Partida Rol por web

- Si, está bien... - Decidió el enano.

Innos caminó hasta la caja y se introdujo en su interior haciendo caso de Liadrel. Siempre se había fiado de ella, excepto cuando les traicionó vilmente. Aunque parecía, que tras contar todo lo que traía consigo, había recuperado la confianza del enano. 

- Ya que hemos llegado hasta aquí... - Se encogió de hombros. - ¿Qué perdemos por ir un paso más allá? - Reflexionó en alto.

—Lo que dice el caballero—añadió Niren que no había hecho ademán de cambiar de postura para bajar. Aunque tras oir a los demás cogió mucho aire, cerró los ojos, contó hasta cinco mentalmente, soltó el aire con lentitud, volvió a abrir los ojos y matizó haciendo acopio de toda su energía zen:—. El caballero Haldir.

En opinión de la tiefling, el consejo de sabios (fueran quienes fueran) le podía chupar un pie. No dejaba de resultarle entre antipático y frustrante que parecieran estar poniendo más trabas a su presencia, que supuestamente venían a ayudarles, que a la amenaza de Rataxes que quería todo lo contrario.

Aquello sólo la hacía desconfiar más, no le gustaban ese tipo de declaraciones ambigüas pseudo-amenazantes cuando le daba por ayudar a unos completos desconocidos, que para colmo era algo que no solía hacer. Sentía su esfuerzo menospreciado.

Cayó entonces en la cuenta de algo y, en anticipación, se volvió hacia los demás. Bueno, en el fondo era especialmente hacia Alois, pero simplemente es que Innos y Liadrel estaban al lado.

—Énfasis en el plural "NO VAMOS"—dijo levantando ambos índices como quien le recalca algo a una persona que no conoce bien el idioma. No hablaba con hostilidad pero tampoco bromeaba—. Reconozcámoslo: Si tenemos que comparar las veces en las que las ideas o corazonadas de Haldir y mías han resultado ser acertadas con las vuestras, ganamos de calle, de bulevar. Así que, por favor; ahorraros reniegos, rechistes, reprimendas, refunfuños, rechazos y todas esas cosas que empiezan por "re" y que tienden a meternos en todo tipo de situaciones que deberíamos evitar. Simplemente confiad en lo que decimos, ¿entendido?

Hizo una pausa anecdótica.

—Es más, las que no empiezan por "re" también. Por si acaso.

Metió una mano en el bolsillo y rebuscó mientras se volvía de nuevo hacia el hombre reptil.

—Por cierto, ¿esto es de alguno de vosotros?—comentó mostrando la escama que habían encontrado en la casa de Tavriss—. Porque si conoces a alguien que se haya llevado a un tal Tavriss, le agradecería mucho que fuera tan amable de dejarlo donde lo encontró. Ese tipo es de edición única y espero que no me lo haya roto.

Por el bien del lagarto o lagartos responsables en cuestión, concretamente. Aunque decidió no añadir amenazas veladas a la frase.

- ¿Tavriss, eh? - Preguntó aquel ser reptiliano. - Podría ser que estuviera con nosotros, si... - Respondió. - Está bien. Eso es seguro. Las formas de los agentes que fueron a... - Buscó las palabras adecuadas en su mente. - ...entrevistarse con él, puede que no fueran las más adecuadas, pero la situación era complicada entonces. Estaba en juego el secreto. - Hizo una pausa. Entonces miró al caballero Haldir. - ¿Es usted un inquisidor? Lo parece al menos. Tiene que saber entonces que digo la verdad, cuando afirmo que si vienen conmigo, nada malo les pasará. ¿No puede hacer eso? - Le preguntó. - Será un viaje sin importancia y regresaran cuando quieran. Nada más.

Haldir miró a Yaotl-ha de hito en hito, y luego miró a los demás.

—¿Yo? ¿Cara de Inquisidor? ¿Es por la guadaña? ¿O por la perilla? Sí... debe ser por la perilla —concluyó el caballero rubí—. Pues no, amigo, debes confundirte con otra persona. No puedo hacer eso, de modo que hemos llegado a un punto muerto. No vamos a bajar ahí y no vamos a someternos a los dictados de vuestro Consejo, por muy benevolentes que nos asegures que van a ser. Esperaremos aquí a que aparezca Rataxes para meterle una paliza, y si nos sigues poniendo pegas, me voy de la isla y te dejo con el marrón. Enfréntate a ellos tú solo, o con tu Consejo, si tan poderosos sois que le ponéis condiciones y exigencias a aquellos que sólo quieren ayudaros.

- Pueden quedarse aquí si les place... - Dijo aquel ser reptiliano. ...no me molestan. - Aquel ser parecía contrariado. No obstante, miró a la mujer cornuda. Ella parecía también llevar la voz cantante en aquel asunto. Quizás tenía algo que decir.

—Sí, las manchas de sangre, la puerta forzada y la silla con cuerdas me dieron una pista—respondió Niren al hombre reptil en lo referente a lo adecuadas que le parecían las formas para entrevistar a alguien de sus agentes. Se pellizcó la barbilla en teatral gesto pensativo—. Aunque tenía entendido que habíais ido a verle sólo porque los capas blancas habían venido a hablar conmigo. En cuyo caso sigo sin entender por qué fuisteis a él y no a mí, pero a estas alturas da igual.

En realidad sí lo sabía: era más fácil darle de golpes a un tipo que no sabía pelear que a una tipa que podía sacarles el hígado con una cucharilla de café, pero no pensaba liarse en un tema que ya no servía de nada. Manoteó el aire.

—Bueno, y si "podría" ser que estuviera con vosotros, ¿qué tal si me lo mandáis de vuelta y eso?—añadió—. No hay ningún secreto en juego ya: estamos aquí y no somos los malos.

Haldir respondió a la pregunta sobre inquisidores. Niren no tenía muy claro qué clase de poderes tenían los inquisidores, pero eran inquisidores, sonaba a tipos desagradables con conjuros desagradables. Así que seguro que le caían mal.

—Descuida—descruzó un brazo y le dio un golpecito ocioso con el dorso de la mano al caballero rubí en el brazo—. Verás como si nos quedamos aquí a esperarlo, Rataxes entrará excavando como un topo por el otro lado con un cucharón de cocina. O se teletransportará dentro, o algo así.

No lograba entender el porqué de todas aquellas trabas, o la aparente indiferencia por una amenaza real, o que  les dijeran que se quedasen fuera si les parecía bien. ¿Tan difícil era ayudar a la gente? ¡Normal que nunca lo hiciera sin pedir algo a cambio! El método altruista estaba demostrando ser una completa tontería.

—A ver... —se pellizcó el puente de la nariz intentándolo una última vez. Lo cierto es que pensaba algo similar a Haldir; el único motivo por el que no se largaba de aquella isla y dejaba a aquellos lagartos con sus problemas era porque si Rataxes conseguía lo que quería, los iba a joder a todos, y ella estaba incluida en "todos", con lo que no le interesaba que Rataxes consifuiera lo que quería—. No sé cómo podemos ayudarte a buscar a Rataxes ahí abajo, es más, no me lo digas; estamos intentando por todos los medios saber lo menos posible sobre lo que hacéis ahí por si no fuera prueba suficiende de que no queremos ni tocar ninguna caja de la muerte mortal, ni revelar ningún secreto, pero nos lo estáis poniendo bastante difícil con el rollo de que o bajamos o no hacemos nada. Y decir que el consejo de sabios "determinará si podemos marcharos o no" no es la mejor manera de dar confianza a alguien que te quiere ayudar. No es que esperase que nos hiciérais una estatua pero ahorraros la parte en la que vosotros decidis sobre nosotros habría estado bien, ¿se entiende? Se entiende, ¿verdad? Por favor, decidme que se entiende...

Dijo aquello alternando la mirada entre todo el mundo, aunque al final volvió a coger aire con un agotado sonido silbante: con la tontería casi no le quedaba.

—¿Simplemente no podríais hacer vuestras búsquedas esotéricas o lo que sea que queráis hacer ahí abajo, sin nosotros, y luego decirnos dónde encontrarlo para que le partamos la cara y podamos irnos cada uno por nuestro lado?—se encogió de hombros—. ¿O cuál es el problema? Porque no soy una experta en rostros reptilianos pero pareces contrariado.

El reptiliano encaró una inexistente ceja. Las palabras de Niren parecían haberle hecho reaccionar. Se mantuvo unos instantes en silencio y bajó la mirada como pensando. Momentos después parecía haber alcanzado un veredicto. 

- Si, eso podría ser una muy buena idea. - Dijo entonces. - Eso haremos. - Asintió con la cabeza. - Recibireis noticias.

- ¡Un momento!  - Exclamó Liadrel y el reptiliano detuvo su partida para escuchar lo que la elfa tenía que decir. - Yo... - Miró avergonzada a sus compañeros. - Se que es egoísta por mi parte, pero crecí con las historias de mi padre y mi abuelo sobre la orden. Ellos soñaron algún día descubrir los secretos que ahora se abren ante mi. - Tomó aire. - Si aún está la oferta en vigor, me gustaría ir contigo Yāōtl-ha. - Tragó saliva. - Si es posible...

Yāōtl-ha asintió con la cabeza dando vía libre a su petición. La elfa se giró entonces hacia sus compañeros y les miró como lo haría una chiquilla a sus padres pidiendo permiso para hacer algo extraordinario como bañarse en invierno en un lado o viajar de noche hasta la villa de al lado. 

Ninguno de sus compañeros puso pega alguna, por lo que Liadrel se introdujo de nuevo en aquel diminuto habitáculo y se despidió de ellos con la mano. Fue instantes después cuando desaparecieron con un haz de luz y la puerta basculante de roca se cerró sin dejar atisbo alguno o rendija que indicara que allí había entrada alguna.

- Tendremos que esperar entonces... - Dijo Innos. - ¿Cuánto creéis que pueden tardar en decirnos algo? - Les preguntó el enano a sus compañeros de viaje.

El pelirrojo se sentó sobre una piedra y colocó su mochila entre las piernas. Empezó a rebuscar algo en su interior y sacó entonces una bota de vino y un paquete con carne en salazón. Le dio un trago a la bota y un mordisco a la carne.

- ¿Gustáis? - Les preguntó.

- Pues lo cierto es que no sé cuanto tiempo pueden tardar. - Respondió el caballero. - Supongo que no mucho si realmente nos han tomado en serio. Yo creo que si, por lo que en breve tendremos noticias. - Miró entonces a Sir Haldir. - No obstante... - Se mesó la espesa barba que lucía. - ¿Deberíamos tomar precauciones? Me refiero... Rataxes es un mago experto en el campo de la ilusión. - Se rascó entonces la cabeza. - ¿Y si estuviera ya en el islote? ¿Y si aparece de improvisto y...? - Negó con la cabeza. - Sería mucha coincidencia. Además, nos llevaba tiempo de ventaja, pero puede que no supiera exactamente a donde iba. Como nosotros mismos... - Se encogió de hombros. Parecía confundido.

—¿De qué tipo de precauciones hablas, Alois? —le preguntó Sir Haldir a su mentor—. Aparte de los conjuros que suelo persistir para vosotros no podemos arriesgarnos a preparar más. Rataxes podría venir en cinco días, cinco minutos o no descubrir nunca este lugar. Quizá deberíamos montar campamento y prepararnos para una larga espera.

—Tranquilo, pasará lo del cucharón—comentó Niren alzando un dedo erudito como quien habla del tiempo—. O  eso, o ígual ya les ha robado la caja mientras estábamos con el diálogo de besugos. ¡O mejor aún! Seguro que está camuflado entre esas ovejas, ¿te imaginas?

Señaló a la que tenía más cerca.

«Beeeeee»

—Eso sí tendría gracia.

Lo cierto es que no tenía gracia ninguna, pero la tiefling solía lidiar con las situaciones que no le gustaban a base de humor absurdo. Al menos la oveja había colaborado.

Declinó el ofrecimiento del vino de Innos con un gesto vago de mano, busco la piedra más cercana para sentarse y lo hizo con suspiro de alivio. Se sentía cansada de todo aquello en más de un sentido y odiaba estar a verlas venir pero era lo que les había tocado y tampoco es que pudiera hacer más al respecto. Salvo pensar en lo mucho que le gustaría estar en cualquier otra parte y no pringando con aquella empresa pseudo-heróica.

«Me pienso cobrar intereses por el extra de tener que salvar el mundo sin que nadie haya avisado antes... »

La idea de Haldir era tan buena como cualquier otra así que le parecía buen... pero como se les ocurriera tenerla una semana allí esperando se haría toda una colección de cinturones de piel de lagarto con los miembros del maldito culto. Cogió una ramita seca que había por el suelo y se puso a hacer círculos ociosos en la tierra.

Pronto se hizo de noche. Montaron campamento, cenaron de forma frugal y decidieron irse a descansar. Siempre quedaría al menos uno de ellos de guardia, pues al fin y al cabo estaban esperando algo. A Rataxes, a aquellos hombres lagarto o que el islote se hundiera. Pero desde luego si estaban allí no era para hacer turismo sino para aguardar acontecimientos.

Las guardias fueron bien. Todo era tranquilidad en aquella isla en medio de aquel enorme lago de agua dulce. El sonido de las olas era lo único que disturbaba la calma nocturna, junto quizás, con algún que otro sonido de aves. Fuera como fuera, amaneció sin cambios. No había ni rastro de Rataxes, Yaotl-ha, Liadrel o de cualquier otro ser vivo que no fueran ellos, algún que otro pájaro y molestos insectos.

No obstante, Niren al alzar la vista percibió algo que al resto le había pasado por alto. Se trataba de las velas de un barco. Una embarcación de gran tamaño parecía que acababa de zarpar en dirección a la costa. ¡Acababa de zarpar desde el islote y no la habían visto hasta ese momento! Fuera como fuera, tenía toda la pinta de que, quien la estuviera tripulando, no era alguien convencional, pues para ocultar aquella enorme embarcación, tenía que ser conocedor de la magia cuanto menos.

«No me jodas... »

Niren se puso a dar palmaditas como quien llama a las gallinas.

—¡Tooodo el mundo arriba!—dijo paseándose con por todo el campamento con cierto apremio—. ¡Se nos quieren escapar los malos! Es decir, un barco medio cubierto por lo que parece una ilusión suena bastante a malo, ¿no os parece?

Y más teniendo en cuenta que Rataxes era supuestamente bueno con ellas. ¿En serio se había colado delante de las narices de todo el mundo?

«¡Es hilarante! ¿No tenían defensas contra las ilusiones sabiendo que un tipo que las lanza hasta para desayunar venía a por ellos?»

«No, no es hilarante. Es bastante aterrador si es él y ha mangado la caja en la cara de los lagartos»

«Aguafiestas»

Sacudió la cabeza dejando a un lado la autodiscusión por un momento. Podría simplemente salir disparada para alcanzarlo pero dudaba mucho que los blindados del grupo pudieran seguir el ritmo de carrera por motivos obvios y no le apetecía en absoluto quedarse ella sola contra todo el mundo. La parte remotamente buena era que un barco tan grande era lento así que aun tenían algo de tiempo para pensar.

—Si el futuro de Gea no estuviera en peligro casi me haría gracia que Rataxes hubiera robado la caja delante de las mismísimas narices de esos lagartos. ¡En marcha!

El grupo salió corriendo a toda prisa en la dirección de la costa donde aquel barco estaba zarpando. Pese a que el islote no era demasiado grande, tardaron unos minutos en llegar. Retrasados principalmente por los tres hombres del grupo, que como acorazados que iban, eran bastante más lentos que la grácil y mordaz Niren. Para ese entonces, aquel navío ya se había separado algunos metros de la costa.

Se encontraban en una pequeña cala que había servido como puerto natural para aquella embarcación. No era una playa de arena, sino de pequeñas piedras redondeadas, las cuales se encontraban mezcladas con gran cantidad de algas secas, que originaban un fuerte olor a mar y a putrefacción. 

Desde la posición en la que se encontraban, se podían distinguir con cierta facilidad hasta seis figuras abordo, aunque no todos ellos pudieron reconocer los rostros de los que tripulaban la embarcación. Lo que si que observaron todos, fue que a pocos metros del lugar donde se encontraban, apoyado contra una rocas de la playa de cantos rodados donde se encontraban, se hallaba un bote de remos. Quizás el único medio para alcanzarlos, aunque, al ser un barco de vela, mucha fuerza tendrían que hacer remando, para alcanzarles.

- ¡Es él! - Gritó Sir Alois. - ¡Rataxes va abordo! - Desveló el caballero.

Inmediatamente empezó a mirar a un lado y a otro. Parecía buscar la forma de seguir a aquella nave, pero no parecía hallar la solución.

«¡No me digas, capitán obvio! ¡Yo creía que los barcos ocultos por ilusiones eran la atracción del islote!»

—Y los dos pescadores que querían timarnos son los que están al timón... —siseó Niren soltando chispas por los ojos. No literalmente, pero casi—. Y otros dos tipos más, y una mujer, pero esos no sé quienes son.

Iba a coger a aquel par de ratas de mar y les iba a meter las espadas por donde ni el mejor buscador de tesoros pudiera encontrarlas. Aun no había nacido bicho viviente capaz de intentar jugársela y salir indemne.