Partida Rol por web

Dentro del laberinto

⫷ Capítulo 1: Los muros de piedra ⫸

Cargando editor
26/05/2022, 16:18
Reina de los Goblins

Capítulo 1: Los muros de piedra

 

Los altos muros proyectaban sombras largas y siniestras, un déjà vu se escondía detrás de cada esquina y la extrañeza bombardeaba los sentidos. Desde la colina en la que nuestros héroes se alzaban, el Laberinto se extendía ante ellos en su totalidad, vasto e imposible. 

Cargando editor
26/05/2022, 16:21
Reina de los Goblins

 

Los porteros

 

Amanecía. El Laberinto se extendía a los pies del grupo, arrastrándose sobre las colinas que rodeaban el Castillo de la Reina de los Goblins. Había sido muy clara: si querían recuperar lo robado debían llegar al centro de su castillo, antes de que el reloj llegase al trece. De otro modo, Nicolasín se convertiría en un goblin, el té en manzanilla aguada y el río en un descampado.

Descendiendo la pendiente, se dieron contra un muro, al otro lado del cual se encontraba el primer anillo del Laberinto, el dédalo de pasillos de piedra que habían divisado desde lo alto de la colina. Muy cerca, había un estanque rectangular, empedrado y lleno de agua salobre. No se divisaba ninguna puerta ni apertura. Tampoco había huellas sobre la arena. 

 

Cargando editor
26/05/2022, 16:25
Gloam

Mientras nuestros héroes se acercaban, empezaron a escuchar dos voces llamándolos al pie del muro.

—¡Eh, eh! ¡Vosotros! —El que así hablaba era un enano regordete que caminaba balanceándose—. ¿Queréis entrar al Laberinto? Conozco una puerta secreta. 

 

Cargando editor
26/05/2022, 17:02
Loma

—Yooo… taaambieeén… conooozco… —Se trataba de una bestia cornuda de pelaje oscuro, del tipo nocturno, curiosamente las más aterradoras en aspecto al mismo tiempo que las más amables. Hablaba muy muy despaaacio, alargando las letras—… Miiii pueeerta… 

Cargando editor
27/05/2022, 19:45
Doña Agustina

Doña Agustina se asomó de su casa-cuenco, desde lo alto de la cabeza de Molsa, para mirar el laberinto y empezó a refunfuñar mientras masticaba las palabras.

Todo es culpa de ese Nicolasín. La juventud hoy en día nos lleva por el camino de la perdición. Si no hubiera criticado mi té no estaríamos aquí. ¡Manzanilla aguada! ¡Manzanilla aguada! Esa Reina de los Goblins es una mujer malvada, ¡una fresca! Como la agarre yo a esa le voy a decir cuatro cosas, pues no te digo yo.

Se ajustó la bufanda que llevaba al cuello y miró hacia dentro de su casa-cuenco, que tenía primorosamente decorada con pequeños marcos que contenían obras de ganchillo en los cuales se veían retratos de pequeños gusanitos. Ella decía que eran sus nietos, pero cada vez que los describía se inventaba nombres distintos, pues no recordaba sus nombres:

«Este es Tomasito, que es un trasto y está todo el día subiendo por los techos», decía un día sobre uno de esos retratos y, al día siguiente, sobre el mismo retrato decía: «Este es Rodolfillo, más majo que las pesetillas, que compone cancioncillas para su abuela Agustina todos los domingos», y luego un poco más tarde sobre el mismo: «Este es Genarín, que pierde siempre la bufanda y tengo que tejerle una nueva todas las semanas».

Al mirar, como decía, hacia su casa-cuenco, lamentó una ausencia que era un vacío enorme: su tetera, su linda y oronda tetera, que siempre destacaba en la alacena, había desaparecido, robada por esos horribles goblins.

Y ahora cómo vamos a tener las reuniones del té a las cinco en punto. Ya te digo yo que estos jóvenes no respetan nada. Como la Rodolfa, que va por ahí contoneando sus bultos gusanos a las cinco en punto todos los días, en lugar de estar resguardada en casa tomando su tecito. Menuda es la Rodolfa. ¿O esa era Brunilda? Ah, otra fresca. ¡Otra fresca! ¡Todas frescas!

Al fin, cuando llegaron al pie del laberinto, en el cual no se veía ninguna puerta, doña Agustina se fijó en aquellos dos que les hablaban, el enano y la bestia.

Que si quiero entrar en el laberinto, dice —refunfuñó entre dientes—, pues no te parece, a qué voy a venir si no.

Tomó la palabra desde lo alto de la cabeza de Molsa, una voz aguda, chillona y pequeña como ella misma, aunque un poco cascadita, pues ya era una señora mayor.

¡Pues claro que queremos entrar al laberinto! ¡Nos han robado el té y tenemos que recuperarlo! A ver, jovencitos, que ya me diréis cómo hacemos las reuniones del té a las cinco en punto si no tenemos té. No, no, no, no, no, ¡esto es un atropello! ¡No se respeta nada hoy en día!

Cargando editor
28/05/2022, 07:30
Sir Globz

—¡Qué desgracia, qué desgracia!. Todavía no me lo creo.  Sin ninguna razón, alguien debió desear que se llevaran el río. Pura maldad. Seguro que fue Nicosalín, antes de que se lo llevara la reina de los Goblins. ¡Cuando le hayamos rescatado se va a enterar! Ese, ese... ¡Humano! Siempre bañándose en el río. ¡O saltándolo!

Globz se quejaba amargamente de sus recientes desgracias, de la misma manera en que lo hacía de desgracias no tan recientes o, incluso de desgracias que ya apenas recordaba.  Únicamente el tono chillón y lo dramático de sus quejas separaban sus palabras de lo que podría considerarse un refunfuñar.

Ahora el río es una cosa sucia y fea, ni suena ni canta ni baila, ni brilla cuando hay sol, o luna o estrellas. No hay bichos, ni gusanos, ni pájaros peleándose por encima del agua, ni peces comiéndose unos a otros por debajo. Y ahora tengo que vigilar eso¿Quién quiere vigilar eso? —Gimoteó un poco mientras señalaba, más o menos, en la dirección en que debía estar el río —. Por no hablar del té.  Sin té los ojos se me cierran y la vigilancia se vuelve un trabajo durísimo, más cosa de enanos y de humanos que de goblins.  Además, la señora Agusanita no hace más que llorar, llorar y refunllorar y yo no puedo aguantarlo más. ¡Qué desgracia!

Calló durante menos de un minuto al ver, tras un recodo del camino, el familiar muro que contenía el laberinto.  Se estremeció de miedo.

Es verdad que las serpientes marinas de río ya no pueden llegar hasta el puente, pero seguro que hay cosas peores, cosas que se arrastran. Las cosas que se arrastran dan mucho miedo.  Y grima y asco y repelús... pero sobretodo miedo.  Casi tanto como Molsa si la tomas como un montón de hierba en la que echar una cabezada.  O cuando piensas que te va a pisar, o cuando hace esa cosa que hace con la boca

Alzó la vista hacia la cara de Molsa, allá en lo alto.  Tan alto que seguro que no le había oído.  Y tanto miró y miró a Molsa que no vio a las dos criaturas que se encontraban junto al muro hasta que éstas les hablaron.

—¡Uahhhhy! ¡Una bestia cornuda! —dio un brinco altísimo, por encima de Molsa, y se agarró al verde pelaje, más parecido a mullida hierba que a pelaje, de su espalda. Desde el refugio que suponía la amable bestia, se asomó, con mirada acusadora, para enterarse de lo que pasaba.

Shhhh. Sii, decirles que queremos entrar. Eso queremos.  Pero nada de atajos.  Eso nunca acaba bien.  Más bien acaba mal, como le pasó a mi primo Grolz.  ¡Y no le digais que estoy aquí! Nadie quiere a los pobres goblins.

Cargando editor
28/05/2022, 07:51
Sir Arthur el amarillo

—¡Qué desgracia que vaya a convertirse en goblin si a tiempo no llegamos!—exclamó Sir Arthur el amarillo cuando llegaron ante aquel laberinto.—Si no llegamos a tiempo, por supuesto.—repitió.—Pero llegaremos a tiempo. Lo veréis.—le dijo a nadie en particular. 

Sir Arthur el amarillo no era el más inteligente ni el más fuerte pero era un caballero valiente. Un caballero de antaño. De esos que cuando Agustina era joven, hacía demasiado tiempo, tanto que nadie lo recordaba, moraban por todo el bosque. Ahora no quedaban tantos. O al menos eso era lo que decía Sir Arthur el amarillo pues no había encontrado otro caballero de antaño en su vida.

Desde que a Nicolasín se lo había llevado la Reina de los Goblins no habían hecho más que suceder desgracias. El té desapareció, el río desapareció y mientras sus amigos sufrían por ello, Sir Arthur el amarillo veía una oportunidad nueva de enfrentarse al peligro y ser valiente, así que Sir Arthur estaba feliz, porque Sir Arthur el amarillo sabía que conseguirían resolverlo, siempre lo resolvían.

—No temáis compañeros, amigos. No temáis pues venceremos. Recuperaremos el río, el té y también a Nicolasín. Volveremos para el té de mañana Doña, no se preocupe.—trató de tranquilizarla. Sir Arthur el amarillo había comenzado el viaje a pie pero luego se había subido como todos los demás sobre Molsa. No quería cansarse más de lo necesario y sus patitas pequeñas le hacían tener que dar muchos pasos. Pero al llegar cerca del laberinto se bajó de un salto para hacer su entrada a pie. 

Se dirigió a la bestia cornuda y al enano después de mirar a Globz y asentir ante lo que les había pedido.

—Claro que queremos pasar. Pero nada de atajos.—aventuró antes de tiempo tal vez.—Entraremos para recuperar a nuestro Nicolasín, nuestro té y nuestro río.—dijo alzando los puños en clara señal de que estaba preparado.

Cargando editor
28/05/2022, 17:21
Molsa

Molsa se había sorprendido y apenado a partes iguales, sentimientos muy complejos para que una bestia cornuda los expresase a la vez. Así que cuando se percató con lentitud de la falta de río, niño y té aquella mañana, se llevó el dedo al cuenco-sombrero que hacía de casita para doña Agustina con confusión, rascando donde debía estar su cabeza. La casita de la gusana tembló un poquito.

Oooooooooh... No naaadaaaaa... —Expresó, a tiempo que escuchaba las quejas de la gusanita que le pillaban cerca de las orejas y por tanto las escuchaba mejor que los grititos del goblin que venían de abajo.— Nicolasín amiiiiigo... —asintió convencida— Reeeeina no amiiiiga... —Negó a la par que hablaba, con cuidado de no causar demasiado terremoto allá arriba de su cabeza, cosa que tal vez no conseguía demasiado bien.— Molsa ayuuuuuda... sí...

Dejó que Sir Arthur se subiese a su brazo, emprendiendo un viaje lento de pasos agigantados que recortaba distancias con rapidez a pesar de no ser tan ágil como lo sería ir volando, o correr con dos patas, o cuatro. Y al llegar miró despacito a su alrededor, agachando la mirada hacia el enano primero, levantándola hacia la otra bestia después moviendo las pequeñas orejitas que colgaban escondidas entre tanto musgo.

— ¿Tuuuu amigooo? —Preguntó al otro ser levantando uno de sus enormes dedos para señalarlo mientras el amigo Globz se encaramaba a su espalda asustado.— Querer pasaaaar... Sir decir bien, nosooootros ayudar amiiiigos —dijo asintiendo, orgullosa de sus palabras, para ser un monstruo del bosque solitario era bastante parlanchina, entonces señaló el estanque—. ¿Agua bueeeena? Aaaagua ser bueeena plaaaantas, sí... Yo plantas.

Cargando editor
28/05/2022, 22:10
Loma

—Aguuuuaaaa bueeeeena —respondió la bestia cornuda a su semejante, hablando tan despacio como Molsa—. Miiii pueeeerta tambiéeeen bueeeeena. No ataaaaajo —aseguró.

Se movió un poco, para mostrarles que lo que parecía un trozo de pared detrás de ella era, en realidad, una puerta de piedra tallada, cubierta de musgo. 

Debeeeeéis haaaacer lo maaaás saaaaabio —sugirió.

Cargando editor
28/05/2022, 22:26
Gloam

—Oh, no —intervino el enano, dando un paso bamboleante hacia ellos—. Debéis hacer lo inteligente. Mi puerta es mucho mejor y tampoco es ningún atajo. 

Tras él, dejaba ver una puerta de madera vieja y metal corroído. 

—No hay duda posible, debéis entrar por mi puerta.

Cargando editor
29/05/2022, 02:07
Doña Agustina

Doña Agustina sintió su casa-cuenco temblar cuando Molsa se movió para negar que la Reina de los Goblins fuera su amiga. Aferró sus múltiples patas a los pelos-hierba de la bestia.

Amigo, amigo, dice —refunfuñó—. Los amigos no critican el té. ¿Quién criticaría el té? ¡Un fresco! Pffff… —Escuchó al goblin decir algo que lo hizo mirarlo desde arriba—. ¡Eh, señor Globz, yo no refunlloro! Cómo se le ocurre decir semejante barbaridad, esta juventud no respeta las arrugas ya. ¡Fresco!

Pero, en fin, no era cosa de enzarzarse en discusiones interminables con aquella panda de jovencitos frescales —bueno, menos sir Arthur, que era un caballero de antaño, de los que ya no quedan, y eso lo convertía en alguien respetable, él no era ni un jovencito ni un fresco—. Escuchó doña Agustina a aquellos dos seres ofreciéndoles entrada al laberinto y ya empezó a refunfuñar para sí, aunque como casi todos estaban subidos a Molsa en ese momento, podrían escucharla.

Vaya usted a fiarse de un enano. ¿Quién se podría fiar de un enano? Nunca he visto a un enano tomar té. Mala señal. No, no, no, si no toman té es que son unos frescos y no son de fiar. Pero la bestia se parece a Molsa y a Molsa sí le gusta el té, aunque me rompió mi tacita, pero le gusta el té. Sí, yo creo que mejor entrar por la puerta de la bestia, no me puedo fiar de un enano fresco. ¡Ni siquiera tiene una bufanda! —Agarrándose un poco más fuerte a los pelos-hierba de Molsa, se asomó para gritar al enano—: ¡Fresco!

Cargando editor
29/05/2022, 08:35
Sir Globz

¿Qué había de malo en ser un goblin? No veía tanta desgracia en que Nicolanís se convirtiera en uno.  Pero claro, naaaaadie quería a los goblins.  Que si nuestras voces eran chillonas, que si teníamos demasiados colmillos y cuernos o demasiado pocos, que si nos gustaba chinchar, molestar y pellizcar. Que si nos gustaba demasiado bailar, cantar y que si hacíamos demasiadas fiestas, aunque tooodos se apuntaban cada vez que celebrábamos una.

Globz miró alternativamente a la terrorífica bestia cornuda y al sospechoso enano y volvió a refugiarse tras el corpachón verde. En voz bajita, para que sólo le pudieran oír los que estaban cerca de Molsa, incluída ella, dijo:

He conocido muchos enanos, como Gumersindo, que reparaba los pasadizos del laberinto, un enano muy simpático, para ser enano, al que, por cierto, una vez le gastamos una broma tan gorda que se le puso la cara de color púrpura y no paraba de repetir «Mis baldosas, mis queridas baldosas», teníais que haberle visto la cara. Vaya tiempos aquellos, cómo nos reímos. También conocí a otros como Candelario y Donaciano, ya os contaré luego, es para partirse. 

»Pues bueno, escuchadme, ninguno de ellos tendrían una puerta que fuera suya así de desvenjicada.  Menudos son con esas cosas, los enanos.

—No me fío ni un pelo del enano. —miró a Doña Amustina y asintió, asomándose de nuevo para mirar de arriba a abajo al enano —. Algo fresco si que parece, si.

 

Cargando editor
29/05/2022, 13:09
Molsa

Molsa cuando escuchó a Doña agustina, miró al enano ladeando la cabeza, hacia un lado y luego hacia el otro. Menos mal que la señora ya estaba un poco acostumbrada y seguro ya ni se mareaba ni nada.

¿Noooo té? —Preguntó mirando al enano, aunque no tardó en emitir un sonidito lastimero cuando escuchó lo de la taza rota, siguió el hilo de la conversación.— Té bueeeeeno, yo té, mmmmmm... —Dijo dándose golpecitos en el estómago.— Puerta amiiiigo buena, puerta saaaabios... 

Aunque se podía considerar que de sabia lo único que tenía molsa era la savia de sus plantitas, que sonaba igual pero eran cosas diferentes. Movió las orejitas para escuchar mejor a Globz y él era también su amigo así que debía tener toda la razón del mundo si conocía tantos enanos. Así que se fijó en el óxido y en la madera muerta y poco tratada y negó, señalando hacia la otra. 

— Puerta pieeeeedra y plantas bueeeenas, sí... 

Cargando editor
29/05/2022, 14:08
Sir Arthur el amarillo

Sir Arthur el amarillo escuchó lo que aquellos guardianes de puertas les estaban contando. Al principio pensó que la puerta del enano era la más adecuada pero luego pensó que la de la bestia cornuda. Volvió a valorar la del enano como la mejor posibilidad pero al ver que todos sus amigos parecían tenerlo claro, movió sus puños en dirección hacia el enano.

—Siiii Si, no sois buenos no. Seguro que es atajo o trampa. Tenéis razón.—dijo hinchando el pecho.—Vamos por la puerta de la bestia, está decidido.—dijo sin realmente decidir nada ya que sus compañeros lo habían decidido y no habría conseguido hacerles cambiar de parecer, pero claro eso ellos no lo sabían.

Comenzó a caminar hacia la puerta de la bestia cornuda.

—Vamos a recuperar a Nicolasín! —dijo emocionado y con valor.—También el río.—miró a Globz.—También el té.—miró a la Doña.—No hay tiempo que perder!

- Tiradas (1)
Cargando editor
29/05/2022, 14:53
Reina de los Goblins

¡Estaban decididos! Aquella puerta desgastada y oxidada custodiada por un enano tan fresco no les había gustado en absoluto; mucho mejor era a sus ojos la puerta de piedra tallada, con su musguito y su bestia cornuda. 

Así que esa fue la que atravesaron, la puerta de Loma, dejando atrás aquella entrada, aquel estanque y a los dos porteros. Una vez hubieron pasado, la puerta elegida se cerró a sus espaldas, volviéndose invisible en el muro.

Ante ellos se abría un largo pasillo hacia la izquierda, de paredes cubiertas por enredaderas y con algunas briznas de hierba creciendo entre las juntas del suelo empedrado. A lo lejos se escuchaba el silbar del viento y entre las enredaderas había algunas de esas molestas hadas con dientes afilados que los enanos se afanaban en fumigar. Así que echaron a caminar y a caminar.

Cargando editor
29/05/2022, 14:59
Reina de los Goblins

Olvidadero

Caminaban y caminaban, pero no habían avanzado demasiado cuando, de pronto, escucharon un crujido seco detrás de ellos. La tierra bajo sus pies desapareció y su mundo se volvió oscuro mientras el sonido de las rocas se cernía sobre ellos. 

Al caer no se escuchaba nada, excepto el jadeo de sus alientos y el latido de sus corazones. Estaban en un olvidadero: uno de esos lugares donde se ponía a la gente y las cosas para que fuesen olvidados. 

En los muros de piedra del olvidadero había una especie de salientes en los que se abría una serie de agujeros redondos que parecían subir, pero en los que, de asomarse, estaba tan oscuro que no se veía el final1

La sala estaba completamente desordenada, con objetos de todo tipo y de otras vidas revueltos por el medio. Así, pudieron ver, por ejemplo, un cofre que guardaba una máquina de escribir2.

Una esquina de la sala parecía dedicada a los juegos de mesa tradicionales. Allí había un ajedrez, una baraja de cartas y dos confortables sillones ocupados por dos esqueletos blancos descoloridos. Parecía que se habían quedado a la mitad de una partida cuando murieron de viejos, con largas barbas tocando ya el suelo. 

Salvo nuestro grupo de buscadores y aquellos dos esqueletos, el único habitante del olvidadero era un semental blanco del tamaño de medio caballo ordinario. 

Notas de juego

1Escalar por uno de los agujeros requiere una tirada a dificultad 3.

2Rebuscar entre el desorden puede daros más objetos y pistas, pero también os costará una hora.

Cargando editor
29/05/2022, 16:27
Sir Globz

Oooh ¡qué mala pata! ¡Hemos caído en olvidarero! —miró en derredor, las paredes imposibles de escalar. — Cuando la gente olvida cosas, casi siempre acaban aquí.  A veces hasta la propia gente acaba aquí, si se olvidan de ellos.  O a lo mejor se olvidan de ellos porque los ponen aquí —se encogió de hombros —. No se mucho de estos sitios, aunque mi tío Golb decía que se podía encontrar de todo, tesoros, joyas, oro —sus ojos se abrieron codiciosos al ver los sillones —.Y llevárselos, si uno no se olvidaba de salir. 

Empezó a trastear entre las cosas.  ​​​​​​—¿Una máquina describir? no había visto una nunca, ¿Para qué servirá?—la inspeccionó un segundo y la dejó de lado —. ​​​​​Está lleno de muchísimas cosas, seguro que alguna resulta útil. —empezó a alejarse entre los objetos, fardos, bultos, cosas en general, soltando continuos "Ooohs" y "Aaahs"

​​​​​​

Cargando editor
29/05/2022, 17:52
Molsa

 Malas patas... malo, malo, muy malooo... —Asentía Molsa dándole la razón a Globz mientas se sacudía el polvo y las piedrecitas de su precioso musgo.— ¿Ooooro? Oro piedra.

Para la monstruo una pepita de oro era solo otra roca más y no entendía muy bien el valor que le daban los humanos y otros seres. Se rascó el cuenquito mientras echaba un vistazo curiosa y al ver al caballo en miniatura se apartó unos pasos de él asustada haciéndole una señal con la mano para que ni se le ocurriese acercarse a su espesura. Siempre intentaban comerse su musgo. Clonch, clinc... Sonó a su lado cayendo la máquina casi a los pies de Molsa al ser descartada por su amigo.

— Oooooh escribiiiiir... —Agarró el aparato por la palanca de retroceso levantándola en el aire para observarla mejor.— Leeeeetras, yo sé.

Molsa había visto letras muchas veces, incluso sabía para qué servían porque Nicolasín le había enseñado que formaban palabras, lo que no sabía era cómo se juntaban para formarlas ni cómo se pronunciaban la mayoría de ellas excepto una. Dejó caer su trasero hasta el suelo, formando un pequeño estruendo y colocó la máquina con cuidadito delante de ella de nuevo, observando las letras ladeando la cabeza. Y llevó la uñita de su enorme dedo para presionar aquella que parecía una tienda de campaña. De esas había visto muchas en el bosque.

Aaaaaaaaa... —Iba diciendo mientras presionaba la tecla y su enorme dedo a su vez bajaba las de alrededor un poco, la Q, la S, la Z y hasta una tecla que no tenía nada escrito.— Letras.

Cargando editor
29/05/2022, 18:29
Reina de los Goblins

Cuando Molsa pulsó la letra «a» de la máquina de escribir surgió una vocecilla que dijo con suavidad:

—Ascapar.

Cargando editor
29/05/2022, 18:31
Doña Agustina

Doña Agustina se había agarrado muy firmemente a los pelos-hierba de Molsa mientras resbalaban hasta caer en aquel lugar oscuro. A decir verdad, no era un mal sitio, pues se parecía a su propia casa, esa que había dejado atrás hacía un tiempo y cuyo camino de vuelta había olvidado. Incluso, era más grande que su casa. Demasiado grande, quizá.

Buenos días, buenos días, jovencitos —saludó a los esqueletos—. ¿Tenéis té?

Esa era la prueba de fuego, claro. Si tenían té, doña Agustina no vería razón alguna para marcharse de allí. Podrían seguir viviendo tranquilamente en ese agujero felizmente los cuatro. Sin embargo, al ver que el tiempo pasaba y los esqueletos no sólo no respondían, sino que ni siquiera se dignaban mirarla, frunció el ceño enojada.

¡Oh! ¡Pero qué costumbres son estas! ¡Cuando una señora pregunta hay que contestar, frescos! Esta juventud de hoy en día ha perdido los modales, ¿a dónde iremos a parar?

Entonces escuchó a Globz mencionar aquello del olvidarero y una lucecita se encendió en la cabeza de doña Agustina. Mientras bajaba por Molsa hasta el suelo, empezó a decir:

Oh, entonces seguro que por aquí está la aguja que perdí.

Mientras se acercaba a los trastos para ver si encontraba su aguja, escuchó la vocecilla que dijo «Ascapar». Se giró al goblin y le dijo:

Pero jovencito, creí que habías dicho que querías buscar tesoros. ¿Ahora quieres escapar?

Globz era el único que podía decir algo así, pues decía mal las palabras todo el rato, como el nombre de la señora gusana, que lo confundía continuamente. Doña Agustina miró los agujeros que subían y se rascó la cabeza con dos de sus patitas:

Yo puedo subir por ahí fácilmente para escapar, pero quizá debería recuperar mi aguja primero. ¿Dónde la vi por última vez? —empezó a mascullar—. Me levanté a ver si el agua ya estaba caliente y entonces saqué unas galletitas del horno, apagué el fuego, justo en ese momento doña Hermenegilda se asomó por la ventana y empezamos a hablar de lo fresco que es Rupertín, el hijo de la Mañueca, que menudo es, mira que hablar de esa manera a su madre, nonononono, el mundo está patas arriba, dónde iremos a parar. ¿Dónde estaba? —dijo de pronto en voz más alta, olvidando completamente que estaba tratando de pensar dónde había dejado la aguja—. ¡Ah, sí, escapar! Veamos, veamos.

Se acercó arrastrándose como buena y decente señora gusana hasta uno de los agujeros y miró hacia arriba, sin saber muy bien si debía escapar o si debía quedarse allí con sus amigos.