Partida Rol por web

4 Chislmont 434 AC

Pasáis lo que quedaba del día anterior, la noche y buena parte de la jornada presente preparando vuestros sortilegios y haciendo planes para vuestra incursión en Mirivale.

Y, cuando el sol comienza a ponerse en el horizonte, dais un amplio rodeo para acercaros a la ciudad ocupada desde el norte, atravesáis la pequeña arboleda y llegáis hasta donde se encuentran los campos de labranza y quienes los trabajan. Bajo el amparo de los conjuros de ilusión, os aproximáis a la puerta noroccidental tratando de mezclaros entre los campesinos que regresan a casa tras una larga jornada de trabajo.

Ailas y Enrielle, llevando de la mano a su pequeña y mohína "hija" kender, son los primeros en tratar de cruzar las puertas. La patrulla de guardias minotauros apostados en ellas les dan el alto y les interrogan sobre por qué regresan con las manos vacías. La disfrazada legionaria de Acero les cuenta, muy apenada, que con este tiempo las coliflores todavía no han madurado lo suficiente y que con un poco de suerte en dos o tres días estarán en su punto óptimo de recolección. Los guardias gruñen poco interesados en las explicaciones y les franquean el paso.

Unos minutos más tarde son Freya y su hermosa aunque inquietante pequeña quienes llegan hasta las puertas. Algo en ellas, o quizá una mera inspección de rutina hace que también a ellas les den el alto. Preguntadas sobre a dónde van y dónde está el hombre de la casa, Kylian trata de convencerles de que su papá está en cama, enfermo, y que vuelven para cuidar de él. Sin embargo, los minotauros no parecen fiarse mucho y cuantos más detalles da la pareja, menos parecen creerse sus explicaciones. Insisten en que se queden donde están para ser sometidas a un registro. Conscientes de que en cuanto comiencen a cachearlas descubrirán el engaño, a Freya no le queda más remedio que hacer uso de su magia para provocar que un farolillo encendido a la entrada de una vivienda cercana comience a humear de forma exagerada.

—¿Qué es eso? —pregunta la elfa qualinesti, señalando hacia la humareda— ¿Un incendio?

Cuando los minotauros se giran para comprobarlo y avanzan unos cuantos pasos hacia allá, la pareja aprovecha la ocasión para entrar en Mirivale a la carrera, haciendo caso omiso de los gritos de los guardias que las instan a detenerse; y, tras un rato huyendo de ellos, logran darles esquinazo.

La distracción creada por ellas y su posterior persecución permite que un "discreto" campesino de más de dos metros cruce tranquilamente las puertas desprotegidas y se adentre en la ciudad mientras los lugareños le observan boquiabiertos.

Deambulando por las calles de tierra apisonada, esforzándoos por evitar a las patrullas armadas y extraviándoos ocasionalmente, acabáis llegando por separado hasta la plaza del mercado, situada junto al puerto. Allí, como Ailas ya os adelantó ayer, un grupo de sucios, sudorosos y famélicos humanos están construyendo a su alrededor una especie de muralla ovalada con grandes arcos.

En esta zona de la ciudad los minotauros son más numerosos, parecen más atentos y no dudan en blandir el látigo cada vez que los extenuados obreros parecen remolonear o tratan de beber más agua de la que sus capataces consideran imprescindible.

Contáis no menos de medio centenar de esclavos trabajando en distintos puntos de la obra, arrastrando, picando, dando forma o apilando grandes piedras. Y contáis también una treintena de minotauros fuertemente armados que no les quitan ojo.

─¡Perfil bajo, jajajá! ─exclamó el ogro, rematando con una risotada gutural y ensordecedora lo que para él parecía el chiste más gracioso del mundo. Una goblin tratando de tener un perfil bajo...

Pero lo fue. Más o menos. A la jornada siguiente en vez de convertirle en minotauro Ailas disfrazó a Balgros de humano. Un humano de 7 pies de altura¹, nada menos. Su aspecto era absolutamente rural, a juego con su expresión de no entender nada de lo que le rodeaba. Una expresión no necesariamente muy acorde con los pensamientos de los que era capaz, aunque fuera de forma puntual.

─Esclavos. Si les dan ocasión, se escaparán. Armarían una buena. O les matarían al instante. Hay demasiados guardianes ─pensó para sí.

Por un momento el ogro disfrazado sintió el deseo de comer algo y a punto estuvo de sacar su cuchara y comer unas gachas, pero se dio cuenta a tiempo que eso no era una buena idea. El disfraz se comportaría de forma rara. Ya comería luego.

Echando un vistazo a la zona, buscó con la mirada a sus compañeros y no los vio. Luego se lo repensó y buscó a sus compañeros disfrazados, con su nueva apariencia. Eso era mucho más sencillo. Sonrió con una sonrisa de dientes sin punta ni colmillos sobresalientes y se apoyó contra una pared dando bostezo. Se dejó deslizar hasta dar con el culo en el suelo, se rascó la cabeza y la apoyó contra la pared, entrecerrando los ojos. Finjiría que se echaba una siestecita. Al menos durante unos minutos. Luego puede que dejara de finjir...

Acomapañada de la esotérica goblin, Freya había logrado cruzar las puertas. Ella misma se había ofrecido a emparejarse con la chirriante criatura, más por controlar sus movimientos que porque confiase en ella como compañera. Los problemas no habían tardado en aparecer, y Freya había tenido que hacer uso de su magia para crear una distracción que les franquease el paso.

Maldita sea, no hemos empezado y ya tenemos a la guardia alerta.

Su plan estaba lleno de agujeros. No contaba con que los malditos minotauros les interrogasen a la entrada de la ciudad, pero no era un comportamiento tan raro en una ciudad ocupada. Los propios solámnicos hacían algo parecido en las regiones más conflictivas, o en momentos de tensión.

Una vez llegaron a la zona de interés y se reunieron de nuevo*, Freya hizo una seña para que actuasen discretamente. No debían llamar la atención de los guardias conversando entre ellos en exceso. La elfa se apoyó contra una pared, fingiendo secarse el sudor de la frente, y contempló a los reos, buscando algún signo que les identificase como miembros de la guardia de la ciudad. Pero sus ojos de elfa estaban nublados por el sol excesivo, y la tensión le impedía concentrarse en detalles concretos.

- Busquemos un lugar seguro para conversar. - dijo en susurros, y se retiró con una seña hacia un callejón cercano.

Entrar en Mirivale no ha sido difícil, claro que nunca pensé que lo fuera con mi magia. A fin de cuentas, no es la primera vez que la visito en los últimos días. En cualquier caso, me fascina el ingenio de Enrielle a la hora de inventarse una excusa con la que sortear el interrogatorio del los guardias. Yo no sabía qué decirles.

En cualquier caso, seguramente salir sin llamar la atención es lo que resultará más complicado una vez que caiga la noche y se establezca el toque de queda. No podremos mantenernos ocultos de las patrullas indefinidamente y tampoco podemos escapar todos por los caminos de la magia.

—Lo más seguro para nosotros sería alquilar habitaciones en alguna posada del barrio —sugiero a mis compañeros cuando nos reagrupamos en un callejón de manera bastante sospechosa—. Si es que podemos encontrar alguna dispuesta a aceptar huéspedes. Ahí fuera hay demasiados guardias como para hablar con los prisioneros sin levantar sospechas y sin llevarnos, de paso, algún que otro latigazo cuando no algo peor. ¿Qué planeáis hacer ahora?

Enrielle iba de la mano de Bugambilia y de Ailaserenth, hundiendo los hombros con el peso de la vida del campesino como había visto hacer a las mujeres de su pueblo, aún con la mirada triste porque las coliflores no habían madurado aún. Eso también lo había sacado de su pueblo, y por fortuna había colado.

—Tenemos que mezclarnos entre la gente y tratar de sacar toda la información posible antes de actuar. Cuándo llegaron los minotauros, cuántos son exactamente, qué ocurrió a su llegada... Los pescadores tal vez sepan algo también acerca de lo que ha pasado con los barcos y si han visto algo extraño en el mar. 

»Alquilar las habitaciones parece una buena idea, pero tal vez levante sospechas. Después de todo, nadie entra a la ciudad. Tenemos que asegurarnos antes y pensar una excusa por si nos levantan la ceja. Una invasión de chinches, por ejemplo. Y deberíamos ser todos familia, o vecinos al menos.

- Si Freya va a pensar que me fio más de ella por llevarme de la mano como si de su hija me tratara o de tramar aquella la treta del incendio para poder avanzar sin ser descubiertas, va lista... - Pensó para si la goblin.

Y es que todo lo que represetaban los orejas picudas le caía gordo. Ya fuera porque así había sido desde siempre o bien por su naturaleza goblinoide que llevaba consigo implícito un odio irracional a los elfos, lo cierto era que no los soportaba. Sus aires de grandeza y su altivez la desquiciaban y sobre todo, la manera que tenían de mirar por encima del hombro a los demás. En su caso quizás... era inevitable debido a su reducida altura, pero Kylian en su mente, todavía se veía a si mismo como un humano de tamaño estándar.

- Podría detectar lo que están pensando... - Les dijo a los del grupo. - Durante algo más de diez minutos, o eso creo... y si soy invisible y paso al lado de uno de ellos... aunque la invisibildiad por desgracia dura muy poco... - Se cruzó de brazos enfadada consigo misma.  - ¿Alguna idea?

─Los posaderos y taberneros siempre lo saben todo ─compartió Balgros con los demás en su tono de voz extra-grave habitual.

Una vez más el ogro hacía gala de una sabiduría popular mezclada con observaciones de alguien sólo parcialmente integrado en una cultura que parecían de una agudeza impropia de alguien como él.

─Y si le pagas más de lo que vale la bebida, es menos aguada.

Claro que los ramalazos de genialidad aparentemente impropios de alguien como él luego eran enterrados y desacreditados rápidamente gracias a comentarios simplistas y obvios como aquel. "Ogriedades", obviedades que sólo un ogro se molestaría en verbalizar para parecer inteligente. Tal vez algún día dejaría de decirlas.

─Sí, así es Balgros. ─ convino Enrielle algo sorprendida. El semiogro parecía ser un poco menos tonto de lo que parecía.─ Empezaremos por ahí, y luego ya veremos. 

Luego se giró hacia Kylian y asintió.

─Eso es muy interesante, pero sería interesante hacérselo a algún oficial, no a cualquier guererro. Y si en ese momento está pensando en pastar no será muy útil, pero tenemos que intentarlo. ─ sonrió ligeramente. ─ Pareces una niña adorable y todo, Kylian. Venga, vamos a ponernos en marcha. Tiene que darme tiempo ir al puerto también.

Kylian escucha atentamente lo que Enrielle y Bugambilia tienen que contar. Al parecer los estúpidos minotaruos han empezado a equilibar la balanza. Según cuentan, el antiguo gobernador de Mirivale, era tan tirano como el hombre del que dependía directamete, que no era otro que el maldito Markhan. 

- Cuanto más tiempo paso en el Imperio, más ganas de quemarlo tengo... - Se dijo a si misma y aunque en otra ocasión hubiera dicho aquello en voz alta, prefirió no hacerlo. Al fin y al cabo, los orejas picudas estaban a muerte con el corrupto Emperador y del semi-ogro no podía fiarse. En lo que respectaba a Enrielle, la pobre seguía ciega, al menos en parte. - Por fortuna ese pichafloja se quitó la máscara cuando le puso el cartel de traidores a los legionarios de acero. 

Fuera como fuera, estaban a gusto en aquella taberna. No podían pedir más. Una cama caliente, con no demasidas chinches, comida que no sabía a pan mohoso o queso... mohoso y un lugar tranquilo donde poder planear sus siguientes acciones y descansar si era posible. 

- Espero que el posadero no nos delate. - Les dijo a sus compañeros de viaje, pues para ella ya no eran agentes de la neutraldad, pues ya dudaba que la Senda o Chemosh los hubieran puesto en su camino por algo en concreto. - Sea como sea, tenemos que decidir que hacer. - Se encogió de hombros. - Parece que no les va mal del todo a los lugareños aquí... - Chasqueó la lengua. - Salvo quizás a los antiguos funcionarios y guardias. Esos igual no dicen lo mismo. - Sonrió ante sus propias palabras. - No he podido descubrir que están construyendo. Igual quieren hacer una fiesta de... ¿gladiadores? ¿Se dice así? - Se llevó la mano a su imberbe barbilla. - ¿Y si uno de nosotros se disfraza de obrero? Quizás una jornada de trabajo le sirva para saber que diantre están haciendo, aunque... ¿realmente nos importa? ¿Tendrá relación con lo que hemos venido a hacer aquí?

El clima seco y salado de la región no le sienta nada bien a mi blanca piel y, aunque mi magia me protege de la mayoría de estragos climáticos, agradezco estar protegido de ellos entre cuatro paredes. Incluso cuando esas paredes son una humilde posada humana enclavada en un puerto clausurado.

Me dejo caer pesadamente en uno de los largos bancos de madera del comedor y jugueteo con la comida con más cansancio que apetito. Últimamente el uso de conjuros particularmente poderosos tiene en mí este efecto extenuante y, después de haber logrado crear una ilusión capaz de ocultarnos a todos, ahora mismo mi mayor interés es el de retirarme a acostar.

Lo cierto es que, pese a mis investigaciones los días anteriores, hemos entrado en la ciudad sin ningún plan preestablecido. Algo que a estas alturas ya no me sorprende. Lo que sí me sorprende es estar de acuerdo con algunas de las consideraciones que Kylian plantea.

—Es posible que yo me haya equivocado al suponer que los minotauros no piensan establecerse aquí a largo plazo. Parecen bastante asentados y empiezo a plantearme la posibilidad de que estén empezando a levantar algunas de las construcciones propias de tierra natal. Pero coincido con Kylian en que obstaculizar dichas construcciones no nos ayudará a desvelar qué están haciendo aquí.

Que algunos lugareños piensen que están mejor con los minotauros que con sus anteriores gobernantes no deja de ser lamentable, pero eso es algo que el emperador puede solucionar una vez que haya recobrado el control de la región.

—Freya, yo puedo ayudarte a contactar con Su Majestad Imperial, pero requiere un gran uso de magia por mi parte y prefiero no emplearla mientras nos encontremos en territorio hostil. Hasta entonces, será mejor que reunamos toda la información que podamos para él. Se me ocurren algunas sugerencias, pero me gustaría escuchar primero vuestras propuestas.

Freya se acomodaba como podía en las toscas sillas de aquella posada mugrienta. No le gustaba reconocerlo, pero su vida había sido acomodada en general, salvo por la época que había pasado en los cuarteles. Y aún en esos lugares la limpieza abundaba, aunque fuese un modo de vida más estoico.

Los reportes sobre el escaso descontento con el nuevo gobierno no le hicieron sentirse muy a gusto. El Imperio estaba lleno de corruptos y ladrones, eso lo sabía bien cualquiera que viviese en él. Pese a su brutalidad, no parecía que los minotauros hubiesen despertado la antipatía de muchos. Y sus compañeros parecían dispuestos a disiparse de la misión a la primera de cambio.

No te preocupes Majestad, esta vez cumpliremos con nuestro deber.

Recordó a Markham con un leve suspiro. ¿Le felicitaría orgulloso cuando llegasen con las nuevas?

No seas estúpida Freya. No estarás delante de él cuando le llegue la noticia.

Lo cual, a decir verdad, era casi mejor, aunque ella lo lamentase. Lo más probable era que se pusiese hecho una furia al descubrir la usurpación. Ah, a ella le encantaba verle así, henchido de furia y violencia varonil. Pero podía llegar a ser peligroso.

- Claro que nos importa lo que le ocurra a la guardia. - respondió con sequedad a la goblin - Hemos venido a averiguar qué ocurre en la región. Ellos podrán decirnos cuando y en qué circunstancias llegaron los minotauros aquí. Es evidente que su llegada tiene que estar relacionada con los problemas de la flota, ¿no? Sin los naufragios, nunca podrían haber tomado Mirivele.

Parecía improbable que liberando a un puñado de reos desafortunados pudiesen retomar la ciudad para el Imperio, pero si lograban rescatar a alguno, obtendrían un valioso testimonio sobre aquellos acontecimientos.

- De acuerdo Ailas, averigüemos más cosas antes de hacerte invertir más esfuerzos. - Freya era consciente de que Ailas sufría una terrible fatiga por el uso de su magia* - Podemos tratar de crear una distracción en la plaza. Con un foco adecuado, puedo provocar una fuerte humareda. En medio de la confusión podemos liberar a algún reo y llevárnoslo con nosotros, ocultándolo bajo un manto de invisibilidad.

─Si ya han sonado los cuernos del toque de queda, seguro que se han llevado a los obreros a la prisión. No querrán que se escapen. Y tampoco querrán gente merodeando por las calles, supongo. Pero las ciudades me confunden. Por ejemplo, en El Conejo Apetitoso no se olía nada de comida. Era un nombre engañoso y las camareras, unas busconas. Ya sabéis a qué me refiero...

Las reflexiones de Balgros, una vez más, conteniendo una pizca de información razonable y una desmesura de tonterías.

El enorme humano en el que le habían convertido se sentaba en dos sillas a la vez. Sillas que habían crujido sonoramente al recibir el enorme peso del verdadero ogro que había tras la imagen mágica. Pan mohoso o queso maloliente, guiso o sopa, fuera lo que fuera que sacara el propietario de La Bienvenida del Barquero, Balgros no tardaba en hacerlo desaparecer. Apenas si respetaba las porciones de los demás.

─Se me acabó el dinero, ¿alguien puede pagar la comida y la bebida? Se lo pagaré cuando vuelva a tener monedas...

Y, además, un gorrón...

—La comida, la bebida y el alojamiento corren de mi cuenta esta noche, amigo mío —tranquilizo Balgros. El único lo suficientemente humilde como para preocuparse por los gastos cotidianos cuando el resto parecen dar por hecho que su mera existencia les hace merecedores de que yo les mantenga. 

Seguramente no estoy siendo justo, pero me siento tan cansado...

No me ayuda que las palabras y las acciones de Freya se contrapongan entre sí. Afirma estar preocupada por los guardias e impaciente por reunir información para su señor, pero ahí sigue tranquilamente repantingada y mirándome como si esperase que todo fuera a hacerlo yo. Normalmente ni me sorprendería, ni me molestaría. Al contrario, sería la enésima confirmación de que todos dependen de mí como los niños dependen de su padre. Algo que, en condiciones normales, alimentaría mi ego; pero hoy la inoperancia ajena pone a prueba mi paciencia. 

Rebusco entre el contenido de mi saquillo de componentes de conjuro y saco un frasquito lleno de miel en el que flota un fragmento del apéndice bífido de una serpiente. A continuación, me levanto con pesadez de mi asiento y me encamino hacia la barra, a hablar con el posadero.

—Hemos hecho un viaje muy largo para llegar a Mirivale y no queremos problemas con nadie. Solo queremos disfrutar de la hospitalidad de tu posada y contar con tu máxima discreción, ¿de acuerdo? Creo que eres un buen hombre y por eso recibirás otra moneda de platino por cada día que nos alojemos aquí sin ser molestados.

Con la seguridad de que no vamos a ser traicionados por nuestro anfitrión, al menos, durante las próximas horas. 

Regreso a la mesa, donde cojo una hogaza de pan que me guardo bajo el brazo y una buena cuña de queso, antes de darme media vuelta y enfilar hacia las escaleras que conducen a las habitaciones de la planta de arriba.

—Buenas noches —me despido de ellos, mientras me alejo dándoles la espalda.

A veces estoy de humor para concederles dos, tres y hasta cuatro oportunidades de replantearse mis generosas propuestas. Esta noche, en cambio, han desaprovechado la única que tenían de contar con mi participación en el rescate de los guardias. Si quieren tratar de liberarlos, tendrán que esperar a mañana o hacerlo sin mí.

En mitad de la escalera me vuelvo hacia el posadero:

—Apreciaría de forma muy positiva el lujo de disfrutar de un baño caliente mañana por la mañana, si fuera posible.

Sin esperar una respuesta por su parte, remonto el último tramo de escaleras y desaparezco en el interior de la habitación libre más alejada que encuentre.

Después de contar a todos sus hallazgos acerca del gobernador corrupto, Enrielle se sentó con los demás, intentando coger un cuenco para ella y otro para Bugambilia antes de que Balgros se lo comiese todo.

—Tenemos que actuar con cautela y no precipitarnos. Planificaremos esta noche ese falso incendio para mañana liberar a uno de los prisioneros. Ese será el hilo del que tirar, por el momento. Después veremos. Investigaremos si hay indicios de sacerdotes de Zeboim y cómo están conectados a los minotauros... Pero no nos adelantemos. 

Al ver pagar a Ailaserenth fue a echar mano a su bolsita, pero ésta se la quitaron a Bugambilia. Seguía sin una sola moneda dependiendo de lo que había cazado y de lo que el elfo había ido comprando. Suspiró. Tendría que seguir así, pensaba mientras lo veía marchar escaleras arriba.

—Es un buen plan, sí. Mejor que disfrazarse de obrero, pues quien sea se arriesgará a que le azoten la espalda. Pero mañana veremos. Hoy descansemos.

Tras eso no tardó en subir a su habitación para contactar privadamente con Sombra Silente, informándole de todo lo escaso que habían averiguado.

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Tras la cena razonablemente digna, os retiráis paulatinamente a vuestras respectivas habitaciones, moderadamente limpias. Lo mejor del lugar para vosotros, sin duda, es que sois los únicos huéspedes.

La llegada del amanecer, tras una noche tranquila y sin sobresaltos, casi os resulta sorprendente a quienes desconfiabais de la buena voluntad del posadero y pensabais que os vendería a los minotauros en cuanto os fueseis a acostar.

Ya sea por su falta de clientes, por la influencia sobrenatural que Ailaserenth ha ejercido sobre él, o porque le caéis genuinamente bien, lo cierto es que el propietario de "La Bienvenida del Barquero" os espera en el comedor con el desayuno preparado y una sonrisa en los labios a medida que vais abandonando vuestras habitaciones. E incluso ha dispuesto un par de calderos llenos de agua de mar puestos a calentar en la chimenea para que podáis asearos los que lo deseéis.

Kylian amaneció tras un merecido y reparador sueño. El queso mohoso de la noche anterior le había caído bien al estómago. Seguramente el moho había reactivado su flora intestinal, la cual llevaba en huelga desde hacía ya demaisado tiempo y concretamente desde la triste pérdida de Klurunig. De Ulfgar también se acordaba, aunque no tanto, pues nunca llegó a sentir la misma conexión que con el demente druida bakali. Seguramente el sentido de la ley y del bien era demasiado fuerte en el herrero, como para que llegara realmente a congeniar con la goblin.

Fuera como fuera, se sentia a gusto consigo misma como no lo hacía desde hacía bastante tiempo. Empezaba a sentirse más cómoda con su nueva deidad. Al fin y al cabo, la Senda de la Neutralidad que había perseguido toda la vida, concordaba bastante bien con los designios de Chemosh, pues... ¿había algo más neutral que la muerte, que de forma innegable llegaba a todos en algún momento? 

- Tenemos que hacer aquello que dijistéis que haríais anoche, ¿verdad? - Preguntó la goblin. - Liberar a uno de los esclavos y todo eso, ¿no? - Se enogió de hombros y acto seguido se colocó sobre la cabeza el estúpido sombrero que le convertía a vista de todos en el gnomo más feo que recordaba. - Creo que esta apariencia puede que sirva para que me den una paliza por feo, pero no creo que me descubrá como un espía del enemigo... - Se rascó la narizota. - Puedo seguiros de cerca - les dijo a los elfos - he pedido a mi dios patrón por algunos dones que podrían crear una segunda distracción en caso de ser necesaria y... - Carraspeó. - ... también por alguna adivinaciones que podrían de alguna manera servinos en su justa medida. Podré detectar el mal, crear una zona de verdad, discernir las mentiras que nos quieran colar, puedo adquirir un don para hablar cualquier lengua y entenderlas todas, así como puedo espíar a a alguen a distancia con un escudriñamiento. - Comentó orgullosa. - Además, puedo disfrazarme como hice ayer y adquirir invisibilidad. Estoy preparada para cualquier cosa. - Sonrió maliciosamente, como no podía ser de otro modo.

Como cada día, lo primero que hago nada más abandonar mi meditación letárgica y repasar los conjuros de la jornada es asegurarme de que mis pertenencias más valiosas estén a salvo en otro Plano de existencia. Rasgar la barrera entre dos mundos supone siempre para mí un gran esfuerzo, pero lo considero bien invertido si así evito que la legendaria Dragonlance caiga en manos indebidas.

Mi repentina debilidad hace que extrañe a Shilara. Ella es mi fortaleza cada vez que la magia se cobra en mí su alto precio y no puedo evitar preguntarme si estará bien. Intento convencerme a mí mismo de que debe estar mejor que yo, pero eso no hace que la separación resulte menos preocupante.

Antes de que bajemos al comedor, me aseguro de activar mis protecciones arcanas habituales y de reunir a mis compañeros para lanzar sobre nosotros el encantamiento que nos devolverá nuestras apariencias ilusorias. A todos salvo a Kylian puesto que ella, como de costumbre, disfruta de ir por libre y ha adoptado ya su consabida apariencia de gnomo.

También el coste por hacer uso de esta poderosa magia lo paga al instante mi cuerpo y me veo obligado a apoyarme en la pared para no caer al suelo a causa del repentino mareo.

Ayudándome de Bugambilia para no caer por las escaleras, desciendo a la planta inferior donde nos aguarda ya el posadero. Me disgusta descubrir que no hay para mí ni una bañera, ni tan siquiera una tina, sino únicamente un par de cubos de agua tibia. Aun así, es el mejor medio para asearme que se me ofrece desde que salí de Wayreth hace semanas, así que lo acepto de buen grado.

—Por favor, suba esos cubos a la habitación del fondo —le pido al propietario del local, mientras me acerco tambaleante a la barra y deposito sobre ella una segunda moneda de platino reluciente.

Cuando sus manos codiciosas se acercan para hacerse con el botín, aprovecho para lanzarle una vez más el más poderoso sortilegio enajenador que tengo en mi repertorio. Solo espero que salgamos hoy mismo de Mirivale porque me temo que, con este lanzamiento, he agotado los componentes materiales que tenía para lanzar este hechizo.

—Recuerde, amigo, que hay más platino como este esperándole mientras continúe proporcionándonos su hospitalidad con la misma discreción que hasta la fecha. No se lo gaste hasta que nos hayamos marchado de la ciudad y, hasta entonces, haga compras modestas en el mercado. No queremos que nadie se pregunte por qué necesita un establecimiento desocupado grandes cantidades de bebida y alimento.

Apenas he terminado de pronunciar estas palabras cuando el mundo comienza a desdibujarse frente a mis ojos. Las piernas me flojean. Al caer, me golpeo la cabeza contra la barra de madera maciza y quedo tendido en el suelo bocarriba con un chichón hinchándose en mi frente.

«Siempre te exiges demasiado» —es mi último reproche personal antes de perder el conocimiento.

—¡Papa!— exclamó Bugambilia cuando vio desplomarse a Ailaserenth golpeándose contra la barra. Enrielle le había insistido en que era la hija y que tenía que comportarse como tal. Se giró alarmada hacia su mentora, que ya estaba sentada desayunando. —¡Mama! ¿Qué le pasa a papa?

Se agachó y empezó a tironear de la mano floja del elfo. Estaba muy preocupada. Quería mucho al señor elfo y no quería que se desmayara o se hiciera chichones.

Enrielle daba vueltas a las gachas, rumiando las palabras de Kylian.

—Eso de las lenguas puede ser muy útil si te disfrazamos de minotauro raquítico. — dijo sonriendo con sarcasmo, bajando la voz para que el posadero no escuchase nada aunque metiese oreja. — Pero si me disfrazáis a mí de vaca y me ayudas con eso de entender lenguas, creo que podría hablar con alguno de los invasores y sacarle algo. Quizás incluso con algo de bebida alguno suelte la lengua más de la cuenta. ¿Dónde se reunirán para beber? Hay que averiguarlo. En cualquier caso, si te conceden esas peticiones tu dios... nos facilitará el trabajo enromemente. Pero como sea, de momento seguimos con el plan de liberar algún esclavo.

En ese momento escuchó el golpe y las exclamaciones de Bugambilia, seguida de su llanto, y alzó la mirada. ¡Maldición, a Ailaserenth le había dado algo raro!

Se levantó del taburete y atravesó el salón rápidamente.

—¡Ailas, cariño mío! — exclamó llevándose las manos a la cabeza dramáticamente — ¡Ay, mi Ailas! ¡Que otra vez le ha dado el apechusque! Siempre que viaja le pasa. Es de cuerpo delicado. ¡Pero tiene un corazón que no le cabe en el pecho! Ayúdame hija, ayúdame a llevarlo a nuestra habitación para que descanse.

Y también para examinarlo tranquilamente a ver qué demonios le había pasado. Desde que se reunieron le había visto la cara de un tono cetrino y de ánimo especialmente apático, como si estuviera enfermo o muy cansado.