Partida Rol por web

¡Por Seyran, si habían más siervos de Seyran en el tugurio de la mala muerte! Una grata sorpresa fue. Pero a pesar de su ímpetu, los acontecimientos habían escalado muy deprisa, y en menos tiempo del que él había tardado en reaccionar ya se habían descubierto el bando dela mayoría de los participantes de la escaramuza y producido algunos resbalones.

Se propuso avanzar, pero la bruja drow -malditas fueran por siempre ella y su raza, que tampoco tenía salvación- había proyectado sus retorcidas energías malévolas contra la tiefling. Qué destino más caprichoso, que enfrentara dos seres en el fondo malvados con todo lo que seguramente tenían en común.

Pero no había tiempo para divagaciones metafísicas. Aunque tenía cuernos, Lerissa era su compañera y estaba en un aprieto al parecer, pues además esos dos matones trataban de sajarla sin piedad con cierto éxito. Así pues avanzó dando un paso al tiempo que lanzaba una estocada contra uno de ellos.

Las cosas se pusieron interesantes en un momento. Todas las cartas sobre la mesa, como se solía decir. Había algo que no me cuadraba... Estaban los seguidores de Lucius Von Kamikaze por un lado, los supuestos compinches de Misil por otro y nosotros. Pero... ¿el aasimar seguidor de Seyran trabajaba para Misil? ¿O pertenecía a otro grupo de aventureros como nosotros, que habían sido embaucados por el empotrador de Akta? ¿Había más de una facción? Todo esto lo iba pensando mientras tocaba mi Oda al acero. La magia de mi laúd, mi voz, mi nabo y mi ser, todo en conjunto, fluyó por el local, dando valor y coraje a todos mis compañeros y gente de bien. La verdad es que me hubiera gustado restregarme un poco con alguna camarera, así rapidito, perooooo... habían herido a mi amor. Ya había terminado con mi canción de valentía y ahora terminaría con una de amor incondicional a hacia mi apreciada Lerissa.

¡Oh, Lerissa!

Despierta de este odioso sueño, amor.

Sueño que me priva de tu belleza,

de la belleza de tus ojos.

Tú eres mi sol, mi luna,

mi cielo estrellado.

Estaba morando en las Tinieblas,

pero ahora tus poderes me han cautivado

y estoy indefenso ante ellos.

Ven conmigo después del combate;

esta noche deja que te adore en mis brazos.

¿Cómo puedo detener el latido de mi corazón?

Que late desaforadamente de amor por ti.

Tus caricias seguro que valen más que cien mil muertes.

Al terminar mi declaración, épica en un momento como este, dejé colgando mi laúd de su correa de cuero sobre mi hombro y lo eché hacia mi espalda. Desenvainé mi viril espada, la cantarina, la que ríe cuando saja y llora cuando mata, la apodada La minga de Lasar. En unos segundos, estaría codo con codo con la que posiblemente fuera la mujer más deseada por mi en las últimas semanas.

- ¡Tira el arma! - Le ordenó la encapuchada a la rubia que se había posicionado a favor del aasimar. - ¡Ahora!

Ésta la miró con cierta incredulidad, pero no hizo caso alguno a sus órdenes.

La mujer que se sentaba en solitario en uno de los butacones, se puso en pie de inmediato agarrando el arco que portaba a la espalda y de forma ágil saltó sobre un barril situado a su lado. Acto seguido lanzó dos flechas contra uno de los encapuchados y un de las dos se le clavó en un hombro. La segunda se clavó en una viga del techo.

La morena de la barra frunció el ceño y se puso en pie desplazándose hacia el centro de la sala a la vez que parecía realizar una plegaria a su dios, fuera cual fuera. Su cuerpo se iluminó levemente con una luz violeta. 

- ¡Es hora de salir de aquí! - Le gritó a... quien fuera que estaba con ella.

El joven encapuchado se concentró y logró ponerse en pie. Acto seguido salió de la zona afectada por la grasa y una vez en el exterior del edificio, lanzó sobre si mismo una carga curativa de la varita que colgaba de su cinturón.

- ¡Vamos mi señor, salga ya de aquí! - Exclamó.

- ¡Muere bruja! - Exclamó.

El hombre de la capucha granate se acercó a la anciana y lanzó un espadazo contra ella. Falló por mucho, lo cual fue realmente avergonzante, pues la vieja ni se movió para evitar el ataque.

- Mierda... - Masculló.

Los encapuchados no se amedrantaron. Uno de ellos atacó a la mujer rubia, aunque sin éxito, mientras que los que estaban peleando contra Lerissa y Crodos, trataron de ensartarlos con sus filos, pero no tuvieron ningún éxito. El que había caído al suelo por su parte, se puso en pie y se colocó defendiendo a su líder.

- ¡Bloqueadles el paso! - Gritó éste.

- ¡Tú, negrito! - Señaló al hombre de raza negra que se hallaba sobre la mesa. - ¿Qué tal andas de vista? - Preguntó. 

Acto seguido soltó una carcajada y de sus dedos acusadores, surgió un hilo de luz oscura que envolvió la cara de aquel hombre. Por un momento dejó de ver, pero se sobrepuso y logró evitar el efecto nocivo de aquel conjuro.

- ¡Maldición! - Exclamó la elfa oscura, cuando supo que si conjuro había fallado.

- ¡Cuidado Astrid! - Le gritó la mujer rubia a la anciana. - ¡Vete de aquí!

Quizás al estar más preocupada por la anciana que por ella misma, su poderoso hachazo falló golpeando contra una mesa y partiéndola por la mitad.

La anciana se movió atrás y conjuró de nuevo desoyendo a sus compañeros. Una nube de partículas doradas cubrió a la elfa oscura y a la encapuchada, dejando a ambas cubiertas de polvo dorado. La humana quedó cegada por el resplandor de aquellos polvoso dorados, pero la elfa oscura pudo sobreponerse.

El hombre de raza oscura saltó a la espalda del encapuchado y lanzó un espadazo. Volvió a fallar.

- ¡Aaaaaah! - Gritó frustrado. 

Miró entonces a la anciana y se asustó al verla tan expuesta.

- ¡Quieres largarte ya! - Le imploró.

- ¡Adiós, mediocres! - Exclamó Lucius mirando hacia aquellos bastardos que habían saboteado la reunión.

De forma cautelosa, abandonó la zona llena de grasa y salió por la puerta lateral dejándoles a todos con tres palmos de narices.

Vi con horror como no podía moverme, a penas, y también como la batalla tenía lugar sin mí, por mucho que intentase participar en ella. Era como si mi cuerpo estuviese inmerso en una especie de burbuja, de la cual no fuera capaz de salir y por lo tanto, no podía ni esgrimir la espada ni tampoco utilizarla.

Los gritos sonaban como amortiguados y con un mínimo de satisfacción pude fijarme en que al final, Von Kammerstein huía por la puerta que debía.

Al menos habíamos conseguido eso, aunque estaba realmente fastidiada por no poder actuar y encontrarme completamente indefensa.

-Se... va. Von Kammerstein se va -conseguí decir, mientras luchaba para al menos, mantenerme en pie.

Von Kammerstein se escapaba y la drow estaba haciendo mucho daño. Además, debía eludir un charco de grasa... Esperaba que los demás entendiesen mi acción y que el bardo me cubriese en la locura que iba a realizar. Cargué contra la drow, sacando mi espadón. Esperaba dejarla lo suficientemente jodida como para que no fuese una molestia para nadie más y que los otro se encargasen de los encapuchados, dejándome via libre para salir detrás de aquel cañalla.

Sin mi armadura era más rápida, más ágil, pero al mismo tiempo más vulnerable. Neutralizar a esa hija de la oscuridad, subirme a la mesa y tratar de esquivar de un salto la grasa del suelo, era lo único que se me ocurría en aquel momento...

Esperaba que los demás recordasen que debían abrirme paso para perseguir a Lucius, sino, estaría todo perdido.

Von Kammerstein había huido, pero sólo estaba atrasando lo inevitable, porque Crodos se había quedado con su cara. Y tarde o temprano la luz siempre llega y la justicia es administrada. Crodos desvió una estocada con su escudo decorado con motivos solares y contraatacó con un tajo descendente, flanqueando con uno de sus supuestos aliados, confiando en que fuera suficiente.

— ¡Valor! ¡Será nuestro!— exclamó al tiempo que su espada bajaba, tratando de arengar a la tiefling. Crodos quería avanzar y no perder el tiempo con esos matones de tres al cuarto, pero no podía dejar sola a la tiefling, que aún estaba bajo el influjo de la bruja drow. Aunque tampoco estaba sola, ciertamente, porque el bueno y valiente de Lasar estaba a su lado y ya se había sacado su acero, muy dispuesto, buscando a quien clavárselo bien profundo.

Después de cantar dos canciones en un solo asalto, solo al alcance de unos pocos elegidos como yo, intenté quitarle de en medio a ese moscardón que quería succionarle la vida a mi querida Lerissa. Con gran diligencia y maestría, le lancé un poderoso golpe al hombro, para herirle y que centrara sus ataques en mi persona. También le hice un pase de caderas, para que que viera el arma que portaba y se cagara en los pantalones. Mi buen Crodos también arremetía con furia al otro bandido que estaba combatiendo con un rastafari. ¡La cosa pintaba en bastos!

- ¡No veo nada! - Gritó desesperada la encapuchada. - ¿Qué me has hecho?

La mujer empezó a rascarse los ojos tratando de quitarse aquellas molestas partículas destellantes de los ojos, pero no lo lograba.

La pelirroja buscó un nuevo objetivo y aunque la morena de la barra no había atacado a nadie, al menos por el momento, tenía claro que se trataba de una enemiga. Por ello, apuntó y disparó una flecha contra ella. Sin embargo, el proyectil, al impactar contra su espalda, salió rebotado. ¡Debía llevar algún tipo de armadura bajo la ropa!

- ¡Maldición! - Exclamó al percatarse de su fallo.