Partida Rol por web

La taberna de maese Pedro, en la calle del Lobo, es uno de los figones de Madrid donde mejor se come. Son habituales de la misma don Francisco de Quevedo, o don Antonio Hurtado de Mendoza, gracias a la variedad y calidad de sus platos.

Hoy en la sala común no se encuentra ningún personaje famoso, sino que al parecer se celebra algo: una docena de jóvenes (y no tan jóvenes) comensales se sientan a una mesa a la cabecera de la cual hay un padre franciscano, que ejerce de anfitrión. El buen humor está a la orden del día, y se degustan platos populares como albondiguillas, mirrauste de carnero, o conejo en cecina. Al cabo de un buen rato, algunos de los comensales se van levantando y se despiden del franciscano, quedándose con él tan solo un puñado, apenas media docena.

Al fondo de la sala, en un reservado, dos hombres ya maduros, bien vestidos, comen con gusto mientras se fijan en la algazara de la mesa múltiple. Uno va vestido un tanto a la morisca, pero con ropas finas y elegantes. El otro lleva una mezcla de ropajes castrenses y hábitos sacerdotales. Hablan entre sí animadamente, pero sin que nada salga del reservado.

En eso que el medio cura medio soldado se acerca a la mesa de la celebración [la vuestra] y saluda al franciscano que preside: Buenas tardes tenga su paternidad y hermano en Cristo, mi nombre es Sebastián de Aguirre S.J., y me honraría conocer el vuestro, amén de saber qué celebráis con tan sana algazara. El franciscano, afable, responde: no faltaría más, hermano, soy el padre Valentín de Abarrategui, de la Orden de San Francisco, estos son antiguos pupilos míos, del orfanato que la Orden mantiene aquí en Madrid, y celebramos la onomástica del fundador, San Francisco. Que me place, replica Aguirre. Permitidme pues que mi amigo y yo os invitemos a unas jarras de vino de Cebreros, que no tiene nada que envidiar al San Martín de Valdeiglesias que estabais degustando, a vuestra salud, y a la mayor gloria del bendito San Francisco.

Traído el vino y degustado por todos, Aguirre aprovecha el renovado alboroto para hablar en un aparte contigo.

Disculpe Vuesa Merced, comienza. ¿Podríamos tener unas palabras en privado?

Una vez a salvo de orejas inoportunas, continúa: Caballero, no conozco vuestro oficio ni vuestra condición, pero en cualquier caso me gustaría haceros una oferta de trabajo. No os engañaré: es un trabajo honrado, pero puede entrañar peligro, si bien las recompensas están a la altura del mismo. Veo además que tenéis una amistad fraternal con el grupo de comensales. Perfecto, porque para el negocio que os voy a proponer harán falta más de un par de manos. Pero mejor que no sigamos hablando aquí. Mañana celebro la misa de 8 en San Felipe el Real y después de misa, mientras la gente atiborra el mentidero, la nave está prácticamente vacía. Buscadme en la sacristía sobre las 11, y venid con vuestros amigos, si os place. Desayunaremos y hablaremos largo y tendido

Después, como si se le ocurriera de pronto, dice: tal vez vos mismo o alguno de vuestros amigos pueda pensar que esto es una broma de mal gusto. Saca de su bolsillo una pieza de oro de a ocho (8 ducados = 80 reales) y se la entrega diciendo: esto es para que veáis que no bromeo.

Ataúlfo se resistía a dejar la mesa. Todavía había comida encima de la misma, y él tenía una norma particular: en habiendo, no desperdicies. Por eso, rebañaba ya la escudilla de las albondiguillas, que debían ser pecado, por que estaban demasiado buenas, eructó según vieja costumbre, de conformidad y hartura. De la chacina estaba ya lleno, y el mirrauste que había caído en su plato duró un avemaría.

Masticaba despacio, al ser hombre de buen comer y que gustaba de saborear, y se limpió un churrete rebelde de salsa que, procedente de sus labios, había iniciado su andadura hacia la prominente papada. Para ello empleó un trozo de pan, que luego siguió mojando y que se comió sin más miramientos.

Miraba su jarra vacía cuando el hombre, que parecía de calidad, se acercó a agasajar a la mesa e invitarles a más zumo de Baco, este de mejor calidad. Medida que, por supuesto, aplaudió con una sonora palmotada, y tras abandonar la bola de comida el gañote, liberado el tragar, carraspeó y entonó con el vozarrón propio de un hombre de su constitución:

-Hombre muy devoto y sabio es vuestra excelencia. San Francisco, que hubiera sido más frugal, nos recuerda siempre la importancia de las obras pías, bajo cuyos auspicios ha sido posible una reunión como aquesta. Decidme, excelencia, ¿Está de visita por Madrid, o es frecuente en la Villa y Corte?

La pregunta iba relacionada con su acompañante, al cual miró un momento. Su ropa con ciertos aires moriscos no le placía demasiado, aunque pacía hombre de calidad, por lo que procuró no resultar grosero. Valenciano, quizá. No hacía mucho que por allí habían salido los últimos.

Vuelto ya del aparte con Jorge, responde el caballero:

Mucho os agradezco, padre, que me tratéis de excelencia, pero tan solo soy un mero milites Christi*. Soy el padre Aguirre, società Iesu**, y de hecho vivo aquí en Madrid.

Hace una pausa y mira en derredor antes de continuar. Pero no hablemos tanto en lugar tan público. Vuestro compañero os informará de más cosas y mañana, si os place, nos veremos a la hora del desayuno.

Con eso, ambos comensales se levantan de la mesa y abandonan la taberna, saludando cortesmente al salir.

Escuchó el apunte, y asintió, sonriente. Alzó la jarra, aunque estaba vacía, a modo de homenaje.

-Jesuíta, como no. De ahí la sabiduría. Grandes y buenos recuerdos guardo del Colegio Imperial. Cuidense vuesas mercedes, y les tomo la palabra.

Luego miró en dirección al tabernero, esperando la llegada de las nuevas jarras. Ahora que el comer se estaba acabando, era preciso regar todo aquello, en salutífera mezcla. Ya que como se decía, nada mejor para alejar pestes y miasmas que el buen comer y el mejor beber. Y, de momento, parecía que le estaba funcionando a las mil maravillas.

Francisco realmente los temas de la iglesia no le interesaban mucho, aunque cuando sus mercedes reducían el peso de sus bolsas, para llegar su estomago, siempre era bien venido. El realmente presto más atención a aquel hombre que no se acerco y a la razón de porque un desconocido invitaba de esa forma a unos hombre desconocido, poco a poco se iría dando cuenta que realmente algo quería, y uno de nosotros lo conocía, y este nos informaría, pero… de que y quien.

Así que una vez que aquel hombre se fue, intrigado pregunto:
-No sé bien a qué se refería nuestro amigo Sebastián, pero yo desde luego no he sido capaz de develar sus intenciones y a que se refería con vuestro compañero nos informaría.

Algo hacia que se le erizase el pelo como a un gato en celo, y ahora mismo se sentía poco cómodo en aquel lugar

Luego de clavarle la mirada al augusto forastero, mientras éste se retira, y a su viejo director,  Alicio levanta su copa y declara, en una de sus contadas intervenciones (sorprendidos quedan todos por lo usual taciturno de su amigo, quien ahora exclama a viva voz), con su tenor de "barítono carraspeado":

¡En buena hora nos encontramos en tan ilustrísima compañía, camaradas; no uno sino dos representantes de La Providencia - además de mis amigos entrañables -, haciéndole compañía a éste pobre bruto! Se señala con el vaso; ¡un brindis por esta afortunada reunión! ... ¡Tan feliz me hallo que  no intercambiaría ni todo el oro de las Indias por este momento plasmar en el tiempo! ... ¡una ronda más invito! 

Y dirigiéndose a la servidumbre del lugar: ¡Mozo, otra ronda!

Sus enormes ojos marrones brillan, casi líquido con la emoción apretando por dentro.

Pedro alejado de la cabecera de la mesa y mas interesado en las manjares que hace tiempo no disfruta presta poca atención a sus visitantes , pero las palabras jarras e invitación hace que centre su mirada unos instantes en los visitantes . Pero solo unos instantes ya que el insaciable Ataúlfo esta rapiñando los platos .

Ataúlfo , Pater no pierde usted instante en limpiar los platos ni cuando casca con los iguales . Bromea el joven Pedro sin dejar miga viuda ni plato sin rebañar .

Valentín comía rápido, tanto que de vez en cuando sobrevenían toses y esputos que limpiaba discretamente con la manga de la camisa sucia; que aunque ese día tocara camisa limpia no andaba el zagal como para elegir entre dos. Entre respiro y vuelta al yantar tragaba vino, ya de esta o aquella calidad pues cuando no se come más que para no irse de hambruna, no es menester ser pejiguero.

Las palabras de Pedro produjeron una abrupta risa al muchacho que pronto disimulo tornando el gesto en vergüenza y pidiendo perdón al pater con es gesto agachado de la cabeza.

Siguió comiendo un rato apurando las pocas sobras y limpiando los platos hasta que todos acabaron mirandole, quizá esperando a que terminara para iniciar la charla. Una vez acabado retiró el plato sonrió y disimuló un gesto de saciedad; hubiera seguido comiendo pero el resto quizá pensaran que malcomía de sobras, que aunque era en parte cierto no debía parecerlo.

El joven Jorge vuelve de hablar con el extraño, y parece abrumado y confuso. Se sienta pesadamente en la silla en la que estaba antes de marcharse de la mesa, y después de aclararse un poco la cabeza comenta a sus compañeros:

"Miren ustedes que es raro lo que que me ha contado el jesuita, que además de llamarme caballero y nosecuantas otras zarandajas quiere que hablemos con él después de la misa de ocho en San Felipe. A eso de las once dice que podrá atendernos y que, sin estar prohibido, puede ser peligroso el trabajito que nos tiene preparado. Que a más manos mejor, que paga bien, y lo ha acompañado todo de tales palabras que yo creo que es un primo que necesita cualquier encargo para manos sucias. Dios sabe que yo estaré a las once, y si partimos lo ganado a partes iguales me placería estar con alguno de ustedes."

La comida de la boca de Pedro casi retorna al plato al abrir el joven tanto la boca de la sorpresa que las palabras de su compañero le provocan .

Y a mi me placeria estar , con mis manos , si hay cuartos que meter en la bolsa puedes contar .

-Francisco: Con esto mis cuestiones quedan resueltas, algo mas diría el hombre este. Si paga bien sin duda alguna que yo andaré por esos caminos .

Alicio se limpia la boca, con su último bocado.

Me preocupa, camaradas, ese "de Moro."  ¿Será la última moda en esta Villa y Corte esos trajes?  Me recuerda a los árabes profanos negreros con los que tuve que lidiar - gente menos que gente.  Animales.  Ahora un castizo imitándoles, y otro de acompañante... ¿A dónde va a ir el mundo Señor?

Se recuesta en su silla, disfrutando de las bebidas y de la buena compañía de sus amigos leales, sus ojos refulgiendo, como los de aquellos felinos nocturnos.