Partida Rol por web

Enrielle dio compañía a Freya durante el entierro de Tsilme. Sabía lo que era perder a un compañero animal. La observó desde lejos cuando quiso estar a solas, pensando en cómo estaría Bruma Gris y si volvería a verlo. Cuando entraron en el refugio conjurado por el mago, Enrielle se entregó con los demás a la tarea mecánica de desmantelar los muebles de nuevo para quemarlos.

Cuando el calor empezó a llenar la habitación y pudieron aflojarse las ropas, Enrielle dejó espacio frente a la chimenea para que sus compañeros pudieran calentarse. Ella mientras tanto se encargó de llenar de flechas su arco y observarlos desde atrás.

—Mago. — le dijo acuclillándose a su lado, pues su taburete era pasto de las llamas. Puso una mano amable en su hombro y le sonrió con calidez, mirándole con esos ojos extraños. La nariz y los pómulos de la muchacha estaban enrojecidos, irritados por el frío, y los labios agrietados. — Todas las palabras de Wylas son pocas para agradecerte levantar este refugio, y además compartes tus viandas con nosotros. Te debemos mucho. Gracias. 

Le ofreció el cuenco de gachas insípidas.

3 Hiddumont 434 AC

Por primera vez desde que llegasteis al Límite del Glaciar, la larga noche transcurre sin incidentes para vosotros.

Os habéis estado turnando para montar guardia, mantener la chimenea alimentada, descansar, estudiar vuestros libros de conjuros, orar a vuestros dioses y... aburriros durante horas.

Sin magia poderosa que os proteja del frío, la temperatura fuera del refugio solamente es tolerable durante unas pocas horas al día. Y, para cuando el sol se alza en el cielo plomizo, todos estáis deseosos de abandonar el arrasado refugio y poneros nuevamente en marcha para llegar a vuestro destino cuanto antes.

Guiados por Enrielle y la brújula encantada, durante las siguientes horas avanzáis por el hielo y la nieve sin más impedimento que el tiempo gélido. Hasta que el sol y las temperaturas comienzan a descender nuevamente.

No tengo inconveniente alguno en dedicar tantas horas como sea menester a la meditación y el estudio siempre que eso me evite tener que exponerme a los vientos helados del exterior y a la constante sensación de estar mojado y helado hasta los huesos.

Además, las raquetas de nieve son un calzado penoso que, aunque nos permite evitar hundirnos en la nieve a cada paso, no resulta nada cómodo.

Cada minuto a la intemperie es para mí como una hora dentro del espartano refugio que mis compañeros destrozan cada vez para garantizarnos un suministro constante de leña ardiendo en la chimenea.

Lo único que me motiva para seguir avanzando es la esperanza de encontrar a otro de esos tumularios de la escarcha y que eso contribuya a devolverme mi memoria perdida, pero las millas van quedando atrás sin que encontremos ninguno.

—¿Falta mucho para llegar a ese portal mágico del que hablasteis? —pregunto a mis compañeros, cuando el sol comienza a descender por nuestra izquierda—. No nos deben quedar más que un par de horas de luz, como mucho. ¿Queréis que sigamos avanzando o comienzo ya a levantar el refugio?

Enrielle detuvo la marcha. Frunció el ceño e hizo cálculos moviendo los labios y contando con sus falanges.

—No estoy segura, Túnica Blanca, pero con este llevamos recorridos tres días desde Two Forks. Según nos dijo Lady Coryn había unos 65 kilómetros desde allí, aunque no sé hasta qué punto será eso fiable. Hasta yo empiezo a dudar de sus visiones. — de lo que no dudaba era de que se hubiera orientado mal. Aquel páramo era un glaciar sin referencias, pero creía ver más o menos la posición del sol y tenían la brújula. — Aún así, calculo que nos pueden quedar dos o tres días más.

Observó a los miembros de aquella lastimosa expedición.

—¿Estáis bien como para seguir? — estar bien en aquel infierno era algo relativo, ciertamente — Si podéis continuar un poco más, antes llegaremos, pero no quisiera que nadie se desplomase en la nieve. — advirtió.

Freya seguía aterida por el frío, pero lo estaba llevando algo mejor que la jornada anterior. Haber enterrado a Tsilme le había dado algo de paz espiritual, aunque seguía resentida con la maldita lady Coryn. Si no hubiese empeñado su palabra, no dudaría en marcharse de allí. Si es que encontraban el modo de hacerlo, claro.

- Sigamos adelante, aún puedo resistir un poco más. De otro modo, jamás alcanzaremos nuestro destino.

Freya se apartó, entonando unas oscuras palabras arcanas, al tiempo que sentía cómo una falsa fuerza vital la invadía. 

- Sí, sigamos... - Apoyó Kyliana la moción.

Si seguía adelante era por mera curiosidad de saber que iban a encontrar. Hacía tiempo que no seguía abiertamente "la Senda", pero algo le decía que esa "Senda", estaba en ese momento donde estuviera el portal. Si es que existía tal cosa. ¿Y si había sido todo ello un engaño? ¿Y si el portal existía, pero lady Coryn les estaba alejando todo lo posible del mismo guiados por esa estúpida brújula? ¿Y si les había traicionado y los quería muertos? Sería ese un buen lugar para encontrala, sin que ella tuviera que mancharse las manos. Si todo eso fuera cierto, ¿cúal era la razón?

- No lo sé, la verdad que no lo sé... - Murmuró entre dientes. Llevaba haciéndose aquella pregunta varios días. 

Fue entonces cuando sus ojos de goblin localizaron una extraña critura tratando de moverse por la nieve blanda sin demasiado éxito. Parecía alguna especie de perro austral, pero en vez de patas tenía aletas. Sin duda era una criatura marina, pero que también pasaba tiempo fuera del mar. Muy lejos del mar estaba...

- ¿Habéis visto eso? - Les preguntó a sus compañeros.

La goblin se acercó con cautela. Observa aquella criatura moribunda. Nunca había visto algo así, pero sin duda supuso que estaba enferma. Sus ojos ciegos estaban apagándose poco a poco. Su aspecto era enfermizo y se le veían los huesos debajo de su piel. Estaba claro que aquel animal se había perdido y que no le quedaba mucho de vida. 

- Pobre criatura. - Dijo la sacerdotisa. - Está sufriendo y yo seré su remedio y ella a cambio me proporcionará conocimiento. - Murmulllo en voz alta mientras desenfundaba una reluciente daga. 

Kyliana se acercó a la foca, aunque ella no sabía que aquel animal era eso, una foca. Se agachó ante la criatura que había agotado todas sus fuerzas y le acarició el rostro. No tenía fuerzas ni para sobresaltarse y tan solo ladeó la cabeza en un gesto que Kyliana interpretó como una petición de piedad. Acto seguido hincó su daga en el estómago del animal y empezó a rebuscar con sus afilados dedos entre sus entrañas.

- ¡Oh Chemosh, revélame la senda! - Imploró a su dios. Para cuando acabó de pronunciar aquellas palabras, la foca ya había muerto. - Descansa criatura, descansa... - Le dijo volviendo a acariciar su rostro.

Wylas mataba las horas de espera, como cabía esperar, hablando. Contando historias de taberna e incluso chistes. Pese al frío. Claro que, en su lucha contra el mismo y habiendo llegado a la conclusión que el refugio desaparecería al cabo de unas horas y al final de la siguiente jornada de marcha el túnica blanca convocaría uno idéntico con todo el mobiliario indemne, de su litera, una vez despierto, no dejaría ni una astillita. Todo serviría para alimentar el fuego de la chimenea. Demonios del Averno, se le encogía el corazón cada vez que veía debilitarse las llamas de su interior...

Y por el día, cuando las temperaturas eran más soportables, marchaban. Guiaba la legionaria y los demás hacían lo posible por no desfallecer siguiéndola. No era sencillo. Pero había que hacerlo. No llegarían hasta el portal quedándose en el interior de un refugio.

─No me gustaría tener que enfrentarme a nada medio-muerto de frío y sin sentirme las yemas de los dedos... o los dedos. ─dijo el solámnico alzando la voz lo suficiente para hacerse oir por encima de las condiciones climatológicas.

Aunque Wylas aboga por no posponer vuestro bien merecido descanso, el sentir mayoritario es que debéis aprovechar las escasas horas de luz que os quedan antes de acampar.

Así pues, continuáis avanzando hacia el norte por la aparentemente inacabable tundra helada mientras el sol va descendiendo y las sombras se van alargando.

Nada se interpone en vuestro camino, excepto una desafortunada y moribunda foca cuyas tripas desparrama Kyliana sobre la blanca nieve para hurgar en ellas mientras todavía se encuentran calientes. En lugar de dispersarse y formar un charco alrededor del abotargado cadáver, la sangre forma hilo irregular que fluye en la misma dirección y sentido que indica la brújula encantada. Algo que la sacerdotisa goblin considera una señal de que vais en la dirección correcta.

Después del desagradable espectáculo, continuáis avanzando hasta que la noche os sorprende de manera repentina y las temperaturas descienden de forma brusca a niveles extremos.

El mago elfo comienza entonces su ritual para levantar del suelo helado vuestro refugio compartido, pero la tarea es lenta y el frío reinante, incompatible con la vida. Freya es la primera en desplomarse de bruces sobre la nieve y quedar allí tendida. Pero antes de que alguno podáis acudir en su auxilio, también Wylas pierde el conocimiento.

Enrielle parece a punto de correr la misma suerte cuando, finalmente, el refugio termina de materializarse frente a vosotros y entre ella, Kyliana y el silvanesti, arrastráis los cuerpos rígidos y azulados de vuestros dos compañeros caídos.

Enrielle no había esperado que la noche se les echara encima tan pronto, y que el viento helado se convirtiera en un viento mortal. A pesar de que intentaba permanecer en movimiento, notaba que cada vez le costaba más mover sus rígidas articulaciones y acabó sentándose en el suelo, acurrucada.

—No os durmáis o moriréis.— dijo con voz somnolienta. Los ojos se le cerraban. Quizás si los cerraba un poco no pasaría nada.

Los diez minutos se hicieron eternos. Abrió los ojos en el momento en que la casa apareció. Ver el refugio hizo que se activara súbitamente el instinto de supervivencia. Se levantó dolorida y tambaleante. Wylas y Freya, que yacían en posición fetal junto a ella. No se había dado cuenta.

—Rápido, hay que calentarlos. — apenas le salía la voz. Tironeó trabajosamente de uno de ellos. No sentía sus manos. Estaba furiosa con ella misma. Les había fallado como guía para mantenerlos a salvo.— Wylas tenía razón, joder. ¡Kyliana, ayúdalos! — graznó, impotente, mientras con dedos temblorosos e insensibles sacaba su hacha para obtener leña de los muebles.

 ¡Oh, maldito sea este lugar! - Gruñó la goblin viendo como primero Feeya y luego Wylas se desplomaban moribundos por el intenso frío que se les había colado hasta el túetano.

Corriendo se acercó a ellos y ayudado por Enrielle, cargaron con sus cuerpos hasta el interior del refugio que el elfo arcano había conjurado para ellos. Era en momentos como ese, cuando más valoraba a aquella gente con la que viajaba, incluido su misterioso benefactor elfo. Ellos eran su única familia y continuar a su lado era lo único que le movía, ahora que la Senda se había disipado.

- ¡Oh Chemosh, sálvales del frío glaciar que les aflige! - Acto seguido impuso sus manos, primero sobre Freya, pues le tení más cariño que al barabudo y luego ya a Wylas.

Viendo cómo mis compañeros de viaje van cayendo uno tras otro a causa del frío, no puedo evitar alegrarme de haber tomado la precaución de protegerme adecuadamente contra las inclemencias del tiempo.

Contra lo que no puedo protegerme es contra la debilidad sobrenatural que me sobreviene después de haber conjurado una poderosa ilusión que oculte mi refugio de las miradas indiscretas.

Una vez dentro del refugio, contemplo asombrado cómo la inquietante goblin devuelve a la vida a Wylas y a su camarada qualinesti. Con semejante poder, bien puedo creer que sería capaz de restablecer mi memoria si deseara hacerlo.

Vencido por el agotamiento de la larga caminata y de la demandante magia, me tumbo en la cama baja de una de las cuatro literas. Algunos necesitan esta noche el calor de la chimenea más que yo.

Todo se resumía a dos palabras: demasiado frío. Wylas sentía demasiado frío mientras caminaban por el gélido paisaje. Demasiado frío cuando sugirió no apurar los tiempos, pues de todas maneras no se iban a notar en distancia recorrida y sí en sufrimiento. Demasiado frío mientras esperaban a que el mago, que por buena fortuna o previsión no había caído congelado en la nieve, conjurara una vez más el refugio.

Esta vez el frío se apoderó de su piel, de sus tripas y de su cerebro. Llegó un momento que ni siquiera tenía fuerzas para hacer castañetear los dientes... y perdió la consciencia.

─¿Hemos llegado ya? ─fueron las primeras palabras que pronunció al volver en sí─ Aaaaah, no, me parece que no...

Si decía esto porque no había llegado al paraíso, porque no habían llegado al portal o porque, fuera lo que fuera que pensaba a lo que podrían haber llegado, la visión del interior de la casa lo negaba, no quedaba claro.

Para rematar la faena, la primera cara que vio fue la de una goblin. No era exactamente el tipo de cara que uno quería ver al despertar. O ver, a secas. Dió un respringo y luego se relajó. Su mano salió del interior de su morral, donde había ido por instinto, y lo hizo sin empuñar ningún arma, vial deflagrador ni varita mágica. Bien, había podido reconocer a Kyliana. Eso era bueno. Todo lo bueno que podía ser tener entre ellos a una clérigo de Chemosh.

─Perdona, yo... gracias. Supongo que te debo la vida. ¿Qué ironía, no? ─le dijo a modo de disculpa a la goblin.

»Dejadme... aaaah, que me caliente un poco. Se me pasará todo en seguida, seguro... ─comentó tratando de incorporarse, positivo, como no podía ser de otro modo.

4 Hiddumont 434 AC

Protegidos y ocultos en el refugio camuflado, la noche transcurre sin sobresaltos para vosotros. Como de costumbre, os turnáis para mantener la chimenea encendida, estudiar, rezar o matar el tiempo para manteneros distraídos hasta que el sol se alza en el cielo.

Tan abrigados y protegidos del frío como podéis, os ponéis en camino en cuanto la temperatura exterior se vuelve soportable. Y, durante las horas de luz, avanzáis sin demora hacia el norte con Enrielle como guía.

El viento y la nieve son los únicos obstáculos que encontráis en vuestro camino y con ambos habéis aprendido a lidiar en las últimas jornadas. Sin embargo, a medida que pasan los días sin toparos con ningún tumulario de escarcha, disminuyen las esperanzas del mago silvanesti de recobrar la memoria algún día.

Protegido por su magia, el Túnica Blanca no repara en que las temperaturas han comenzado a bajar, pero sí lo hacéis los demás después de horas caminando por la tundra helada.

- Esperad un momento... - Kyliana detuvo la marcha. - Hace demasiado frío y no quiero llegar hasta el límite como ayer. Aceptad los dones de Chemosh. Él y no otro os protegerá del frío y sanará vuestras heridas.

Lo aceptasen o no, Kyliana comenzó a conjurar y pasó así un par de minutos. Primero pidió a Chemosh por el don de resisitir el frío. Pidió dicha protección para Wylas, Enrielle, Freya y ella misma. El elfo ya parecía contar con una protección similar y no la necestiaba. Acto seguido impuso sus manos, que a pesar de las temperaturas, tenían un tacto cálido. Impuso sus manos de las cuales brotaba una aura color púrpura, sobre Freya, Wylas y Enrielle y acto segudo sobre si misma. Todos se vieron reconfortados por el divino poder del dios de la calavera amarilla, les gustase o no.

- Podemos seguir un poco más. - Dijo entonces. - Al menos hasta que las temperaturas desciendan de forma abrupta...

Enrielle volvió a aceptar el auxilio de Chemosh a través de las manos de Kyliana. Las mismas manos verdes y con afiladas uñas que habían canalizado su voluntad divina para devolverla a la vida. La energía que la inundó hizo que el frío fuera más llevadero. Era extrañamente reconfortante.

—Parece que debemos mucho a Chemosh. —le dijo mientras observaba los rituales de la goblin. La energía púrpura resplandecía enfermiza en sus manos, como si fuera a arrebatar la vida en lugar de protegerla. — Gracias Kyliana.

Enrielle continuó la marcha con pasos trabajosos.

—Seguiremos un poco más, pero sólo hasta aquel promontorio. No como ayer. En marcha.

Bajo la oscura protección de la curandera goblin y el dios al que sirve, mis compañeros reemprenden la marcha a pesar de que no hace ni veinticuatro horas que la mitad de ellos estuvieron a punto de morir en las mismas condiciones climáticas. Algo que es una muestra de tozudez pero también de admirable determinación.

Yo, en cambio, no tengo razones para tanta abnegación. Por eso, en cuanto comienzo a sentir el gélido mordisco del frío en mis carnes y los primeros síntomas de hipotermia, no dudo en detener mi caminata para levantar ahí mismo el refugio.

—Acamparemos aquí —informo a mis acompañantes—. Arriesgar mi vida, es condenar las vuestras.

Mientras el sol va descendiendo por el oeste, vosotros tratáis de alcanzar el promontorio nevado señalado por Enrielle con la esperanza de hacerlo antes de que caiga la noche.

Os encontráis a un par de kilómetros de la colina cuando el silvanesti, Freya y Wylas creen vislumbrar entre la perpetua ventisca un asentamiento de alguna clase situado en su cima. Sin embargo, no tenéis ocasión de acercaros a estudiarlo más de cerca antes de que el mago elfo decida poner fin a su andadura por hoy.

Protegidos por el poder de Chemosh invocado por Kyliana, pensáis que probablemente consigáis llegar hasta allí antes de que caiga la noche, pero tenéis muchas dudas de que después seáis capaces de regresar al refugio sin helaros por el camino.

Solinari está menguando y, con él, también lo hacen sus dones arcanos. Puedo sentir esta debilidad con la misma certeza con la que siento el frío o el hambre. Como si la situación actual no fuera ya lo suficientemente penosa para mí...

La visión del posible asentamiento no es sino una razón más para acampar donde estamos. Cuanto más nos acerquemos a ese lugar, más posibilidades tendremos de ser descubiertos por sus ocupantes y necesitamos información sobre ellos antes de decidir si debemos visitarlos o dar un amplio rodeo para evitarlos.

Para ello, hago uso de mi decreciente magia para enviar un sensor invisible hacia la cima de la colina, con la esperanza de descubrir qué nos espera más adelante.

Enrielle no puso ninguna objeción cuando el mago decidió detenerse. No volverían a arriesgar tanto, bastante tenían. Desconocedora del conjuro que había llevado a cabo el elfo, Enrielle dijo lo que pensaba mientras llevaba el cabo la rutinaria destrucción del mobiliario:

— Deberíamos acercarnos con prudencia y ver quién ocupa ese asentamiento. Lo más probable es que sean o los ursoi o los hombres morsa, peligrosos en ambos casos, pero quizás podamos servirnos de ellos. ¿Qué opináis?

Wylas, una vez más, agradeció en pensamiento y acción el refugio que el túnica blanca convocaba cada noche.

─Es de bien nacido ser agradecido ─contestaba cada vez que alguien le decía que no hacía falta que diera las gracias por todo.

Pero sí hacía falta. Lo necesitaba para sentirse bien consigo mismo. Cada día era un regalo. En un lugar como aquel, mucho más.

─Hogar, dulce hogar. Vamos a destrozarlo, estoy muerto de frío... ─dijo antes de ayudar a trocear el mobiliario para convertirlo en leña que les ayudara a volver a entrar en calor.

»¿Sería posible que alguno de vosotros utilizara su magia para averiguar qué hay en lo alto de aquella colina? Si no es posible supongo que Enrielle y yo nos podríamos acercar a echar un vistazo mañana. A ver qué nos espera allí. ¿Alguna idea?