Partida Rol por web

La noche cae sobre la fortaleza y os encuentra atrincherados en el torreón de la biblioteca una vez más, donde el sueño os va venciendo a todos uno tras otro. A todos salvo al fantasmal Kylian, quien en su actual condición ha dejado atrás las necesidades mundanas de dormir, comer o respirar.

No habéis visto movimiento de goblins en los alrededores y después de la masacre que habéis llevado a cabo aquí en las últimas horas es más probable que los supervivientes, si es que queda alguno, estén aprovechando el amparo de la noche para huir más que para organizar un ataque contra vosotros.

Por eso os sobresalta especialmente cuando de repente, en mitad de la noche, escucháis alaridos y una voz femenina hablando en una lengua desconocida en el único dormitorio de la planta que habéis dejado desocupado.

Klunurig se incorporó del suelo, lugar en el que se había tendido a falta de un lecho de tierra más adecuado para dormir, y se giró hacia el orígen de aquel sonido. En la ciénaga era habitual escuchar todo tipo de chillidos nocturnos, a los que el druanti apenas prestaba atención, salvo que fuesen las amenazas inequivocas de los depredadores. Pero, en aquel ambiente extraño para él, todo sonaba a peligro. Se rascó la cabeza, haciendo caer algo de barro seco al suelo, y se puso en pie, procurando no hacer demasiado ruido. El depredador puede convertirse en presa rápidamente, y la presa puede escapar al depredador, si se sabe no llamar la atención. Y Klunurig había pasado muchos años entrenándose en el arte de la caza silenciosa.

Enrielle había pasado el día en la cama, pensativa mientras observaba la ciénaga interminable por la ventana. Apenas había tenido oportunidad de reflexionar sobre todo lo que había ocurrido, y por fin en ese momento, sin nada que hacer salvo descansar, se lo pudo permitir. Pensó en su halcón, en volver a Kalaman, en su familia, en la Legión, y también en Lowen y sus caballeros de Solamnia.

Su castigada armadura de cuero estaba amontonada con su ropa en el baúl abierto que había a los pies de la cama, sucia sangre y barro y apestando a sudor después de haberla llevado durante semanas. Lluvia Estelar la había ayudado a retirarla con manos amables, las mismas con las que luego había limpiado y vendado las numerosas heridas de su pálido cuerpo maltrecho. Había pensado en limpiar bien su equipo y muda, pero agotada como estaba decidió dejarlo para el día siguiente.

Perdida en sus reflexiones finalmente se quedó dormida, descansando como hacía mucho. Al menos las primeras horas, pues la súbita escandalera la hizo saltar de la cama y mirar alarmada la negrura de su alrededor con el corazón en la boca.

Enrielle desenvolvió a toda prisa su antorcha siempreardiente para iluminar la estancia, dispuesta a luchar con algún asaltante nocturno, pero allí no había nadie. Empuñó con la mano libre su tridente, que estaba apoyado junto al cabecero con su arco y aljabas de flechas, y saltó del lecho.

Descalza y vestida tan sólo con un calzón ancho de lino anudado con un cordón a la cintura y los gruesos vendajes del torso, la enjuta exploradora se movió lo más rápida y silenciosa que pudo hasta pegarse a la pared a un lado de la puerta, para luego asomarse furtivamente.

Con el corazón galopando en el pecho y la respiración entrecortada, Enrielle lanzaba miradas a la escalera, a la puerta cerrada de dónde parecían venir los ruidos y también a la puerta abierta de la alcoba de Klunurig. Esperaba que el enano bakali también hubiera escuchado los alaridos y asomase su musgosa silueta por la puerta.

Un escalofriante alarido hace que me incorpore de la cama de golpe, desorientada y buscando a Jiłhazhí por todas partes. Tardo un momento en darme cuenta de dónde estoy y en recordar que nuestros pequeño dragón de Latón se quedó dormido a los pies de la cama de Thorwyn.

Cada movimiento me provoca agujetas en músculos del cuerpo que no sabía que tenía después de haber pasado horas carretilla arriba y carretilla abajo recuperando trozos de cadáveres y cadáveres completos de la barbacana, del puente, del patio de armas y de diversos torreones incluido en el que nos encontramos. Un esfuerzo titánico para mis reducidas fuerzas que, como mi abuela solía bromear, son más propias de un pequeño tejón que de una orgullosa hija de la tribu que-shu.

Los gritos se repiten, despejando mi cabeza de recuerdos de la infancia y de cualquier somnolencia que pudiera quedarme.

Busco a tientas mi pesado camisote de mallas, tirado en el suelo; el camisote de mallas que perteneció a un salteador hobgoblin pero que Lowenherz ajustó para mí después de que lo derrotáramos. La descarto antes incluso de encontrarlo. Hacer cualquier movimiento para ponerme la armadura me parece un auténtico suplicio además de una pérdida de tiempo que quizá no tengamos.

En la oscuridad total de la habitación invoco al gran hermano Jóhonaa’éí, el espíritu del sol, para que ilumine la estancia pero no responde a mis súplicas.¹

Mi lanza y el escudo de Lowen están a mano, pero no sé dónde dejé mi ballesta antes de acostarme y ahora tampoco puedo ponerme a buscarla.

Tampoco recuerdo qué he hecho con el cinturón, de forma que mis ropas cuelgan holgadamente alrededor de mi cuerpo, más como un saco que como un vestido tribal. Con estas pintas comienzo a tantear en busca de la puerta cuando tropiezo con algo tirado en el suelo. Creo que mis botas, o a lo mejor es la mochila, quién sabe. El caso es que me tuerzo el tobillo y termino cayendo de bruces el asuelo con un gran estrépito que compite con los gritos que se escuchan fuera. ²

A gatas, roja hasta la raíz de mis negros cabellos, recupero la lanza y el escudo mientras doy gracias de que ninguno de mis compañeros hayan presenciado lo ocurrido.

Apoyándome en mi lanza consigo ponerme en pie y, cojeando, me las ingenio para llegar hasta la puerta de mi dormitorio. Solo espero no encontrarme un ejército de goblins al otro lado.

El enano arcanista fue probablemente el primero en despertar por los alaridos y la voz de la mujer. ¿Qué había dicho la mujer? ¿Reconocía lo que había dicho? Pero no hacía falta entender las palabras para que no le gustara nada. ¿Qué podía ser? ¿Alguna criatura o persona que conociera a los ocupantes de la fortaleza y que se acababa de topar con alguien a quien no esperaba ver muerto? Poco probable, Lluvia había estado sacando cuerpos toda la jornada... ¿De dónde había venido exactamente?

En cualquier caso, las energías mágicas de Thorwyn distaban mucho de estar restablecidas y su estudio matutino del grimorio todavía estaba pendiente. Era vulnerable. Todos eran vulnerables.

─Mi repertorio de hechizos se ha reducido a un Manos ardientes y un Trabar portal, así que será mejor que esos gritos sean alguna tontería o de poco les voy a servir... ─pensó para sí.

Qué era un mago sin sus hechizos... lo que fuera que fuera antes de serlo. Él era un theiwar, un enano criado en los fríos túneles, adiestrado para ser sigiloso y mortífero. Eso tendría que ser, a falta de algo mejor que aportar. Cuidadosamente, con discreción, Thorwyn tomó la ballesta ligera que empuñaba últimamente y la cargó sin apenas hacer ruido mientras fue al encuentro de los demás.

Él era sigiloso, Klunurig fue extraordinariamente sigiloso, Kylian sólo podía emitir ruido si dejaba caer un libro o si abría esa bocaza suya, pero los demás... las demás atraerían la atención sobre ellas. Thorwyn no pudo sino apartar la mirada de la antorcha siempreardiente y maldecir entre dientes cuando escuchó el estrépito de la patosa que-shu, que volvía a hacer de las suyas. En fin, malo para ellas, bueno para los que se escondían en las sombras. Si alguien venía a por ellos se encontrarían con dos cebos y, al menos, una traicionera flecha por el costado, disparada desde las sombras...

Unos y otros os asomáis al pasillo distribuidor de las habitaciones de la planta. Algunos, sigilosos como gatos, otros armando una escandalera que parece querer competir directamente con los ruidos que se escuchan al otro lado de la puerta cerrada.

Es entonces cuando tres entes espectrales atraviesan la pared de esa habitación que debería estar vacía y la luz de la antorcha de Enrielle os permite presenciarlos incluso a aquellos que no disponéis de la capacidad de ver en la oscuridad.

La primera figura pertenece a una elfa, con su rostro desfigurado por el llanto desconsolado y los gritos desgarradores con que declama en una lengua que ninguno de vosotros conocéis.

Sus adláteres son dos seres sin facciones, encapuchados y envueltos en túnicas desgarradas hechas de pura oscuridad, que susurran en lo que parece ser una repetición de las palabras de su señora.

Una y otros, flotando a pocos palmos del suelo, vuelven sus rostros de inmediato hacia la luz que porta Enrielle y la señalan con acusadores y esqueléticos dedos terminados en largas uñas de aspecto temible. No dan muestras de haber reparado en la pareja de sigilosos enanos.

Entonces el trío de criaturas preternaturales inician un coro de horrísonos lamentos y alaridos, mientras se desgarran sus prendas fantasmales en señal de profundo duelo y consternación.

La exploradora de la Legión parece ser el origen de su tormento a juzgar por el modo en que los pozos de oscuridad que son sus ojos permanecen clavados en ella.

Klunurig se quedó quieto donde estaba, observando aquella figura que había emergido en medio de la noche. ¿Otro espectro vengativo del pantano? No terminaba de estar seguro. Aquellos seres no hablaban como el otro espíritu, que decía llamarse Kylian y ser el enviado de algo cuyo nombre el bakali no terminaba de asimilar. Su apariencia era sombría, y no conversaban con ellos. De hecho parecía que tenían algún tipo de pleito con la mujer-arquera, tal vez relacionado con sus flechas-de-muerte.

Klunurig no tenía claro qué vendría a continuación, pero su experiencia era que la pústula no guardaba nada bueno en su interior. Naturalmente, el vendaval-de-muerte había venido de fuera, barriendo su pestilencia. Pero parecía que no la habían limpiado del todo. Con un murmullo casi inaudible, Klunurig representó un breve baile ritual, poniéndose en cuclillas y extendiendo las manos hacia el techo. El pantano escondía un fuego en su interior, y pronto parte de este brotaría de las palmas del druanti.

Un somnoliento Jilhazhí, bajo la apariencia de una cría de león, aparece bostezando por debajo de las piernas de Thorwyn.

—¿A qué vienen estos gritos? —pregunta, quejoso, vuestro pequeño dragón—. Decidles que ni hemos visto su calma, ni se la hemos robado. Así podrán marcharse a buscarla a otro lado y dejarnos dormir.

Os mira extrañado.

—¿Es que ninguno prestó atención a las lecciones de Briand cuando me enseñaba la lengua de los elfos? —añade, incrédulo, antes de puntualizar algo avergonzado—: Bueno, yo tampoco lo hablo nada bien, pero creo que más o menos entiendo lo que dicen. Tampoco es que sean nada claros con tantos chillidos entremezclados...

»Dicen todo el rato que les han robado la paz, o la calma, o algo así... Me parece que creen que Enrielle les ha robado el cetro con puntas de su reina de no sé qué estatua. Y dicen que no nos dejarán dormir si no se lo devuelve. O al menos eso es lo que he entendido yo, pero tampoco me hagáis mucho caso.

─Espectros, lo que nos faltaba. Como si no tuviéramos suficiente con Kylian para atormentarnos... ─pensó para sí Thorwyn.

Con un hechizo en mente, el enano se desplazó un paso hacia el costado este del pasillo antes de lanzarlo. Aunque el hechizo era un Manos Ardientes y el fuego convencional probablemente no les haría nada, aquello era magia, así que probablemente sí que les afectaría. Semi-acuclillado y supuestamente ignorado por los espectros, Thorwyn desató un torrente de llamas que, durante un instante, llenaría el costado norte del pasillo. Ojalá fuera suficiente.

Casi simultáneamente Jilhazhí daba una explicación de lo que estaba pasando... y ésta no le convenció en absoluto al avaricioso enano. Aquel tridente era suyo por derecho, lo habían arrebatado de las manos a una terrible y malvada oponente. Habían muerto dos personas de valía en el proceso. No iba a prescindir de él voluntariamente. Simplemente no estaba en su naturaleza.

Enrielle se quedó clavada en el sitio, mirando horrorizada las tres figuras fantasmales que atravesaron la pared. La sangre se le heló en las venas cuando éstos la señalaron profiriendo horribles gritos de ultratumba que no presagiaban nada bueno.

A punto estuvo de tirar la antorcha y alejarse, pensando que la luz era lo que les creaba tanto dolor, pero con la oportuna intervención de Jilhazhí comprendió que no era eso lo que querían de Ella, sino otra cosa que la desconcertaba. ¡Ella no era una ladrona y no había robado nada, y mucho menos un cetro con puntas de ninguna reina! Además, lo único con puntas que tenía era el tridente que empuñaba...

En ese momento cayó en la cuenta, o creyó hacerlo. Mostró el tridente de Lizbet a los espectros para ver su reacción y tragó saliva:

—¡Espectros! ¿Es este el cetro que de vuestra reina? Si es así, llevaoslo, que vuestro es.— alargó el brazo ofreciendo el tridente — Pertenecía a una de nuestros enemigos y lo reclamé tras su muerte, pero jamás me quedaré con algo que no sea mío, y menos robado de una tumba, o estatua, o lo que sea.

Se quedó mirando la reacción de los fantasmas, volvió a tragar y añadió:

—No sé si me han entendido. ¿Podrías repetírselo tú, Jilhazhí...? — pidió al pequeño dragón, sin llegar a ver las intenciones de Thorwyn.

Me quedo paralizada al ver aparecer frente a mí, a menos de un metro, tres formas fantasmales mucho más siniestras que la de Kylian.

Mi primer pensamiento es lamentar no tener mi armadura para protegerme de ellas, pero por el momento parecen más dolientes que agresivas. No sé cómo comunicarles que no queremos problemas y que estamos dispuestos a llegar a acuerdos con ellos si nos dicen qué es lo que quieren pero, afortunadamente, Jiłhazhí sí los comprende.

Me admira que lo haga porque, aunque es verdad que Briand se empeñó en que era importante que recibiera una educación esmerada, también es cierto que no tuvo mucho tiempo para impartírsela.

Le miro llena de orgullo maternal y estoy a punto de dedicarle una alabanza cuando una llamarada surge a mi izquierda. Frunzo el ceño, dispuesta a regañarle por vomitar su aliento de fuego a estos espíritus sin provocación cuando me doy cuenta de que el responsable no es Jiłhazhí sino Thorwyn. ¿Cuánto tiempo lleva ahí? Ni siquiera le había visto.

Un segundo fogonazo me sobresalta también, este a mi derecha, en el rellano de las escaleras. ¿Es que estos enanos son invisibles?

Entre el rugir de las llamas de uno y otro, oigo a Enrielle ofrecer el tridente. Solo espero que los espíritus la hayan oído también y que se marchen sin hacernos daño. Mucho me temo que en nuestras actuales condiciones, no tenemos ni una sola oportunidad contra ellos si tienen malas intenciones.

El ser fantasmal situado más cerca de las escaleras se abalanza sobre Enrielle cuando ella muestra el tridente, susurrando y con las garras extendidas hacia el arma de tres puntas. Sus manos tratan de agarrarla, sin éxito, atravesando el astil en su infructuoso intento. Reaccionando violentamente ante su propia incompetencia, el sombrío ser se eleva del suelo de forma amenazadora y aullando como un poseso.

Esta es toda la provocación que Thorwyn necesita para saber que debe actuar con toda la contundencia que su magia le permita. Sabiendo que el primer espectro queda fuera del alcance de su conjuro, lanza una llamarada contra los dos restantes antes de que tengan ocasión de actuar. La lengua de fuego envuelve a la pareja de seres incorporales y ennegrece la puerta del dormitorio del que han salido.

El más cercano al arcanista enano emite un sonido desgarrador que tal vez podría ser un grito de dolor, la elfa espectral, en cambio, solo tiene ojos para el tridente que blande Enrielle.

Sus translúcidas manos se cierran sobre el mango del arma y la exploradora de la Legión de Acero siente cómo el frío se extiende por el mágico artefacto antes de que la elfa se introduzca en su cuerpo. Durante un instante siente que se ahoga, todo se vuelve oscuro y húmedo. Y entonces, de repente, se ve a sí misma nadando en mitad de una ciudad submarina llena de hermosos elfos azules que nadan en las límpidas aguas junto a peces y delfines.

La visión solo dura una fracción de segundo y se desvanece tan deprisa como llegó. Cuando Enrielle consigue ver de nuevo, descubre que tanto el tridente como la pareja de espectros que se cernían sobre ella hace un instante han desaparecido. A su derecha, descubre a Klunurig sosteniendo en su palma abierta un puñado de llamas danzarinas. A su izquierda, el último ente fantasmal se lanza contra Thorwyn.

Abrasado, sorprendido y sediento de venganza ante el inesperado ataque del arcanista enano, el alma en pena usa sus afiladas garras para asestar un zarpazo en el brazo de su atacante. Jilhazhí trata acudir en auxilio de su barbudo amigo, pero sus propias garras y colmillos atraviesan al ser incorporal sin causarle daño alguno.

Todo sucedió muy rápido, y Klunurig comprendió que la mujer-arquera estaba en peligro. El fuego del corazón del pantano ardía ya en sus manos, pero, cuando quiso arrojarlo, los espectros ya no estaban allí. Excepto uno, que hostigaba al otro hombre-bajo-barbudo, aquel que decía llamarse Thorwyn y que afirmaba ser como él.

El bakali no se lo pensó demasiado: tomó impulso, y arrojó una bola ardiente contra el espectro, con bastante buena puntería. El proyectil voló hacia él, deflagrando en el lugar en que se encontraba. ¿Serían aquellas llamas capaces de afectar a seres incorpóreos como esos? Klunurig no estaba seguro...

Kylian no se quedó quieto mientras el resto de sus compañeros descansaban el decidió bajar hasta la jugosa biblioteca que había dejado sin explorar a fondo horas atrás. 

Había libros de muchas temáticas. Desde libros de historia de la región, libros de temática costumbrista, sobre arquitectura y hasta de recetas de cocina. Todos ellos eran interesantes y un verdadero tesoro en si mismos. No obstante, cuando localizó uno en concreto con una encuadernación muy característica, tuvo que soltar su medallón para examinarlo con detenimiento. 

Agarrándolo con ambas manos lo abrió de par en par. Se trataba de un libro sobre la historia des región, manuscrito no menos de tres cientos o cuatros años atrás. Sin duda ese ejemplar había salido de la biblioteca de Palanthas y encontrarlo allí había sido sin lugar a dudas toda una suerte. 

Dudas fue lo que le asaltó cuando tuvo que decidir si regresar a sus aposentos con el libro o sin él y en el caso de hacerlo, si dejar su símbolo sagrado unos momentos allí o no y luego regresar a buscarlo habiendo dejado el libro sobre su lecho y junto a su cadáver. Y eso hizo. 

- Poder coger una sola cosa a la vez es todo un engorro... - Se dijo a si mismo. 

Para abrir las puertas tenía que dejar el libro, pues aunque él pudiera atravesarlas, el libro no y tras golpear contra la puerta, quedaba atrás. Todo lo racionalizado con el mundo físico era muy tedioso realmente...

Pero después de aquella serie de pruebas absurdas cogiendo y soltando cosas y yendo y viniendo de un lado para otro sin parar, finalmente pudo empezar a leer. 

Una lectura interesante sobre la región cuatro cientos años atrás, cuando allí vivían elfos marinos. Una cultura fascina de criaturas acústicas y de piel azul, con una rica cultura y tradiciones olvidadas en el pasado. De no ser por la herramienta que tenía entre sus inmateriales manos, claro estaba. 

Pero entonces escuchó algo que perturbó su concentración. 

- ¿Enemigos? - Se preguntó a si mismo. 

Inmediatamente dejó el libro sobre la cama, agarró el medallón símbolo de Gilean y se apresuró a atravesar la pared en busca de la presencia de sus compañeras y de la amenaza que se cernía sobre ellos. 

- ¡Oh Gilean, protégeme del mal, a mi y a mis compañeros cuando luchen de mi lado!  - Recitó para estar preparado para lo que le deparase del otro lado de la pared.

Enrielle estaba asombrada, mirándose aún la mano vacía donde hacía un momento había estado el tridente, aún notando el tacto frío. Incluso notaba la piel húmeda aún. La extraña visión, aunque breve como un parpadeo, se había quedado clavada en su mente. Había sido angustiosa por la sensación de ahogo, pero también hermosa como nada que hubiese imaginado antes.

Así pues, era el tridente lo que necesitaban para su descanso. Enrielle hubiera seguido en su ensoñación, recordando la increíble imagen, de no ser por el grito desgarrador de uno de los espectros que había decidido quedarse, muy posiblemente enfurecido por las llamas de Thorwyn.

Viéndose desarmada, Enrielle dejó caer la antorcha al suelo para no privar a los demás de luz -a Lluvia Estelar sólo, en realidad- y corrió hasta el baúl abierto a los pies de su cama. Apartó con violencia el montón que formaba su ropa para llegar al cinturón y la funda que guardaba su daga de plata. No sabía si serviría, pero era cuanto tenía para auxiliar a su impulsivo amigo enano. Tenía que ayudarle a salvar el pellejo por muchos motivos, pero uno de bastante peso era que la iba a escuchar decirle cuatro cosas acerca de usar la magia cuando ella estaba hablando con espíritus y caballeros.

El arcanista notó el frío tacto de las garras del espectro en su brazo, dejándole un arañazo de aspecto desagradable pero por fortuna no demasiado profundo. Su fuerza de voluntad, su potencia vital, no obstante, aguantó el embate de aquel ser y no abandonó su cuerpo. Era tozudo como sólo un enano podía ser.

Ahora, una vez volcada toda la capacidad mágica ofensiva que le quedaba en el Manos ardientes, se encontraba con el problema de cómo quitarse de encima a aquella cosa que, a la mínima oportunidad, le iba a absorber la fuerza vital. Por lo que sabía de seres como aquel (y como bien acababa de demostrar el joven latonado) las armas convencionales poco o nada podrían contra él. No obstante, si fuera un arma mágica, aunque fuera sólo durante unos instantes...

Sin embargo, el pergamino con Arma mágica lo tenía en la habitación, con el resto de sus enseres, y acceder a él mientras el espectro trataba de acabar con su vida iba a ser harto complicado.

─¡Maldito espectro, estás solo, vete ahora o sufre las consecuencias! ─exclamó el enano en un intento futil de auyentar al muerto viviente.

Thorwyn no estaba solo. De no ser así probablemente no se habría aventurado a lanzar ese último hechizo. Contaba con su ayuda, tanto como ellos contaban con la suya. Debía ganar tiempo para ellos, así que el enano se concentró en cada posible ataque del espectro, defendiéndose lo mejor que podía desde el interior de aquel círculo mágico que Kylian había lanzado.

─¡Kylian, usa tus armas, a este sí le podrás afectar! ─añadió a voces en un arrebato de inspiración.

Observo la situación con impotencia. Sé que mi lanza es inofensiva frente a una criatura semejante, con la misma certeza con la que sé que este enfrentamiento se podría haber evitado mostrando un mínimo de templanza. Las almas sin descanso de este lugar solo buscaban una cosa y no era hacernos daño, como se ha evidenciado. Pero, como haríamos cualquiera de nosotros, se defienden frente a un ataque no provocado.

Afortunadamente, Enrielle ha tenido el buen juicio de entregarles lo que querían. En nuestro actual estado, no teníamos ninguna esperanza de enfrentarnos a tres de ellos y el único futuro que nos aguardaba era engrosar sus filas de espectros. Ahora, en cambio, tal vez tengamos una oportunidad de sobrevivir a este innecesario combate.

—Jiłhazhí, dile en élfico que lo sentimos. Que malinterpretamos sus intenciones y que lo sentimos profundamente. Recuperamos para ellos lo que buscaban y ahora que ya lo han recuperado, puede marcharse con sus compañeros. Puede seguir navegando por el Río de los Muertos hasta su merecido descanso.

Mientras Lluvia Estelar trata de convencer al ser espectral de que os perdone, un segundo entre inmaterial aparece junto a Thorwyn. Por fortuna, en esta ocasión se trata de Kylian, atravesando la puerta de su dormitorio y envolviéndose a sí mismo, a su compañero enano y el pequeño latonado con la protección de Gilean.

Escarmentado tras el primer zarpazo, el arcanista theiwar se pone en guardia, a la espera de que sus compañeros consigan librarle de su atacante y éste sencillamente se canse de acosarlo.

Desde las escaleras, Klunurig lanza una pequeña bola de fuego contra el espectro, pero el ardiente proyectil lo atraviesa sin causarle daño alguno y se estrella contra el marco de la puerta del dormitorio del que acaba de salir Kylian; a escasos centímetros de alcanzar al clérigo fantasmal.

Sin el tridente, a Enrielle no le quedan más armas que sus mortíferas flechas para hacer frente al espíritu. Pero, por algún motivo, decide no hacer uso de ellas en esta ocasión y regresar al interior de su dormitorio en busca de su daga de plata. Rebuscando entre sus pertenencias, no tarda en localizarla en el interior del arcón situado a los pies de la cama.

El sombrío fantasma gira su cabeza 180º de forma imposible para un ser vivo, mirando al desaliñado druida durante un instante antes de devolver su atención a Thorwyn. Pero en esta ocasión, el mago enano está preparado y esquiva ágilmente la acometida de su atacante.

Entretanto, Jilhazhí deja de lanzar dentelladas y zarpazos al aire y trata de persuadir al ser de sombra repitiendo las palabras de su "mamá" en la lengua de los elfos. El espectro se le queda mirando durante un segundo y, por un instante, casi parece considerar la opción de marcharse, pero pronto deja de prestar atención al parlanchín cachorro para centrar en Thorwyn una vez más todo su interés.

Klunurig no podía creerlo. Estaba seguro de que las llamas del pantano alcanzarían a aquel extraño ser. ¿Tal vez el pantano no estaba de acuerdo en destruirlo? ¿Era acaso un enviado iracundo, tal como el otro espectro de rostro-de-muerte? Entonces, ¿porqué luchaba contra sus propios enviados? Aquello era imposible, nada tenía sentido. El druanti pensó que quizá le había fallado la vista, y probó a arrojar otra bola llameante contra aquel ser incorpóreo, cuya cabeza le había mirado un instante.

- ¡Humph! - gruñó al arrojar la bola de llamas.

El lanzamiento no parecía mucho mejor que la última vez, pero valía la pena probar de nuevo.

El enano de tez pálida no lo estaba pasando muy bien: había enfurecido a un espíritu y este amenazaba con absorberle el alma al menor descuido. Al parecer las armas convencionales poco o nada podían contra él, así que había que probar otra cosa: las armas mágicas (por supuesto). Claro que ahora que habían dejado que se llevaran el tridente no disponían de ninguna. Un movimiento poco acertado desde el punto de vista del enano, ya que sin ese arma carecían de capacidad para enfrentarse de forma efectiva contra criaturas así. Ojalá hubiera tenido tiempo y materiales apropiados para encantar las armas de sus compañeros. Pero no era el caso.

Así las cosas, Thorwyn fue retrocediendo, paso a paso, mientras seguía plenamente concentrado en apartarse del gélido toque del espectro.

─Kylian, ¿puedes con él? ─tanteó el arcanista.

Si Kylian y el espectro compartían plano inmaterial, probablemente pudieran afectarse mutuamente y en el pasado el clérigo de Gilean había demostrado cierta pericia con las armas. Tal vez pudiera blandir su bastón y poner a ralla a la aparición. Tal vez incluso pudiera golpearla con sus propios puños sin sufrir una pérdida de fuerza vital...