Partida Rol por web

SINOPSIS: Es el año 1134. Viajas enviado a la provincia de Córdoba por la Santa Sede en calidad de especialista para recabar información sobre Monasterio de los Ángeles, en la Sierra de Hornachuelos, ya que el anterior enviado de la iglesia nunca entregó su informe. No hay noticias del monasterio desde hace meses, cuando se informó a la Santa Sede que había llegado de manos de un peregrino francés un manuscrito llamado “El rey de ropas ajadas”. Los monjes copistas que habitan el solitario monasterio han hecho voto de silencio y ni siquiera los pastores de la sierra se atreven a acercarse durante el invierno, ya que el terreno es escarpado y hay riesgo de caer al río.

Un amable pescador se ofrece a remontar el río a cambio de unas monedas, dejándote en un rudimentario embarcadero desde el que serpentea un camino que desaparece en el bosque. El monasterio se alza imponente sobre la filosa ladera. Una enorme cruz erigida en una plataforma rocosa por el lado del río preside un alto en el camino. Bandadas de buitres vuelan en torno al monasterio, contribuyendo al aspecto hostil de la zona.

16 de diciembre del año de Nuestro Señor 1134 - Sepia

El Señor da y el Señor quita. Hace una semana, a estas horas, estaba en el Monasterio de San Genaro, leyendo al calor del brasero los diarios de un eremita italiano que decía que el diablo se acercaba todos los viernes a su choza para tentarle, conversar, y jugar al ajedrez. Quizás me alegré en demasía de poder pasar el invierno bien caliente, con buena comida y en cama mullida, y debatiendo de filosofía con el Padre Amaro, mientras acababa la transcripción de los diarios a nuestro idioma, porque el Señor quiso recordarme que mi propósito en esta vida es servirlo a Él y no gozar, y me cambió el brasero por la nieve, la cama mullida por jergón de paja tan delgado y áspero que bien podía ser manta de las mulas, y al locuaz y docto Padre Amaro por monjes silenciosos como fantasmas, cuya conversación más larga era indicarme el camino con un gesto de la mano.

Caminar por los pasillos de esta monasterio me hace recordar las historias que contaba mi abuela, de los vivos que tenían que pasar la noche en los castillos donde vivían las almas en penas. Aunque mis ojos me dicen que no estoy sólo y puedo ver a los monjes en sus trasiegos, pero no hay el sonido de una voz, o una risa o incluso una oración. Hasta la naturaleza parece muerta. Con la nieve y el frío, los animales se han ido o están escondidos en sus guaridas, no hay el canto de un pájaro o el ladrido de un perro para recordarme cómo suena la vida. Sólo el viento y el roce de la nieve.

Aunque al menos tengo al joven Felipe de compañía. El más joven de los que viven aquí, y por suerte sin haber hacho aún su voto de silencio, fue el primero en acudir a recibirme, y mis viejos huesos agradecieron la ayuda en llevar mi equipaje y ayudarme en subir por la cuesta pedregosa de estas tierras, que hubiese dicho dejadas de la mano de Dios, si no supiera bien que Él está en todas partes. Pero el Señor me perdonará que hasta yo a veces dude si no habrá olvidado este rincón. Pocos corazones pueden ser valientes, cuando cansado y con los pies helados, tras recorrer el dificil camino hasta la cumbre y ver por fin las luces del Monasterio, con su promesa de calor y descanso, lo recibe la imagen de un rayo cayendo sobre la cruz en el camino a la entrada, tan cerca de donde me había sentado un momento a descansar, que durante un rato perdí la vista y el oido, y el joven Felipe tuvo que ayudarme a llegar hasta la puerta.

Pero aquí estoy, por fin, en la celda donde me alojaré hasta completar mi informe. Ya me siento las manos y los pies, y un poco de sopa caliente siempre conforta hasta al viajero más cansado. Felipe prometió que el Padre Ricardo vendría a buscarme en breve, en cuanto le informara de mi llegada, y supongo que dentro de poco podré empezar mi informe sobre el manuscrito y el anterior enviado. Y si Dios lo quiere, podré volver en pocos días al Monasterio de San Genaro, a acabar mi trabajo allí, a mejor cama y a conversaciones de filosofía.

Esto significa que te cuesta trabajo pero al final consigues salir (de laanera que se te ocurra. Puedes incluso usar personajes secundarios si te apetece.

17 de diciembre del año de nuestro Señor 1134 - Carmesí

Ha pasado una noche desde mi llegada al monasterio. Durante la pasada noche la puerta estuvo cerrada, hecho que me sorprendió, pero no le di mayor importancia. Me sumergí en mis oraciones y al ver que el abad no se presentaba esa noche, comencé a trazar mi plan de acción y a revisar mi libro de estudio. Revisando mi obra, me entró una gran angustia, casi todas mi investigaciones habían demostrado que la mayoría de casos místicos eran farsas o las pruebas eran poco concluyentes... Comencé a dudar sobre mi trabajo, pero no tardé en recuperarme. Mi deber era esencial, debía de destapar las herejías y además es posible que ya no hubiera tantos milagros como en la época del antiguo testamento, pero esto tenía razón de ser, El Señor se había sacrificado por nosotros, había vencido al diablo y establecido su Iglesia, ahora la gente necesitaba una guía humana y Fe, mucha Fe.. Me dormí con mis cavilaciones y soñé.

En general, les doy poca importancia a los sueños, pero este era tan curioso que pienso que debo plasmarlo, ya que puede arrojar luz a mi investigación. El sueño comenzaba de una manera muy ordinaria. Me encontraba en la antigua finca de mi familia. Estaba rodeado de todos mis familiares pero todos me llamaban San Agustin, me pedían que les enseñara la palabra del Señor y que obrara algún milagro. Yo rechazaba tales actos, porque ninguno era ejemplo de piedad. Huí de ellos y al dar unos pasos me encontraba dentro del monasterio. Escuchaba a mi familia a lo lejos y yo huía por las distintas estancias. Esto es importante ya que yo sin haber visto nunca el monasterio, todas las estancias que produjo mi imaginación eran idénticas a las estancias reales . Pero aquí no acabó el sueño ya que finalmente acabé en el Scriptorium. La puerta estaba cerrada pero tras aporrearla y exigir que me abrieran, pude entrar, ahí hubo una estampa muy curiosa, mi predecesor de la misión estaba tumbado en el suelo, desnudo. De sus costados salía sangre y la mujer que más tarde me enteré que era la hermana Camila le estaba cubriendo con una manta blanca,mientras lloraba. Junto a ellos estaban el hermano Felipe y el Padre Ricardo. El sueño no me ha abandonado en todo el día.

Hoy me he despertado temprano y cuando me dirijí a cumplir con los oficios, me encontré con que la puerta Se podía abrir con facilidad, esto me hizo cuestionar durante gran parte del día si fue producto de mi imaginación pensar que la puerta estaba cerrada. No tuve problema en encontrar el oratorio ya que el monasterio era el mismo que el de mi sueño. Fui el primero en llegar al oratorio y al entrar me recorrió bien no escalofrío, no el típico escalofrío positivo, producto del extasís religioso, sino un escalofrío de que algo malo ocurria... Solo vi al abad durante los oficios del día. Este hecho, me ha levantado muchas dudas, y estoy completamente indignado por su falta de responsabilidad... He recorrido todo el monasterio excepto la biblioteca y el scriptorium, que las puertas estaban completamente cerradas, hecho que relacione con mi puerta cerrada de anoche. Busqué al joven monje que me ayudó ayer, para reclamar las llaves, no debe de haber ninguna barrera con mi investigación, es de suma importancia,pero no hubo suerte. No lo encontré, o mejor dicho, me encontró él, hasta bien entradala noche. Otro suceso  que me sorprendió fue encontrar a la hermana Camila. La vi desde la distancia, cuando ella salía del bosque y se dirigía al monasterio, decidí no abordarla, al menos por ahora...

Cuando cayó la noche cene con el resto de monjes  y me dirií a mi celda, con mucho que pensar. Cuando estaba sumergido en mis oraciones, llamaron a mi puerta. Era el joven novicio. Le pregunté, por su ausencia y por la de su superior, me respondió de manera vaga y con escusas. Me dijo que mañana, nada más acabar los matines, el Padre Ricardo se entrevistaría conmigo, estuve conforme y antes de que se marchara reclamé las llaves. Intentó evitar mi demanda, me suplicó e incluso intento desobedecerme, pero yo insistí, venía con órdenes directas del Santo Padre y nada debía intervenir en mi investigación. Finalmente cedió, y a pesar de su reticencia en el momento de darme las llaves, todo su cuerpo se relajó, como si se hubiera librado de una gran carga. Le despedí y continúe con mis oraciones.

18 de diciembre del año de nuestro Señor 1134 - Lavanda

A lo largo de mis largos años, el Señor solo ha tenido a bien concederme el gozo de presenciar dos verdaderos milagros. El primero fue en mi juventud, cuando aún era un novicio y acompañaba al Padre Genaro, mi maestro, en su trabajo. Juntos, con gran alegría, pudimos confirmar que la pila bautismal de la abadía de San Colombano se llenaba milagrosamente, cada madrugada, de agua bendita fresca y clara. Más de dos décadas pasé desmintiendo falsos milagros hasta que pude presenciar otro, y desde entonces, ninguno.

Más comunes son los avisos de supuestas obras del Maligno. La mayoría son meros males de ojo, espíritus en pena o niños que siempre están enfermo, nada que una piadosa oración no pueda solucionar. Por ello vine aquí, a Hornachuelos, convencido de que sería una visita fácil. Examinaría el manuscrito, confirmaría el paradero del Padre Giacomo, mi predecesor, y volvería pronto. Pero hoy, mientras escribo estas líneas, empiezo a temer que alguna fuerza haya hecho de este Monasterio su nido.

Esta mañana, al amanecer y tras el servicio de maitines, el Padre Ricardo por fin se reunió conmigo en su celda. Le interrogué acerca del Padre Giacomo, mas no pude sonsacarle más que cortos y evasivos mensajes escritos en su pergamino (a fin de no faltar a su voto de silencio). Al parecer, Padre Giacomo llegó al Monasterio a finales del mes de octubre, como estaba previsto. Pasó una semana aquí, leyendo el manuscrito. Según Padre Ricardo, su comportamiento empezó a volverse obsesivo, hasta el punto de no acudir a los servicios a fin de seguir examinando el manuscrito. A la mañana del octavo día, no se encontraba en su celda, ni él ni ninguna de sus pertenencias. Parece que abandonó el monasterio por la noche. El por qué, no me lo pudo decir.

Pasado el mediodía y con el beneplácito de Padre Ricardo, me dirigí finalmente al Scriptorium. Lo encontré cerrado, pero la llave abrió la puerta sin problema. Dediqué unos minutos a observar los armarios, que contenían diversos libros y rollos de pergamino, así como materiales de escritura. Todo parecía pulcramente ordenado y nada me llamó especialmente la atención, por lo que pasé a examinar el manuscrito. Se encontraba en una mesa, al fondo de la habitación, dentro de un cartulario negro, en el que aparecía escrito “El Rey de ropas ajadas”, sin ninguna referencia a su escritor. Preparé pergamino, pluma y tinta para realizar mis anotaciones. Y fue entonces, al ir a escribir mi nombre y la fecha, que ocurrió algo extraño.

La tinta no era normal. Tardé unos momentos en darme cuenta, pero enseguida confirmé, sin lugar a equivocarme, que el tintero contenía sangre, espesa y roja. Y lo que me perturbó aún más, estaba caliente. Inmediatamente y recordando mi sueño de la noche anterior, dejé todo como estaba y acudí en busca del Padre Ricardo. Me costó encontrarle, pero cuando lo hice, le conté lo sucedido. Se sorprendió sobre manera El y uno de los monjes copistas me mostraron otros pergaminos, aparentemente escritos la tarde anterior, con el mismo tintero que yo había utilizado. Todo era perfectamente normal.

He decidido cerrar el Scriptorium y he ordenado que nadie entre en él sin mi expreso permiso hasta que finalice mi investigación. Esta noche la pasaré orando, con la esperanza de que el Señor me conceda su gracia. Si existe una explicación racional para lo ocurrido, sin duda la encontraré. Y si no… mi experiencia y mi fe vendrán sin duda en mi ayuda.

19 de diciembre del año de nuestro Señor 1134. Mañana - Sepia

Ninguna persona puede saberlo todo, pero cuantas veces durante el curso de mi trabajo he deseado haber sido un poco más diligente en mis estudios, haber leído más libros, haber aprendido el fragmento de conocimiento que me permitiera desentrañar el misterio ante mi. Esta es una de esas veces.

Las respuestas sobre el Padre Giacomo han sido escasas, bien sea por desconocimiento o por otros motivos que aún no alcanzo a ver. Y cuando entré en el Scriptorium para examinar el manuscrito, el siniestro hallazgo, debo reconocer, me desasosegó mas de lo que dejé ver. Tanto que me turbaba volver allí. Decidí pues, en su lugar, interrogar a la persona que más puede saber sobre el manuscrito, al peregrino que lo ha traído de Francia. Lo encontré en el bosque donde, según Felipe, el peregrino pasa casi todas las horas de luz, a pesar del frío.

El peregrino caminaba entre los árboles, diría que hablando sólo, pero más bien parecía mantener una conversación, por cómo se paraba a escuchar y los gestos hacia sus imaginarios interlocutores. Hablaba con los árboles, con las piedras, a veces con el viento. A veces parecía furioso por lo que oía y negaba con vehemencia. A veces triste. A veces desesperado. Y a veces el brillo de algo semajante a la alegría y la esperanza brillaba en su cara. Pero el contenido de la discusión que creía estar teniendo, no pude saberlo, siendo como era en lengua francesa. Me acerqué a él, con la esperanza de poder penetrar a través del velo de su locura, quizás llegar a alguna comunicación con gestos, o que suficientes palabras se asemejasen para llegar a entendernos. En vano. No sé si por desconocer su idioma o porque su mente hacía tiempo que había abandonado el mundo real, el hombre ignoró cada palabra e intento de comunicarme, como si yo fuese más inerte que los árboles con los que parecía hablar tan animadamente. La única reacción fue al mencionar el nombre del Padre Giacomo. Al oírlo, me sujetó el rostro con las manos, mirándome intensamente y preguntándome,varias veces, con vehemencia, "Mort ou vivant?" No supe qué contestarle, tomado por sorpresa, aunque las palabras eran lo suficientemente semejantes para saber que quería saber si muerto o vivo. Y durante un momento, tuve la duda de si estaba preguntándome por el destino del Padre Giacomo, o si el peregrino no era capaz decir si yo mismo, allí delante de él, era persona viva o un ánima en pena. Finalmente volvió a ignorarme y volvió a su conversación con los árboles.

Me alejé de allí, mi ánimo inquieto por mi encuentro con aquel hombre, Dios tenga merced de él, y puesto que poco más quedaba que pudiera hacer, volví al monasterio, decidido a de nuevo entrar al Scriptorium. Pero cuando lo hice, entré en cólera. Había dicho que nadie entrase en él, y sin embargo, el tintero que el día anterior estaba relleno de sangre, contenía ahora nada más que tinta normal. Llamé a Felipe para que me explicase a qué se debía tal cosa, cuando había ordenado que nada se tocase, más Felipe rogó que creyese que él nada sabía, y que no era posible que alguien hubiera entrado, puesto que la única llave estaba en mi poder, aunque intentó convencerme de que era mejor no tocar el manuscrito. Creí al muchacho, que parecía sincero en su confusión sobre la puerta cerrada y como nadie podía entrar, aunque no tan sincero cuando evitaba mis ojos y como razón para olvidar el manuscrito sólo decía "dá mala suerte".

Pero no debería haber intentado el estudio del manuscrito con el ánimo agitado. Cuando intenté leerlo, las palabras parecían fluir ante mis ojos. A veces en latín, a veces en italiano, o francés, o castellano del pueblo. O en idiomas y caracteres incomprensibles para mí. A veces las palabras sonaban en mi mente con las voces de gente que conocía y susurraban frases en mi mente. Mis padres, mis maestros. O con las de gente que no conocía y que sin embargo sabía a quien pertenecían. San Agustín. El Santo Padre. O la voz siniestra del primer ser maligno, que no voy a nombrar aquí.

El cansancio, la agitación y las emociones de las últimas horas, decidí, no me dejaban tener la mente clara, y me hacían pensar en todo tipo de cosas menos el texto que tenía delante. He decidido retirarme de momento a mi celda, orar y calmar mis pensamientos. Después de comer algo y atender a mis necesidades espirituales y a las corporales, podré afrontar el estudio del manuscrito con la mente clara y sin distracciones.