Partida Rol por web

Greeny se guardó las balas con gesto acostumbrado y el cuchillo en un bolsillo interior de su chaqueta. Sin embargo, el rifle se lo tendió a Ash.

- Si no tienes uno, a parte del de los ghouls, te vendrá bien para cubrirnos desde lejos. – le indicó antes de incorporarse mirando desde arriba a Amber.

- ¿Cuánto lleváis comiendo a otras personas para sobrevivir? ¿Cuántos habéis matado? – dudaba que llevaran la cuenta, pero podía ser importante al regresar al Arca.

—¿Eh? ¡Ah, sí! ¡Disculpad!

Ash salió de su ensimismamiento. Parecía enfrascado en su propio mundo, hasta habrían jurado que sus ojos centelleaban por debajo de las gafas de soldador.

Cuando se acercó, todavía algo distraído, le dio las gracias a Greeny por el rifle nuevo* y a Alfa por las balas.

—Oye, Amber, ¿reparasteis vosotros estos vehículos? ¡Son fascinantes!

Greeny se giró al palmeo de Alfa. Tardó un par de segundos en reaccionar, durante los cuales su rostro permaneció impasible. Si sentía alguna emoción por dentro no lo externalizaba. Acabó sacando el cuchillo y ofreciéndoselo por el mango a Alfa con un leve asentimiento.

Se levantó resignado ante la falta de cooperación de la moribunda, y se alejó rápido de ahí para a inspeccionar la guarida, con la esperanza de encontrar algo que resultara útil para la expedición. No hacía falta un gran hallazgo para mejorar su situación actual. Al fin y al cabo, y tras dos salidas del Arca, el balance personal era paupérrimo. No tenía ni balas, ni papeo y tampoco agua. Si más traumas físicos y mentales, y muchas horas de escritura por delante.

No hubo tiempo para que Amber contestara a las dudas de Greeny, tampoco a la pregunta que con mejor humor le lanzó Ash, porque antes de que pudiera abrir la boca para decir nada el perro de Alfa saltó a su yugular y acabó con su vida. Tal como el propio Alfa había prometido, el espectáculo no fue nada agradable. 

Terminaron de repartirse el escaso botín que les proporcionaba el cuerpo ya sin vida de Amber y Leech, más interesado en otros menesteres, se dirigió hacia los edificios del recinto con la intención de explorar en busca de algún hallazgo significativo. Ya había entrado al Kitty Nevada, el edificio blanco, durante su encuentro con Amber, y había visto cosas extrañas en su interior. Y todavía tenían dos edificios más a su disposición: el Love Ranch y el Red Light, según rezaban los llamativos carteles que tenían sobre ellos. 

Greeny no apartó la mirada cuando el perro remató a Amber. No transmitió ninguna empción ante el espectàculo. Se ñimitó a observarlo y dar unos prudentes pasos hacia atrás para que no le salpicara más sangre.
Cogió su coyote antes de dirigirse al Kitty Nevada donde poder cocinarlo, descansar, curar sus heridas y beber agua para remediar su fatiga. Necesitaba estar preparado para la próxima amenaza que enfrentasen. Solo esperaba que le diera tiempo a descansar antes de que les llegara la siguiente sorpresa.

Después de que Alfa se asegurara que esa maldita indeseable alcanzara un poético final — al fin y al cabo, ¿qué era mejor para una caníbal que morir mientras se la comían viva? — se unió al resto en la exploración. Salpicado de sangre humana que no intentó limpiar, caminó entre las ruinas de aquel asentamiento seguido de cerca del sabueso, que agitaba la cola como un ventilador tras haber saciado sus ganas de sentirse útil.

—Me voy contigo —le dijo a Greeny, cuando vio que se dirigía al interior del edificio blanco—. Habrá que revisar todo antes de pararnos a cocinar. No quiero más malditas sorpresas.

Ash apartó la mirada. Lamentó no haber podido hablar con Amber, aunque tampoco tenía demasiada simpatía por una salvaje que por poco los mata. De todas formas, no la necesitaba. Seguro que Leech podía obtener información de aquel lugar sin tener que socializar con caníbales.

—Oye, Leech, ¿qué pasó cuando te atraparon? ¿Lograste averiguar algo sobre esta gente?

El interior del edificio llamado Kitty Nevada, aunque sucio, seguía conservando los colores claros que tuvo en tiempos de los Antiguos. Nada más entrar había una especie de recibidor, y un poco más allá un pasillo largo y recto del cual surgían numerosas puertas a ambos lados, todas ellas tenían nombre, que además eran bastante peculiares: Amelia Moon, Alexandria Heart, Divinity Bryce, Dolly Diamonz, entre otros.

Las puertas más cercanas estaban entreabiertas y desde el pasillo pudieron observar dos elementos de su interior que destacaban: una amplia cama y una ducha. Lo que le hizo pensar que los Antiguos que vivían en ese lugar estaban obsesionados con la limpieza tanto como con los nombres extraños de mujer. Además de ello, todas las puertas tenían cerrojo, pero solo tres de ellas tenían cerrojos reforzados más nuevos que los de las otras habitaciones. 

Greeny dejó caer su coyote en la entrada. Parecía que tendría que esperar a terminar la exploración. Con mucha suerte encontrarían algo de papeo sin contaminación. Las letras de las puertas no le decían nada, salvo dibujitos de rayas para poder distinguir una de otra. Lo que si le decía eran los cerrojos nuevos. Eso se usaba para guardar algo. Aún tendrían suerte y encontrarían algo útil en aquel lugar.

- Cada uno a una habitación para terminar antes. De verdad que necesito parar un rato a descansar. – dijo Greeny antes de meterse en una de esas habitaciones que tenía cerrojo nuevo.

—No tuve mucho tiempo para conversar con los caníbales, colega Ash —respondió levantando la voz, para contrarrestar el estruendo que hacía al revolver sin mucha fe todo el lugar en busca de suministros—. Estaban en ayuna desde hace un par de días, y esperaban con ansias al señor Moris, encargado de traer víctimas a su guarida. Eso me hace temer que no haya ningún tipo de papeo convencional en todo el recinto...

—¡Eh, tullido! —bramó Alfa, al ver que algunas puertas tenían cerraduras más complejas. Llamó la atención de Ash y señaló con su nuevo y flamante cuchillo—. ¿Puedes abrir esto sin romperlo? Podríamos usarlo en El Arca.

Ash se quedó algo apesadumbrado tras la revelación del cronista, pero mejoró su humor de pronto al recordar un detalle que quería comentarle. Sin embargo, Alfa les interrumpió con sus berridos.

—No se habría herniado por pedir las cosas por favor o llamarme por mi nombre —le susurró a Leech, recordando las palabras que le había escuchado decir al Anciano mucho tiempo atrás.

Con curiosidad, corrió a ver qué quería Alfa. Cuando éste le enseñó el cuchillo, le enarcó una ceja.

—Alfa, tengo herramientas. No necesito usar algo tan rudimentario.

Y, sin mediar palabra, rechazó el cuchillo para ponerse a trabajar con la cerradura. En un suspiro, ya había desarmado el mecanismo de la cerradura, que dejó caer a sus pies.

El grupo se dispuso a explorar el edificio. Era evidente que si había algo de utilidad estaría donde las cerraduras más nuevas, pues si se habían tomado la molestia de ponerlas sería porque allí guardarían algo de valor. Alfa tuvo una brillante idea, y pensó que un par de cerrojos y candados como aquellos les vendrían de perlas en el Arca, así que le dijo a Ash que los desmontara, cosa que el mecánico no tardó ni medio minuto en hacer, confusión con el cuchillo y las herramientas mediante.

Cuando accedieron a las habitaciones de los cerrojos buenos, descubrieron que aquellas debían ejercer la labor de moradas personales de los caníbales a los que habían despachado instantes antes. Encontraron objetos personales que no parecían tener mucha utilidad: chatarra variada que cada uno de ellos había ido coleccionando: abalorios, un altavoz roto, un pequeño libro con una cruz, unas bolsas de plástico, una cartera con una especie de papel verde mohoso, un cepillo de dientes y bastante ropa. En una de las habitaciones, la que ocupaba una mejor posición, además de chatarra similar a la de las otras, encontraron también un pequeño bote de color anaranjado lleno de pequeñas bolitas blancas. 

El adiestrador arqueó la ceja cuando Ash mencionó las herramientas, sin comprender a qué venía, pero rápidamente perdió el interés cuando el mecánico hizo lo suyo y abrió las puertas desmontando los cerrojos. Al saco, pensó, tomando uno de ellos. Le vendría de perlas para su refugio.

Las habitaciones no parecían nada del otro mundo, aunque Alfa apreciaba un desagradable olor que no terminaba de ubicar. ¿Quizás restos de otras víctimas? ¿Deposiciones? No importaba, pronto convertirían ese sitio en un punto útil para los habitantes del Arca y se desharían de lo inútil.

El cronista no se mostró muy entusiasta con los hallazgos en el Kitty Nevada. Cualquier cosa que no fueran raciones suficientes para alimentar a todas las personas del Arca por un par de días quedaba bastante desdibujada en momentos de tanta necesidad. Por eso no se detuvo demasiado a revolver entre lo que parecía ser mayormente chatarra, sino que salió afuera y se dirigió rápido hacia el edificio bajo el nombre de Love Ranch, con la esperanza de encontrar ahí el preciado alimento.

Nada de lo encontrado le decía nada a Greeny. No parecía que fueran a encontrar nada de utilidad.

- Esto parece seguro. ¿Os parece si hacemos ya un descanso y proseguimos después con la exploración? – les propuso.

Viendo que la sanguijuela salía, resopló, miró a Alfa y Ash e hizo un gesto con la cabeza para ir tras él. No estaba dispuesto a dejar que esa rata cobarde saqueara el lugar mientras ellos descansaban después de que se hubiera escondido durante todo el combate.

Mientras exploraban las habitaciones del Kitty Nevada y se pasaban de mano en mano el extraño fresquito para comprender su significado, escucharon en el exterior un ruido similar al de la herramienta cortante que habían encontrado anteriormente, la denominada Souhiro PX Maker 2000, solo que esta vez el sonido era mucho más potente a pesar de estar más lejos, y sonaba por duplicado. Cuando salieron al exterior el sonido se atenuaba en la lejanía y pudieron ver dos de aquellos vehículos de dos ruedas levantando una polvareda terrible en el yermo mientras se alejaban de allí a toda velocidad. En uno de ellos iba la muchacha peliblanca que habían olvidado, cargando con el tipo de las alas de avispa a su espalda, y en el otro iba el que había estado anteriormente en el tejado y que creían haber matado.

Al menos habían descubierto para qué servían las pequeñas bolitas blancas del frasquito. Alfa y Leech habían oído hablar al Anciano de cosas semejantes, conocidas como analgésicos, y que servían para tratar el dolor. Algo que les podría venir muy bien, más después de un altercado como aquel. 

White se quedó en el Kitty Nevada mientras el resto iban a visitar el Love Ranch. Aquel era el edificio más grande del complejo. En la puerta había un antiguo cartel escrito en aquellos dibujos raros que utilizaban los antiguos y que solo Leech conocía bien. Dentro había un corto pasillo recargado de fotografías de muchachas con poquísima ropa que llegaron a turbar sus mentes. El pasillo desembocaba en una amplia sala con una especie de escenario al fondo, donde había barias barras de metal deslucido que ascendían hasta el techo. Eran tan delgadas que parecía inverosímil que tuvieran algún uso arquitectónico. Tras el escenario había una zona de minúsculas habitaciones a las que se accedía a través de una tela roja. 

Si los demás no iban a tomarlas, Greeny pilló otra de las cerraduras que había desmontado Ash a la par que le hacía un gesto con la cabeza para que se llevara él la tercera. Alfa había tenido una buena idea con esas cerraduras.

Se mantuvo en una segunda posición durante la exploración, pero muy atento. Era el turno de que otro se llevara el primer golpe si había algo más esperándoles allí para atacarles. Maldita sea, ¿por qué no le hacían caso con lo de descansar? Grrr…  

La exploración que hizo del Love Ranch no fue para nada efectiva en lo referente a descubrir recursos valiosos. Se distrajo en cambio leyendo los carteles que iba encontrando. En un momento también se detuvo para analizar las llamativas imágenes de las mujeres que cubrían las paredes del pasillo. Más que la falta de ropaje en aquellas personas de antaño, lo que más le llamó la atención fueron las diferencias anatómicas en contraste con las personas modernas.

—Prominente simetría corporal, ausencia de catalizadores del don, descomposición no presente en zonas de la piel... —murmuró para si, mientras anotaba lo dicho en una de sus libretas.

Tras completar esa tarea, se asomó un poco para ver la sala principal, pero nada ahí le pareció indicar la existencia de un gran almacén de papeo que pudieran reclamar para salvación de su gente. Por eso, descartó por completo aquel edificio y salió pronto a paso ligero en dirección a la esperanza final, el Red Light.