Partida Rol por web

Ignoraba los improperios de Michael y se decidió a salir cuando la llamada de Amanda le detuvo. La verdad no quería dejar a nadie con el loco de Michael.

- ¿Alguien ha visto quien conduce el autobús? No creeréis que el conductor se ha quedado todo el rato ahi dentro esperando, ¿no?

No dejaba de mirar alrededor. No sabía si aparecería un viejo decrépito rodeado de arañas o una chica manchada de sangre. No se quedaría allí esperando así que fue hacia la sala de seguridad a hacer lo que debería haber hecho Michael y no hizo. Encender los equipos de seguridad.

- Ven Amanda. No te quedes con ese. Vamos a encender las cámaras o lo que sea que controle el equipo y veremos que pasa en el hotel.

Douglas fue hacia la habitación de seguridad. Una vez dentro intento buscar el interruptor de cada pantalla y de cada ordenador que vio dentro.

En el momento que Douglas se iba a llevar a Amanda a la sala de seguridad Michael se encaraba hacia la puerta del hotel, donde se encontraban ellos.

En el exterior Irina había dado un paso al interior del autobús. Era curioso: desde donde estaban no podían distinguir nada del interior del mismo. Las luces estaban completamente apagadas. Sólo los focos delanteros alumbraban la parte exterior frontal.

Entonces Irina retrocedió torpemente y cayó de culo frente a aquella puerta abierta. La ventisca empujaba la nieve sobre el cuerpo de la mujer, haciendo que la escena fuera mucho más patética.

Los demás contemplaban la escena desde la entrada. Michael se había detenido en la puerta, junto a los otros. Douglas por su parte parecía dispuesto a ignorar a la mujer de fuera para ir hasta la sala de seguridad.

¿Que había en el autobús? ¿Qué estaba viendo Irina?

Las palabras de Douglas flotaban en el aire: no creeréis que el conductor se ha quedado ahí todo el rato esperando. Y si no era él ¿quién conducía el autobús?

Se detuvo a medio camino entre la sala de seguridad y la entrada del hotel al ver caer al suelo a Irina. Lo que más le llamó la atención fue la cara que tenía la mujer al mirar al autobús desde el suelo.

No pudo evitarlo. Tenía que comprobar lo que había visto la mujer allí. Si no, no podría explicarlo de primera mano.

—Espera aquí Amanda. Voy a salir un momento a traer a Irina.

En realidad, aquella no era la principal razón para salir. Era aquella curiosidad insana que le hacía mirar allí donde podría encontrar alguna prueba de que todo en lo que él creía en el fondo era verdad. Siempre había buscado aquella prueba irrefutable de que existían cosas que escapaban de nuestro conocimiento.

Douglas salió del hotel, protegiéndose la cara de la ventisca y de la nieve, en dirección al autocar. Intentaba mirar a través del cristal delantero del autobús lo que había dentro, pero los focos no le permitían fijar bien la vista.

Lleguó hasta Irina e intentó ayudarla, pero mirando primero hacia dentro del autobús.

- No, no me deje aquí... - Amanda trató de evitar que Douglas saliera al exterior, y que por tanto le dejara dentro con el de la toalla, pero vio que el periodista estaba decidido y no hizo caso a sus súplicas.

Valoró si era mejor quedarse dentro con aquel follonero o salir con la loca y se llegó a plantear echar a correr y valerse por sí misma pero optó por esperar.

- Estan locos. - dijo casi en un murmullo viendo al periodista en el exterior.

Tuvo la necesidad de volver a agarrar algo, como había hecho con la botella, para transmitirse seguridad y así lo hizo con lo primero que tuvo a mano, que resultó un jarrón horteramente decorado.

Michael se quedó en la puerta que había abierto Douglas al salir al exterior, sujetándola por su hubiera que entrar rápido al hotel.

—¿Qué ocurre ahí? ¡Mire a ver si están las llaves puestas! —le gritó desde la puerta entre la ventisca.

En su mano, como siempre, la pistola cargada con el dedo sobre el gatillo.

Se giró al oír a Michael gritar y negó a lo que decía con un gesto de evidente angustia. O no se había dado cuenta que el autobús ya estaba arrancado o quizás eso también era fruto de la mente de Irina. La espiritista volvió a dirigir su mirada a los ojos vacíos que le miraban desde el interior del vehículo y trató de recular dirección a la puerta.

El miedo hizo que no se pudiera levantar y la visión de verla arrastrarse por la nieve era un tanto lamentable.

No querida, no deberías volver dentro. Sube y ocupa tu asiento.

Le replicó la voz que ya no se molestaba en esconderse con el tono de la afable y entrañable Doris.

-¡¡No!! ¡¡Dejadme en paz!!- gritó al aire y se acercó como pudo a la puerta, en un movimiento desesperado.

Se cruzaron en el breve espacio que separaba el borde de la acera con la puerta giratoria.

Por un lado Irina se levantó como pudo, trastabillando, lanzándose desesperada hacia la puerta que Michael se aseguraba de mantener operativa.

Por el otro Douglas, cuya curiosidad morbosa era superior a su sentido de la supervivencia. Desde que se habían encontrado con la primera entidad en la habitación 237 hasta ese momento había sido como una polilla incapaz de calibrar el riesgo de la llama de una vela¹.

Dentro sus compañeros intentaban comprender que sucedía.

Irina lo sabía, por eso se había abalanzado ya al interior de la puerta giratoria.

Douglas lo descubrió cuando miró desde la acera. Vio el cadáver del conductor al que alguien le había rajado todo el cuello: la costra de sangre mantenía a duras penas la cabeza sobre su cuerpo, amenazando con caer en cualquier momento al gesticular como una marioneta rota.

—¡Vamos! ¡No tenemos toda la noche!— gritó con una voz angustiada.

Entonces el reportero vio al resto de los pasajeros: los cadáveres sentados apoyaban las cabezas en el cristal como si estuvieran en un sueño inquieto durante un viaje muy largo. Algunos parecían vivos: pálidos pero vivos. Otros tenían partes de su cara o rostro arrancados, dañados, cercenados, quemados. Los había que se retorcían como si estuvieran enganchados a unos cables de electricidad.

Los de dentro podían verlo también. Lo veían todo. Veían también como el conductor, que parecía haber perdido la paciencia, se levantaba con un enorme cuchillo de cocina en su mano derecho y bajaba las escaleras como una marioneta demente, lenta pero implacablemente. ¿Es que Douglas no lo veía? ¿Por qué estaba ahí parado?

Douglas lo veía todo, por supuesto. Estaba tan fascinado que por un momento se olvidó incluso de tener miedo. Todo lo que siempre había soñado: rasgar el velo, contemplar el otro lado, demostrar que hay algo —aunque sea terrorífico— al otro lado de la muerte. ¡Todo estaba allí! Lo único que lamentaba era no tener una cámara a mano para rodarlo todo.

Pero en ese momento escuchó el crujido del zapato del conductor al pisar la nieve del exterior y salió de su estupor. ¡Tenía un cuchillo enorme y lo blandía hacia él!

—¡Joder! —exclamó Michael mientras empujaba la puerta giratoria para avanzar al exterior.

Llevaba la pistola al final del brazo tenso y estirado conforme avanzaba hacia la puerta del autobús dispuesto a disparar al individuo que amenazaba con un cuchillo al reportero. Dos o tres pasos después se escuchó el resonar de la pistola que impactó sobre el brazo del conductor del autobús que acababa de lanzar su cuchillada sobre el reportero.

—Corra dentro del hotel imbécil. ¡Vamos! —ordenó.

Estaba asustado y excitado a partes iguales frente a la visión de los pasajeros dentro del autobús y del conductor. Aquello no era evidentemente nada que se pudiera explicar con razonamientos lógicos. Allí estaba pasando algo sobrenatural de todas todas y él estaba allí para verlo, para documentarlo.

La nieve crujió y miró hacia la puerta del autobús. Estaba toda ella ocupada con el cuerpo sin vida, pero en movimiento del conductor que se cernía sobre él, cuchillo en mano, dispuesto a unir su cuerpo a los demás que llenaban el autobús. Vio el cuchillo bajar hacia su cabeza y tuvo los suficientes reflejos como para esquivar el ataque, rodando hacia un lado sobre la nieve.

No sintió el frío en el cuerpo, seguramente debido a la adrenalina que circulaba en grandes dosis por su sangre. Ni siquiera escuchó el disparo que provenía de la puerta del hotel, pero sabía donde estaba y se levantó deprisa y corrió hacia la protección de las paredes del hotel, aunque sospechaba que frente a una criatura así, no había protección posible por muy gruesas que fueran las paredes.

Irina se arrastró hacia el interior del hotel como pudo, empujando las puertas con unas manos que le quemaban de lo heladas que estaban por la nieve. Fue ya dentro del vestíbulo cuando oyó el disparo, pero no sabía si quería girarse a mirar. Sentía aún los ojos del conductor mirándola y analizándola por dentro, a toda ella.

Una vez dentro y sintiéndose más o menos a salvo se hizo un ovillo, por el frío y por el miedo. Estaba aterida y no sentía las manos.

-Quiero marcharme, no quiero seguir aquí- susurró casi para ella y se frotó a sí misma tratando de entrar en calor. 

- ¿Pero esto qué es? ¡¿Pero esto qué es?! - gritó una Amanda ya completamente desquiciada mientras veía a aquel engrendro salir del vehículo con aquel enorme cuchillo, lo que le hizo fijarse por fin en el interior y ver todo aquello.

Echó a correr hacia el interior del hotel pero se detuvo antes de dar un par de pasos, agachándose tras un enorme sillón de cuero al escuchar el disparo.

El siguiente sonido, el del jarrón haciéndose añicos contra el suelo, al haberlo soltado sin querer, le hizo reaccionar y mirar hacia la puerta.

Con la respiración entrecortada, se dio cuenta que fuera lo que fuera aquello, podía entrar de la misma forma que el periodista y la loca lo habían hecho, por lo que agarró el sillón con todas sus fuerzas y comenzó a arrastrarlo hacia la puerta giratoria, con intención de encajarlo y que la misma no pudiera girar.

- Él tiene una pistola... - dijo como excusa ante una posible mirada inquisidora, justificando el que realizara la operación con el tipo de la toalla aún afuera.

Cuando el cadáver viviente recibió el disparo se vio desequilibrado. Fue por eso que además de fallar la cuchillada destinada a Douglas se precipitó al suelo de forma torpe, dejando caer su arma a un lado y quedando allí tirado como una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos¹. 

Sería algo para celebrar si no fuera por el hecho de que en la puerta del autobús se iban amontonando los demás pasajeros para bajar, como si de una horda de zombis se tratase. ¡Quizás fuera mejor una retirada! Pero para sorpresa de ambos hombres Amanda empujaba un sillón para atrancar el movimiento de la puerta giratoria².

Amanda empujó el sofá con todas sus fuerzas y solo se detuvo cuando notó el impacto al encajarse contra la puerta giratoria.

Irguiéndose, se detuvo un segundo a mirar la perfección en su maniobra, llegando incluso a asentir un par de veces, como el que coloca la última carta en un enorme castillo de naipes y se aleja un par de pasos para deleitarse en su trabajo.

Sin soltar los brazos del sofá, se dio la vuelta y miró a Irina, la loca, pero su madre solía decirle que más valía malo conocido...

- ¡Busquemos una forma de salir! - le gritó, como si los dos hombres en el exterior ya no existieran. - Por ese pasillo vi una salida a los jardines.

Los ojos de Michael se abrieron enormemente al ver que más y más personas comenzaban a agolparse en la puerta para tratar de bajar del autobús. Tuvo la tentación de coger el cuchillo del suelo pero había demasiada gente que podría echarse encima suya en cualquier momento.

Cuando se giró, vio como Amanda terminaba de bloquear la puerta giratoria y su rostro se enrudeció.

—¡Hija de puta! —exclamó mientras empezaba a correr hacia la puerta giratoria.

Pero Amanda comenzó a salir del hall del hotel y parecía claro que no iba a colaborar.

—Vamos sígueme —exhortó al reportero que estaba a medio camino.

Michael comenzó a correr hacia la puerta mirando de vez en cuando hacia atrás. Cuando estuvo cerca elevó de nuevo la pistola y disparó contra el cristal de una de las hojas de la misma haciendo saltar los cristales por los aires. Miró de nuevo hacia atrás cuando estaba junto a la puerta para asegurarse de que aquella muchedumbre seguía a una distancia prudencial y, de inmediato, golpeó con el pie el cristal roto para abrir un hueco por el que pudieran pasar al interior.

Una vez dentro, miró alrededor para localizar el mobiliario del hotel que comenzó a amontonar sobre la puerta que ahora tenía un agujero.

—Vamos, no te quedes ahí parado, ayúdame.

Cuando Amanda estaba segura de que podría atrancar la puerta sin problemas se sorprendió la fuerza con la que Douglas, en su desesperación, la empujaba. ¡Estaba moviendo el sillón con ello! Mientras los muertos bajaban del autobus aquello se convirtió en una lucha entre ambos para intentar que la puerta obedeciese a sus designios¹.

Y cuando todo parecía perdido y Douglas empezaba a buscar una alternativa un disparo resonó en la noche y el cristal se hizo añicos² ante los sorprendidos ojos del reportero, que no pudo más que alzar las manos y agacharse. Ni que decir tiene que ese disparo hizo que Amanda saliese corriendo dejando el sillón allí en medio, hacia la zona tras el mostrador.

Michael se colaba entre los cristales seguido por Douglas mientras los muertos vivientes del autobús ya alcanzaban también las puertas.

Irina, levantándose del suelo, miraba confundida alrededor ¿iría tras Amanda que ya estaba corriendo por el pasillo o ayudaría a los hombres a montar la improvisada barricada en la entrada?

Amanda decidió poner tierra por medio entre los zombies y ella. Y de paso también dejar atrás a Michael porque estaba seguro de que no estaría de buen humor por lo que acababa de hacer y además tenía una pistola y, por lo visto, sabía dispararla.

¿La seguiría Irina? No tenía tiempo de mirar atrás. Sus ojos estaban fijos en la puerta que conducía al jardín trasero, que ahora veía al final del pasillo. Tras ella escuchaba el ruido de los muebles que movían sus compañeros.

Entonces vio a un hombre que le hacía gestos en un lateral del pasillo. Le indicaba, con movimientos frenéticos, que no saliera por la parte de atrás para luego desaparecer por un corredor lateral. ¿Era alguien de los que había venido en el autobús? ¿Estaba vivo o muerto? Era un hombre mayor y llevaba un traje negro, había visto a más de uno así en el grupo pero no sabría decir si lo reconocía ¿Le advertía de un peligro o le enviaba a una trampa?

La voz de Klaus, un viejo profesor de música que vivía en un apartamento de su edificio y que había fallecido de un infarto le susurró al oído:

—Querida... lo que hay aquí es una lucha entre el Bien y el Mal, entre el Deseo y el Miedo... nos has arrastrado contigo a este infierno. Algunos no te lo perdonarán.

El viejo, cuando estaba vivo, siempre había sido amable. Ahora parecía un punto irritado, quizás resignado.

—Están atrapados y os odian porque todavía estáis vivos. No dejarán que los abandonéis. Os mantendrán con ellos, os usarán como cebo para otros que vendrán después... como hicieron con Price... él tenía el Deseo y ahora vive con el Miedo... él sabía lo que pasaba...