Partida Rol por web

Tras llevar a cabo aquella labores que requerían presteza, se pusieron en marcha comenzando con las pesquisas de investigación de aquella segunda desaparición. Dragor se disculpó de dicha tarea, pues había recordado haber olvidado algo y regresó a la oficina de la guardia. Pese a que nada estaba lejos en aquella aldea, tampoco necesitaban al enano en ese momento y de hecho en parte fue un alivio que desapareciera de su vista por unos momentos.

Por tanto, Shalt, Roht y Cavatina emprendieron el camino hacia la casa de los Thaboth. Lo cierto era que, aunque el gran trasgo y el humano llevaban poco tiempo en el Nav y que Cavatina acababa de llegar, se tardaba poco en conocer cada rincón de la aldea y a sus habitantes y tanto Shalt como su compañero sabían perfectamente a donde dirigirse. Se trataba de una pequeña granja a las afueras, más allá de las murallas.

Los tres compañeros emprendieron la marcha sin más dilaciones y en menos de diez minutos ya atisbaron los campos de cultivo da la familia Thaboth, que sin ser de las más ricas de la región, si era cierto que se autoabastecían y que podían comerciar con el sobrante, lo que les daba cierta capacidad económica de la que no disponía la mayor parte de sus vecinos.

Avanzaron por un pedregoso camino cercado a cuyos ambos lados se encontraba tierra sembrada. Hasta que llegaron a las cercanías del domicilio familiar, no sin antes atravesar una serie de almacenes y de casetas donde se guardaban diversos aparejos, así como de una zona destinada a las aves de corral y una porquería de los típicos cerdos velludos de la región.

Finalmente se encontraron frente a la casa de los Thaboth. Una magnifica construcción de madrera de dos pisos con techo triangular y pintada de rojo salvo los marcos de las ventanas que eran blancos y el tejado que era negro. Junto a la entrada se hallaba un lujoso carruaje de caballos flanqueado por dos jóvenes guardias que lucían un uniforme de color gris, el uniforme característico de la milicia personal del Jrag de la aldea, Beoric Hidad, pues en ausencia de Delvara Hidad, su hermana y legítima gobernadora del Nav, el peso del gobierno recaía en su hermano menor.

Fue en el momento en que se encontraron frente a las puertas de la casa cuando observaron cómo éstas se abrían y de su interior surgía un rostro conocido. Se trataba del vigilante Voran Tak, quien se encontraba junto al señor del Nav Beoric Hidad y los dos ancianos abuelos del niño que al parecer había desaparecido.

- Señores… - Dijo el noble mirando a sus guardias un tanto extrañado por encontrarles junto a una condenada elfa de las tinieblas. - ¿Qué hacen con…?

- Mi señor… - Intervino Voran. – Ésta salvaje es un elemento necesario para la investigación. Sus hombres la tienen retenida, pues apareció en la región cuando comenzaron las desapariciones y podría tener algo que ver.

- Entiendo… - Afirmó el Jrag. – No obstante, no me gusta su presencia aquí. Me incomoda. – Añadió. – Si desean, el señor Tak, un reputado vigilante de caminos, les pondrá al corriente de todo. O si por lo contrario desean entrevistarse con el señor Stewen y la señora Vensean, creo que podrán atenderlos.

El Jrag se encaminó hacía su carruaje y uno de los guardias se apresuró a subir sobre éste poniéndose a los mandos del mismo, mientras que el otro le abría la puerta. El noble se detuvo una vez puso el pie sobre el escalón de la cabina y se giró de nuevo hacia Shalt.

- Cuando sea… - Habló el noble. – Deseo hablar con usted o con el oficial. Con todos de hecho… - Hizo una pequeña pausa. – Tenemos que arreglar algo. – Se rascó la barbilla. – He visto antes al nuevo guardia, al enano. Vestía de una forma terriblemente ridícula. Nadie le tomaría en serio. Debemos confeccionar unos uniformes diferenciadores… - Miró entonces a la familia Thaboth. - …pero éste no es el momento. – Se introdujo en su carruaje y finalmente se marchó.

- Os pondré al día. – Habló entonces Voran Tak. – Hace unas tres horas mandaron al chiquillo a la ciudad a entregar un sobre al carpintero. Un pago por unos arreglos en el granero. Tohere se llama, el niño. No debe alzar más de un metro cuarenta, ocho años, pelo oscuro y ojos claros, como los de su abuela. – Señaló a la anciana que se hallaba abrazada a su marido. – Como tardaba fueron a buscarle y el carpintero dijo que no había visto al chiquillo. Creemos que no llegó a la ciudad. Algo pasó en el camino hacia allí…

- ¡Maldición, otra vez un niño! ¿Habéis inspeccionado el camino de aquí a la ciudad? De no ser así, debemos hacerlo cuanto antes. El rastro debería ser fresco con tan solo unas horas. - Se giró hacía su compañero y la drow. - Cavatina, Shalt, creo que debéis poner en práctica vuestras habilidades de rastreo. El tiempo apremia y el rastro debería ser más fácil que el del otro chiquillo... - Apremió el gran trasgo.

Shalt salió de su ensimismamiento.
A veces cuando algo le rondaba la cabeza solía abstraerse de todo aquello que le rodeaba con tal de poderse concentrar en sus pensamientos.
-Sin que nos sirva de precente, estoy deacuerdo con el bueno de aplastacabezas.
Asintió con la cabeza.
-Tanto en lo de ir a buscar los rastros ahora, que estarán frescos, como en lo de que Plata y yo nos internemos en el bosque

- ¡Por la Cierva Dorada, encontrad a Tohere! – Suplicó desesperada la anciana. – Es un niño muy curioso e inteligente. Podría ser que se hubiera distraído con cualquier cosa, pero no tanto tiempo. – Continuó diciendo entre sollozos. – ¡Nunca tarda tanto en regresar! ¡No lo ha hecho antes!

Finalmente la anciana comenzó a bramar no pudiendo continuar y refugiándose en los brazos de su marido. La mujer estaba destrozada, sin duda daba por perdido a Tohere. Que una elfa oscura, un shaltiano y un gran trasgo, por mucha armadura que ocultara su verdadera naturaleza, fueran los encargados de dar con su nieto, no parecían calmar su desolación.

- Hagan todo lo que puedan por mi nieto. – Dijo al fin con mucha más serenidad el anciano. – Perdimos a mi hija, la madre del chiquillo hace tres veranos. Su padre desapareció entonces y desde ese día lo cuidamos como si fuera nuestro propio hijo. Es todo lo que tenemos… - Expuso.

Voran Tak se acercó por la espalda y acarició el hombro del anciano tratando de consolarle de alguna forma. Las apariencias rudas de aquel vigilante contrastaban con la forma en la que se comportaba con aquella familia destrozada. Nunca hubieran intuido que aquel hombre con apariencia despiadada pudiera albergar algo de sensibilidad en su interior. Aunque fuera como fuera, para Cavatina siempre sería aquel bastardo que quiso acabar con ella después de capturarla en el bosque sin motivo.

- Partamos cuanto antes. – Dijo Voran. – Si no hay nada obvio en el camino, yo me dirigiré al puesto a dar las nuevas mientras inspeccionáis más a fondo.

Los guardias se despidieron de la pareja de ancianos y emprendieron inmediatamente la búsqueda junto con el vigilante de los caminos. Desandaron sus pasos en dirección a la aldea muy pendientes de cualquier rastro, ya fuera en el camino de tierra, parcialmente despejado de nieve por el paso de viandantes, carros y animales de granja o en el lindero del bosque cubierto totalmente de nieve.

Cuando se encontraban a medio camino entre la granja de Thaboth y la aldea, Shalt pareció percatarse de algo. Se trataba de unos arbustos en el lindero del bosque los cuales parecían haber sido aplastados. Al acercarse observó que algunas de sus ramas estaban quebradas y lo que más le llamó la atención fueron unas marcas en la nieve que inequívocamente correspondían con los de un trineo y huellas de algún tipo de cánido.

Escondido entre los matojos también observó algo que le llamó la atención. Se trataba de un sobre de papel y cuando el shaltiano se agachó a recogerlo notó que pesaba y el tacto de su interior era inequívocamente de monedas. Las huellas del trineo y los peeros se adentraban hacia el interior del bosque en una zona algo despejada.

- ¿Qué hay en ese sobre? - Preguntó en su tono gutural el enorme trasgo.

Roht no se había percatado de lo que tenía el sobre, pues no fue el quien lo cogió del suelo. Por otro lado, las rodaduras dejabas por un trinero se apreciaban en el suelo, pero tampoco entendía si era menester seguirlas o no, pues su capacidad de percepción no era la mejor del lugar.

- ¿Qué hacemos ahora? - Preguntó.

- Son monedas. – Respondió al fin el shaltiano.

Se detuvo a pensar unos instantes antes de dar una respuesta. Unos instantes que a tenor de las circunstancias parecieron eternos. Pero lo cierto fue que en la mente de aquel aventurero se reprodujeron todas las implicaciones posibles que entrañaba el haber encontrado aquel sobre con monedas justo en aquel punto y junto a unas huellas de trineo.

- Que el sobre con el pago del que hablaron los señores Thaboth se halle aquí… - Dejo unos instantes para que todos obtuvieran la respuesta en su mente. - …quiere decir que el niño nunca llegó al poblado y… - Apretó el puño arrugando el sobre. - ¡Vamos! – Exclamó. - ¡Es posible que todavía estén cerca!

- ¡Chico! – Exclamó Voran Tak. – Hace horas que el chiquillo desapareció. No creo que si iba a bordo de un trineo todavía esté cerca.

Cavatina y Roht miraron al Vigilante. Tanto él como Shalt tenían su parte de razón. Era evidente que el niño difícilmente estaría a la vuelta de la esquina. Sin embargo, el rastro era fresco y sin duda alguna no tendrían muchas oportunidades de seguir una pista tan clara. De empezar de nuevo a nevar, cualquier vestigio se perdería enterrado bajo una capa de nieve.

- Pero sí… - Dijo el vigilante. – Debemos seguir el rastro y para eso tenemos aquí a nuestra gran rastreadora. ¿No es así? – Preguntó con algo de sorna mirando a la elfa oscura.

- Así es… - Respondió Cavatina mirando al tuerto de manera desafiante.

No le gustaba ese hombre y a él tampoco le gustaba ella. Eso decía, pero sin duda alguna en su mirada libidinosa, se intuía cierta lascivia entorno a su persona. Por mucho que dijera que odiaba a los drow, sin duda alguna no dudaría en saciar sus más oscuros deseos con ella.

- Cerdo… - Pensó la drow. No obstante tendría que aguantar a su lado si no quería verse de nuevo perseguida. Ya había tentado demasiado a la suerte.

Cavatina se puso al mando de aquel extraño grupo. Suerte que las marcas eran clara y evidentes y hasta un niño podía seguirlas sin demasiada dificultad. Su fuerte, aunque hubiera dicho lo contrario no era el rastreo. Ella no era una cazadora, ni una batidora. Sabía tanto de explorar como cualquiera de los hombres que la acompañaban. Para lo que tenía real facilidad era para el subterfugio y el empleo de los filos por la espalda.

Avanzaron durante un buen rato. A tenor por la posición del sol y el desplazamiento que había efectuado desde que iniciaran la marcha, habrían transcurrido tres horas. Pero eso no lo dedujo Cavatina, sino Voran. Aquel humano, aunque insufrible era un tipo preparado que conocía bien los caminos, el sigilo y su oficio, aunque en lo que se refería al trato con los detenidos, su actitud fuera más que deficiente.

Las huellas del trineo les condujeron a través del bosque. La zona por la que transcurrían era una bastante despezada. Lo suficiente como para que aquel trineo pudiera avanzar sin dificultad. No obstante, en ciertos puntos, las marcas en la nieve indicaban que el trineo había tenido que retroceder y buscar una nueva senda. Eso significaba claramente que el piloto del trineo no solía transitar por aquella zona, aunque tenía muy claro a donde se dirigía.

Tras realizar un extraño rodeo por una zona algo más densa de la arbolada, al parecer el propio piloto del trineo se había perdido en aquel inmenso bosque, llegaron a una zona algo más despejada. Una depresión del terreno sin demasiada inclinación, daba lugar a una zona en la que predominaban los arbustos bajos con un diámetro de no más de cincuenta metros cuadrados. Sin duda aquel lugar parecía fruto el impacto en el pasado de un meteorito.

No obstante, lo que más llamó la atención del grupo fue la presencia de un grupo de lobos los cuales se encontraban aparentemente descansado entorno a una apertura en la tierra que daba acceso sin duda a lo que parecía ser una cueva, desde la cual parecía surgir cierto fulgor de su interior.

Pese a lo enorme que era y llevar una armadura tan pesada, Roht se movía con bastante sigilo sobre la tundra, hundiendo sus enormes pies en la frío suelo cubierto de blanca nieve. Aún así, su enorme tamaño le haría pasar poco desapercibido para ojos entrenados, así que se quedó rezagado y sin moverse, por el momento.

Cavatina y Shalt se movieron de forma sincronizada, sin hacer el menor ruido, sin apenas dejarse ver. Sin duda su adiestramiento como buscatesoros y exploradora les servían en situaciones como aquellas. El sigilo tampoco era algo desconocido para Roht o Voran, pues en esa ocasión demostraron saber ser silenciosos si se lo proponían. No obstante, tanto uno como otro fueron todo menos discretos delatando su posición a los lobos que parecían guardar la entrada de la cueva.

Como si desearan ser vistos se colocaron frente a los lobos y se quedaron mirándolos un rato hasta que no quedó duda alguna de que los cánidos les habían visto. Fue cuando los lobos comenzaron a gruñir y a enseñar los dientes, cuando se dieron cuenta de que no eran invisibles, más evidente fue cuando los cuatro animales comenzaron a caminar hacia ellos lentamente mientras ladraban y parecían trazar una estrategia para rodearles y cazarlos como a simples conejos.

Fue entonces y sin previo aviso cuando uno de los canes emprendió una carrera fijando en el gran trasgo su objetivo. Las dentelladas de aquel lobo impactaron contra la armadura y Roht pudo notar la descomunal fuerza con la que aquel animal contaba. Suerte tuvo de ir tan bien acorazado, pues de los contrario, sin duda alguna se habría llevado una dentellada.

Iniciativas:

L3 Ini: 22 Ataca y falla.

Roht  Ini: 19 te toca!

Shalt  Ini: 17 

Voran  Ini: 16

L2  Ini: 16

Cavatina  Ini: 9

L4  Ini: 7

L1  Ini: 5