Partida Rol por web

Dos a dos, igualados, pero a la vez terriblemente desequilibrados. Por la parte de los enemigos había dos goblins, por nuestra parte un ágil arquero y una recia lancera. Lluvia no tardaría en impactar a su enemigo, mientras que el que se había colocado encarando a Glinthalas pronto recibiría su merecido.

El silvanesti, concentrado en los movimientos del goblin que le acosaba, retrocedía mirando hacia atrás a la vez que cargaba su mortífera flecha en el arco largo. El goblin hacía ademán de ir a atacar, pero se lo pensaba y buscaba el momento perfecto hasta que, sorpresivamente, se lanzó a por el elfo. Craso error. Glinthalas estaba esperando ese momento, en el que el goblin avanzase hacia él en línea recta, y estaba preparado.

La flecha salió con gran potencia de su arco para irse a clavar en su sucia garganta, a través de la boca abierta para gritar. Sin esperar el resultado final del ataque, el arquero preparó una nueva flecha.

Por fin su líder estaba muerto, solo quedaba acabar con los ballesteros humanos y de seguro esos piel verdes no tardarían en huir. Debía mantener su concentración, y adaptarse al ritmo de batalla. Avanzó unos pasos hasta estar a rango de sus proyectiles y desenvainó uno de sus dardos para atacar a uno de los ballesteros que estuviera libre del cuerpo a cuerpo. Una flecha de acero dirigida hacia sus enemigos.

Con una estocada bien medida y aprovechando un descuido en las defensas del caballero, consigo derrotar finalmente al hombre que parecía haber liderado el asalto a Belleria. Aquella pequeña, pero importante victoria esperábamos que fuese crucial para nuestros planes. Sin su líder, los enemigos restantes no tardarían en rendirse si sus números continuaban descendiendo.

Estos pensamientos, mezclados con la euforia al vencer a un rival tan importante, provocaron en mí un despiste fatal. El caballero consigue herirme gravemente con un último ataque desesperado. La sangre comienza a brotar de mi estómago, aunque la herida no es demasiado profunda si resulta bastante incómoda y trato de aguantar el dolor. Una lluvia de saetas cae sobre mí, pero afortunadamente solo una consigue hacerme una pequeña herida en la mejilla.

Blasfemo internamente por mi grave error mientras trato de protegerme con mi escudo de los próximos ataques y avanzo poco a poco hasta el origen de los proyectiles.

— ¡Glin! —grito mientras avanzo—, ¡necesitamos tu ayuda por aquí!

Su líder había caído. Y con un golpe limpio. Eso era una victoria. Sólo necesitaban limpiar los restos.

- Resisten en vano. Ríndanse y conservarán sus vidas. - Alzó en lo alto, mientras continuaba su carrera en bajada hacia los mismos tiradores a los que se dirigía Lowen. El guerrero estaba malherido, por lo que debería estar lista para cubrirlo. Sólo esperaba que no fuera por demás temerario como para arriesgarse en exceso con tales heridas.

─¡Acabemos con esto! ─exclamó el silvanesti, respondiendo por fin al guerrero.

Si lograban ponerles en fuga, no tendrían que preocuparse más de sus disparos de cobertura, sino más bien al revés, ellos serían los que tendrían que preocuparse de ponerse a cubierto. Teniendo en cuenta la llamada de Lowen, éste debía encontrarse francamente mal.

Pese a que el instinto del elfo le llevaba a tratar de ocultarse entre los árboles y disparar desde la comodidad de su protección, nunca había oído decir algo así a Lowen, estaba claro que no se podía esperar más. Así pues, sólo arrimándose a un árbol, buscó el ballestero del que tuviera mejor ángulo, sin nadie trabado en combate cuerpo a cuerpo con él, y disparó.

Si había suerte, teniendo en cuenta que su líder había caído y que, de hecho, se batían en retirada (aunque fuera una más bien devastadora y bien ordenada), podían perder los nervios y acelerar el proceso, dándose a la fuga. Eso era lo que más le convenía al grupo en aquel momento.

Continué avanzando a pesar de la lluvia de virotes que caían sobre mí. Conseguí parar casi todos los proyectiles con el escudo salvo uno, que se quedó clavado en mi costado derecho. No era una herida demasiado grave pero a este ritmo las múltiples heridas me harían perder el conocimiento antes de poder llegar hasta los ballesteros.

Trato de cubrirme lo mejor posible con el entorno y ayudándome de mi cada vez más maltrecho escudo, necesito hacer un alto y recuperar el aliento. Por suerte, si los enemigos continúan centrando sus ataques sobre mí el resto de mis compañeros tienen vía libre para actuar y sacar provecho de esa situación. Es en ese momento en el que recuerdo el cinturón mágico que guarda Briand, quizás podría ayudarme en mi estado.

—No creo poder aguantar mucho más —le digo a la noble desde mi posición—, necesito algo de apoyo o una cura.

Miro con lástima al lloroso y moqueante goblin tendido a mis pies. A lo mejor él no le ha hecho ningún daño a nadie y solo viajaba en malas compañías... Quizá incluso está dispuesto a contarnos todo lo que queramos saber si prometemos perdonarle la vida.

Solo cuando escucho sus gritos me doy cuenta de hasta dónde ha conseguido llegar Ethani pero ya es tarde para socorrerla. Me olvido del goblin al que pensaba interrogar y compruebo con preocupación que la alegre kender está demasiado lejos como para que pueda enfrentarme cuerpo a cuerpo a sus atacantes e incluso para que pueda albergar alguna esperanza de acertarles con una pedrada de mi honda.

Lo más que puedo hacer por ella es correr en su dirección lo más deprisa que el accidentado terreno me permita, agitando amenazadoramente mi lanza luminosa en el aire y gritando a los goblins que la acosan:

—¡Eh, vosotros, mamarrachos! ¡Dejadla en paz si no queréis saber lo que es bueno! Como no os marchéis de aquí a toda prisa, terminaréis como el resto de vuestros compañeros.

Los estaban superando, algo que se podía prever al ver la cantidad de enemigos que se alzaban en su contra antes del combate, eran cinco valientes, seis si contaban a la moribunda Kender atravesada por las jabalinas goblin. Pero tenían que mantener la contención hasta que llegaran al cuerpo a cuerpo, habían luchado hasta ahí, abrir las puertas de la jaula era inviable. Solo podían luchar aguantar y esperar el juicio de los dioses. Apoyando el bastón en su hombro desenvainó dos dardos más y los lanzó hacia sus enemigos antes de que se les dieran alcance al cuerpo a cuerpo. Los últimos acordes del combate se sucedían trepidantes con los gritos de los moribundos, todo dependía de mantener a Lowen con vida, si el caía, caerían todos.

-Estoy a vuestro lado, si es necesario me lanzaré al frente para darle tiempo a Briand para que active su reliquia y apele a la victoria alada.

- ¡Resiste! - Fue su orden, una orden imponente hacia el guerrero para que obedeciese, y no deje ni su cuerpo ni su voluntad flaquear. Mientras la joven rubia corría como podía en su dirección, fue tomando con su mano derecha el asta del arma por la mitad, no para blandirla sino para poner llevarla a sus espaldas como una carga. Mientras, se iba preparando con su mano izquierda, concentrando el poder de su objeto.

- Shinare... - Iba susurrando, en la agitación de su carrera. - Shinare... - Como si estuviese perfectamente cronometrado, ya sus pasos se encontraban a menos de un metro del aspirante a caballero. - ¡Shinare! - Remató, ya pudiendo colocar la palma de su mano a sus espaldas y sintiendo como la energía sagrada se transfería desde el centro de su cintura hasta su mano, para desembocarla en su compañero.

Su guardia había quedado algo expuesta, pero podía resistir una embestida.

Kylian apresta dos nuevos dardos y se los arroja, inasequible al desánimo, al ballestero más próximo. Su perseverancia se ve recompensada cuando el primero de ellos consigue clavarse profundamente en su carne. Con un alarido de dolor, el infeliz se arranca el proyectil y mira con odio al clérigo de Gilean.

Aprovechando la distracción creada por sus compañeros, Glinthalas avanza entre la vegetación y dispara a un segundo ballestero aunque, debilitado como está por el veneno de las arañas, le cuesta un gran esfuerzo tensar su arco en condiciones y la saeta solo le causa una herida superficial a su objetivo.

Ethani intenta escapar de los goblins pero, malherida como está, no consigue llegar muy lejos antes de que la sanguinaria pareja le arroje dos nuevas jabalinas. Esta vez uno de los lanzadores falla su lanzamiento pero el otro consigue alcanzar por la espalda a la kender. La fuerza del impacto es tal que la arroja de bruces contra el suelo y Ethani queda allí tendida, sobre un charco de sangre que se extiende bajo su cuerpo inerte.

Dando voces, Lluvia Estelar corre hacia ellos haciendo caso omiso de la amenaza de los cuatro ballesteros, pero todavía está muy lejos y no parece que vaya a llegar a tiempo de salvar a su amiga kender de sus dos sádicos atacantes.

Lowenherz en cambio, apenas se mueve de donde está, manteniendo su pose defensiva y esperando la ayuda de Briand, que ya está en camino. Uno de los ballesteros dispara a lady Le Besco pero el proyectil pasa silbando a su lado sin alcanzarla. Otros dos apuntan a Lowen, pero los virotes son desviados por su pesado escudo de madera. El último tirador, herido por Kylian, le amartilla su ballesta ligera con tantas prisas y tanta rabia, que el brazo del arma se le rompe y esta queda totalmente inutilizada.

Es entonces cuando Briand logra llegar hasta Lowen y emplear en él los sanadores poderes del cinturón de Shinare. Al instante, los dolores remiten y las heridas se cierran; y el corpulento guerrero se siente tan revitalizado como cuando salió de Belleria esta misma mañana.

Me siento aliviada al ver que Briand se ocupa de atender la graves heridas de Lowen. Aliviada y, quizá, algo celosa, pero esa es una actitud infantil muy poco apropiada para nuestra situación actual.

Entre la vegetación, las tiendas de campaña y la baja estatura de Ethani, resulta complicado saber cómo le están yendo las cosas pero los gritos de júbilo de sus perseguidores me hacen presagiar lo peor. Sigo corriendo hacia ellos despreciando el peligro que suponen los hombres armados con ballestas. Confío en mi escudo, mi camisote de malla y en mi propia tozudez para evitar que las saetas me paren.

Sosprecho que soy la única que está preocupada por la valiente kender y no sé si conseguiré llegar a tiempo para salvarla, pero tengo que intentarlo. Me temo que nadie más lo hará.

—¡Dejadla en paz, cobardes, y venid a por mí!

Notando los rápidos resultados del cinturón, Le Besco no se permitió impresionarse mucho pues aún se encontraban en el fragor de la batalla. Un rápido pantallazo le permitió corroborar que aún quedaban cuatro tiradores en pie, uno de ellos con su arma ya neutralizada. Estando tres a tres, no deberían perder contra unos simples lacayos.

- Ve a por aquel. Yo me encargaré de éste. - Le indicó rápidamente señalando al más cercano, mientras ella no perdía el tiempo en avanzar hacia el que se encontraba un poco más lejos, retomando firmemente su arma con ambas manos en su carrera para neutralizar al ballestero.

La distancia no tardó en cortarse, y con lo enorme y ventajosa que era su arma, dio gala de su destreza para enganchar con un movimiento semivertical el arma de proyectil entre las puntas de su ronca y dejando el arma tirada, con el filo de su arma por delante si intentaba volver a recogerla. Su guardia no se había bajado en absoluto sino todo lo contrario. - Luchas en vano. Ríndete. - Fue su orden. Su líder estaba muerto, y estaba prácticamente a merced de su lanza. No tenía mucha opción, y ella no quería derramar sangre innecesaria. Éste era un hombre y esperaba no compartiese el fanatismo de los trasgos.

La poderosa magia del cinturón de Briand proyecta sobre mí una extraña energía que me hace recuperar la vitalidad perdida. Las heridas comienzan a cerrarse rápidamente y el dolor casi ha desaparecido por completo. Es toda una suerte tener un objeto así, pienso una vez que la energía que me rodeaba comienza a disiparse.

Ahora ya prácticamente recuperado es el momento de contraatacar. Me dirijo todo lo rápido que me permiten las piernas hasta el ballestero que se encuentra más cerca de mí y le lanzo una estocada en cuanto entra en mi rango de ataque.

Cuatro ballesteros, dos amenazados por nuestros expertos combatientes del cuerpo a cuerpo y uno que se había inutilizado a sí mismo. Fantástico. Eso le dejaba al elfo al cuarto ballestero con tiro limpio. El problema, claro estaba, era que no sólo eran blancos en movimiento, sino que la misma distancia les separaba a ellos de él, que a él de ellos. Una distancia fácilmente recortable por un virote de ballesta.

Dado que a Glinthalas no le apetecía nada acabar con un virote de ballesta alojado entre las costillas, el silvanesti avanzó rápido hacia una cobertura y no fue hasta llegar allí que se decidió a hacer un tiro rápido contra el ballestero que quedaba "libre". Claramente el veneno debía seguir causándole problemas porque le flecha salió bastante desviada...

Mientras quedara un resquicio para diezmar sus filas desde la distancia debían aprovechar esa ventaja. Le quedaban unos segundos hasta que el bravo aprendiz de escudero entablara combate cuerpo a cuerpo con los ballesteros. Cada momento, cada respiración, cada latido parecía encajar en un complejo baile de muerte y victoria. Si se trataba de justicia o venganza, no le correspondía a el decidirlo. Tal vez fueran ambas a la vez.

Deslizó sus dos últimos dardos de acero en sus manos y los lanzó al único ballestero que seguía lo bastante lejos de la mele. En el próximo turno debería alzar de nuevo su bastón y lanzarse a la batalla para dar apoyo al flanco de Lowen. Adaptarse al ritmo de la batalla, limitar la amenaza y capear la marea de flechas letales y filos sedientos de sangre.

Aunque cada vez le quedan menos, Kylian prepara otros dos dardos y se los arroja al ballestero que se encuentra más alejado. Por desgracia, el clérigo de Gilean verifica una vez más que este tipo de proyectiles no es el más adecuado para combatir a enemigos que se encuentran a más distancia que unos pocos pasos. El primer dardo ni siquiera pasa cerca y el segundo se clava en el suelo a los pies del tirador cuando éste salta ágilmente hacia atrás.

Infatigable, el arquero silvanesti se mueve una vez más entre árboles y arbustos en busca de cobertura y de ángulos de tiro que le permitan abatir a vuestros enemigos minimizando el riesgo para su propia seguridad. Por desgracia, en esta ocasión, su disparo pasa a más de un palmo por encima de su objetivo y la flecha se pierde en la espesura.

La pareja de goblins que vigilaban a los prisioneros de la carreta escuchan los gritos no solo de Lluvia, sino de sus cautivos suplicando que dejen en paz a la valiente kender a la que algunos confunden con una niña pequeña. Pero los hombrecillos verdes no saben lo que es la piedad. Uno de ellos echa a correr hacia el este, huyendo de la mística que-shu y el resto de vosotros. En cambio su compañero, golpea salvajemente a la inerte Ethani con su maza antes de seguir los pasos de su compañero. Para cuando Lluvia Estelar logra llegar hasta el fuego de campamento, la pareja de huidizos goblins se alejan ya a toda prisa del lugar.

Recuperado gracias a la magia de Shinare, Lowenherz retorna a la batalla que había estado evitando hasta el momento. Y, de una certera estocada, atraviesa la garganta del ballestero más próximo; poniendo fin a su vida.

Ninguno de los tres humanos restantes parece deseoso de enfrentarse al poderoso guerrero. Al que se le ha roto su ballesta, echa mano de su maza y se lanza cuerpo a cuerpo a por Briand; pero ella esquiva ágilmente el mazazo. De los dos tiradores que quedan, uno dispara a Kylian y el otro a la noble de Kalaman. El dirigido contra el clérigo de Gilean vuela certero hacia su cabeza pero una rama baja consigue desviar el proyectil en el último instante. El segundo virote sí consigue atravesar las defensas de lady Le Besco, aunque no es más que una herida superficial.

Espoleada por el dolor y la rabia, Briand da la espalda al bandido que se enfrenta a ella cuerpo a cuerpo y le lanza a por el tirador. Con rápidas zancadas, logra llegar hasta él y asestarle tan duro golpe a su arma que se la arrebata de las manos

El combate sigue evolucionando, nunca estático. Aunque la kender ha caído, la balanza se decanta a favor de los aventureros. El líder enemigo ha caído, varios goblins riegan el suelo con su sangre, al igual que otros tantos humanos. De todos, sólo quedan 3 enemigos en pie.

Viendo como Briand desarma al ballestero del que se estaba ocupando, Glinthalas busca un nuevo objetivo y no tarda en encontrarlo, el ballestero más al sur del campamento. Ileso y solitario, el silvanesti tensa su arco para tratar de abatirlo.

La flecha surca el aire con un silbido mortífero que anuncia su presencia, pero para cuando el ballestero se da cuenta ha dejado de oírla para sentirla en lo más profundo de su ser. Literalmente.

Otro enemigo más cayó y ya solo quedaban tres. Me acerco al que tengo más cerca, el ballestero que se acababa de equipar con una maza y luce claramente herido.

—Rendíos —le digo—, sin vuestro líder no sois rivales. Se os tratará decentemente, aunque no lo merezcáis.

En caso de que haga caso omiso de mis palabras, preparo mi espada para atacarlo, aunque le golpearía con la parte sin filo de mi espada. Si consigo incapacitarlo podremos interrogarlo más tarde.

Avanzó junto al guerrero, con el bastón en alto y buscando el flanqueo con su compañero de armas. Dando un molinete mientras avanzaba tomando de nuevo el bastón. Un solo impacto certero tendría que ser suficiente, cuando escuchó las intenciones de Lowen de atemorizarlos. Mantuvo una posición defensiva y observó el devenir del combate. En el fondo la amenaza estaba ya en sus últimas ascuas.