Partida Rol por web

Rodrigo le siguió el paso a Raimundo, pues lo cierto es que eran siete villanos, y desenfundó su espada para atacar al más cercano. No tenía sentido tratar de discutir con ellos, pues ya habían dejado claro a lo que venían. Lo único esperar dejar a alguno con vida para poder interrogarle y así averiguar donde estaba metido el italiano de las narices paa decirles algunas palabras.

-Os daría tiempo para que os santiguaráis, pero algo me dice que ni por esas vais a lograr entrar por las puertas de san Pedro y vais a ir derechitos con el diablo. Así sus atragante todo malnacidos.-

A pesar de sus palabras, Rodrigo se travó un poco al sacar su espada y su estocada no fue ni de lejos lo certera que solía ser.

Aunque fue Raimundo quién dio pie a la contienda, el que disparó antes de que nadie moviese un pelo fue el dramaturgo quién, aunque no era muy de pendencias era previsor y había dejado su arma cargada y la mecha lista. 

El arma disparó una bocanada de fuego seguida por una gran nube de pólvora que cubrió todo el escenario dejando a todos los contendientes congelados. Tan sólo interrumpió aquella quietud una maldición lastimera pronunciada desde un lugar incierto en el suelo y tras ella el silencio volvió a la espera de que la humareda se disipase dejando claro quiénes eran aliados y quiénes no.

Todos callaban temiendo delatar su posición, sin embargo antes de que la claridad de la luna fuese suficiente, Raimundo reconoció una sombra como alguien que no era de los suyos. No dio cuartel y en apenas un momento le ensartó un par de cuchilladas dejándolo listo para criar malvas, de paso igualó los números pues en ese momento pudieron dar fe de que el disparo de su compañero había dado de pleno en el pecho de otro de aquellos rufianes destrozándoselo.

En ese momento el caos se adueñó de la contienda, falló Rodrigo su ataque y en ese momento todo se volvió un lío de cuchilladas igualadas que tan sólo cortaban el aire. Una de ellas pasó tan cerca de la fea jeta del criado Fadrique que lo mismo acabó por ponerle las ideas claras¹.

Fadrique lanzó un viril grito y retrocedió ante la filosa que casi le abre una nueva boca en la cara.

-¡Hideputa! y retrocede de un salto como una liebre. Desde una distancia más allá del alcance de toledana más brazo del gurapas que le amenaza se permite una nerviosa chanza.- ¡M'aparto! que sos tan feo que vuesa madre no's parió! Os cagó!- Y así espera, corriendo, que el villano le siga, como mínimo lo justo para igualar la lucha de su señor. Tampoco es un héroe, y no quiere enfrentar toleadana con garrote, que en ese juego espadas siempre ganan a bastos.

José maría carga el arma y espera a disparar pero mientras tanto, sabiéndose de la falta de práctica y de necesidad, esto era una combate de honra, y pensando que el sirviente haría un papel más útil buscando a los alguaciles gritó mientras cargaba el arma _¡fabrique, marché raudo a buscar ayuda! ¡a los alguaciles, voto a bríos!- 

Fadrique a la par que asía su garrote puso los pies en polvorosa buscando poner distancia de la toledana que a punto estuvo de descerrajarle el rostro. Por su parte el poeta no quiso desistir de la eficacia probada de su arma de fuego y raudo se puso a cargar la misma.

José María y Raimundo ya habían acabado con un bellaco cada uno, y Rodrigo no iba a ser menos. Eran tan buen espadachín como su amigo, según él mismo incluso mejor, pero pecaba de modesto.
Con la espada ya desnuda, el joven hidalgo buscó donde resguardarla. Y nada mejor que en un estomago de aquellos bestias que iban pidiendo a gritos por ello.

-Caballeros, por decir algo amable, todavía pueden salir de aquí con algo de honra. Más por nosotros no se preocupen. Que hay más de donde han salido estas. Ya avisarán cuando tengan bastante.-

Aquellos rufianes seguramente esperaban amedrentarles con su número y aspecto. Más no podían saber que se enfrentaban a lo mejorcito de Madrid, y a un sirviente muy avispado.

A Raimundo le habían hablado de había bárbaros de tierras al norte, heladas, se volvían locos durante el combate con el olor de la sangre. Recordaba haberse reído de tal ocurrencia pero ahora, enfrascado en el fragor de la batalla, sus ojos brillaban como los de un diablo poseído por el afan de buscar la muerte a sus enemigos. Con tal fiereza se aprestaba a la pelea que su ropera buscó la línea de defensa de otro de aquellos rufianes sin pensar en detenerse ante la clemencia, abriendo carne, corazón y venas, bañándose en la sangre casi con morboso placer.

—¿Queríais oro malnacidos? ¡Pues acero toledano os lleváis!— repetía sin parar —¡Sin cuartel! ¡Yipikayei hideputas!

Con los números igualados lo tuvo fácil Rodrigo para despachar a su contendiente por la vía rápida de una única mojada en el estómago. El bellaco calló y empezó a llamar a gritos por un médico sin darse cuenta que lo que necesitaba era un confesor más la parroquia más cercana estaba fuera del alcance de sus alaridos.

Mientras aquello tenía lugar Raimundo habióse convertido en mala bestia con gusto por la sangre, vive Dios que cuando le pregunté por lo que tuvo lugar aquel día no supo decirme a qué se debió. Si fue por la afrenta de esperar un duelo honorable y tener que acabar luchando por su vida, o si fue simplemente por gusto y sabiéndose superior. Fuese el motivo que empujó al buen hidalgo, su herreruza pegó varias cuchilladas al que tenía más cerca sin darle tiempo a pedir médico ni confesor.

Ahora eran dos los salteadores, y aún embrutecidos sabían contar hasta el cuatro. Se dieron cuenta que aquella no había sido una buena pendencia en la que meterse, a falta de opción mejor optaron por rendirse antes de que les diesen pasaporte como a sus compañeros caídos:

–¡Cuartel! -declamó el primero de ellos–. ¡Dadnos cuartel!

– No tenemos nada personal con vuesas mercedes -aclaró el segundo al ver que uno de nuestros cuatro protagonistas parecía querer dar un paso y encararse con ellos de mala manera–. Os daremos la saca que nos dieron por venir pero perdonadnos la vida como buenos hidalgos que sois.

Enfundando su estoque Raimundo agarro al bellaco por la pechera, poniendo la daga en su cuello. En los ojos del hidalgo brillaba una locura peligrosa, de hombre sin control. La gente civilizada necesita normas para no soltar la bestia que alberga en su interior y tal era la situación del espadachín.

—Vive Dios que me insultas dos veces: una por intentar acuchillarme a tración como si fuera un pisaverde y otra por ofrecerme oro por tu vida. ¿Tengo acaso yo pinta de pordiosero? Si no quieres que te trinche como un cerdo dime quien pagó por esta fechoría y el motivo, porque de no hacerlo poco me cuesta ir a mi confesor con dos muertes en el coleto que con tres, el número de rezos que me habréis de costar poco variará. ¡Habla bellaco si no quieres visitar al Creador con tus asuntos sin poner en orden!

Rodrigo, viendo la cosa ya se había acabado, limpia su espada en la camisa de uno de aquellos mastuerzos mientras escucha a Raimundo dialogar con el bellaco que pedía perdón.

-¿Desde cuando es tan iracundo Raimundo? Esa mujer se le debe haber subido mucho a la cabeza en verdad. Aunque no sé si esta actitud es para mejor o peor. Supongo que el tiempo lo dirá, de momento me parece que vamos a tener que hacerle una visita de cortesía al italiano y enseñarle alguna de las sanas costumbres de nuestro vello pais.- Pensó Rodrigo al ver la actitud de su amigo.

Fadrique se acercó a su señor con andares de marqués, las piernas bien separadas al caminar, como si no le cupieran las criadillas dentro de los calzones.

- ¡Habéi sho bién rendiró! Vive Dió que mi señó é una furia. Una bet-tia, un...- Pero calló no fuera a ser que la ira de su señor acabara desfogándose en su villano de confianza.

- Lo que dise don Rodrigo é ben juisioso.- Comenta acercándose hasta el matasietes que ofrece la bolsa.- manque mi señó é demasiao señó pá tomá et-te oro, lo tomaré en su nombre y en el de tóa la viuda y urfanito ca debió dejá su mersé, pá así pagá con holgansa toa la villanía de su mersé y que asín 'prenda a sé mejó crit-tiano.- Reprende al hombre, cacheando al prisionero en busca de la bolsa, seguro que no ofrecerá resistencia si no quiere despertar la furia apenas refrenada de su señor.

—Ruego que disculpen a mi compañero y a mí. Parece que conocéis a quién os nos contrató —dijo de sopetón en cuanto escuchó a Rodrigo mentar al del país de la bota—. Esta mañana un italiano -no sé si es el que mentáis- el caso es que el pavo iba mu bien vestío y se nos acercó con mucho garbo y con buena paga, nos dijo que teníamos que venir hasta acá tras el anochecer para daros matarile —Confesó mientras sus ojos intentaban localizar el filo que se ocultaba de su campo de visión y que tenía a bien notar en el gaznate.

—Dijo que era un acto patriótico —apostilló el segundo, como si creyese que aquello lavaría la imagen de los dos. 

josé maría dispara al aire, y se emociona con la destreza de su compadre, se le acaba de ocurrir introducir la escena en su obra que representarán en el Parnasillo. 

-Compañeros, enhorabuena por el éxito- escupe a los cobardes y felicita a sus compadres. Guarda sus armas y cantando con su estrdiente voz en francés comienza a marcharse, ignora por completo a los vencidos, nunca le han importado relamente.- ¡Trésssss bieeeennn! Oui, oUi MOoonNNN Amourrrr!- 

Es una desgracia- habla mientras se gira de manera sobreactuada- que de tal fiero conbate solo la luna sea testigo de nuestras hazañas, este combate será inmortalizado por las artes del poeta, será el combate final de la obra, donde rescatará a la bella dama y declamarás los más bellos versos de amore-. se arrodilla soltando unas lágrimas pensando en la belleza de la actuación. después recuerda que será su amigo, excelente espadachín pero pesimo actor que interpretrá dichos versos... Su actitud cambia por completo.- Mañana a primera hora os quiero ver en el escenario, hay que entrenaros para que no desgraciéis del todo mi buen arte.

Raimundo tiró al tipo al suelo con desdén.

—Ni por un momento dudaba que no fueran esos cobardes italianos. ¿Dónde podemos encontrarlos? Creo que esta afrenta es mucho mayor que la de la noche pasada y no puedo dejarla pasar por alto. Vamos: hablad y no penséis en escapar corriendo porque juro que tengo buena puntería lanzando dagas.— dijo aquello dándole una vuelta a su arma para cogerla por el filo, aunque jamás había lanzado una de esa guisa —Y aquí mi compadre el poeta lo mismo os compone un soneto que os abre un agujero con su pistola. ¡Hablad que ya me está molestando vuestro silencio y tal me enfurece!

En realidad Raimundo ya estaba harto de tanta muerte. Su ánimo estaba aplacado tras el combate y no quería más muertes que no fuera la del italiano. Porque aquellos pobres desgraciados no eran más que un arma. ¿Se enfada alguien con la espada o pistola del enemigo? No. Siempre es la mano y no el puñal el que pega la estocada definitiva. Y a ese italiano habría de dársela él.

–Señor... Es imposible... –Iba a contestar pero sintió como le apretaban en el cuello y decidió no guardarse ninguna carta:

–El gentilhombre dijo que al terminar, fuesemos al palacio que tiene el virrey de Nápoles... En la Calle Mayor. Es imposible asaltarlo... –concluyó finalmente.

Virrey, calle Mayor... Todo aquello sonaba a asuntos de gente muy principal. A Fadrique no le gustaba un pelo meterse en ese tipo de querellas. Eran de aquellas en las que si salen mal se acaba con una cuarta de acero entre las costillas, y si sale bien se acaba en el cadalso del verdugo.

En cualquier caso no iba a ser delante de aquellos villanos que fuera a hablar del tema.

Veía, por otra parte, a su amo con la voz más tranquila, aplacado después del combate, por lo que no parecía que fuera a degollar aquellos malnacidos. Se guardó las bolsas donde buenamente pudo, que después ya se las daría a su señor, olvidándose de entregar alguna de ellas, llegado el momento.

- ¡Quía!.- En la mente del criado se formaba un plan algo tonto, pero nada perdía por comentarlo a los señores hidalgos.- Ya pueen dehá qui su ropa su mersede y ya pueen darse por pagado con holgura al salí deste lugar con la asadura en su sitio.

—¡Ya han oído a nuestro compadre! Poco pago es unos andrajos a cambio de vuestras vidas.

No es que le agradase al hidalgo ponerse esas vestimentas malolientes y sudadas pero tenía muy claro que aquella afrenta no quedaría sin respuesta. Ya fuese con disculpas o con sangre Raimundo exigiría su compensación.

—Y si el Creador les ha metido algo de sesera en esas codiciosas cabezas harían bien en desaparecer una temporada. Pues yo perdono pero no olvido y si alguien se cruza dos veces en mi camino no encuentra otra piedad que del filo de mi espada. Y por otro lado sus contratadores originales seguro que exigirán algo más que la devolución de sus bolsas por el incumplimiento de su contrato. ¡Dejad vuestra ropa y que no os vuelva a ver ni en pintura! ¡Huid, insensatos!