Partida Rol por web

Gogri se mantuvo con los brazos cruzados para no demostrar el nerviosismo que le provocaba la presencia cercana de un combate. El hormigueo en manos y pies le obligaba a patear el suelo y a tamborilear con los dedos en los codos, una melodía que a fuerza de repetir con los años, imitaba los graves cánticos llenos de eco de su tierra.

No habló durante la liza, sino que gruñía ante los movimientos de los implicados, suspiraba en otros casos, silbaba quedo para sí mismo o asentía con la cabeza, especialmente ante los avances de Aiden.

Se apartó un momento de su contendiente tras aquel intenso primer asalto. No portaba ni un rasguño, ni el más ligero dolor por los envites de su rival. Era claro que los dioses estaban de su lado, querían que venciese y limpiase su nombre ye el de sus compañeros. Se resistió a pensar que estaba siendo fácil, nunca lo era, y las cosas podían torcerse en cualquier momento. Las cosas llevaban el rumbo que necesitaba, pero aun faltaba mucho por hacer. 

Se lanzó de nuevo sobre su oponente, con rapidez en esta ocasión, buscando acabar el combate. Medio trabajo ya estaba hecho, y no quería que aquello se alargara lo suficiente como para darle al Justicia la posibilidad de rehacerse y ponerlo contra las cuerdas. 

El golpe cruzado de Aiden salió desviado por la armadura, con un tañido pero poco más, ni siquiera pareció hacer vibrar el tabardo de malla debajo de las placas de metal. Inmediatamente el hijo del conde trató de decapitar a su oponente desequilibrado por el fallo, pero fue tan lento que hacía tiempo que había superado su posición cuando por fin descargó la hoja.

El contraataque del paladín no se hizo esperar y con un tremendo mandoble envió al noble trastabillando de vuelta hacia atrás para evitar ser destripado, la hoja se hincó en la armadura y sólo en el último momento el Justicia pudo lanzar un revés. La espada golpeó en la cara a Aiden, haciéndole retroceder antes de poder completar la muerte del rival, la cabeza le resonaba por el topetazo en el yelmo, pero seguía pudiendo pelear porque apenas era una molestia.

El guerrero sagrado, en cualquier caso, había recuperado la iniciativa al dar sus pasos atrás y volvió a embestir con certeza. Su espada superó el escudo y se hincó profundamente en una de las aberturas que había creado antes en la armadura. Su hoja se tiñó de sangre, el Justicia tenía los ojos desorbitados de miedo y dolor. Pero en un acto supremo de voluntad, fruto de quien se sabe condenado pase lo que pase, aprovechó la cercanía para acuchillar a su vez a Aiden entre dos placas de metal, aunque el joven consiguió trabar los gavilanes de la espada del rival con su escudo y evitar que lo ensartara.

Un par de golpes recibidos le hicieron retroceder. Le dolía la cabeza, le dolía el costado... por suerte no era serio, pero aquello igualaba un poco la justa. No se puso nervioso, no dejó que la furia lo poseyese como parecía pasarle a su adversario. Eso no era lo que le habían enseñado, ni su orden, ni ella... No iba a dejarse llevar por la brutalidad. El juicio estaba casi terminado, pero el veredicto se resistía. 

Con la mirada algo nublada por el golpe en la cabeza retomó el ataque tratando de aprovechar la falta de templanza de su adversario, pero sus golpes no fueron los mejores. Aquella pequeña herida del costado y aquel golpe en la cabeza le incomodaban, entorpecían sus movimientos. 

Iba a necesitar abstraerse de aquello si no quería que la situación se pusiese en su contra... 

Aiden y el Justicia intercambiaron una serie de golpes que rebotaron inofensivos contra sus respectivas armaduras. La duración del combate hacía mella en los dos combatientes y sus defensas estaban cada vez más bajas, de modo que los golpes alcanzaban sus cuerpos, pero las fuerzas también eran escasas, insuficientes para superar el férreo blindaje que ambos portaban.

Entonces, en el intercambio de estocadas, el Justicia falló clamorosamente un golpe, su espada pasó muy alejada de Aiden cuando el paladín fintó acertadamente a la derecha. El noble se desequilibró, trastabillando junto a lo adversario. El guerrero sagrado aprovechó la ocasión para descerrajar un golpe descendente certero y preciso.

La armadura cedió, las placas se abrieron dejando entrar la cuchilla que llevaba tanta fuerza que atravesó la cota de malla  y el cuero de debajo como si fueran tela. El hijo del conde cayó al suelo siguiendo en impulso de la estocada, soltando la espada y el escudo, para quedarse tirado convulsionando durante unos segundos en que la arena se tiñó de sangre en una hemorragia incontenible.

El duelo había concluído. Los dioses habían hablado alto y claro.

Apenas había dejado de moverse convulsivamente el caído cuando la figura acorazada habló de nuevo con su potente voz

-"Palabra de Dios." - acto seguido se volvió hacia los soldados del Conde y añadió - "entregad a éstas personas sus posesiones y sus compensaciones" - había mirado al balcón, en dirección al conde con sus últimas palabras - "yo partiré ahora a seguir mi encomienda." 

Y con esas se giró en dirección a los establos y se marchó sin más ceremonia.

Mientras el Justicar sentenciaba y se retiraba pudieron ver como el Conde tenía el rostro crispado por la contención y los nudillos blancos de tanto apretar la barandilla. Cuando habló para ordenar a sus hombres que cumplieran las instrucciones su voz era puro hielo y tan suave que costaba oírla.

La hija del duque, por su parte, estaba blanca y, por primera vez desde que la habían visto, silenciosa como si no tuviera lengua. 

Hubo un incómodo silencio mientras los soldados traían sus enseres y pequeños saquillos con las monedas que les había concedido la sentencia del Justicar.

Mientras el Justicar sentenciaba y se retiraba pudieron ver como el Conde tenía el rostro crispado por la contención y los nudillos blancos de tanto apretar la barandilla. Cuando habló para ordenar a sus hombres que cumplieran las instrucciones su voz era puro hielo y tan suave que costaba oírla.

La hija del duque, por su parte, estaba blanca y, por primera vez desde que la habían visto, silenciosa como si no tuviera lengua. 

Hubo un incómodo silencio mientras los soldados traían sus enseres y pequeños saquillos con las monedas que les había concedido la sentencia del Justicar.

Dejó en el suelo su espada y su escudo cuando el Justicar decretó el final del juicio. Al fin había acabado, aquella farsa había acabado. Era libre, sus compañeros eran libres y la verdad había prevalecido. Al fin podrían hacer lo que habían ido a hacer.

Pero no estaba contento. Había quitado una vida, una vida que podría haberse salvado con un poco de calma y cordura. Sabía que iba a tener que hacerlo desde el momento en que se presentó voluntario para el Juicio Sagrado. Sabía que iba a ser él, o todos ellos. Sabía que de haber perdido no solo ellos habrían estado condenados, sino que todas aquellas a quienes buscaban lo estarían también. Pero eso no hacía que fuese fácil. Puede que en otro tiempo, siendo más joven, antes de Gina… puede que en ese tiempo hubiese sido más fácil, pero ya no. Ya no lo era nunca.

Se acercó al cadáver. Se detuvo a su lado y permaneció allí en silencio algunos segundos, en pie, con los ojos cerrados. Rezaba en silencio una plegaria por su alma. Porque tuviese la oportunidad de redimirse en otra vida. Apenas había tenido oportunidad de conocerle, solo había visto sus errores y sus crímenes, su obcecación por continuar aquella senda. Pero eso no significaba que su vida no tuviese valor. No significaba que siempre hubiese sido así, o que siempre fuese a serlo. No significaba que no fuese capaz de llevar a cabo buenos actos. Quitar una vida siempre le resultaba difícil, y en este caso no era menos.

Cuando acabó recogió sus cosas y abandonó el patio de armas para reunirse con sus compañeros. 

-Ha terminado - anunció con sequedad cuando los alcanzó

Alex se habría puesto a bailar encima del cadáver del Justicia si fuese otro tipo de persona. Por suerte, no era otro tipo de persona.

Había quedado una cosa clara tras todo aquello y era que los secuestradores no eran el mayor problema de Puerta de Plata. Sino la clase poderosa era el mayor problema de Puerta de Plata. No quería ni pensar en si aquel estúpido retraso lleno de trabas podría haber repercutido negativamente en el tiempo que tenían para hallar a las mujeres secuestradas... porque si le había pasado algo a su hermana al Conde no lo iba a librar ni un ejército, cambio de plano o la misma caridad de Ilmater de la soberana paliza de muerte que le daría.

Allí hacía falta toda la ayuda posible.

Por más que odiase el tener que recurrir a su madre, en aquella ocasión no era su orgullo lo que estaba en juego, eran vidas humanas. Y Alex era bien capaz de tragarse su orgullo cuando la vida de otros estaba en juego. Lo mejor iba a ser que tanto ella como Xelaver compartiesen la investigación con Alondra. No tenía el sobrenombre de la ciudad por nada, las gentes de aquel sitio guardaban más que buenos recuerdos de ella y cualquier cosa que ayudase a allanar el camino podría ser vital para la supervivencia de las prisioneras.

Aquellos compañeros eran buenas personas pero dos grupos podrían cubrir más espacio e investigación que uno aunque no llegasen a coincidir. Y si a uno le pasaba algo, el otro podría enterarse desde fuera y ayudarlo indirectamente como les acababa de ocurrir con esos ciudadanos agradecidos que habían hecho llamar a la duquesa delacor... delacrux... ¡como rayos se llamase!

—Chicos, disculpad... pero creo que mi hermano y yo vamos a hacer un viaje rápido a Puerta del Duque—comentó mientras recogía el estoque (SU estoque) de las manos de un guardia que no merecía ni tocar la empuñadura—. Necesitamos toda la ayuda que podamos reunir para esto y creo que sé donde encontrarla. Me niego a que ningún pisaverde o a saber los dioses qué se vuelva a interponer en nuestro camino. Eso sí, si encontráis antes a esos secuestradores, ni se os ocurra dejaros matar o me enfadaré de verdad.

Guiñó un ojo y sonrió de lado.

—Y descuidad, si quienes encontramos a las mujeres antes somos nosotros, os lo haremos saber enseguida. No permitiremos que les pase nada.

El enano había permanecido todo el combate, y sus postrimerías, en respetuoso silencio. El muerto, según los escritos antiguos, merecía un tránsito pacífico al lugar donde sus dioses tuvieran a bien encomendarlo. Escuchó con la misma tranquilidad las palabras de la mujer, a las que no opuso objeción alguna. Solo al final, cuando el reposo tras la contienda había dado paso a la calma, comentó.

-Bien, ¿y ahora qué?

Gogri hablaba a sus compañeros. Poco le importaban los teatreros que poseían las zonas altas de esa ciudad. No les habían traído más que retrasos.

El combate había acabado, y nuestro paladín había salido victorioso, aunque no parecía demasiado contento con lo que había tenido que hacer. Así que en lugar de decirle nada, me contento con apoyar timidamente una mano en su hombro y dedicarle una sonrisa de ánimo.

Mientras recojo mis pertenencias, me giro hacia Alexandra al escuchar su propuesta.- Toda ayuda que puedas conseguir será bienvenida. Id con cuidado, nosotros aqui trataremos de averiguar todo lo posible. Buena suerte.- Luego me dirijo al resto de compañeros.- ¿Pensais que sería una tontería si pedimos el apoyo de la dama? Los nobles nunca han sido de mi agrado, pero parece que está de nuestra parte, y podría ser un elemento muy útil en nuestras pesquisas...

El Conde, en lo alto de la torre, desde su balconada, se cansó pronto una vez que los aventureros tuvieron sus pertenencias e indemnizaciones. Con voz fría como el hielo y odio en la mirada se dirigió a la multitud congregada a sus pies y, aunque sus palabras se referían más a ellos, la mirada de hielo se clavaba más en Margueritte, como si la retase a contradecirle.

-“Las leyes de Su Excelencia el Duque sobre la forma de juzgar los crímenes pueden marcar lo que su hija y el Justicar digan. Pero las leyes universales se siguen aplicando. Y, como Señor de éstas tierras, nada me impide decretar destierro contra quien me plazca. O, en éste caso, quien no me plazca.” – hizo una pausa, tras la cual su voz sonó como el veneno – “Y eso es lo que decido, éstas… personas, no son gratas a mi presencia en mi señorío. Entiendo que no podrán abandonar la ciudad antes del toque de queda, pero si mañana cuando el sol salga sobre el horizonte siguen en mis tierras, me cobraré la vida de mi hijo con las suyas. Puesto que es mi voluntad y mi privilegio designarlas desterradas del Condado de Puerta de Plata, que me pertenece.”

La futura duquesa tenía una cierta rabia en los ojos al mirar al Conde, hacia lo alto, pero se tragó cualquier posible respuesta con un bufido airado y furioso, antes de retirarse al interior de la torre se acercó a ellos y en voz baja les dijo:

-“Bien, mis honorables súbditos, bien está lo que bien acaba. Mi prioridad era que no se ejecutase a nadie sin motivo” – hizo una pausa dirigiendo una mirada triste al cadáver del Justicia que estaban cubriendo de armiño en un carro para sacarlo de allí – “Y vuestras vidas están a salvo, por ahora. Pero haríais bien en hacer caso al Conde y salir con la primera luz por las puertas de la ciudad, pues nada le impide decretar lo que ha decretado y las leyes sí le amparan en esa injusta medida. Nada hay que se pueda hacer, hoy por hoy. Si realmente tenéis asuntos ineludibles, apresuraos pero vigilad el toque de queda… Si os sorprenden en las calles por la noche…” – dejó en suspenso las consecuencias, más que obvias para todos, demoró unos segundos, por si alguien decidía dedicarle las reverencias que creía merecer por su condición de heredera del ducado y se volvió con gran floreo de faldones para retirarse a la seguridad de la fortaleza llamando a sus ayudas de cámara.

Los soldados les escoltaron fuera de la fortaleza, al distrito de mármol, donde el sol estaba bajo en el horizonte tocando ya la línea como una pelota de trapos anaranjados que se hundiera en el mar oscuro del ocaso. Las tropas mantenían un silencio taciturno, pero no les increparon ni molestaron más allá de apremiarles a salir de las murallas interiores cuanto antes. Justo cuando cerraban las rejas tras ellos, uno de los soldados con gesto triste y mirada apenada les dijo:

-“Recordad que hay toque de queda con la noche. Si os cierran las puertas del distrito superior, no tendréis dónde esconderos. Sólo hay una posada aquí arriba y es muy cara. Más de lo que os han dado de compensación. Si apreciáis vuestras vidas salid de la muralla de piedra al distrito intermedio antes de que cierren los rastrillos.”

Aiden frunció el ceño cuando el Conde decretó su destierro, pero no abrió la boca en contestación. Ya habían tenido suficientes problemas con la nobleza de la ciudad, un nuevo enfrentamiento no les ayudaría a encontrar a las desaparecidas.

Asintió cuando el soldado les recomendó salir al distrito intermedio y acto seguido se acercó a Alex.

-Aunque nuestros caminos se hayan cruzado por tan poco tiempo ha sido un honor tenerte como compañera - le dió la mano - espero que tengas suerte en tu busqueda.

Tras la despedida se volvió a los demás.

-No creo que la nobleza vaya a ayudarnos ... - respondió con tono aspero a Hank - ¿Alguno pudo averiguar algo antes de que nos encerrasen? ¿Tenemos alguna pista que seguir?

Preocupado y enfurecido por la decisión del Duque (lo cual dificultaba enormemente nuestra empresa), guardé silencio mientras nos sacaban de la fortaleza.

Una vez en el exterior, respondo al paladín con el mismo tono seco.- No pude averiguar nada más hasta el momento en que la guardia nos detuvo...-empiezo a caminar, pero me detengo en seco.- Bueno...recuerdo ahora que el tipejo que nos seguía me hizo un último comentario antes de largarse. Me dijo que en la zona (los barrios bajos) ultimamente proliferaban las perlas, que lógicamente habían descendido su valor...- Agito al momento una mano frente a mi cara.-¡Bah! Seguramente sea una tonteria, es dificil que tenga algo que ver con lo que nosotros buscamos...Imagino que viendo el poco tiempo que nos queda, me aferro a un clavo ardiendo para encontrar a mi Mara...aunque nunca se sabe.- concluyo encogiendo los hombros.

Gogri suspiró pesadamente y puso los brazos en jarras.

-Entonces, movámonos. No vamos a dejar que la mujer y su compañero se muevan por nosotros. Los enanos somos lentos al principio, pero una vez damos los primeros pasos, rara es la fuerza que nos detiene. ¡Vamos!

El enano salió de la sala y se dirigió a la calle. Allí esperó a los demás.

Disculpad. Tal vez os haga falta ayuda.- Sugirió a Alex y Xelaver. -Y os aseguro que éste que está aquí, sabe de lo que habla. Soy capaz de acertar a un gorrión a 200 pies, en pleno vuelo.- Dijo en voz muy alta para hacerse oír. -Así que no se hable más. Contad conmigo para unirme a vosotros.

Bien. Pues parece que aquí se dividen nuestros caminos. -Dice a modo de despedida al grupo escindido.

En otro orden de cosas. Antes de que todo esto sucediese, había informado a Alex y Xelaver de que creo saber de otro lugar de donde obtener algo de información. Es el hospicio donde fue criada mi hermana y puede que tengan alguna noticia de ella previa a su desaparición.- Les informó. -Digo esto porque me gustaría dirigirme hacia allí cuanto antes, no sé si querréis acompañarme. Por otro lado... no hemos llegado a obtener información de la guardia.