Partida Rol por web

El líder hobgoblin debía caer. No sólo lo había anunciado, sino que Thorwyn creía firmemente en ello. Cuando el líder cayera, el resto trataría de huir despavorido. Esa huida podía ser aprovechada y seguramente salvaría alguna vida. Había que abatirle.

Invocando nuevamente sus energías mágicas, en esta ocasión lo hizo cogiendo con fuerza su perla mágica, que le ayudaría a volver a realizar un conjuro que acababa de lanzar y que de otra manera no podría volver a usar durante esa jornada: Proyectil mágico.

En un instante las dagas luminosas recorrieron el espacio entre las manos del mago enano y el cuerpo del líder. Nuevamente infalibles. Nuevamente menos efectivas de lo que le hubiera gustado, pero un poco más efectivas que la última vez.

Lluvia Estelar alcanza finalmente a Lowen y le imbuye con la fuerza espiritual de sus antepasados, haciendo que sus músculos se hinchen de forma visible.

Viéndolo, dos hobgoblins más se unen a la batalla contra el solámnico, conscientes de que representa para ellos la mayor amenaza. Con la retaguardia obstaculizada por la viga del carro volcado y viéndose superado cuatro contra uno, el caballero de la Corona no consigue evitar que una certera estocada a fondo se cuele a través de sus defensas del flanco derecho y se hunda profundamente en su carne.

Con un alarido de dolor, Lowen contraataca con la fuerza sobrehumana que acaba de recibir, decapitando al adversario que tiene delante e hiriendo en el mismo movimiento al líder de los hobgoblins con un largo tajo en el pecho. Y este, a su vez, responde con rabia ciega acuchillando la clavícula del valeroso guerrero humano. De haber asestado el golpe un par de centímetros más a su izquierda, seguramente lo habría degollado sin remedio.⁷

Una sutil indicación de Tres Ombligos a sus hombres hace que estos se detengan y se limiten a contemplar el combate como meros espectadores. Quizá por temor a herir a la pareja con sus flechas pero más probablemente porque no les importa demasiado si viven o mueren a manos de los restantes trasgoides.

Si Thorwyn se da cuenta de esta señal de "alto", no da muestras de ello y consume la energía mágica de su perla encantada para volver a lanzar sus infalibles dagas de energía contra el líder de los hobgoblins, quien a duras penas se mantiene ya en pie.

Tampoco Kylian se da por aludido con las indicaciones de los nerakanos y, aunque deja de avanzar hacia el frente de batalla, refuerza sus protecciones sobrenaturales y envía su bastón encantado a luchar por él. Un solo golpe contundentemente asestado en su coronilla basta para que el bruto se desplome en el suelo, inerte.

El combate estaba más que decantado. Tan solo dos de esos indeseables quedaban en pie y aunque su arma espiritual había hecho un buen trabajo y todavía podría seguir haciéndolo con un último golpe, Kylian prefirió hacer caso a las órdenes impartidas por Tres Ombligos y no tentar a la suerte de nuevo. "Disfrutaría" del final del combate como mero espectador, si es que de alguna forma se podía disfrutar de una matanza. A fin de cuentas, parecía que Lowen no iba a necesitar ayuda de nadie para despachar a los restantes hobgoblins y Lluvia ya estaba allí para luchar a su lado.

Kylian permitió que el conjuro del arma espiritual se consumiera sin efectuar acción alguna y se acercó hasta la posición de Tres Ombligos. Le interesaba saber que pasaría a continuación. Sospechaba que por orden del líder nerakiano, éstos pudieran aprovechar ahora para atacarles y de ahí su precaución a la hora de lanzar hechizos sobre su persona. Aunque lo que realmente temía, era por el mercader y lo que pudieran hacer con él sus nuevos amigos. Tenía por seguro que si emprendían acciones violentas contra ellos, Lowen se opondría fervientemente y podía iniciarse una nueva contienda.

Esa sería sin duda una mala noticia. Kylian tendría que elegir entre proteger a sus compañeros de espionaje y seguir adelante con la misión. Lo cierto era que a esas alturas, no sabía ni él como iba a reaccionar si finalmente se producía aquella desgradable e inoportuna situación.

Siento el impulso de gritar cuando veo al líder de los gnolls acuchillar a Lowen en el cuello, pero no lo hago. Mis gritos no van a ayudarle, ni a espantar a nuestros enemigos como si fueran cabras.

En lugar de eso, me armo de todo el valor que soy capaz y de toda la rabia para blandir mi lanza y tratar de hundírsela en el costado. Ayání me concede las fuerzas que a mí me faltan y logro así atravesar sus defensas.

Solo espero que sea suficiente como para acabar con él mientras Lowen despacha a los otros dos sin tener que preocuparse por su retaguardia.

Lowen estaba rodeado, y sus heridas hacían manar la sangre. Solo Lluvia había acudido al cuerpo a cuerpo junto a él, aunque supuso, de alguna forma, que el brillante proyectil arcano que había herido al líder de los monstruos se había originado en Thorwyn. No tenía tiempo de pensar, se giraba de un lado a otro, repeliendo estocadas con el escudo, lanzando tajos a diestro y siniestro, envuelto en un caos en el que ya no sabía bien dónde estaba cada contendiente, y le resultaba casi imposible predecir en qué momento atacarían, o desde donde.

Thorwyn no disponía de buen ángulo de tiro, sólo sus proyectiles infalibles podía acertar con seguridad en una situación como esa. Si a eso le sumabas el hecho que Lowen estaba trabado en combate cuerpo a cuerpo con lo que quedaba de los asaltantes hobgoblins, el disparo se hacía todavía más complicado. Y se le habían acabado los Proyectiles mágicos.

Así las cosas, el enano arcanista abandonó la seguridad de su posición mientras cargaba su ballesta, dispuesto a hacer blanco sobre un hobgoblin si éste optaba por tratar de huir. No permitiría semejante cosa. Aquellos bichos hablaban y bien podrían tener una conversación interesante con ellos, si es que llegaba a sobrevivir alguno.

─Espero que respetéis el derecho saqueo: quien mata a alguien que le ataca tiene derecho a quedarse con lo que lleve... Y ese guerrero humano va a necesitar todo lo que lleven esos goblins hipertrofiados para pagar al clérigo para que le remenden, juas, juas ─comentó jocoso Thorwyn hacia los nerakanos.

La lanza de Lluvia Estelar atraviesa el camisote de mallas del hobgoblin y penetra hasta el asta en su carne. Él intenta mantenerse en pie pero ha recibido ya un duro castigo por las dos andanadas de proyectiles mágicos de Thorwyn y termina cayendo de rodillas y después de lado a los pies de Lowen.

Éste pivota entonces sobre sí mismo hacia su derecha, bloqueando con su escudo encantado los dos certeros ataques de sus enemigos que se le venían ya encima. A continuación, acomete a ambos con un amplio tajo horizontal de izquierda a derecha, abriendo en canal al primero e hiriendo de gravedad al segundo.

Thorwyn se mueve en busca de un ángulo desde el que tratar de abatir al trasgoide que queda en pie en caso de que intente escapar. Pero antes de que tenga ocasión de hacerlo o de atacar de nuevo, el último defensor del carro volcado se asoma de entre los restos del vehículo con su ballesta pesada cargada y le dispara por la espalda a la cabeza, a bocajarro. El hobgoblin se desploma de bruces antes de llegar a saber siquiera qué ha ocurrido.

El bastón de Kylian se desvanece en el aire mientras él se acerca al carro volcado, desde donde salen los lamentos del mercader herido, y Tres Ombligos da órdenes a sus hombres de degollar a los trasgoides que todavía respiren.

La sangre de mi enemigo derrotado resbala desde la punta de mi lanza hasta mis manos y yo me pinto el rostro con ella a la usanza de los cazadores de mi tribu. El Gran Bisonte nos ha concedido su poder y nos ha otorgado la victoria sobre nuestros enemigos.

Pero no me engaño a mí misma, mi participación en todo esto no ha sido mayor que la Kylian con su imparable bastón incorporal, o la de Thorwyn con sus certeras dagas doradas, o la de los sacrificados guardias de la carreta volcada de la carreta que han aguantado heroicamente su posición, o incluso que la de los cultistas de Takhisis que con tanta puntería han abatido a varios de los hobgoblins. A mis ojos, el indiscutible campeón de la jornada es Lowenherz por la valentía demostrada enfrentando cuerpo a cuerpo y en solitario a unos enemigos que le superaban ampliamente en número pero no en audacia. Su castigado físico es prueba de ello y es justo por tanto que reciba un pronto alivio a sus dolores.

—Sahanahráy iiná —invoco al espíritu de la vida—, si la bravura de este guerrero te ha sido grata, restitúyele la salud perdida para que pueda seguir combatiendo para regocijo de los ancestros.

Soy consciente de que le hará falta mucho más que este sencillo ruego para recuperarse totalmente, pero quizá haya otros que también necesiten mi ayuda y que no puedan esperar a recibirla. Escucho lamentos procedentes del carro y no sé si los dos defensores inertes viven todavía o han muerto a causa de sus heridas.

- Veamos con quien tenemos que tratar... - Le dijo el sacerdote a Tres Ombligos.

Acto seguido avanzó hasta el carruaje que había volcado en medio de la carretera. Allí se hallaba el hombre que seguramente fuer aun comerciante o en su defecto un hombre de dinero, junto al último de sus escoltas. Les habían salvado la vida del ataque de los hobgoblins, pues aunque no habían demostrado ser grandes guerreros, la evidente superioridad numérica habría acabado por decantar la balanza. Ahora tocaba saber a que clase de persona habían concedido un día más sobre la tierra. 

- ¿Se encuentran bien? - Les preguntó a los supervivientes.

Para ese entonces Lluvia ya se encontraba atendiendo a los heridos. Era una hábil curandera, aunque sus poderes de sanación no eran comparables con los de un clérigo y desde luego eran bastante más limitados. Miró a la mística, parecía estar tratando de estabilizar a los moribundos soldados. 

- ¿Siguen con vida? - Le preguntó. - Podría sanarles, si Gilean así lo quiere...

Con un último tajo, seguido de una certera saeta, Lowenherz había puesto fin a la contienda. Después de aquello, el dolor por las heridas comenzó a invadirle, aunque pronto sintió sobre sí mismo los dones curativos de Lluvia. El guerrero se giró para darle las gracias, pero la mística ya se había alejado, ansiosa por salvar cuantas vidas pudiese. Lowen no dijo nada más, entreteniéndose unos instantes en verificar que los hobgoblins estuviesen muertos. Era la primera vez que estaba de acuerdo en algo de lo que decían aquellos maléficos sectarios, a los que no veía el momento de entregar a la justicia.

Después vinieron las súplicas del mercader. El hombre parecía realmente agobiado, y Lowen no podía menos que sentir la obligación de ayudarle en su tarea. Pero, si esta les alejaba de su misión, no podría continuarla, y por ello le era imposible comprometerse. La compra de semejante monstruo de acero no le interesaba: se sentía más cómodo combatiendo con el ligero camisote de mallas, y también viajando. Y no pretendía dilapidar la pequeña fortuna que tenía guardada en un papel de una manera tan frívola. Pese a todo, no pudo resistirse a echarle un vistazo, caminando en las inmediaciones sin decir nada.

Decidió esperar a ver qué hacían los nerakanos. Quizá se ofreciesen a ayudarle (con la evidente pretensión de robarle después), o tal vez revelasen algún detalle sobre su destino. Entre tanto, fingió interesarse por los cadáveres de los hobgoblins, acuchillando a alguno que parecía moverse, y registrando a los más cercanos por si tuviesen algo de valor, poniendo especial énfasis en el líder.

Buscó a Lluvia con la mirada, pero la que-shú parecía ocupada en sanar a los heridos.

- ¿Qué opinas? - Le preguntó Kylian a Tres Ombligos. - Trescientas piezas de acero por llevar esa armadura es un buen precio. - Comentó. - Creo que sí tuviera esas mil piezas de acero me la llevaría. Debe ser complicado moverse allí dentro, pero seguro que es una gran armadura. - Afirmó.

No sabía cómo ayudar realmente al mercader. Él iba de prestado en el carruaje de los nerakianos y no tenía la clave de cómo podía hacer aquel hombre para transportar la armadura hasta su destino. Dr hecho, ya habían hecho todo lo que podían por lo supervivientes y quizás ahora tocaba hacer lo propio por los caídos. 

- ¿Quién me ayuda a apilar los cadáveres en el lateral? - Preguntó. - Creo que debería rezar una oración por sus almas y luego deberíamos quemar los cuerpos. - Afirmó. - Es lo menos que podemos hacer por ellos. - Sentenció. 

Fuera como fuera, se encargaría de juntar los cuerpos de los humanos fallecidos y apilarlos uno junto a otro de la manera más digna posible. Luego rezaría por que tuvieran un buen paso a la otra vida y los trataría de quemar sus cuerpos, pues ni se veía con ganas o fuerzas de cavar una fosa para todos. En cuanto a los hongoblins, simplemente los dejaría apartados del camino para que los devoraran las fieras. 

Y si, se llevaría todo lo que encontrara en los cadáveres que le pudiera ser de utilidad o que pudiera tener un buen precio en el mercado. Al fin y al cabo ellos ya no lo necesitarían, él seguía sin provisiones y alguien tendría que pagar por sus servicios. Por supuesto, repartía todo con el resto de componentes de la caravana.

De los salteadores hobgoblins no hay mucho rescatable, media docena de espadas largas de aspecto común, una treintena de jabalinas, algunos pequeños escudos de madera, sus sucias armaduras de cuero tachonado asaeteadas o acuchilladas... Y algunas monedas y piedras semipreciosas repartidas en saquillos entre todos ellos.

El equipo de batalla de su líder en cambio, es de mucha mejor calidad, algo que Lowenherz determina en seguida con ojo experto. Y también lo es la armadura completa que el desesperado mercader os ofrece, aunque el caballero de Solamnia nunca antes había tenido dinero como para permitirse algo semejante y es incapaz de valorar si el precio ofrecido es justo o no.

En cambio, Thorwyn sí se hace una idea de que una armadura de esa calidad seguramente valdrá al menos un 50% más si se le ofrece al comprador adecuado. Para ser una venta desesperada, como es esta, su precio puede ser incluso algo elevado y quizá podría intentar regatear si tuviera tinero para ello y dónde cargarla.

—¡Quieto ahí, Manos Largas! —avisa Tres Ombligos a Lowen cuando le ve registrar los cuerpos—. El dinero y las gemas que tengan son nuestras, somos más y también hemos hecho mucho más por ganárnoslas así que es lo justo. A menos que quieras discutir con todos nosotros. Pero puedes repartirte con tu mujer salvaje toda la morralla ensangrentada que llevan encima.

—Así tendrá algo que limpiar para entretenerse a parte de sacarle brillo a tu "espada" —bromea groseramente un segundo cultista, arrancando carcajadas a sus camaradas.

Cuando las risas cesan, Tres Ombligos medita la propuesta de Kylian.

—Sí, esas trescientas piezas de acero nos vendrían bien, ¿verdad? —comenta pensativo, mientras tamborilea distraidamente con los dedos sobre su labio superior—. Pero el caso es que no teníamos pensado ir a Styx... Ni tampoco voy a pagar una fortuna por un montón de chatarra. ¿Qué dices tú, enano? Todo el mundo dice que los vuestros tenéis buen ojo para estas cosas. ¿Vale lo que pide o este miserable está tratando de robarnos después de que le hayamos salvado la vida?

Muertos.

Cierro los ojos de los valientes defensores que dieron sus vidas por salvar la de su patrón y defender su mercancía. Nadie debería morir por... esto. Por un puñado de cosas.

Lágrimas de impotencia empañan mis propios ojos y miro hacia otro lado apretando los puños cuando veo a Lowen unirse a los desalmados cultistas en la ejecución y el saqueo de nuestros asaltantes. ¿Muerte piadosa o saqueo de cadáveres? ¿No había ninguno a quien poder salvar e interrogar? ¿Más muertes son realmente necesarias cuando el enemigo ha sido ya vencido?

No tengo respuestas a estas preguntas y opto por hacer oídos sordos a las provocaciones de los asesinos y ladrones. No me sirve de nada encararme con ellos, ni quiero nada de esto; los espíritus de sus anteriores propietarios me perseguirían en la muerte por haberles despojado de sus vidas y sus pertenencias. No, ya encontraré una forma honrada de equiparme que no sea desvalijando difuntos.

Por un momento siento la tentación de ofrecerle al mercader un hueco en mi carreta para sus cosas, aunque solo sea para frustrar las extorsiones a las que le someten los nerakanos pero... ¿Qué me importa a mí realmente este hombre? Un individuo que ha dejado morir a más de la mitad de sus escoltas solo por su beneficio personal. Tanto me da si esa armadura se queda aquí oxidándose en una cuneta del camino.

Sin decir palabra, me pongo a ayudar a Kylian a apartar los cuerpos de los guardias asesinados y hacer una pira con los restos del carro destrozado. Que sus almas naveguen por el Río de los Muertos y encuentren la paz al vinal de viaje.

Trescientas monedas por transportar la armadura. La mente de Thorwyn ya empezaba a disponer de qué elementos prescindir nuevamente para hacer sitio a semajente armatoste y aceptar la oferta cuando las palabras de Tres Ombligos le sacaron de su ensimismamiento.

─Una armadura de esa calidad debería valer, como mínimo 1.650 piezas de acero en el mercado, pero podría llegar a colocarse por más de 2.000 monedas si se encuentra el comprador adecuado. Ojalá dispusiera de esa cantidad de dinero, no me lo pensaría dos veces y se lo quitaría de las manos, antes de que llegara a un lugar donde pudiera venderla...

Con estas palabras Thorwyn esperaba conseguir varias cosas: por un lado, claro, despertar el interés de Tres Ombligos, un claro amigo del dinero. Una perspectiva de negocios seguro que le alegraba el día. Por otro lado también esperaba que recurriesen al tesoro que cargaban para pagar, de manera que se revelase la verdadera naturaleza de su cargamento. Echar un vistazo a lo que había en el carro era una tentación demasiado grande como para rechazarla simplemente. Por último, intentaba desviar la intencionalidad y sentido de la oportunidad del infame Tres Ombligos para que hiciera, aunque fuera una vez en su vida, una transacción legal. Aunque fuera con dinero robado. No es que quisiera reintegrarlo en sociedad o algo así, no, más bien era evitar un innecesario baño de sangre. Ya había habido uno y no quería alargarlo más.

Maese Runavieja lo había resumido bien, aquella armadura era valiosa y si uno no la quería como método de protección, siempre podía venderla y hacer un buen negocio. Qué Thorwyn hubiera desvelado si valor podía suponer dos cosas, o bien que los nerakianos quisieran venderla o bien que se la arrebataran por la fuerza como pago por salvarles la vida. La segunda opción parecía más probable y eso sin duda desataría una lucha entre nerakianos y espías. 

- Siempre podéis ocultar la armadura en el bosque dentro de su caja y volver más adelante a recuperarla. - Dio una nueva opción. - Quizás como otra opción podrían venir con nosotros hasta nuestro destino - No quiso decir a dónde iban por si había recelos por parte de los nerakianos - y vender allí la armadura o comprar un nuevo carruaje para viajar a Styx. - Se encogió de hombros. - Aunque no soy yo quién para validar esta opción. ¿Qué opinas tú? - Le preguntó a Tres Ombligos.

Lowen sonrió irónicamente cuando escuchó la voz de aquellos tipejos. No tenían pensado llegar a Styx, así que su guarida debía estar antes. O, al menos, el desvío que conducía hasta ella. Aquel botín no le interesaba demasiado, y sabía que los cultistas no tardarían en querer disputárselo. Sin embargo, cuando el cultista hizo un comentario sarcástico sobre Lluvia, agarró la cabeza del hobgoblin al que había decapitado, tirando a un lado las gemas que había recogido.

- También esas bestias pestilentes eran más, y sin embargo, aquí están. - lanzó la cabeza rodando hacia los pies de Tres Ombligos  - A pesar de que tú y tus amiguitos habéis dejado de disparar antes de tiempo. Si tienes ojos en la cara habrás visto lo que les ha pasado a estos. Seguro que no te apetece ver a cuántos de vosotros puedo rajar antes de que esto acabe.

Escupió al suelo.

- He tenido bastante de vuestra apestosa compañía. ¿Queréis las gemas? Quedaoslas. A mí no me hacen falta.

Sabía que los tipos se sentían protegidos por el número, pero eso no significaba que les fuese a apetecer toparse con su acero. Les dedicó una mirada desafiante, mientras tiraba de su caballo y se acercaba a Lluvia, ayudándole a hacer la pira lo más rápidamente posible.

- Mejor será que nos alejemos de estos cuanto antes. - le dijo a la que-shú en susurros - Thorwyn debería ser capaz de decirnos más.

—Así que dos mil piezas de acero, ¿eh? Lo lamento, maese Kylian, pero me temo que tendrá que recorrer a pie las últimas millas del camino —es difícil afirmarlo a ciencia cierta por la forma de ser de este individuo, pero casi diríais que su disculpa con el clérigo de Gilean es sincera—. Necesitamos su carro para hacer sitio a ese valioso montón de chatarra. Parece ser que no podemos permitirnos el lujo de dejarla enterrada por a...

Es entonces cuando la desabrida réplica de Lowen interrumpe sus palabras y un pesado silencio se cierne sobre la caravana. Dos o tres cultistas con las ballestas amartilladas las apuntan en dirección al encubierto caballero de Solamnia aunque en sus ojos puede leerse que no todos tienen demasiadas ganas de medirse con él.

Pero Tres Ombligos estalla en ofensivas carcajadas carentes de humor.

—Hemos dejado de disparar para no coserte a flechazos, mi lenguaraz amigo, así que imagino que esta es tu forma paleta de darnos las gracias por no haberte convertido en un alfiletero. Maese Kylian, haga el favor de atender a ese pobre desgraciado, que el dolor de sus heridas le hace delirar y sería una pena que acabara desangrándose como un cerdo.

Dando el asunto por zanjado, se baja de un salto del pescante de su vehículo y, a continuación, se va a la parte de atrás del mismo para revolver entre la carga, apartando varios baúles y arcones de buen tamaño y levantando finalmente con ambas manos un cofre de aspecto bastante pesado.

—A ver qué tenemos por aquí... Acércate, enano, necesito una mente despierta como la tuya para asegurarme de que ese canalla no recibe más de lo que merece.

Al asomarse, Thorwyn puede ver un ídolo de oro macizo que seguramente represente a algún dios desconocido para él, un par de candelabros de plata de cuatro brazos, un cáliz también de plata decorado con incrustaciones de lapislázuli, un brazalete de oro muy parecido a uno que compró Briand antes de salir de Kalaman...

—Toma —el líder de los cultistas le pasa al arcanista theiwar una bolsa de cuero cerrada y, al examinar su contenido, éste descubre que está llena de piedras preciosas perfectamente facitadas por un joyero experto—. ¿Los enanos entendéis de estas cosas, no? Sé un buen chico y saca de ahí gemas por valor de mil piezas de oro, pero ni una más. No nos jodas, ¿eh?

A continuación, chasqueando los dedos, hace indicaciones a tres de sus hombres para que carguen la pesada caja con la armadura completa en la carreta del peletero en la que el clérigo de Gilean ha estado viajando desde el ataque de las arpías.

Kylian sonrió tras las palabras de Tres Ombligos. Ciertamente lo que decía tenía lógica. El combate estaba decantado y si disparaban contra los trasgoides estando cuerpo a cuerpo con Lowen, podría haber sucedido que acabase como un coladero. 

El odio que Kylian profesaba por los nerakianos le estaba nublando la vista y no era la primera vez. No todo era maldad en aquella gente. Tenía cosas buenas si uno sabía encontrarlas y Kylian lo había hecho hasta el punto en que se le planteaba un dilema moral. ¿Podría traicionar a aquella gente que tan bien le había tratado? Lo contrario sería traicionar a sus viejos amigos y a los caballeros solámnicos. Si un duda, una difícil decisión. 

- ¡Vamos, si sólo hemos permitido que te luzcas delante de la chica! - Alzó la voz Kylian. - ¡Lo has hecho bien, pero ese carácter tuyo te traerá problemas! - Miró a los nerakianos y negó con la cabeza. - No se puede decir de él que sea un mal guerrero, pero razonar, no razona...

Se acercó entonces a Lowen. Pretendía sanar sus heridas, pues aún no estaban cerradas ni mucho menos. Esperaba no tener que volver a pelear ese día o al menos hasta después del hasta el alba, cuando tras sus rezos diarios, los dones divinos le fueran de Nuevo concedidos. 

- ¿Dónde te duele, muchacho? - Le preguntó antes de aplicar sus manos sobre su cuerpo para tras pedir a Gilean su bendiciones, sanar esas heridas. 

A pesar de mi enfado, tengo que hacer un esfuerzo para no sonreírme ante la teatralidad de Kylian, que actúa como si realmente no nos conociera a ninguno de los dos en su magistral esfuerzo por congraciarse con nuestros enemigos. De todos, él es el que ha llegado más lejos y ha conseguido congraciarse mejor con ellos. Sería una pena que lo echásemos a perder por un momento de provocación.

—Tienes toda la razón, Lowen, nos alejaremos de esta gente —coincido con él en un intento de apaciguarle, cogiéndole de la mano—. Los seguiremos desde la distancia y no acamparemos cerca de ellos. A cincuenta... a cien metros. Donde no tengamos que verles las caras, ni oír sus desagradables comentarios. Ni olerles. Será bueno tener más privacidad, también para quien ya sabes. Solo esperemos que no haya más hobgoblins.

A veces un minuto puede ser la diferencia entre la vida y la muerte, pero prefiero no ponerme en lo peor e imaginar que conseguiremos llegar a tiempo para salvar a Thorwyn y Kylian si la caravana volviera a ser atacada. O que ellos vendrían en nuestra ayuda si nos emboscaran desde la retaguardia. En ocasiones, la esperanza es lo único que nos queda.