Partida Rol por web

El sol despunta en todo lo alto y filtra sus rayos a través de las hojas de los árboles, a intervalos casi regulares el sol os da en la cara en una sensación muy agradable. Un suave viento no excesivamente frío mece las copas de los árboles que silban en una melodía que hace el viaje más liviano y entretenido.

Por una vez en mucho tiempo camináis de buen humor, deseando que el momento tan agradable y casi de gozo se postergue lo máximo posible. Pero ya sabéis dadas vuestras experiencias que este viaje no está destinado al placer y al recreo, tampoco ahora que casi podéis tocar Santiago con la punta de los dedos.

Don Carlos parece caminar de mejor guisa, apenas se apoya en el bastón y pareciere como si el sol incidiendo directamente en sus maltrechos huesos le aliviara como a un viejo perro que se tumba al sol a media mañana... como si de su viejo Hugo que se perdiera en Ibarrela se tratara.

Saliendo ya del bosque tomáis un camino descendente en el que a lo alto puede verse abajo un villorrio a no mucha distancia, descendéis de buena guisa para comprobar a algo más de un centenar de pasos una bandada de cuervos negros revoloteando sobre el camino.

- ¡Cuervos! - dije señalando la bandada de pájaros.- En mi pueblo dirían que esto es un mal presagio... pero claro que en mi pueblo todo eran malos presagios, leyenduchas y rumores que no hay quién se crea... hay que estar muy tonto, o muy desesperado, o ser un pobre desgraciado, para creerse todo lo que dicen... vamos, digo yo...

Despuñes de todo lo que hemos pasado lo que me costaría distinguir es un presagio bueno... pero no te apures, ya estamos cerca del santo-le respondió con una sonrisa el hombre que confiaba más en la voluntad del santo que en la suerte y el azar.

Cierto, muchacho -dijo abriendo los ojos el Vizconde ante las palabras de Samuel-,

En tu pueblo, y en el mío, -dándole la razón al chico-
y en mi condado y el tuyo -no tenían condado ni el uno, ni el otro-.
Cuervos negros, ¡mal impío!
de cautela y mucho brío...
necesitamos acopio. -respirando mientras pensaba qué podía ser-

¿Un muerto mi "bueno Braulio"? -le preguntó a su siervo-.

No lo sé, es posible -dijo Braulio-. Espero que así sea, Don Antón, sin duda que todo lo que han contado en este camino más largo el vuestro que el de uno es digno de ser narrado luego, y aún más tenido en cuenta, por todos los peligros que decís... Espero que esos cuervos no sean un problema mayor.

Braulio, pese a ser un hombre firme y decidido, era supersticioso a la vez que llevaba su fe a rajatabla, y ya se sabe: el mero hecho de oir "supertición" ponía al hombre de armas tan alerta como tener un pelotón de espadas contra sí.

Cuando el grupeto se acerca más a la bandada de cuervos, comprueba que como pensaban, lo que hay tirado en el camino no es otra cosa que el cuerpo de una muchacha semidevorado, destrozado, tirado  parcialmente desnudo en medio del camino. Las alimañas se han dado un festín con la carne de la pobre desgraciada.

Antón se santificó y se acercó al cuerpo de la niña espantando a los carroñeros. La observó con los ojos nublados preguntándose que había podido ser lo que le hiciera aquello a una pobre niña como aquella.

-No podemos dejarla aquí, tenemos que darla una sepultura cristiana-decidió en voz alta. No habían hehco otra cosa en aquel maldito camino que hacer sepulturas.

Miro como hay una muchacha semidevorada por las bestias (espero). Aunque el horror por algo así me invade un segundo, después me compongo y me acerco al cuerpo.

Si está aquí por algún motivo oscuro, a modo de macabra advertencia, lo sabré. Y si hay algo más oscuro en todo esto, lo descubriré, pero este no es el lugar para una niña.

—Me atrevería a decir que está aquí porque huía de algo —comento al resto del grupo—. Tal vez del pueblo. No sé hasta que punto sería buena idea hacer noche allí.

Dicho esto, y ya cerca del cuerpo, me agacho para analizarlo algo mejor. Es hora de saber si mis conjeturas son ciertas o no. Esta es una de esas situaciones en las que preferiría equivocarme...

Antón al oir lo que decía Yejiel cayó en la cuenta de algo.

-Quizás fueran los lobos. La manada que perseguía a ese pobre desdichado parecía muy agresiva...

- Pues mira, si que era un mal presagio - dije al ver el cuerpo tendido en el suelo.

Me acerqué, con cuidado de no pisotear algún posible rastro, preguntándome qué le habría pasado a la pobre mujer. Desde luego parecía claro que llevaba un tiempo muerta, o de lo contrario aún conservaría toda la carne de su cuerpo. De repente Don Antón apuntó algo que tenía mucho sentido, de modo que me esforcé en explorar la zona en busca de rastros o algo que nos diera una pista acerca de lo ocurrido.

En el cuerpo distingues heridas que responden a dentelladas, se ven marcas de dientes muy similares a las de los lobos. Si fueses un principiante dirías que a la muchacha le atacó un lobo. Pero hay una cosa que es evidente para ti y para cualquiera que entienda de animales: Esas mordeduras no son de un lobo, aunque así lo parezca. El cerco que deja la dentadura sobre el cuerpo de la muchacha es demasiado grande para pertenecer a un lobo. Es como si a la muchacha le hubiera mordido un lobo... gigante.

- ¡Mirad, mi señor! - dije haciéndole al noble un gesto con la mano para que se acercara.- ¿Veis estas marcas? - en el cuerpo de la muchacha podían verse marcas de dentelladas.- Un animal la ha mordido, estoy seguro, aunque... no parece que por aquí haya animales más grandes que los lobos que hemos matado y los mordicos son demasiado grandes... Puede que haya sido un oso aunque... no parece que haya osos por aquí, de lo que estoy seguro es de que esto no lo hizo un lobo, mi señor.

A raíz de las palabras de Samuel lo ves más claro:

Alrededor del cuerpo ves pisadas que se alejan hacia la aldea. Son pisadas humanas, además las dentelladas tan grandes... por la forma en la que la muchaha ha muerto y las pruebas en el cuerpo y las pisadas, sólo puede haber muerto a manos de una criatura mágica: Un Lobisome.

Se cuenta que estas criaturas que habitan en bosques son mitad hombres y mitad lobos...*

Que el Santo Apóstol la lleve a la Gloria... ¡EAaa! -alanceé en alto la lanza de caballería acompañado de un grito de susto, intentando que los cuervos se largaran de allí definitivamente (los que aún revolaban sobre los restos de la joven-. ¿Algún rastro de aceros, muchacho? -le dije al joven Samuel mientras me santiguaba por la muchacha. También noté que ese judío de oscuras artes aunque eficiente había notado algo... Que no es lo mismo hacer batida contra bestia que justicia contra hombres.

Miraba desde las alturas de los lomos de mi buen corcel cómo alguien había allí perecido. La verdad es que me vanagloriaba de cuantas canciones pude componer en las luchas más allá de los territorios pirenaicos y Navarra, en Francia, protagonizadas por soldados y caballeros que no tenían más digno honor que morir en la contienda. Lo cierto es que, a pesar de la cantidad de trovas compuestas, ahora comprobaba la ferocidad de la muerte, y más en una joven víctima, una chiquilla.

No me atreví a tocar nada en alabanza, ni tan siquiera recitar unos versos... No porque temiera represalias de mi siervo (que también...), sino porque, simplemente, no me apetecía ante tal panorama. Sin bajarme del caballo me llevé un pañuelo a la boca, mientras intentaba pensar en la peligrosidad de aquellas tierras (los lobos anteriores, ahora el cadáver...). ¿Habría algo que se nos pasaba de largo?*

Se cuenta que en los bosques gallegos habitan los lobisomes, seres humanos que han sido maldecidos o hechizados de tal modo que quedan a medio camino entre hombres y lobos, siendo las dos cosas y ninguna.

Se dice que son seres solitarios de aspecto fortachón, gran dentadura y larga barba.

—Aquí no hubo aceros, sino algo mucho más macabro —digo al resto del grupo incorporándome—. Decidme, ¿alguno oistéis hablar de la criatura conocida como Lobisome? Pues no es ni más ni menos que una de ellas las que produjo estas heridas a la muchacha.

Mirando de nuevo el cuerpo de la niña, añado—. Decidme, ¿alguien escuchó alguna leyenda sobre alguna de esas criaturas? —Seguramente, yo haya leído varias sobre ellas, pero saber que hay una aquí me deja algo catatónico. Tanto, que no recuerdo ninguna en este momento.

¿Lobi... qué? -se preguntó Braulio llevándose la mano a la empuñadura instintivamente-, ¿Qué diantres dices, Yejiel? -su tono era un poco de enfado, ante las aberrantes palabras del tipo, sobre todo siendo un judío y Braulio un cristiano viejo y de tradición-. ¿Más macabro que un acero? ¡Imposible!, no digas sandeces, y...

En ese momento llegó el Vizconde Fedro por detrás, interrumpiendo apartando con su propia mano a su siervo (se había bajado del caballo tan rápido que apenas nadie se dio cuenta), y aún con un pañuelo suave puesto sobre su boca no separaba los ojos del cadáver, al cual prestaba mucha atención ahora con el estímulo de las palabras del gigante judío.

¡Silencio, Braulio! -por un momento Fabio no habló tan ridículamente, sino con un tono de verdadero señor de pro, a lo cual su siervo calló ipso facto y un poco sorprendido-. ¡Es cierto! ¡Ahora lo recuerdo! Mi padre el Vizconde de Falces antes que yo y que en paz descanse su alma, hacía versos sobre extrañas criaturas cuando yo era aún un niño. Me cantaba de estas cosas sólo a mí, creyendo yo que eran cuentos para asustar, acerca de extrañas criaturas... algo así como cuando un lobo... ¿cómo puede ser?... ¡Como un lobo apareado con una mujer! -quizá Fabio no fuera preciso, pero al decir Yeijel eso de "Lobisome", enlazó  este recuerdo con la propia situación-. Mi padre me dijo que en una ocasión, en sus constantes viajes a la corte navarra, vio uno, y tuvo que salir huyendo con su comitiva. Me versaba tal que así:

De A Fita hasta Finisterra -la trova no era alegre, más bien la decía con miedo-.
tras un páramo, ¡en un bosque!
Maldecidos de la Tierra
no es un hombre ¡es un embuste!

Es un lobo, no es un hombre,
Tiene hambre, ¡mata y toma!
¡por la loma como corre!
¡por mi madre que me come!,

¡Corre mi caballo noble!
¡que me come el... -y mirando a Yeijel acabó el verso-: Lobisome!

El Vizconde se llevó la otra mano a la cabeza, mordiendo sus labios de incredulidad.

Al parecer... -continuó-, tienen aspecto bien proporcionado, con buena mandíbula y mucha barba, uff...