Partida Rol por web

— Alguien ha acuchillado en la barriga a este. Y a juzgar por su cara, parece que no se lo esperaba. Qué raro.

Se giró hacia sus compañeros. Thorwyn irrumpía en las habitaciones buscando tesoros, probablemente, pero Lluvia Estelar lo hacía buscando al pequeño dragón a viva voz, desgarrada como una madre. Miró las tablas del techo, escuchando los animalillos correr. Al principio le habían parecido alimañas de alguna clase. Ratas, pensó. Ratas gordas. Del tamaño de gatos. Gatos gordos, quizás.

— ¡Shh! Un momento. — dijo con la vista clavada en el techo —Ahí arriba suena como si dos gatos, o perros, se estuvieran persiguiendo, correteando por ahí. — les dijo, extrañada — Me parece que Jilhazhí no está aquí abajo.

Entonces notó el calor en sus pies y miró abajo. Esa fogata de antorchas iba a quemarlo todo, por todos los demonios.

— ¿Pero qué...? — masculló —Quien quiera otra antorcha que la coja ya. Voy a apagar esto antes de que se prenda este apestoso sitio. — indicó a sus compañeros antes de dar unos cuantos pisotones y patadas para apagar las llamas.

Cuando hubo terminado, sosteniendo la antorcha con la siniestra desenvainó la espada con su diestra, preparándose para ver si seguían ascendiendo o terminaban de despejar esa planta.

Incluso la sencilla cama que tengo delante, con las sábanas sudadas por alguno de los cultistas, me resulta atractiva en estos momentos. Estoy tan cansada y dolorida que siento cómo cada vez me cuesta más contactar con los espíritus de mis antepasados.

Sí, un sueño reparador estaría muy bien. Miro hacia atrás y veo la pequeña hoguera que arde en el suelo. Pero, preferiblemente, un sueño del que no me despertara envuelta en llamas. Niego silenciosamente con la cabeza y suspiro profundamente antes de juntar mis manos formando un cuenco. Está claro que algunos de mis compañeros también están faltos de sueño. Por suerte, Enrielle todavía conserva el buen juicio que los demás estamos perdiendo.

Avanzo hacia las llamas y separo las manos derramando sobre ellas una cantidad imposible de contener entre mis manos ahuecadas, extinguiéndolas de inmediato.

No es momento para esto. En realidad, no es momento para nada que no sea encontrar a Jiłhazhí.

—Te sigo —le digo a mi valiente amiga, dedicándole una sonrisa cansada.

Lowen observó el cuerpo petrificado del draconiano, fijándose en las cuchilladas que mencionaba Enrielle. Aquello y los sonidos de dos criaturas de pequeño tamaño correteando arriba terminaron de confirmar sus sospechas*.

- Ella está aquí. - dijo crípticamente, dirigiendo aquellas palabras a Lluvia y Kylian - La sacerdotisa.

El caballero sopesó el mandoble una vez más, haciéndolo girar sobre sí mismo. Era un buen filo, aunque habría preferido su mangual. Iba a ser un duelo complicado.

- Bien, ya le advertí a esa impía lo que ocurriría si nos encontrábamos de nuevo. Tened cuidado con ella, es muy peligrosa. O lo será mientras no la haya partido en dos. - puntualizó - Vamos.

- ¿Arriba? - Preguntó Kylian. - Si, puede que esté arriba. 

Kylian, a diferencia de Lluvia y Enrielle, no contribuyó a apagar las llamas. Por contra murmuró una extraña palabra. 

- Tii'Mhut. - Sus guantes brillaron con un destello casi imperceptible y su bastón de inmediato estuvo listo para  combate. - ¡Vamos! - Ordenó. De inmediato comenzó a subir siguiendo a las dos feminas del grupo.

Pero entonces Lowenherz pareció haber descubierto algo perturbador que paralizó por un instante al neutral sacerdote. Le miró fijamente con preocupación. 

- ¿Quién? - Preguntó con gran curiosidad a la vez que algo asustado. - ¿Una sacerdotisa? ¿De quién hablas?

Subís el último tramo de escaleras y llegáis ante una inmensa y suntuosa sala con suelos de mármol rojo, iluminada por cuatro grandes braseros que arden sin humo y desprendiendo olorosos perfumes. Cuatro son también los enormes tapices que adornan sus paredes, representando escenas bélicas de exquisita belleza, tejidas con hilos de vivos colores y de metales preciosos. Y, en el centro de la estancia, un estanque sangriento de obsidiana y oro del que emerge un altar de mármol blanco. Todo ello presidido por una descomunal estatua de un dragón de cinco cabezas pintadas con los colores de los cinco dragones cromáticos. Una representación mucho más cuidada de la misma estatua que visteis en las cuevas del cubil de Ysalla en las Astivar.

El templo resulta tan impresionante, que tardáis unos segundos en reparar en la figura situada bajo la sombra del dragón pentacéfalo. Una mujer envuelta en un campo mágico que brilla con una caótica explosión de tonalidades multicolores. Una mujer armada con un tridente dorado y a la que algunos de vosotros ya habíais visto antes.

—Ah, por fin estáis aquí, ya estaba empezando a perder la paciencia —os saluda con una expresión de fastidio en sus hermosas pero duras facciones—. Supe que érais vosotros en cuanto ese repugnante baaz dijo que había capturado a un león volador que escupía fuego. Un disfraz muy ingenioso, sin duda —añade, arrojando a vuestros pies la capucha con orejitas de león que Thorwyn fabricó para Jilhazhí en Kalaman—, debo felicitaros por ello.

Enrielle y el mago enano nunca la han visto antes, pero el resto la reconocéis como Lizbet Valanta, la sacerdotisa de Zeboim a la que apresasteis en las Astivar y que os ayudó a escapar de allí a cambio de su vida y de uno de los huevos de dragón que allí se custodiaban. Tal y como Lowenherz había predicho.

La opulencia de esta última planta contrasta enormemente con la austeridad casi ruinosa que hemos visto ahora en la fortaleza. Me resulta imposible no sentirme intimidada en presencia de gigantescas figuras bordadas con enorme maestría y bajo la mirada desaprobadora de cinco cabezas de dragón. Y me parece asombroso encontrarnos con Lizbet en este lugar, aunque en realidad no debería parecérmelo. Muchos de los que abandonaron el campamento de las Astivar cuando lo arruinamos han terminado aquí, al fin y al cabo.

Pude dejarla morir en la guarida de la dragona Azul, pero no lo hice y no hay día en que no me alegre de haberle salvado la vida viendo a mi pequeñín. No puedo decir que la recuerde con cariño, pero sí con gratitud. Sin su experiencia y conocimientos en la cría de dragones, el huevo de Jiłhazhí nunca habría eclosionado.

—Me alegra que me recuerdes, porque yo también me acuerdo de ti. Y recuerdo igualmente que no nos separamos como enemigas —le digo, tratando de sonar tan amable como pueblo—, así que confío en que en nuestro reencuentro no me consideres como tal. Al contrario. Si has rescatado a Jiłhazhí de las garras de los draconianos, te estoy profundamente agradecida por ello y te suplico que nos lo devuelvas sano y salvo. No hay rescate que no estemos dispuestos a pagar por él, ni tienes razones para dudar de nosotros. Como recordarás, ya llegamos a acuerdos en el pasado que fueron beneficiosos para ambas partes.

Por un momento Enrielle miró interrogante a Lowen. Sus enigmáticas palabras referían algo que ella no había conocido, pero no necesitaba saber mucho más que su peligrosidad. Iba a proseguir con las paradas para apagar el fuego, cuando Lluvia Estelar creó agua con sus manos y la vertió con cuidado sobre las llamas, que se extinguieron con un siseo.

Enrielle no devolvió la sonrisa a la que-shu, pero la miró intensamente a los ojos un momento.

— Le encontraremos. — le dijo con determinación, y después se giró para continuar ascendiendo las escaleras.

Cuando llegaron arriba, los ojos de la exploradora barrieron todo el templo, más buscando amenazas que deleitándose con la belleza del lugar, que igualmente resultaba asombroso. Y no tardó en hallarla, justo cuando ésta empezó a hablar.

Enrielle la observó con fijeza, y con horror comprobó que había arrancado el disfraz al pequeño dragón. Así pues, por cómo hablaba, ya conocía a sus compañeros, pero a ella le daba igual quién demonios fuera. Sin perderla de vista un instante, Enrielle envainó la espada lentamente y descolgó su fiel arco de la espalda.

Abrió la boca para exigir a Jilhazhí y amenazar si no lo hacía. Por fortuna Lluvia Estelar la adelantó con diplomacia, y cerró la boca en consecuencia. Mejor así, pues tal vez pudieran llegar a un acuerdo de nuevo. Aguardó, apretando el puño del arco, cómo se desenvolvía la tensa situación.

- No nos separamos como enemigos y no tenemos proqué serlo ahora. - Intervino Kylian apoyando las palabras de Lluvia Estelar. - Sin nosotros hubieras muerto en la guardia de la dragona azul y nosotros son ti no habríamos salir de allí. Creo que nuestro acuerdo fue beneficioso en el pasado y no veo motivos para iniciar hostilidades aquí y ahora. - Se detuvo unos instantes para examinar la expresión de la sacerdotisa. Quería descubrir si estaba tensa, contra las cuerdas o si por lo contrario, sólo estaba ganando tiempo. - Estás en inferioridad numérica y de ser así, presupongo que no saldrías muy bien parada. Nada deseamos contra ti, por lo que debes ser razonable. Devúelvenos a Jilhazhí, te lo suplico. 

Recordó entonces las últimas palabras de Lowenherz le dedicó a lady Valanta antes de separarse de ella: "volveremos a vernos". Ya entonces le sonó a una amenaza y ahora que su joven amigo se había radicalizado tanto, esa amenaza velada podía hacerse realidad pese a que podía jugar en su contra a la hora de recuperar al pequeño dragón latonado. 

Kylian miró por el rabillo del ojo a Lowenherz. Aquel fanático agente de la neutralidad, podía reaccionar de forma violenta en cualquier momento y el sacerdote esperaba una carga contra la sacerdotisa haciendo servir aquella espada dentada robada del cadáver del draconiano alado que había fulminado Enrielle con sus flechas.

El sacerdote tragó saliva. Se mascaba la tensión y sabía que en cualquier momento se desataría el caos. Todo dependía de la respuesta de Lizbet y por supuesto del inexistente raciocinio de su más letal arma de matar, el demente caballero de Solamnia que servía sin él saberlo, al dios de la Neutralidad, Gilean.

—Ah, sí, nuestro acuerdo. Por supuesto que no lo he olvidado. Me hicisteis firmar un contrato, lo recuerdo bien y también que no todos quisisteis firmarlo —mira significativamente a Lowenherz y después con curiosidad a la pareja que no conoce—. Veo que habéis reemplazado al pequeño elfo por una versión igualmente pequeña pero mucho más peluda y a la refinada noble por otra damisela igualmente pálida. ¿Qué ocurrió con la estirada lady Briand? ¿Se cansó de vuestra peste a campesino? —ríe despectivamente su propia broma—. Sinceramente, no esperaba que volviéramos a encontrarnos. Pensé que cualquier cosa más grande que un conejo os mataría en los caminos pero miraos, aquí estáis. Que hayáis conseguido abriros paso hasta aquí es verdaderamente impresionante.

No percibís en esta última frase ningún rastro de ironía en su voz. Casi diríais que siente genuino respecto por vuestro logro.

—Y ahora queréis de vuelta al dragón, claro. Gilyasí, qué nombre tan ridículo... En fin, no es que le hayáis cuidado muy bien si ha terminado en mis manos de nuevo, ¿no os parece? Por suerte para vosotros, ahora está a salvo. Glïxtlych cuida de él —señala la puerta cerrada a vuestras espaldas. La única puerta de la sala— y seguirá haciéndolo mientras no nos deis motivos para aplastarlo. Tal y como yo lo veo, sois vosotros quienes estáis en inferioridad, solo sois cinco. Lo que me lleva a nuestro nuevo acuerdo...

»Queréis algo que yo tengo y vosotros podéis darme algo que quiero yo. Estoy atrapada aquí, rodeada de criaturas insignificantes cuando debería estar a muchas millas al sureste, en la Costa de la Sombra. Pero esta maldita fortaleza no termina de despegar y cada vez estoy más convencida de que ese mago inútil al que han puesto al frente de la ciudadela no la hará volar jamás. Libradme de él; libradme de todos y llevadme hasta el extremo norte del Mar de Ceniza y yo os devolveré a vuestra cría de Latón. Podréis quedaros incluso con esta fortaleza y con todo lo que hay en ella; salvo mis efectos personales, por supuesto.

Allí arriba había un templo. Vaya ideas. Los templos, en especial si se construían con buena piedra, debían estar, al menos, sobre un lugar estable, como tierra (con unos buenos cimientos) o dentro de una montaña. Pero no, quien quiera que hubiera colocado aquella monstruosa estatua pentacéfala debería haber pensado en los pesos y las cargas del edificio. Si no había un buen refuerzo en arcos o pilares para soportarla, no pasaría mucho tiempo antes de que el suelo se desplomara y se llevara consigo la estatua. Flaco favor le harían a su diosa... Y fácil se lo dejaban si al final se decidían a echar abajo la torre. Tal vez incluso bastara con incendiar unas cuantas vigas de madera...

Fuera como fuera, la parlanchina sacerdotisa, una de esas malvadas de cuento predispuesta a contar su perverso plan a los héroes condenados a fracasar (puesto que su diosa le guiaba, daba fuerzas, etc), era peligrosa. Alguien capaz de encarar al heterogéneo grupo de incursores que había masacrado a todo aquello que se les había puesto por delante hasta llegar a ese lugar, en ese momento, todo sin pestañear, no podía sentirse indefensa. O bien era tremendamente poderosa, o era una demente. Y había varias combinaciones posibles entre un extremo y el otro.

Así pues, Thorwyn, discretamente y sin emitir sonido alguno, mientras la conversación se mantenía y sus compañeros tomaban posiciones, avanzó hasta agazaparse junto al extremo suroeste del estanque, aprovechando la cobertura que le ofrecía el altar. Llevaba su ballesta cargada y, aunque ya no le quedasen apenas reservas mágicas, los pivotes de su arma podían seguir resultando mortíferos.

─¿Sólo cinco? Esta mujer me da escalofríos. Sacadle dónde está la sala de control antes de acabar con ella... ─susurró el "peludo sustituto del pequeño elfo" a través del hechizo de Cuchichear mensaje.

Enrielle se enfadó al escuchar la respuesta de aquella bruja a las amables palabras de Lluvia Estelar, y el desprecio en la voz hacia la difunta noble de Kalaman que ella misma vio morir, sin poder hacer nada para evitarlo.

— Lady Briand fue asesinada. — respondió Enrielle con acritud, casi escupiendo las palabras — Tal y como yo lo veo, quien tiene las de perder eres tú, seas quien seas. Somos sólo cinco. Cinco que nos hemos abierto paso hasta aquí y acabado con todos los que se nos han opuesto. Y aquí yo no veo a nadie más. — señaló con una mano vagamente en derredor. No había nadie a la vista, aunque bien podrían estar escondidos. — Por lo que yo sé, fácilmente podrías traicionarnos cuando te hayamos hecho el trabajo sucio de acabar con tus supuestos aliados. Después del tiempo que llevamos en esta asquerosa y traicionera ciénaga tenemos algo de experiencia en esos asuntos, ¿lo sabías? — alzó el mentón, desafiante — ¿Y bien? ¿Cómo sabemos que cumplirás tu parte y nos devolverás a Gilyasí sin hacerle daño, eh?

Lowen observó sin gran sorpresa cómo sus compañeros intentaban invocar viejas amistades y pactos con aquella ramera zebomita, como si esta fuese a atender a ellos. No le sorprendió su respuesta arrogante. Enrielle le pedía garantías, pero el solámnico no tenía intención de pactar con ella. Apagó la antorcha contra la pared, y se coló entre sus compañeros tomando la delantera con pasos tranquilos y firmes. Miraba distraído a los tapetes, mientras hacía molinetes con el espadón que le había arrebatado al enorme draconiano volador.

- La rata con alas a la que le quitamos esta espada parecía algo más grande que un conejo. - dijo con sorna - Y también lo parecían las decenas de trasgoides y lagartos a los que hemos descabezado para llegar hasta aquí.

Dio otro paso más, colocándose frente a la sacerdotisa.

- Ya te dije que volveríamos a vernos, y que, cuando eso sucediera, ajustaríamos cuentas. ¡Así que tira el tridente y ríndete, o apréstate a morir, bruja impía y repugnante!

Y sin dar tiempo a que mediase respuesta alguna, levantó el mandoble, y comezó a recortar con paso firme la distancia que le separaba de su enemiga.

Kylian se posicionó rápidamente entre la sacerdotisa y el caballero. Sosteniendo su bastón con la diestra y situando su palma zurda extendida por delante de su cabeza, buscó lograr un espacio entre la zebomita y el solámnico. 

- Ya ha sido derramada demasiada sangre. - Intervino el sacerdote tratando de calmar los ánimos. - Piensa en Jilhazhí Lowenherz, Caballero de la Corona. - Le imploró. - Está en su poder y cualquier movimiento en falso podría costarle caro. 

El sacerdote camina despacio y hacia atrás, mirando a Lowen y dándole la espalda a la sacerdotisa, pero acercándose de forma sutil. Evitar el enfrentamiento podía ser la mejor solución para ambas partes. 

- Ya hemos tratado con esta mujer en el pasado y no traicionó el acuerdo al que llegamos. - Afirmó de forma rotunda. - Uno nunca sabe dónde están los aliados y yo, como ferviente seguir de la Neutralidad que soy, nunca me caso con ninguno de los lados de la balanza. Mi deber es conservar el equilibrio entre ambas fuerzas y por eso estoy aquí, caminando la senda de la Neutralidad. 

Siguió acercándose despacio y sin parecer amenazante hacia la sacerdotisa. Un acuerdo podía ser de nuevo, la vía más lógica y eso parecía ser lo que Kylian estaba buscando. Sabía que si Lowen desataba su ira, no podría haber negociación alguna y eso podía ser lo que estaba tratando de evitar. 

- Tranquilízate Lowenherz. - Le miró a los ojos. - Te lo pido por favor. Si alguna vez confiaste en mí, hazlo de nuevo. - Se le quedó mirando unos instantes quieto y esperando su respuesta. Entonces sonrió levemente, dándole la espalda al caballero y le guiñó un ojo apretando con fuerza su puño diestro sobre el bastón. Un ápice de locura era sin duda apreciable en su mirada.

La respuesta de Lizbet a mi petición no es muy amigable, pero es un punto de partida desde el que empezar a negociar. Nosotros queremos algo y ella quiere algo. Eso está bien.

En el pasado hemos sido capaces de llegar a acuerdos, como Kylian señala con tanto acierto.

Quiero interrogarla sobre los lugares que ha mencionado y sobre sus motivos para ir allí. Quiero preguntar sobre las defensas que posee Mem para saber cuántas hemos superado y cuáles nos queda todavía por afrontar. Quiero, al menos, ver a Jiłhazhí como prueba de que está bien antes de acordar los términos exactos de nuestra alianza...

Quiero hacer muchas cosas, pero a Lowenherz se le vuelve a ir la cabeza antes de que yo pueda hacer ninguna de ellas. Supongo que esperar templanza de él después de lo que le hemos visto hacer a lo largo de toda la jornada era demasiado pedir. A fin de cuentas, Libzet ya le derrotó una vez en combate y eso debe estar pesándole en su amor propio desde entonces.

Yo no entiendo lo que es el honor herido, pero sí entiendo que debe ser difícil para Lizbet perdonar la vida dos veces al mismo enemigo. Si Lowenherz la ataca, más vale que no fracase en esta ocasión.

Así pues, guardo silencio y me mantengo a la expectativa, confiando en que Kylian le haga entrar en razón o que Lizbet todavía esté dispuesta a conversar con nosotros si se deshace de su irracional atacante.

Mientras los demás dialogaban, Thorwyn siguió a la suya, avanzando lentamente, con discreción, sin intercambiar palabra alguna con la escalofriante mujer. Seguía estando muy segura de sí misma, demasiado. Incluso con un Lowen tan iracundo y cercano, armado con una espada arrebatada a una criatura temible.

Su objetivo era adelantarse lo suficiente para quedar en un ángulo donde Lizbet no pudiera tenerle controlado, desde el cual no pudiera defenderse de sus ataques. Y, de paso, quedar resguardado por la enorme estatua de la dragona de 5 cabezas. Si quería atacarle, que lo hiciera a través de la estatua sagrada...

Kylian notó como la magia arcana dea bruja trataba de encantarle. Eso confirmó que Lizbeth no traía buenas intenciones. Por suerte, su capacidad sobrenatural para evitar ese tipo de efectos mágicos, hizo que se sobrepusiera, con la ayuda de Gilean. 

Kylian se dio medía vuelta y agarrando su bastón con ambas manos, inició una frenética carrera en contra de su antiguo aliada por conveniencia. Ésta pudo ver la rabia en el rostro del humano justo antes de recibir un poderoso palazo en el costado.

- ¡No hay trato! - Le dijo Kylian. - ¡El dragón debe estar con nosotros! ¡Devuélvelo o muere!

Enrielle observó a Lowen adelantarse con claras intenciones de acabar con aquella mujer allí mismo y en ese momento, y a Kylian interponerse entre ambos. Las palabras de Lluvia Estelar y luego las del clérigo llamando a la calma tenían la sensatez que carecían las acciones de Lowen. Desconocía lo que habían vivido en el pasado con la bruja, pero aparentemente cumplió su palabra. No tenía por qué hacerlo ahora, pues la mujer parecía seguir su propia agenda.

Como fuere, la prioridad era que Jilhazí podía estar en peligro de ser aplastado. No sabía si era cierto, pero tenían que asegurarse. La exploradora caminó lateralmente frente a uno de los braseros para poder ver a la mujer y que ésta le viera, pues simplemente con la espalda de Lowen delante ya la tapaba en su pequeña estatura.

— Lowen, escucha a Kylian. Hablemos primero. — dijo levantando las manos en señal de paz, abandonando la brusquedad de su voz y esforzándose a hablar con la mayor suavidad que fue capaz — Comprendo tu desconfianza, y no puedo sino darte la razón... — señaló a Lowen con una mano en un gesto vago — Pero podemos construir nuestra confianza desde el principio. No sé tu nombre. El mío es Enrielle.

»Me agradan las mujeres fuertes que no se conforman y buscan su propio camino. Creo que tenemos algo más en común, ¿verdad? — sonrió ligeramente, alzando una ceja — Verás, no sé qué clase de relación tuviste con mis compañeros en el pasado, pero si cumpliste tu palabra y ellos la suya en los tratos que hicisteis, confío en que se puede llegar a otro acuerdo. ¿Quieres que tomemos esta fortaleza? Lo íbamos a hacer igualmente sin tu beneplácito. ¿Quieres que te llevemos a la Costa de la Sombra con ella? Eso lo podríamos hacer... — si conseguían que aquel sitio volase, claro, y Enrielle tenía serias dudas al respecto — Como gesto de buena voluntad, muéstranos antes que Jilhazí está bien y estaremos más cerca de...

Sin embargo, no alcanzó a terminar la frase cuando Kylian de repente gritó y cargó contra aquella mujer, dispuesto a continuar con lo que Lowen se había propuesto. Enrielle se quedó totalmente desconcertada. Ese condenado clérigo desequilibrado, navegando siempre en las aguas de la neutralidad, acababa de desdecir sus propias palabras de calma con un súbito bastonazo más insensato que el propio Lowen.

Lowen sintió los zarcillos de la magia arremolinándose a su alrededor, tratando de introducirse en su mente, apagando el fuego de su corazón. Se revolvió contra aquella fuerza, expulsándola de su interior. Había sufrido ya otros intentos como aquellos y, de algún modo, su espíritu había aprendido a repelerlos.

- ¡No la escuchéis! - gritó tras Kylian - ¡Está intentando embrujarnos!

Siguiendo al clérigo, Lowen avanzó con paso firme sobre la mujer, blandiendo su enorme espadón. Una cosa era cierta: solo ella sabía donde estaba Jilhazí. Si la partía en dos, no podría responder a ninguna pregunta. Así que avanzó, presto a derrotarla definitivamente y cerrar un nuevo acuerdo con ella, uno que no la beneficiaría en nada. Centrándose en su tridente, lanzó un violento tajo contra el mango del mismo con intención de partirlo.

- ¡Última oportunidad, bruja! ¡Entréganos a Gilyasí y ríndete!