Partida Rol por web

Miriel ojeó a su alrededor en busca del peligro que pudiera haber alertado a Vanwa pero no encontró nada extraño. Todo estaba tranquilo, y no había evidencias de que alguien pudiera estar tendiéndoles una trampa. Hasta donde alcanzaba su vista, que a pesar de la creciente oscuridad era bastante aguda, todo estaba tranquilo y en orden. No había enemigos camuflados por allí cerca, ni cosas que no fueran lo que eran. Tanto el camino por el que habían venido como el que les quedaba por delante estaban despejados, al menos hasta donde las curvas del camino se ocultaban tras la laderas de las montañas. 

La elfa intentaba comprender qué clase de peligro pudiera ser el que Vanwa temía. Había oído de lugares malditos que habían quedado impregnados por la Sombra incluso tras el incontable paso de los siglos. Eran lugares siniestros y oscuros, pero eso no significaba que necesariamente escondieran algún peligro. A veces simplemente el Mal se quedaba como una sombra que lo mancillaba. Aunque bien era cierto que otros de esos lugares también escondían peligros reales, seres extraños que habitaban los recovecos más inesperados. 

Welf dio una vuelta por los alrededores del campamento pertrechado con su escudo y su hacha para hacer frente a cualquier eventualidad que pudiera surgir de las crecientes sombras del anochecer. Aguzó el oído y la vista para tratar de descubrir el peligro al que Vanwa se refería pero no encontró que nadie les estuviera acechando desde las sombras. Ningún peligro los amenazaba en aquel lugar. Hasta los huecos más recónditos de los alrededores estaban vacíos y completamente tranquilos. Pero se percató entonces de qué podía haber alertado al alegre elfo del bosque: en aquel lugar el silencio era total. No se escuchaban los cantos de los pájaros, ni los movimientos furtivos de ningún otro animal. El único sonido que evitaba que las ruinas se sumieran en un silencio sepulcral era el fluir del agua del arroyo cercano. 

Welf se concentró en el paraje que tenían a su alrededor y estudió el camino que tendrían que tomar para seguir su viaje. El sendero salía de la antigua ciudad y se internaba por la ladera de la cordillera descendiendo ligeramente de aquel cerro para alzarse algo más adelante y serpentear por una ladera más pronunciada hasta alcanzar otra zona más llana a mayor altura. Welf supuso que en aquel trayecto tendría que haber alguna cueva o recoveco de las montañas en el que podrían esconderse. Sintió que apenas unas millas más allá de la ruinosa ciudad el camino se torcía de una manera extraña hacia el interior de la ladera, lo cual había descubierto en el ascenso de aquel día que era una formación habitual de ese paraje para pequeños huecos en la pared de la montaña que podrían servir para acampar. 

Ainar se puso frente a Vanwa, más decidido que antes.

-Vanwa, si estás en lo cierto, este es el mejor lugar que podemos encontrar para defendernos- señaló hacia unas piedras elevadas -Desde allí podría Miriel disparar con su mortífero arco todo lo que viniera de esa zona- e hizo un arco con el brazo extendido mostrando la amplitud de tiro que tendría la elfa -Allí y allí- señaló dos pasillos -Podríamos retener a lo que sea que quisiera alcanzarla- señaló ahora un muro no muy alto pero sí ancho -Y hasta Fredegar podría hacer algo encaramado desde allí- no estaba seguro de qué podría hacer ese ser tan pequeño, pero contra trasgos, seguro que algo se le ocurriría.

-Si yo tuviera que emboscarnos, haría exactamente esto- miró a Miriel, y luego a los demás -Crearía división para que una vez abandonáramos el refugio, rodearnos y aprovechar la oscuridad y hasta estas mismas ruinas en contra nuestra-

Le apoyó una pesada mano en el hombro del elfo.

-No sé qué te habrán dicho las piedras, los gusanos o los espíritus... no saldremos de aquí esta noche, lo siento, pero si algo viene a buscarnos, lo esperaremos- y sonrió levemente, una sonrisa que bien podría ser de alegría sincera -Entonces... ¿qué o quién nos quiere encontrar?- le preguntó una vez más, esta vez agarrando el hacha y tomando el escudo que estaba apoyado contra un muro.

Silbó y Munin apareció revoloteando hasta que se posó en su hombro. Le dijo unas palabras, y el cuervo ascendió con aleteos parsimoniosos pero enérgicos. Al menos desde el aire serían avisados.

En cierta forma, ya había dado las indicaciones llegado el momento. Si cada quien se posicionaba en los diferentes lugares, podrían resistir lo que fuera... o eso creía un Ainar que de pronto estaba deseoso de combate.

En lo más íntimo de su ser, Vanwa se quería quedar. No es que no tuviera miedo, pero como decía el enano, deambular por el Paso Alto de noche no le tranquilizaba mucho tampoco. Y allí había un misterio oculto.

- Qué habita aquí, preguntas...- Musitó en voz queda, ignorando la mano del enano sobre su hombro.- No lo he visto tampoco, pero es muy posible que esta noche lo conozcamos. No creo que respire o que tenga un corazón que pueda latir. Hay seres melancólicos unidos a viejos lugares. Seres que no pertenecen a ningún mundo en concreto, y a todos a la vez. Entidades portadoras de la Perdición.- Dijo, enigmático. Luego devolvió la sonrisa al enano.- Aunque también puedo estar completamente equivocado.- Añadió, con tono despreocupado, en un intento de quitar tensión al momento.- En cualquier caso es mi consejo estar muy alerta esta noche y esperar lo inesperado. Haré la primera guardia.

Y se puso a calentar lo poco que quedaban de sus provisiones para improvisar una cena caliente que templara sus ánimos y llenara el aire de los aromas propios de una casa alegre.

Miriel suspiró. Enanos… Siempre con los pies tan en el suelo…
- No hay signos de que ninguna criatura nos aceche y sin embargo eso es lo que más me preocupa. – dijo Miriel muy seria – Existen lugares malditos donde la Sombra se esconde y mancilla cuanto toca allí. Es contra esos peligros contra los que nuestros arcos y hachas poco o nada pueden. – explicó con preocupación.
- Prefiero mil veces arriesgarme con los trasgos ahí fuera, con trasgos a los que pueda ensartar con mis flechas, que con lo que no puedo acuchillar aquí. Os pido que lo consideréis y que hagamos caso a nuestros instintos. Alejémonos de donde ni siquiera los animales se atreven a acercarse. Compartamos su sabiduría y no seamos necios como la mayoría de las razas con el don de hablar que piensan que son más inteligentes que los sencillos animales.
En su tono y expresión corporal se podía percibir que estaba realmente preocupada, más por lo que no era capaz de ver que por lo que veía.
- A veces los silencios hablan más alto que los gritos si se sabe escuchar. – recordó que le enseñaron más de un siglo atrás.

Fredegar asintió decidido ante las palabras del enano cuando se refirió a que incluso él podría ayudar encaramándose. Miró entonces hacia donde señalaba el enano y volvió a mirar a este y al lugar varias veces tragando saliva. La cosa se estaba poniendo seria por momentos. Lo que parecía el lugar más apasible de cuantos habían encontrado se estaba volviendo turbio y él no lograba entender que intuían los elfos. 

Confundido escuchó a Vanwa y después a Miriel. 

- Si tan mal presagio os traen estas ruinas, continuemos. - dijo, pensando más bien en retrasar un posible y continuo descanso sin la necesidad de males augurios o inquietudes nocturnas.

No hay nada... fueron las palabras que primero susurró Welf para sí mismo y después más alto para que todos las pudieran oir NO HAY NADA!! No hay vida en este lugar pero soy incapaz de saber si es por respeto a la historia pasada o por miedo a algo igual de lejano o tal vez cercano. Pero no hay nada con vida en los alrededores y eso es algo que siempre hay que tener en cuenta.

Si avanzamos un poco hay un recodo donde podremos encontrar unas cuevas y subiendo por ese repecho no muy lejos, apenas unas millas, también hay refugio. 

Aquí tendremos para bien o para mal que estar atentos a cualquier cosa, si avanzamos un poco más podremos tener refugio y seguridad por partes iguales. No conozco estas ruinas pero igual podrían ser un rincón sagrado que uno maldito y personalmente es algo que no me gustaría jugarme a cara o cruz.

Mi voto es salir de aquí, dejar este lugar para los espíritus buenos o malos que lo habitan y los vivos caminar un poco más a un punto más adecuado para los que todavía tenemos corazón.

El grupo se encontraba dividido sobre qué hacer a continuación. Miriel apostaba por continuar el camino a pesar de que la noches les alcanzaba y Fredegar se posicionó en su favor, ya despejado y con la manta recogida. Pero Ainar prefería quedarse en el lugar, afianzar su posición y prepararse para cualquier posible eventualidad. Vanwa también prefería quedarse a causa de la curiosidad que le provocaba el misterio que escondía las ruinas. Welf, quien podía desempatar con su opinión, se encontraba bordeando el campamento con su escudo y su hacha, en busca de algún posible peligro. 

Se enfrentaban a una decisión importante. Pero el grupo debía tomarla cuanto antes. La noche avanzaba rápidamente, lo que dificultaría el camino hacia un posible segundo lugar de descanso, así como terminar encontrándolo. Si por el contrario decidían quedarse, todo el tiempo que no aprovecharan para asegurar el campamentos, cenar y descansar, sería tiempo perdido. Hubiera un peligro o no en aquellas ruinas, debían actuar prestos. 

Finalmente Welf regresó para desequilibrar la balanza y votar en favor de la partida. Así que el grupo empezó a recoger el campamento, apagaron el fuego, recogieron los bártulos y se prepararon para marcharse de las misteriosas ruinas. Para adelantar algo de tiempo, Welf y Fredegar, los exploradores del grupo, se adelantaron para buscar un lugar aceptable en el que pasar la noche. Lo harían tras alejarse a una distancia considerable de las ruinas de la antigua ciudad para dormir en mitad del camino, o en cualquier refugio que pudieran encontrar. El hombre de los bosques aseguró que podrían encontrar unas cuevas generadas gracias a las formaciones naturales de la montaña unas millas más allá.

En el semblante serio de Welf se notaba que no estaba del todo convencido de la decisión, pero tampoco tenía dudas sobre el hecho de apoyar a Miriel y creer que ya no estaba solo como para poner en peligro a alguien más sólo por la curiosidad de saber qué podría suceder.

Recogió rápidamente sus cosas que todavía no había sacado de su petate y antes de que los demás terminaran ya se había puesto en marcha aprovechando que ya había recorrido éste camino antes en su deseo de explorar un poco más allá, eso le permitió avanzar a buen paso y localizar varios lugares válidos como refugio para poder encender una hoguera a cubierto y estar protegidos del viento que empezaba a soplar con fuerza y se notaba ya el frío de las altas cumbres.

Una vez ubicados esos puntos pudo volver al grupo para indicar las opciones que tenían y que podían sentirse afortunados porque al menos ésta vez podían elegir y eso no se daría mucho a partir de ahora viendo cómo se elevaban las montañas.

Miriel se puso en marcha de inmediato para evitar que la noche se cerrase más sobre ellos antes de llegar al refugio del que Welf hablaba. Estaba orgullosa de que su sangre fuese tan buena influencia para él, que fuera capaz de escuchar a su corazón y su instinto en lugar de obcecarse con lo que le decía su cabeza como hacen los enanos cuyas ideas son más inamovibles que las montañas que habitan.

También se sentía orgullosa del gran explorador en el que se había convertido como lo fue su madre, y su padre antes de ella. Era algo que corría en su familia y en su pueblo.

A pesar del cansancio avanzó sin quejarse, pues había sido quien insistió en abandonar la posición defensiva que ya habían encontrado, y atenta a cualquier peligro. Como Ainar bien apuntó, los trasgos eran criaturas nocturnas y podrían tratar de atacarles antes de llegar al refugio o incluso allí mismo después de que se prepararan para pasar el resto de la noche.

Dejaron atrás las ruinas de la vieja Gondalluin y continuaron por el camino que llevaba al Paso Alto. La noche se cernía sobre ellos inexorablemente pero guiados por Welf lograron, tras algo más de media hora de camino, llegar aun pequeño recodo donde el camino se hacía más ancho y les permitía acampar allí. El explorador se había fijado en aquel punto desde las propias ruinas, y su intuición no le había fallado. Allí podrían montar el campamento y descansar.

Una vez encendieron un nuevo fuego y prepararon algo de cena, sintieron como los sonidos habituales de la noche volvían a apoderarse del mundo que les rodeaba. El fuego chisporroteaba con fuerza, las aves nocturnas piaban en la oscuridad y el viento ululaba sobre sus cabezas. Se sintieron más tranquilos, aunque todavía quedaba la posibilidad de que los trasgos les asaltaran, por lo que decidieron establecer guardias. Afortunadamente, aquella noche fue tranquila y pasó sin sobresaltos.

A la mañana siguiente, levantaron el campamento y tras un frugal desayuno se pusieron de nuevo en marcha. Una vez superadas las ruinas del poblado, el sendero se adentraba en las estribaciones de las Montañas Nubladas y las cuestas se volvían más pronunciadas y, a media mañana, comenzaron el ascenso de una colina a través de un serpenteante camino que no parecía tener fin.

     Contento con la decisión tomada y viendo que la mañana se levantaba agradable Welf dejó que fuera Fredegar quien se adelantara más a menudo mientras intentaba mantener una conversación con Miriel sobre cuentos y leyendas de su pueblo que tuvieran que ver con la presencia de los elfos en el bosque. Muchas veces la presencia de alguna procesión de elfos en sus largos caminos de un lado a otro de la Tierra Media permitía vislumbrarlos entre el follaje y a veces se les confundía con criaturas míticas o no todos creían que sus canciones fueran posibles de una garganta de carne y hueso.

     Asi pasó la mañana antes de darse cuenta que iba siendo hora de relevar a Fredegar por lo que aceleró en paso en su búsqueda ignorando todo lo demás ya que se sentía algo culpable por haberle dejado todo el trabajo duro durante tantas horas

Satisfecha por haber llegado al refugio y pasar la noche sin más sobresaltos saboreó el frugal desayuno como si fuera un desayuno digno de la posada de Dondy.

Ascendiendo la colina escuchó con una sonrisa suave las historias que le contaba Welf, la misma sonrisa con la que había escuchado aquellas historias la primera vez. Era enternecedor comprobar como la esencia de las mismas permanecía inalterada y muy interesante descubrir los detalles que cambiaban en cada generación, así como cuales de estos pasaban a la siguiente y cuales eran desechados. En cierta manera se podía decir que era la primera vez que escuchaba estas historias al ser contadas por Welf aunque ya las conociera.

Ella misma podría haberle contado más historias de su pueblo, todas las que había aprendido durante más años que una vida humana pueda contar. Sin embargo, eso habría sido mal educado, podría haber herido su orgullo, haberle hecho sentir como un niño cuando ya era un hombre hecho y derecho capaz de guiarlos en la oscuridad de la noche. En cambio contestó con algunas historias de su pueblo, del Bosque Negro. Algunas ya las conocía, pero Miriel fingió no recordar habérselas contado ya.

Entre tantas historias la elfa no desviaba la vista del camino y el entorno. Podrían recibir un ataque de los trasgos u otras cosas, pero además si estaban activos por esta zona podrían haber dejado alguna huella que los guiase… o alguna marca de que la caravana de Dindy hubiera pasado ya por allí.

Fredegar durmió especialmente bien esa noche, ya fuera por el cansancio acumulado o por la tranquilidad de haber dejado atrás funestas impresiones. El despertar le pareció especialmente hermoso de nuevo con las vistas de las montañas ya encima de ellos.
 

Tras el desayuno y hablar con Welf se adelantó a los demás. Le parecía lo más adecuado ya que la noche anterior fue el hombre el que prácticamente se pateó el camino en busca de este refugio del que ahora salían. Con más animo que fuerza, comenzó a encarar las diferentes pendientes y a contrastar cuan diferente era su felicidad cuando las mismas cuestas iban a favor de la zancada apenas diez días atrás. Con el pensamiento de que todo lo que sube ha de bajar alguna vez y vendrían momentos mejores, continuó hasta medio día donde decidió esperar al grupo. Había que comprobar que todo marchaba bien, y si podía hacerlo tumbado bajo un mullido árbol mejor. 

Vanwa pasó la noche malhumorado. Su guardia nocturna la pasó oteando la ruinas de Gondalluin que se extendían en algún punto más abajo. Ni sabía si estaban a la vista, pero allí pasó la noche, en busca de luces espectrales o cualquier otra señal de actividad en aquellas ruinas. Por fortuna los trasgos no hicieron acto de presencia o a saber si no lo habrían sorprendido concentrado en otro lugar.

Sirvió el desayuno taciturno, aún disgutsado por haberse quedado sin conocer los misterios de la mítica Gondalluin. ¿Qué habitaria entre aquellos muros que era capaz de acallar las mismas piedras? Unas piedras orgullosas de formar parte de aquel lugar calladas como si temieran despertar lo que habitaba allí. Qué formidables historias se podrían narrar con aquello. Pero nada se podía narrar sobre piedras que permanecen calladas. Qué historia más tonta saldría de eso.

Salió en busca de musgos, ratones, pajarillos o incluso alguna liebre o conejo que pudiera vivir por aquellos lugares tan estériles.

Ainar se había quedado bastante molesto con la decisión de retirarse, dado que no había nada que ameritara dejar semejante fortaleza nocturna. Pero tampoco era tan necio como para quedarse mientras los demás se iban a otro lugar. ¿De qué servía ser quien protegería a los demás, si no confiaban en su mirada y experiencia?

De esas cosas y más trataron los pensamientos del enano, tanto durante el corto rato de cena, la guardia y el desayuno. Sólo la montaña, el aire fresco y la posibilidad de encontrar pronto al mediano y su caravana, hicieron que Ainar recuperara su seriedad alerta y dejara de lado la seriedad enojada.

Pero que estuviera alerta y casi ansioso de encontrarse con trasgos, no quitaba que mantuviera su ritmo marcial, especialmente ahora, que salvo Vanwa, habían querido continuar en medio de la noche cuando podrían haber descansado tranquilos entre las ruinas. ¿Cuántas veces encontrarían una guarida así en medio de las montañas? ¡Ni siquiera sabía que pudieran existir!

Y nuevamente tuvo que hacer el esfuerzo por mantenerse atento a la marcha, a hacer descansar a los demás para que no se agotaran, y siempre con la atención puesta en posibles emboscadas...

Vanwa logró cazar un conejo que les salió al paso en el camino, intentando huir de ellos, pero el elfo fue rápido y lo abatió con un rápido movimiento que impidió que el animal sufriera. Por fin tendrían algo de carne en el menú después de haberse estado alimentando de miel, flores y poco más. Vanwa les estaba comentando el rico guiso que haría cuando se detuvieran a descansar a medio día cuando percibió algo en el suelo y se detuvo a estudiarlo con mayor atención. Eran huellas. Huellas de trasgos, no cabía duda alguna para el elfo. Marcas de pies semejantes a las de los orcos pero de menor tamaño. El elfo pudo deducir, además, que se trataba de huellas recientes, que no tendrían más de un día o dos, y que se dirigían hacía la cima de aquella colina al igual que ellos. Aquel descubrimiento sumió al grupo en un profundo y preocupado silencio. 

Media hora más tarde, Miriel divisó algo en la distancia. Había algo en mitad del camino. La alerta de la elfa hizo que todos se pusieran en tensión, pero Fredegar reconoció la forma de la criatura y los tranquilizó. Era un poni. Se acercaron con cautela, pues el animal se mostraba nervioso y agitado. Vanwa logró calmarle y pudo acercarse lo suficiente a él como para descubrir que el arnés que lo sujetaba se había roto, lo que le había permitido huir aterrado. Sospecharon que podía ser uno de los ponis de la caravana de Dindy. El animal tenía clavada en sus cuartos traseros una flecha con un penacho negro, similar a las que usaban los trasgos. 

El elfo pronto se olvidó de la ciudad maldita, pues encontró rastros prometedores, había conseguido algo de comida (agradeció al conejo muerto su sacrificio) y Vanwa se sintió encantado con sus perspicaces y astutos compañeros de viaje. El humilde pero perspicaz Fredegar, el aguerrido Ainar, el astuto Welf y la sabia Miriel. Fue ella la que vió el poni y Fredegar el que lo identificó, así que se acercó hasta él. 

- No te preocupes, buen amigo. Aquí mis amigos sabrán como sacarte esa fea flecha que te han disparado. Ya no tienes nada que temer. Cuidaremos de ti. No muy lejos de aquí hay lugares donde el heno no falta, y un techo para que no te toque el frío o la lluvia. Tus pesares han terminado, buen amigo...- Le explicó. Habló con él para saber más detalles sobre lo ocurrido, con la esperanza de poder saber más sobre la situación, donde podían ocultarse los trasgos, si habían cogido a otros ponis o humanos con vida, si el hobbit seguía vivo... Hacerse una idea de cuantos eran los atacantes y cuantos los que se tenían que rescatar. Cualquier información útil.

     Una cosa detrás de otra pensó Welf. Vanwa sigue hablando al poni porque lo que voy a hacer le va a doler pero necesito saber si ésta flecha está envenenada o no y para eso tengo que tirar... y se que duele.

     Miró a Miriel: Esto me va a llevar un tiempo y me sentiría más seguro si se que estás vigilando por los alrededores, no me fío que sea una posible emboscada y nos hayan dejado aquí este animal para despistarnos.

      Con más suerte que pericia el hombre del bosque abrió un poco la herida con un cuchillo afilado para poder sacar la flecha y así observar el aspecto general de la carne abierta, si había veneno sería muy mala señal para el animal y para ellos si llegaban a enfrentarse a esos seres. La presencia de Vanwa tranquilizó al poni y la extracción fue más rápida de lo esperado sin tocar ningún músculo importante. Sabía que había descuidado cualquier mínima alerta por lo que hubiera alrededor pero no podía dejar a un animal sufriendo sin motivo.

Ainar había sostenido fuerte al poni sabiendo que, si no tomaban ciertas precauciones, podría salir cabalgando y desde pisotear al hobbit hasta alertar a los posibles trasgos que anduvieran en la zona.

-Ya, ya... no hace falta que te vuelvas tan meloso- dijo el enano cuando Vanwa sólo se había detenido a "conversar" con el poni, y Welf le sacaba la flecha -Mejor estemos atentos, porque esas asquerosas criaturas deben andar cerca-

El enano sostenía con una mano lo que quedaba del arnés aún útil, y con la otra el escudo, al tiempo que observaba los alrededores.

-Debemos darnos prisa, si han atacado la caravana hace tiempo, tal vez sólo nos encontremos con huesos- dijo sombrío.

Para Ainar, al encontrar ese poni, ya se pensaba las cosas más funestas. ¿Qué protección tendría la caravana? ¿Habrían dejado supervivientes? Tal vez para comerlos luego, aún frescos... ojalá fuera eso.

-Ojalá...-