Partida Rol por web

10 Hiddumont 433 AC

Sin un mapa preciso de la geografía local, solo contáis con los cálculos y la lógica de Ailaserenth para localizar la bifurcación del Río Reptante. Las cuentas del mago elfo resultan ser bastante precisas y, aun así, os lleva cerca de día y medio llegar hasta allí desde Shrentak.

Allí la vegetación es tan densa que encontrar un claro en el que aterrizar resulta imposible. Debéis crearlo vosotros mismos aplastando bajo el peso de vuestra fortaleza una zona considerable de jungla, ahuyentando a los animales que viven allí y aniquilando a la fauna y flora que no consiguen apartarse a tiempo.

Son Enrielle y Bugambilia, acompañadas de Bruma Gris, quienes exploran a conciencia el área circundante durante. A cualquier otro que no fuera la Legionaria de Acero le hubiera costado horas, si no días, descubrir indicios de un dragón en la zona; pero ella es una rastreadora extraordinariamente experimentada en cuanto a dragones cromáticos se refiere y no tarda en encontrar el rastro que busca. Una escama aquí, esa rama partida de ahí arriba, aquella huella oculta entre esos arbustos de allí... Todo acaba conduciéndola hasta una frondosa arboleda de sauces a orillas del río.

Hasta allí guía a Klunurig quien, en forma de enorme siluro, se zambulle en las turbias aguas en busca de la guarida del dragón. El barro y la vegetación emponzoñan el río y dificultan la visión, pero el druanti no es en absoluto remilgado y sabe ser perseverante cuando se lo propone.

Para cuando el Túnica Blanca se digna a abandonar sus aposentos, hace ya rato el druida del pantano ha localizado la entrada subacuática y ha regresado al castillo para informaros a los demás.

Pilotar, montar guardia, preparar mis sortilegios para la siguiente jornada... El regreso a la rutina es como un bálsamo reconstituyente para mí y no tardo en poner al corriente a la Señora de Wayreth sobre lo ocurrido en Shrentak y nuestra intención de hacernos con el tesoro de los dragones para comprar con él la Portadora de la Noche, el artefacto que tan celosamente custodian los enanos de Thoradin.

También aprovecho el escaso tiempo libre de que dispongo para reforzar la seguridad de mis aposentos y para encantar cuatro pequeños rubíes, que reparto por el patio de armas de forma que se alimenten de los rayos solares durante el día y reflejen su luz anaranjada de forma continua.

Pero la mayor parte de la jornada la dedico a hacer conjeturas de dónde nos encontramos y qué variaciones de rumbo deben hacer mis compañeros a los mandos de la fortaleza para llevarnos al lugar que buscamos. No es cosa sencilla cuando no se cuenta con más ayuda que un mapa obsoleto, pero los dioses me han dotado de una mente preclara y paciencia: una combinación casi insuperable.

Yo mismo conduzco nuestra fortaleza a lo largo de la ribera del Reptante y, cuando me turno con Ulfgar para asumir personalmente la guardia nocturna, le doy indicaciones precisas de dónde debe aterrizar cuando vea en el mapa geográfico del techo que el río se divide en dos regatos.

Para cuando el esforzado enano logra dar con el lugar indicado, hace ya un buen rato que me he marchado a acostar siguiendo mi rígida y autoimpuesta agenda. No abandono la seguridad de mis aposentos hasta haber descansado convenientemente y preparado los conjuros que considero más adecuados para el desafío que nos aguarda.

El enfado de Enrielle hacia Klunurig se habia ido diluyendo con el paso de las horas, especialmente cuando encontró la guarida del dragón.

—Bien hecho, Klunurig. — le dijo cuando regresó, que andaba preparando sus pertrechos en el patio de armas, metiendo en su mochila las suficientes flechas como para acometer la misión que tenían por delante. — El gusano negro será nuestro. Oye Kylian... — se acercó al clérigo —¿Pedirás a Gilean que nos permita respirar bajo el agua como aquella vez? ¿Por favor?

La idea de acabar lo que ya empezaron sedujo rápidamente a Kylian. Nunca había sido demasiado partidario de emprender la misión hacia el reino enano. Él seguía siendo el campeón del Zigurat y tenía una misión para con los bakali. Cierto era que la misión que estaban llevando a cabo parecía más relevante, aunque uno nunca sabía dónde encontrar el divino equilibrio. 

Fuera como fuera, la idea de cambiar de rumbo sin más, emocionó al bibliotecario. Aquella caótica decisión pareció complacerle y un nuevo ánimo le invadió por completo. Ir en busca de un dragón y su guarida se convirtió en ese momento, en su nuevo objetivo vital. 

Tardaron un tiempo en dar con el lugar indicado, pues ninguno de ellos conocía la región y tampoco había información en la biblioteca dea fortaleza. Por suerte, al final dieron con el enclave y se dispusieron a prepararse para la incursión. 

- Tengo un conjuro memorizado para entrar y otro para abandonar el lugar de ser necesario. - Afirmó. - ¿Estáis listos?

Klunurig gruñó, satisfecho, tras haber encontrado la guardia subacuática. El vendaval-de-muerte se comportaba de forma extraña últimamente, pero parecían haber entrado en razón de nuevo al tomar la decisión de acudir a destruir a aquel gusano-negro superviviente, aunque Klunurig no entendía porqué no habían ido directamente a ello. En todo caso, una vez salió de lo profundo de aquellas aguas, todos parecían preparados para volver a hacer aquello que habían venido a hacer.

- ¡Humph! Krik'k lettz puede daros branquias como a las pirañas para que podáis respirar ahí abajo. Su barro purificador nos protegerá y sustentará en nuestra lucha.

Debían actuar con rapidez y decisión, como depredadores que acechan a una presa herida, dispuestos a cobrársela.

El retorno a la rutina, una rutina alterada, iba a ser breve como un suspiro, pero aún así al enano le reconfortaba hacer las mismas cosas una y otra vez, como golpear con el martillo una pieza de hierro candente para darle la forma que uno quería. Le daba cierto control. El control y aquel grupo parecían enemigos acérrimos. Demonios, sí, pero también eran excepcionales. Habían acabado con un dragón y cegado a otro mientras otros monstruos trataban de acabar con ellos. Y ahí estaban, a punto de entrar en la guarida de un dragón que sería más razonable que les temiera a ellos que al revés.

Ulfgar apretó con fuerza la dragonlance. La Dragonlance. Aquel era un contacto como ningún otro. Incluso su asta la diferenciaba tremendamente de nada que hubiera tocado con anterioridad. Daría su brazo por haber creado algo así. Pero por lo visto alguien ya lo había hecho...

─Confío en vosotros con el tema de entrar en la guarida, a mi eso de tener que bucear no me da ninguna confianza. Espero que no haya nada bajo el agua o tendremos problemas. Graves. Yo me hundiré como una piedra. Una piedra pesada. No me gusta el agua...

No era para menos, acorazado como iba. Sin la ayuda del hechizo moriría ahogado en cuestión de minutos.

El barro y las plantas muertas enturbian las aguas del Río Reptante, haciendo que la experiencia no resulte nada agradable. Aunque capaces de respirar gracias a la magia de Klunurig, os resulta casi imposible ver nada. Por fortuna, la corriente es lenta en este punto del río, debido en parte a los desperdicios que flotan en él y eso evita que seáis arrastrados; eso y el peso de vuestras pertenencias.

Exceptuando a Ailas y a Bugambilia, a los que hay que atar para que la corriente no se los lleve, el resto os hundís hasta el fondo. Enrielle y Klunurig son nadadores bastante buenos, pero los demás sois desastrosos. Especialmente Ulfgar quien, empeñado en llevar su pesadísimo equipo de batalla, se hunde hasta las rodillas en el lecho del río.

Lo que al druida del pantano en forma de siluro gigante le hubiera llevado quince o veinte minutos ahora que sabe dónde está la entrada de la cueva, como grupo necesitáis más de una hora y la intervención de la magia para evitar que el ingeniero enano acabe sus días en el fondo del pantano. Para cuando conseguís sacarle del agua, no solo está físicamente agotado, sino mentalmente traumatizado.

Al pisar de nuevo tierra firme, todos estás empapados de pies a cabeza. El río os ha llevado por túneles subterráneos y habéis emergido a una caverna con un saliente rocoso al que agarraros. Sin embargo, os sorprende que la oscuridad aquí abajo no sea total. Al fondo de la caverna se ve luz y se escuchan voces, aunque están demasiado lejos como para que podáis entenderlas con el ruido del agua.

Indudablemente el ingeniero enano preferiría haberse enfrentado al dragón en tierra firme, sin preparación alguna, antes que haber pasado por la angustiosa, extenuante, traumática y aparentemente interminable experiencia de avanzar por el fondo de un río.

─Yo... yo... necesito... un... un momento. Por favor. ─suplicó entrecortadamente.

Resultaba curiosa la situación del enano: en realidad no había podido ahogarse, más allá del barro del río que levantaba a cada paso, puesto que respiraba bajo el agua gracias a un hechizo, pero eso no le había evitado en absoluto la sensación de estar hundido hasta las rodillas en aquella suerte de pantano sobre-humidificado, oscuro, laberíntico e interminablemente largo. Si hubiera estado solo, hubiera perecido. Ni toda la ayuda de su dios le hubiera servido para nada ahí abajo. Y ese mismo era un pensamiento que se esforzaba por apartar de su mente. Especialmente ahora que volvía a pisar tierra firme. No besó el suelo por pura dignidad, no por falta de ganas.

Apenas surgido de entre las aguas, su estampa resultaba un tanto patética: sus melenas y barbas, despeinadas y pegadas a su cuerpo y armadura, le daban una forma extraña, apenas reconocible. Su armadura, habitualmente reluciente y en perfecto estado, estaba mojada y con barro en cada junta imaginable. La Dragonlance, eso sí, brillaba con luz suave, no lo suficientemente brillante para proporcionar iluminación real, pero sí para dejar claro que no se trataba de un arma convencional. Y él no la había soltado ni por un instante.

Si los primeros compases de nuestro periplo sirven para hacer alguna predicción del resultado final de esta aventura, lo mejor que podemos hacer es dar media vuelta de inmediato y olvidarnos de ella.

La experiencia de bucear bajo las túrbidas aguas del Río Reptante será muchos de nosotros difícil de olvidar. Sobre todo para Ulfgar, a quien en más de una ocasión pensé que perderíamos ante las dificultades para liberarlo del fondo limoso. Me alegro de que finalmente no haya sido así y doy por bien empleado cada sortilegio destinado a ello.

Lo primero que hago en cuanto piso de nuevo tierra firme es lanzar un encantamiento para secar mis empapadas ropas y mirar con conmiseración a mis empapados compañeros. Por desgracia, no hay mucho que pueda hacer por ellos más allá de ofrecerles mi ayuda para que puedan quitarse sus armaduras si lo desean y sugerirles que encendamos un fuego en el que puedan calentarse.

A Kylian no le gustaba el agua, especialmente desde que su nueva forma era la de una goblin chillona. Tener que sumergirse para llegar a la guarida de un dragón no le resultaba agradable, pero gracias a la magia se hacía algo menos traumático. 

Por suerte lograron avanzar hasta una zona seca y gracias a los dones que su dios le concedía, los ojos de los no enanos y no goblin, podían ver en aquella caverna subterránea. 

Lo primero que entendió el bibliotecario es que no estaban solos y que pronto les saldrían al encuentro sus anfitriones. Lo cierto era que no tenía muy claro que fueran a ser demasiado hospitalarios, sino más bien, todo lo contrario. 

- ¡Oh Gilean, que la fe en la neutralidad, sea ni escudo! - Imploró.

Klunurig emergió del agua sin mucho esfuerzo, salvo por el que había tenido que invertir en arrastrar al druanti-metálico al exterior de ella. Realmente aquel sabio barbudo no era nada sabio, pues había que estar loco para meterse en el agua cargando todos aquellos yerros infames. Klunurig había hecho alguna advertencia al respecto. O quizá no. Tal vez solo lo había pensado, pero luego se había entretenido en mirar unas llamativas algas marronáceas que flotaban en el agua. Realmente, aquel lugar estaba lleno de especies fascinantes.

Pero, una vez dentro, los sentidos de Klunurig se pusieron alerta de nuevo. Allí se escuchaban voces, seguramente algún ser esclavizado por el gusano-negro que habitaba en el interior. El druanti-metálico pedía algo de tiempo para descansar. Una presa a punto de ser devorada se arrojaría al suelo a recobrar el resuello mientras su depredador le saltaba al cuello. Era, sin duda, la peor de todas las ideas posibles. Pero Klunurig se imaginaba que, de otro modo, caminar le sería imposible.

- ¡Humph! Recupera fuerzas, druanti-metálico. Yo acecharé a nuestra presa y averiguaré qué miserables seres la asisten.

Agazapándose entre las sombras, Klunurig comenzó a avanzar despacio, siendo una vez más el asesino silencioso del pantano, aquel que cazaba a los habitantes de la pústula antes de que la pústula fuese purificada.

Enrielle emergió del agua empapada y cubierta de algas. Odiaba la sensación de tener las botas llenas de agua, pero a Klunurig seguramente le satisfaría verla vestida de pantano. Por suerte no hacía demasiado frío ahí abajo. Se apartó el cabello pegado a la cara y se estrujó la trenza, haciendo que cayese agua al suelo.

Se giró hacia Ulfgar. El pobre enano parecía traumatizado. Debía haberse visto acabando sus días en el fondo del pantano. Y todavía le quedaba salir...

Hizo una mueca. Si se ponían a descansar allí corrían el riesgo de que les descubriesen y perderían el factor sorpresa, pero el enano no parecía estar en condiciones de continuar. Se mordió el labio y accedió, a disgusto.

─De acuerdo Ulfgar, pero por favor, descansad de prisa. Cada segundo que pasamos aquí aumenta el riesgo de que nos descubran. — le respondió en susurros — Ahora guardad silencio un momento.

Se acercó a la pared de roca y, sin despegarse de ella, avanzó algunos metros internándose en la cueva por la que Klunurig había ido, siendo el único camino posible. Al alejarse de la luz había visto cómo el druanti se había convertido en una sombra igual de alta que de ancha, como un tronco grueso con unas patitas muy cortas, hasta desaparecer en la oscuridad. Entonces, en el umbral del primer recodo de la roca se detuvo, intentando discernir alguna palabra de aquellas voces que se escuchaban casi ahogadas por el sonido del agua.

Bugambilia salió del agua boqueando como un pez y con el rostro desencajado, tironeada por la cuerda de Enrielle. Había sido horrible verse arrastrada por la ciénaga sin ver nada, y había tenido mucho miedo de que se soltara la cuerda. Si eso hubiera ocurrido no habrían reparado en ella hasta que hubiera sido demasiado tarde. Y ella, tan pequeña como era, hubiera sido arrastrada por la corriente gritando y llorando hasta que se agotase el conjuro de Kylian. Entonces se ahogaría horriblemente y su cuerpecito muerto, irónicamente, acabaría saliendo a flote. Si no se lo comían antes las alimañas, claro.

Con aquellos funestos pensamientos, Bugambilia se sentó en el suelo y se abrazó las piernas para esperar a ver qué hacían, observando al empapado grupo de aventureros. Ojalá ella supiera secarse la ropa como el mago elfo.

—Señor Ulfgar, os ayudaría a secaros la barba, pero el trapo que traía se me ha mojado. — le dijo con voz muerta, y se abrazó más fuerte las rodillas.

Klunurig se sorprendió de ver bakalis allí, en el hogar de aquel gusano-negro. Pero luego recordó a los bakali de la pústula, que no le habían mostrado el debido respeto e incluso le habían dedicado el peor insulto entre su pueblo, lo que le había hecho invocar la ira del pájaro-de-llamas-azules y enviarlos de vuelta al pantano, el cual alimentaban ahora sus carnes chamuscadas. Había sido un episodio extraño, que le había hecho reflexionar sobre sí mismo. Veía a otros druanti-barbudos, pero ninguno se vestía de pantano. Estaba aquel extraño enano-barbudo al que habían visto morir en una charca de agua clara, estrangulado por una mata asesina. Y ahora este otro druanti-metálico, que se lanzaba al agua con aquellas pesadas ropas como si no hubiese estado nunca en un pantano. Y es que realmente no debía de haber estado jamás en uno, por las cosas que Klunurig le había escuchado decir. ¿Dónde estaban los demás druanti barbudos como él? Entre los bakali (sus bakali) siempre le habían respetado... al menos después de algún tiempo al servicio de Tzuga Chanti, claro. Antes no se había ganado el respeto de las tribus, igual que una cría bakali debe cazar sus propias presas para ser reconocida entre los suyos. Pero no había ningún otro bakali como él

Miró hacia aquella camada. Tenían crías, lo que sin duda les haría recelosos y violentos, pero también menos propensos a amenazarle. ¿Le reconocerían si les hablaba? ¿Sabrían mostrarle el debido respeto? ¿Tendría que carbonizar a los adultos y dejar  a las crías a la suerte del pantano? Klunurig prefirió esperar, y escuchar. Quizá hablasen del gusano-negro. Si eran sus aliados, eran los aliados de la corrupción de la tierra y debían regresar a ella y purificarla. Pero si estaban sometidos como su pueblo en la gran ciénaga, quizá pudiese liberarlos y lograr que los bakali de aquella tierra le conociesen y respetasen un poco.

Le hizo una seña a Enrielle-flechamuerte para que esperase. No debían matarlos aún, era mejor escuchar primero. Pegó el oído. ¿Haría ella lo mismo? Klunurig dudaba de que conociese la lengua de su pueblo, alguna vez le había intentado explicar algo en ella, pero no le parecía que le entendiese.

Prestas atención a las conversaciones que tienen lugar un poco más adelante. El ruido del agua no ayuda, pero sí lo hace el que tú domines a la perfección la lengua de los bakali.

Por lo que escuchas, está teniendo lugar una escena de la vida cotidiana, con algunos adultos colaborando entre sí para despellejar el jabalí que han cazado para la cena. Detrás de las chozas, en algún lugar que no consigues ver, oyes a un chamán agradeciendo a Krik'k lettz que les haya sido propicia y pidiendo a Sirr'ushush que purifique con sus llamas las impurezas de la criatura para que su ingesta no los enferme ni a ellos, ni a sus pequeños.

Agazapada y pegada a la piedra, Enrielle se mantuvo quieta y en silencio, observando a los bakali que habían más adelante en lo que parecía un poblado. Entonces vio que Klunurig, que estaba apenas unos metros por delante, se giró para hacer aquella señal y Enrielle le hizo unos movimientos ansiosos con las manos para que se detuviera de hacer alguna locura, con cuidado de que no fueran demasiado amplios y la delatasen.

Estaba muy nerviosa. ¿Por qué bakalis, maldición? Ahora Klunurig se arrojaría hacia ellos esperando que se postrasen a sus pies y le arrojasen ovaciones cuando lo que volvería a recibir sería otra lluvia de meados. Desgraciadamente estaban condenados a perpetrar otra matanza.

Los bakali no hablaban del gusano-negro, solo mencionaban a sus dioses y charlaban sobre las cuestiones comunes en la vida de un bakali. ¿Cómo era aquello posible? ¿Se habrían equivocado y habrían entrado en la gruta de otra criatura? No quedaba más remedio que presentarse ante ellos y reclamarles pleitesía. De otro modo, tendrían que matarlos.

Se adelantó, hablando en su lengua:

- ¡Humph! Yo os saludo, pueblo bakali. Soy Klunurig Tzé, chamán-druanti de los pantanos sometidos por el gusano-negro Mohrlex el infecto. Soy el discípulo de Tzuga Chanti, el gran chamán de los bakali al que cinco cinco cinco cinco cinco tribus rinden tributo. ¡Ofrendadme, como manda Krik'k lettz que hagáis con vuestros chamanes más sabios! ¡Ofrendadme o sus cinco grandes cocodrilos saldrán de las aguas y os devorarán! ¡Humph!

Así les pedía respeto. Él no era un chamán de la región, pero debían presentárselo igualmente. La mención de Krik'k lettz debería ser suficiente para que supiesen quién les hablaba y comprendiesen el destino que les esperaba si no respondían adecuadamente.

Haciendo caso omiso de las silenciosas indicaciones de Enrielle, tal vez incapaz de comprender su significado, Klunurig avanza hacia la salida de la cueva saludando en su lengua natal a la familia bakali que vive allí. Esto provoca un gran revuelo inicial, con hombres-lagarto saliendo de sus chozas y urgiendo a sus pequeños a entrar en ellas.

Sobresaltados por vuestra inesperada presencia, se plantan formando un semicírculo protector, armados con sus armas de hueso y sílex.

Abriéndose paso entre ellos con actitud grave, avanza un bakali anciano con la cabeza decorada con un tocado de plumas multicolores y armado con un cetro del que cuelgan tintineantes huesecillos de animales. Algunos metros por detrás, le sigue un cocodrilo con andares perezosos.

—¿Dónde essstá essse gran chaman de Krik'k lettz? —pregunta con el ceño fruncido en el idioma que solo los suyos y Klunurig comprenden. A continuación, comienza a golpearse el pecho repetidas veces con su cetro—. Ah, ssssí, aquí essstá. Tloxchac Echel-Nu es el gran chamán de Krik'k lettz. Tú ssssolo eressss un enano mojado, un invitado indessseado, un gully come-ratassss. ¿Hasss venido a ofrecer tusss ratasss al gran Tloxchac Echel-Nu o hasss venido a ofenderle a él y a ssssu tribu? Hablassss la lengua de lossss sssabios, asssí que te daremosss lossss ressstosss de nuessstra comida ssssi dessspuéssss te marchasss por donde hasss venido y te llevasss a tus amigosss mendigosss. Vemosss su hoguera y susss ssssiluetasss allí al fondo de nuessstra cueva y no nosss gussstan los extranjerosss que vienen a robar nuessstra comida y tomar nuessstrasss mujeresss.

Enrielle se hubiera arañado la cara y arrancado el cabello para luego entrelazar sus manos en el gordo cuello de Klunurig con el fin de estrangularlo si no hubiese cosas más urgentes que hacer. No entendía una palabra, pero sabía que esos golpeteos en el pecho eran la antesala de sacarse los miembros y mear al druanti-loco, de modo que se apresuró a intervenir saliendo de su escondrijo mostrando sus manos vacías y habló a los bakalis en lengua común, esperando que la entendiesen.

—Saludos, oh sabio druanti-chamán y valerosos guerreros bakali. — se dirigió al del tocado de plumas inclinando la cabeza en señal de respeto — Sólo estamos de paso, no queremos problemas ni luchar contra vosotros. Lo que sea que os haya dicho Klunurig no hagáis mucho caso, por favor, es que él es así. Venimos buscando un dragón negro ciego. ¿Sabéis si hay alguno por aquí?

Se quedó quieta tratando de parecer lo menos amenazadora posible y analizando sus expresiones reptilianas, que eran difícil de interpretar, pero estaba esperanzada de que la entendieran. Después de lo ocurrido en Shrentak lo último que quería era destruir aquel poblado, así que haría todo lo que estuviera en su mano para evitarlo.