta y regresado a la mansión en busca del señor Douglas para que se encargara de retirar al animal y limpiar la zona. Pero como ya he dicho, no se encuentra. Ahora que lo pienso no me extrañaría que ese malnacido hubiera sido el autor de semejante barbarie. Quizá sea mejor que todavía no haya regresado.

Ultramar.

Sábado, 12 de enero de 1907--

No consigo quitarme esa horrible imagen de la cabeza. Las pesadillas que me provocó son innombrables, y me temo que tardaré en olvidar semejante espectáculo. Esa pobre vaca muerta de modo tan espantoso... Quizás otro animal más pequeño no me hubiese impresionado tanto, quién sabe. Pero además del repugnante espectáculo que la casualidad me llevó a contemplar, ahora me deja una pregunta martilleando mi cabeza, algo a lo que no dejo de darle vueltas y más vueltas... ¿qué le pudo haber pasado a tal animal?

Las vacas son dóciles, pero desde luego no pequeñas. No es fácil acabar con una, y ésta parecía tan... oh, no me atrevo aún ni a describir tal horror. Como anoche escribí, quizás Douglas supiese la respuesta, pero no me atreví a preguntarle cuando me crucé con él esta mañana. Le dí los buenos días, como a cualquier alma educada, y me respondió con un gruñido ininteligible que me dejó sin ganas de seguir manteniendo conversación con dicho personaje.

Ante ello visité a Christopher y a su acompañante, asegurándome de que seguían bien. Comenté que hallé una vaca muerta afuera, en uno de mis paseos, y la señora Bristle pareció salir de su letargo mañanero repentinamente:

-¿Que ha visto qué?  -preguntó, sobresaltada-. Señor Woodgate, no debe usted salir de la casa. Estoy segura de que ese animal no estaba muerto sin más, y eso debería hacerle ver que es peligroso caminar sin rumbo por el páramo. Sé que le gustan los paseos, pero le ruego que no se aleje de los terrenos de la casa...

Eso me dijo, dejándome intrigado. Por más que inquirí, no pude lograr que me contase nada acerca de lo que pudo haber ocurrido. Achacó a una jaqueca fulminante el hecho de no poder seguir hablando, pidiendome amablemente que me retirase.

No pude negarme. Quizás más tarde pueda averiguar algo más.

-Sábado 12 de Enero de 1907;

Estoy empezando a creer que los días tranquilos no existen aquí en Derbyshire. Turbado como estaba por las pesadillas que me habían acosado recordándome una y otra vez la atrozidad que presencié ayer y la negativa de la señora Bristle a explicarme algo más sobre su animadversión hacia el exterior de la casa decidí que era el momento de tener una charla con el señor DFouglas. Lo encontraría como fuera y después le preguntaría sobre la vaca y todo el montón de cosas extrañas que pasaban allí.
Muy a mi pesar no tuve tiempo de cumplir mis objetivos,después de haber recorrido todas y cada una de las habitaciones de la casa en busca del mayordomo decidí que mi incapacidad de encontrarle se debía básicamente a que el hombre no estaba dentro del edificio. Sin duda debía estar ocultándose en el garaje o la leñera con la clara intención de alejarse de mí.
A penas había caminado uns docenas de pasos fuera de la casa cuando lo oí, un grito desgarrador propio de las Banshees que pueblan el folclore irlandés. El grito se repitió inundando mis tímpanos y vino seguido de la visión del pequeño cuerpo de la señorita Enfield corriendo despavorido hacia mí. Agitaba los brazos como si estuviera espantando alguna clase de insecto y tenía los ojos desencajados. La cogí ( siendo sincero mas bien la atrapé de la mala manera)y traté de ayudarla a calmarse.Estaba despeinada, sucia y muy desorientada. Me costó bastante rato que dejase de balbucear cosas inconexas y accediese a pasar conmigo al interior de la casa.
Una vez dentro la senté junto a la chimenea y me senté con ella, temeroso de que tratase de huir siu me levantaba para ir a prepararle un té. Pasó un buen rato hablando de cosas que no tenían sentido, ruidos en el páramo, unas sombras que la habían perseguido entre los árboles y otros delirios que apenas recuerdo pero que me contaba de forma tan detallada como si fueran reales. Al menos parecía que lo fueran para ella.
Pensé que había perdido la cabeza, ya podía verla tan joven y vital como parecía ajándose de mala manera en una institución mental. ¿Que mal le aquejaba? ¿Tendría cura? Sin embargo y por suerte para todos nosotros no hizo falta que mis preguntas hayasen respuesta, pues pasado un rato que se me hizo interminable la joven señorita Enfield pareció volver en sí poco a poco. Después de un rato hablando con ella llegué a la conclusión de que había sufrido algún golpe en la cabeza que la había desestabilizado momentáneamente aunqeu ahora parace que todo ha vuelto a su cauce. Después de la cena le he dado un tranquilizante y le he recomendado que se acueste pronto, mañana volveré a pasar un rato con ella para vigilar su estado.

-Terracota-