Partida Rol por web

Éste que va a haber comido... Algo trama... -dijo entonces la pastora lo suficientemente alto, sin darse cuenta, como para que lo oyera Lorién, don Román, y también el judío David, por allí cerca-. Y era como si no se creyera los males que, evidentemente (por el color de su piel y el vómito), estaba sufriendo Gregorio.

Beatriz se marchó con una sonrisilla tras asegurarse que entrabas en la habitación. Una vez dentro, viste que tenías un jergón con mantas más o menos limpias, una silla y un estante, más que suficiente para dejar tus cosas y pasar la noche. Cuando te quitaste los zapatos y saliste al pasillo, tus pies se helaron, pese a que arriba la planta estaba muy caliente y ello la hacía acogedora.

Poco a poco caminaste hasta la ventana, y viste el rastro de pisadas húmedas que iban desde las escaleras hasta una de las puertas, concretamente hasta la que estaba justo enfrente de tu habitación. La nieve hecha agua había quedado, por instantes, la marca de las botas de clientes allí. Eso sí, cuando te acercaste a su puerta oíste ruidos dentro; ruidos de alguien habitando en tal lugar: el moverse de una cama, el caminar un poco, el ir para acá y para allá... Nada fuera de lo común. Eso sí: ni una palabra allá dentro (y eso que notaste que había dos personas en su interior, por la coordinación de ruidos, tal vez los dos tipos de los que uno llevaba bracamante).

Mariana no escuchó nada, pero ya sabía donde estaban aquellos tipos alojados. Se sonrío para si misma y regresó a su habitación. No escuchó que hablaran, pero si acababan de llegar tarde o temprano tendrían que comer, y ese sería un momento perfecto para ver si además del bracamante tenían alguna otra pertenencia de interés para la bandida.

Regreso con el mismo silencio a su habitación, volvió a calzarse las botas antes de que los pies se le helaran y se tumbó en la cama. En silencio. Escuchando si se oía algún ruido al otro lado de la puerta. Lo que esperaba era que aquellos dos hombres bajaran a comer.

No obstante si no lo hicieran en unos minutos Mariana bajaría a avisar a sus dos compañeros de que ya era hora de dejar de zanganear e ir a dormir. Si mañana querían partir lo mejor sería salir pronto. Además tenía curiosidad por saber que había sido del borracho... o enfermo.

Volvistes a tu habitación, con sumo sigilo y en silencio, el que tus pies desnudos te permitían. Al cerrar la habitación te sentiste más segura, puesto que tenía cerrojo interior. Allí quedaste tendida unos minutos, tratando de discernir ruidos procedentes de alguna de las habitaciones.

Algo extraño estaba ocurriendo, algo que el buen judío no entendía. El caso es que unos y otros habían cruzado comentarios, y el centro de ellos, el tal Gregorio, estaba en tela de juicio.

-¿Algo trama decís? ¡Pardiez que ha enfermado ciertamente! No sé si serán fiebres u otra cosa, mujer, pero no simula uno tan bien como este hombre...

Sí, señor, son fiebres. Este frío no perdona, y son varios los que ya han venido aquí y les he atendido por lo mismo -respondió Teresa-.

Oíste, pues, algo, mientras estaba observando a Teresa cuidar de Gregorio, procedente de la boca de algún que otro parroquiano (no te fijaste mucho en quién):

Sí, sí, esa Teresa es amable, pero llegó a este reino para ocultarse por una condena, creo que dijeron. ¿Quien sino vendría hasta esta aldea desde tan lejos sólo para curar enfermos? No sé, no sé...

Debían ser cerca de las nueve y cuarto ya, y ninguno de tus compañeros apareció. Abajo se oía algo de jolgorio, por lo que decidiste bajar de nuevo*. No habías escuchado a tus "vecinos" de enfrente, y por ende entendiste que no habían bajado a la planta de abajo.

21. 35 horas.

¡Oigan! -se alzó entonces el caballero, unos minutos después. Entonces apareció por la escalera Mariana, bajando desde la primera planta. Ella vió que el caballero Ramiro estaba hablando a Teresa, y ésta cuidando a Gregorio con sus vendas y un caldo-. He hablado hace unos instantes con Tadeo, el buen posadero de este lugar. Vos sois Clara ¿no es así? -la muchacha, casi a su lado, asintió. Pues le he pagado una habitación, durante esta noche a este hombre para que lo cuidéis. También unas monedas a vos por vuestros servicios para con él, que vos dará Tadeo mañana.

Claro, no hay problema -dijo la curandera mientras ponía paños fríos en la cabeza del campesino-. Me alojo arriba también. Estaré pendiente. Y gracias.

Algunos clientes comenzaron a irse entonces de la taberna (los pocos, los muy poquísimos, pues con la ventisca azotando raro era quien pudiera caminar ahí fuera). No debían ser sino vecinos de Cardenal, cerca de la posada. Otros tantos subieron a la planta primera, seguramente a la habitación común, donde ya estaba preparada desde hacía un rato para alojar a huéspedes.

Bueno, ¡amigos! -entonces el viejo Vallejo se levantó de la huesuda silla donde estaba apostado, aún delante de la chimenea, pero ya ningún espectador de historias le quedaba, y se despidió en la distancia a Mariana y David-. He de marcharme, esta noche está ya muy cerrada. ¡A más ver! El tipo se levantó, alzó la mano hacia Clara y Tadeo, y éstos le devolvieron el saludo. Parecía que Vallejo era un habitual del lugar. Luego desapareció en la fría noche.

Acto seguido, alguien se acercó hasta Lorién, que seguía sentado en el mismo sitio desde que llegó. David estaba sentado a su lado, en otra mesa, entre Gregorio con Clara y don Lorién (tal vez observando técnicas de cuidado, o algo parecido). Mariana estaba por allí también, recién bajada de arriba. Quién se acercó a don Lorién no fue sino el pastor que habló antes, el de los atuendos de lana bien prieta en piernas, brazos y torso.

Perdone, buen señor... -comenzó, hablando de pie y algo bajito-. Mi nombre es Hilario. Somos de aquí, de la aldea -añadió-, pastor de ovejas. Esa de ahí es Prisca, mi hermana -señaló con la cabeza la mesa de un lateral, donde estaba la mujer que también había estado muy pendiente de Gregorio, y había lanzado algún mal comentario para con él-. Le contaré una cosa, si me permite: desde hace días, mi ganado está mermando algunas de mis ovejas han sido..., bueno acuchilladas: herdas mortales, otras mordidas como por lobos o alguna que otra alimaña de tal tipo, o incluso otras directamente descuartizadas -el hombre parecía apesadumbrado-. Ese tipo de ahí, Gregorio... mi hermano y yo creemos que tiene algo que ver con ello. Es vecino nuestro y últimamente está muy raro. Creemos que trama algo. Como veo que no son de por aquí, no tendrán tiempo para acompañarme mañana al monte, ¿verdad? -le propuso, tímido-. Mi hermana y yo queremos batir el monte y saber quien mata nuestro ganado. Y vos y sus amigos, a quienes hemos visto llegar, parecen gentes fuertes. Le puedo p, p, pagar... -el pastor le estaba ofreciendo recompensa a un noble, un barón exactamente; por eso titubeó, puesto que aquello no era recurrente, pero Hilario andábase desesperado por sus animales-.

Soltó una sonora carcajada, estirando después el brazo, y poniendo la manaza en el hombro del llamado Hilario... Había estado callado un rato, y había oído cuanto había sucedido que le pudiera merecer interés...

-Muchacho, he visto el acto de piedad del Caballero Don Román, al procurar alojamiento y cuidado para el tal Gregorio; no he de desperecer ante tal acto de piedad -de hecho, le ponía en un compromiso, no actuar mejor que aquel, le hacía que dar mal, y ... la honra, la honra...- Nuestro viaje es largo; por un poco que nos entretengamos por el camino, no pasará nada, y a nuestra alma no le vendrá mal...

Miró a Mariana y a David...

-Si no les parece mal a vuesas mercedes, claro...

A ser sinceros... las elucubraciones del pastor le parecían peregrinas cuanto menos, era más probable que fuese tema de ladrones que intentaban hacerse pasar por lobos para disimular sus actos. Y en cuanto al vomitante... bah!, algo le habría sentado mal, que de esas cosas, suelen pasar.

Sacudió la cabeza, vuelto a sus quejas, pero las guardó para sí. Si Lorién quería facerse el redentor, no iba él a recriminarle. 

-Vos decidís, Barón, que como siempre os digo, vuestra es la bolsa y también la decisión. No sé si es buena idea demorar nuestro viaje a tierras portuguesas, pero si es vuestro deseo ayudar a estas buenas gentes, que así sea. 

El judío bostezó sin disimulo, ya la noche estaba avanzada y el día había sido largo.

-Hasta entonces, voy a dormir a pierna suelta que bien cansado me hallo, ya daréis aviso cuando se hora de desayunar. Señores...

Y con un gesto de despedida se levantó de su silla, lento y entumecido, y se dispuso a subir la escaleras.

Que no era menester hacerse de menos; y es que el caballero Román no sólo sabía manejar la espada y llevar armadura, sino que era buen samaritano, y en tanto así, que don Lorién hizo lo propio para con el tal Hilario, pastor de profesión, y también su hermana Prisca. Sus compañeros lo tuvieron a bien, e Hilario se puso muy contento.

Gracias, bueno señor, gracias -le dijo agradecida-. ¡Mira Prisca! -girándose hacia su hermana-, estos buenos hombres nos ayudarán -la mujer miraba a don Lorién sentada desde su silla, asintiendo por agradecimiento-. Bueno, pues, haremos una cosa. Nosotros marchamos a Cardenal ya, y mañana por la mañana vendremos a la posada y vos esperaremos afuera para ir. No se preocupen, llevaré carne y quesos y vino para almorzar. Mis agradecimientos, ¡vamos Prisca!, mañana madrugamos.

Prisca se levantó y se acercó a la mesa de Lorién.

Muchas gracias señor, no sé cómo se lo vamos a agradecer -le dijo-. Y entonces ambos marcharon hacia la puerta, saludaron a Clara mientras salían, y al abrir la puerta una bocanada de aire frío entró en La Barquera, apocando por un instante el fuego de la chimenea, justo hasta que volvieron a cerrar la puerta y desaparecieron en el exterior.

¡Sanchoooo! Vete p'al pueblo, y dile al padre de Gregorio que dormirá aquí, ¡Y deprisa, que tienes que cerrar el establo! -Sancho, que hacía unos minutos había acabado de limpiar el vómito, era mandado ahora para salir afuera, irse al pueblo y avisar a alguien, al padre del enfermo, según parecía-. El muchacho bufó un poco, pero no se quejó más.

Eso sí, antes de coger una chaqueta y salir afuera, Sancho intercambió unas palabras delante de la gran chimenea con Beatriz. La muchacha señalaba con el dedo arriba, como el piso de arriba, y el rostro de ambos era como de cierta preocupación (tal vez cansancio con tanta diversidad de clientes y tan dispares...). Por su parte, Clara ya estaba alentando a Gregorio, aún blanco su rostro, para ir a la habitación pagada por el bueno Román. Además, algunos de los clientes comenzaban a subir por la escalera, seguramente a la habitación común, la cual podría albergar un buen número de personas.

Mientras tanto, David se despedía, pues su intención no era sino la subirse arriba. ¿le acompañarían sus compañeros*?

Lo cierto es que a Mariana le importaba bien poco quedarse un día más allí. Si así lo quería el Barón para llenar su orgullo que así fuera, mientras el buche de la bandida fuera satisfecho con su dinero. Asintió cuando fue preguntada y siguió a David al piso de arriba; aunque guardando las distancias. No querría dar una idea equivocada y tener que rebanarle sus judíos testículos por una simple malinterpretación.

- Buenas noches tengan todos - Dijo entonces volviendo a subir. 

Dio un último vistazo al borracho, preguntándose si realmente portaría algo de valor además de los restos de sus tripas, y desechó en el último momento la idea, subiendo a pasar la noche, cerrando su cuarto por dentro.