Partida Rol por web

Kyliana de movió para rodear a la criatura y flanquerla junto con Enrielle. Iba a pagar muy caro el hecho de haberse comido a su amigo. Con un poco de suerte, aún podrían rescatarlo con vida del interior de sus entrañas, aunque era más un deseo que una posibilidad basada en la realidad. 

- ¡Oh Chemosh, mátala! - Le rogó. 

Justo entonces tocó al ser con su mano con la esperanza de que la energía negativa que fluiría a través de ésta, acabar por destruir a aquel ser que había aparecido para tratar de destruirlos a todos. 

El crujido de huesos astillados y los gritos de mis compañeras no dejan lugar a dudas sobre la suerte corrida por el pobre Wylas, el dicharachero líder del grupo que siempre se mostró amable conmigo.

Cierro los ojos, dolorosamente consciente de que he infravalorado el nivel de amenaza circundante en comparación con las aptitudes de quienes deberían protegerme. A este paso, todos acabarán dentro del estómago de la criatura antes de que yo termine de levantar el refugio.

Si apelo al uso de mis conjuros más mortíferos, me arriesgo a que la magia no solo consuma a mi enemigo sino también a mí mismo y eso sería una sentencia de muerte para todos tan cierta como mi inacción. Eso reduce mucho mis opciones, obligándome a utilizar conjuros ofensivos menores para ir minando las capacidades de nuestro atacante.

Suspiro con resignación y dejo que la urdimbre arcana que llevo entretejiendo varios minutos se deshilache y se disipe en la nada.

Apunto con mi amoratada y dolorida mano desnuda hacia el remorhaz y lanzo sobre él una descarga de proyectiles de pura energía mágica.

Con el monstruoso miriápodo prácticamente encima, Enrielle trata de poner algo de distancia entre ambos al tiempo que se dispone a dispararle una nueva andanada de flechas. Sin embargo, su mortífero enemigo anticipa la acción y se lanza a por ella. Las fauces de la criatura se cierran como una trampa para osos en el muslo derecho de la arquera, pero ella destierra el dolor a lo más profundo de su alma y dispara un proyectil encantado tras otro directamente sobre la dura cabeza de la criatura, obligándola de este modo a soltarla.

Kyliana aprovecha que la atención de la criatura se encuentra puesta es su amiga humana para recobrar la verticalidad y elevar una nueva plegaria a su dios. Pero un instante de duda le hace temer en el último momento que su súplica no haya sido escuchada y opta por no tocar al gusano.

Es entonces cuando el Túnica Blanca opta por abandonar la convocación del refugio y sumarse a la batalla con una salva de saetas de fuerza mágica que impactan infaliblemente contra el monstruo.

Por su parte, con el brazo izquierdo destrozado, la maga qualistesti envaina su estoque encantado (las cuatro Freyas lo hacen de forma simultánea) para conjurar nuevamente uso de sus energías arcanas de modo que las manos derechas de todas ellas comienzan a chisporrotear con la energía eléctrica concentrada. En una acción coordinada, todas ellas plantan sus diestras enguantadas en el ardiente cuerpo del gusano haciendo que la criatura se estremezca entre violentas sacudidas a causa de la descarga.

Por desgracia, la acción tiene una reacción inesperada y es que la carne de la criatura es tan ardiente que su mero toque les produce graves quemaduras. El shock entre el frío reinante y el calor extremo provoca que la Freya auténtica y sus tres copias se desplomen de espaldas en el suelo con sus manos derechas ennegrecidas y cubiertas de ampollas supurantes; demostrando así que la intuición de Kyliana no ha sido del todo equivocada.

En medio de espasmos y temblores, el enorme depredador se abalanza una vez más a por Enrielle, atrapando entre sus fauces la mitad superior de la Legionaria y levantándola en el aire. Sus afilados colmillos perforan la cota encantada y su aliento nauseabundo provoca que su presa pierda el conocimiento, quedando a merced del gusano que pretende tragársela también.

Kyliana volvió a pedir a su dios por un poder que acabase con aquella criatura. De nuevo hizo una pases mágicos tratando de lograr que sus manos destruyeran al gusano ígneo de hielo. 

- ¡Oh Chemosh, mátalo, te lo imploro! - Por tercera vez consecutiva. Sua plegarias quedaron sin efecto alguno. 

- ¡No le abandones ahora! - Le dijo en la intimidad de su mente al Dios de la Muerte, tremendamente asustada. 

Estoy solo.

Wylas ha sido devorado y Flechas de Muerte está a punto de correr el mismo trágico destino, la qualinesti posiblemente esté muerta y el destino de la goblin es un misterio.

Lo mejor que podría hacer por mí mismo es marcharme de aquí. Algo que, por otro lado, llevo días deseando hacer. Lo único que me ha impedido hacerlo hasta ahora ha sido la certeza de que estaría condenando a muerte a mis compañeros de desventuras. ¿Por qué insistir en quedarme si ya están todos muertos?

La respuesta es simple: porque no tengo la certeza de que lo estén y tal vez todavía pueda salvar a alguno de ellos.

Por eso, en lugar de teleportarme a la Torre de Alta Hechicería del bosque de Wayreth, conjuro una batería de proyectiles mágicos con la esperanza de acabar con el remorhaz antes de que tenga ocasión de engullir a su última presa.

La invisible Kyliana apela una vez más a su dios, con la esperanza de que atienda finalmente sus plegarias y la ayude a acabar de una vez con todas con esta criatura que ya se ha comido a Wylas y a punto está de hacer otro tanto con la desmayada Enrielle. Sin embargo, el dios de la muerte parece encontrar el sacrificio de los héroes mucho más de su agrado que la destrucción de este insecto sobrealimentado.

Tiene que ser el mago silvanesti quien, con su segunda oleada de proyectiles blancoazulados, someta finalmente al monstruoso y maltrecho gusano al que los esfuerzos combinados de la legionaria y la maga Túnica Roja ya habían causado graves daños.

La criatura se desploma de bruces, con la mitad inferior de su cuerpo todavía asomando fuera de sus fauces.

No dudo en disparar mi tercera y última ráfaga de proyectiles mágicos a la pareja de remorhazs antes de aproximarme a sus cuerpos inmóviles. Toda precaución es poca y no quiero que ninguno de ellos recobre el conocimiento cuando me acerque a comprobar el estado de mis compañeras.

Los cuerpos de las cuatro qualinesti todavía parpadean, saltando de este Plano de existencia al plano Etéreo de forma errática. Reconozco el conjuro y por eso opto por esperar a que sus efectos se desvanezcan antes de comprobar su estado de salud. Tiene el brazo izquierdo destrozado y la extremidad derecha está medio fundida y abrasada. Si todavía respira, no hay duda de que la inconsciencia ahora mismo es mucho más piadosa que tratar de despertarla.

Siendo así, me aproximo a la bestia mágica a la que acabo de rematar para tratar de liberar el cuerpo de Flechas de Muerte. Una tarea que, sospecho, no resultará sencilla con mi actual condición física.

Kylian corrió junto a Enrielle todavía invisible. 

- ¡Oh Chemosh, sálvala! - Imploró tocando su cuerpo inerte y transfiriendo energía curativa divina de su dios patrón a través de sus manos desnudas. - No creo que despierte, pero al menos se estabilizará...

Acto seguido la sacerdotisa corrió junto a Freya. Debía hacer los mismo con ella para evitar su muerte. Se agachó junto al cadáver de la elfa y la tocó. 

- ¡Oh Chemosh, que deje de sangrar! - Le rogó.

Segundos después, la sacerdotisa goblin volvió a aparecer ante los ojos del elfo. Sus rostro enrogecido y sus ojos llorosos, indicaban que algo no iba nada bien. Miró al arcano con la esperanza de que pudiera hacer algo más por ellos. En ese momento, salir de allí con vida era su único objetivo.

- No morirán ahora, le dijo a aquel desconocido, pero el frío las matará si no hacemos nada... - Suspiró mientras tiraba de las piernas de Enrielle para sacarla del interior de las fauces del gusano. - Quizás podamos usar los cadáveres de los gusanos como fuente de calor. - Se le ocurrió. - Tenemos que sacar a Wylas del interior del cuerpo del otro... 

El mago silvanesti no necesita esforzarse demasiado antes de desechar toda esperanza de liberar el cuerpo inerte de Enrielle de entre las fauces del gusano muerto. El estado de agotamiento del elfo es tal, que apenas es capaz de levantar los pocos kilos que pesan sus propias pertenencias.

Por lo que respecta a Kyliana, la sacerdotisa goblin reaparece para imponer sus pequeñas manos verdosas sobre sus inmóviles compañeras, pero los efectos sanadores apenas son perceptibles y ambas continúan inconscientes.

No pongo en duda la afirmación de Kyliana respecto a que Flechas de Muerte se encuentre estable pero, desde luego, permanecer atrapada con medio cuerpo fuera y el otro medio en el interior de la garganta del remorhaz no va a contribuir en absoluto a mejorar su salud.

De nuevo lo más sencillo sería abandonar toda esperanza, pero me resisto a hacerlo. Como también me resisto a ponerme a destripar a la monstruosa criatura para sacar de su vientre los restos a medio digerir de Wylas mientras su compañera humana se encuentra ensartada por los colmillos.

No me molesto en contestar a la absurda sugerencia, porque me dispongo a llevar a cabo algo que solo podría calificarse de temeridad por mi parte. Voy a hacer uso de mi limitante magia para transformarme en un poderoso ursoi y valerme de estas fuerzas acrecentadas para forzar las mandíbulas del remorhaz y obligarle a soltar a su presa.

Valiéndose de sus cada vez más escasas reservas de energía arcana, el mago elfo crece hasta alcanzar y superar los tres metros de estatura. Su pálida piel se cubre de una densa y blanca pelambre. Su nariz y su boca se alargan hacia delante formando un hocico. Y sus manos y pies se transforman en poderosas garras.

Del mismo modo que su estatura se ha duplicado, descubre que también se han multiplicado sus fuerzas a pesar de continuar manifiestamente extenuado.

Jadeando penosamente, el hombre-oso abraza la mandíbula inferior del enorme gusano y tira de ella hasta abrirla lo suficiente como para introducir su bastón y hacer palanca.

La pequeña Kyliana no tarda en unírsele y, realizando ímprobos esfuerzos entre los dos, logran finalmente liberar el cuerpo atrapado de Enrielle.

Entre las limitadas pertenencias de la Túnica Roja no se encuentra poción alguna. En cambio, dentro de la mochila de la recientemente liberada agente de la Legión de Acero, sí aparece media docena de frasquitos de cristal de distintos colores y meticulosamente etiquetados.

Tres de ellos parecen contener propiedades sanadoras y las grandes garras del agotado ursoi forcejean con los diminutos corchos de las botellitas hasta conseguir abrirlas y verter su contenido entre los labios de su propietaria primero y de la elfa qualinesti después. Una y otra recobran el conocimiento gracias a los milagrosos bebedizos.

Mientras tanto, la sacerdotisa goblin trata de usar una de sus afiladas dagas para abrirse paso hasta el interior de las entrañas de gusano que se ha tragado a Wylas. Para su asombro y disgusto, el cuchillo se funde al atravesar la carne de la criatura debido al ardiente calor de su interior.

Después de que fuera apresada por las tenazas del insecto gigante, Emel último pensamiento de Enrielle había sido que iba a morir otra vez, ahora partida en dos y devorada.

Había fallado a Kyliana con eso de no morirse. Pero ya le daba igual. Dejándose llevar, la joven empezó a ver, recortadas en la luz al final del túnel, las siluetas de todos aquellos a los que había visto morir, pero una fuerza tiró de ella en dirección contraria y volvió a la dolorosa vida.

Cuando pudo enfocar la vista y vio a aquel ursoi, se incorporó bruscamente. Observó los enormes cadáveres imsectoides.

—¡Nos has salvado! ¿Cómo nos has encontrado? ¿Sabes dónde está la salida? Mierda, Wylas era el que hablaba con ellos... Esto... Gracias. ¡Gracias! — unió las palmas de sus manos intentando mostrarse agradecida.

Comprobó que Freya y Kyliana estaban con vida, pero el elfo no estaba por ningún lado. 

—¿También se han comido al Túnica Blanca? ¡Maldita sea! — golpeó el suelo con los puños.

Intento componer una respuesta para Flechas de Muerte pero lo único que sale de mi boca transformada en hocico son gruñidos ininteligibles.

En realidad las explicaciones no son ahora mismo lo más urgente. Lo era asegurarse de que no hubiera más víctimas entre mis compañeros y ahora lo es proveernos a todos de un refugio.

Compruebo si soy capaz de lanzar conjuros bajo esta nueva apariencia úrsida y, a continuación, echo mano de mi estuche para rollos de pergamino donde guardo la transcripción de tres hechizos particularmente poderosos y saco uno de ellos copiado para una ocasión como la presente. Un plan de contingencia en caso de que la convocación del refugio se viera interrumpido por algún motivo de fuerza mayor.

Freya se incorporó boqueando, agarrándose el brazo izquierdo instintivamente, mientras gruñía de dolor. Se dobló sobre sí misma, mirando el lugar donde estaba la herida, esperando ver un destrozo monumental, pero esta parecía haberse cerrado en parte. Miró a su alrededor, y pudo ver a Enrielle agradeciendo a un ursoi su ayuda. La qualinesti se incorporó como pudo, clavando una rodilla en el suelo helado, y recuperando su estoque, que había quedado tendido en el suelo. Se detuvo un instante a observar a su alrededor, confirmando que el segundo gusano asesino estaba tan muerto como el primero. Parecía que habían sobrevivido, contra todo pronóstico, pero no se veía al mago por ninguna parte. Tampoco estaba Wylas, confirmando su funesto destino.

- Gracias. - dijo débilmente al ursoi.

Apenas pudo mantenerse en pie unos momentos, los suficientes como para cojear hasta una roca cercana, sentándose en ella. Casi no podía respirar. Vio a la goblin entre ellos. La siniestra criaturilla siempre se las componía para desvanecerse en los momentos de peligro, reapareciendo cuando este había pasado. ¿Porqué les acompañaba? Enrielle la consideraba su amiga, por algún motivo. Freya no lograba recordar ningún otro vínculo, y, desde luego, sus acciones hacían difícil confiar en ella, aún pasando por alto el hecho de que fuese una goblin. Pero la elfa no dijo nada. No tenía fuerzas para sostener su estoque, menos aún para iniciar un conflicto. También les faltaba ahora el dicharachero Wylas, que había muerto horriblemente, devorado por un monstruo. Al final resultaba que no estaba hecho para aquellas lides. Pero, ¿quién lo estaba? Era un milagro que siguiesen vivos, y estaba claro que aquello no duraría mucho más.

Veis cómo el hombre-oso comienza a emitir un blanco resplandor como única respuesta a vuestras palabras de agradecimiento y, a continuación, desenrolla un pergamino y comienza a gruñir dándoos la espalda.

Así permanece durante varios minutos mientras las demás recuperáis vuestras pertenencias desparramadas y permanecéis atentas a la aparición de algún nuevo gusano monstruoso que, afortunadamente, no se presenta. En algún punto de su extraño ritual, veis que el ursoi comienza a menguar de tamaño hasta adoptar la apariencia del mago silvanesti que todos conocéis pero cuya identidad no recordáis.

Esta transformación no interrumpe los quehaceres del Túnica Blanca, quien continúa gesticulando y pronunciando palabras incomprensibles para vosotros hasta que se alza del suelo helado el refugio al que os tiene ya tan acostumbrados.

Es entonces cuando, agotado por el frío, el hambre, la sed y el esfuerzo tanto físico como mental al que su cuerpo ha estado sometido, se desploma de bruces frente a la entrada, inconsciente.

Lo arrastráis con vosotras al interior del refugio y lo tendéis en una de las literas antes de poneros a destrozar el mobiliario para encender la chimenea, más preocupadas por el gélido entumecimiento de vuestros cuerpos que porque el humo pueda atraer la presencia de nuevas e indeseadas visitas.

Después de compartir las insípidas gachas con sus dos compañeras, Enrielle se queda montando la primera guardia a pesar de su agotamiento. Después es Kyliana quien la releva y para cuando la sacerdotisa goblin se dispone a regresar a su cama, la pareja de elfos están ya despiertos y estudiando sus libros de hechizo.

Allí permanecéis hasta que el cansancio y el frío abandonan finalmente vuestros cuerpos. Y, afortunadamente, ningún indeseado visitante acude a interrumpir vuestro merecido descanso.

Sin referencias del exterior, os resulta prácticamente imposible determinar con certeza cuánto tiempo ha pasado desde que entrasteis en esta cueva. ¿Un día y medio? ¿Dos? ¿Fuera brillará el sol o será noche cerrada?

La rabia ardía en el corazón de Kyliana por la trágica pérdida de su amigo. El dolor, agudo y penetrante, se apoderó de ella, dejándola con una sensación de vacío y desesperación. La muerte de Wylas a manos del gusano constituía una nueva derrota para ella. Desde hacía ya tiempo se sentía inútil y había tratado de reinventarse, pero las cosas no le salían como deseaba. La pérdida de aquel hombre era una nueva entrada en su ya amplia lista de derrotas.

Por suerte, al menos Freya y Enrielle seguían con vida, aunque habían estado muy cerca de correr la misma suerte que Wylas. Ahora el único sentido que le veía a seguir adelante, era honrar al propio Wylias, pues para ella encontrar a esos estúpidos magos, le importaba más bien poco.

Por suerte el elfo hombre-oso, pudo conjurar una nueva casita donde descansar y recuperarse de sus heridas. Había tratado de recuperar los restos mortuorios de Wylas, pero había sido del todo imposible. Muy poco o nada quedaría de él en las entrañas ácidas del gusano. 

- Tendríamos que sacarle de alguna forma... - Les dijo a sus compañeros mirando fijamente al gusano que había engullido al joven aprendiz de magia. - No se que quedará de él, pero esa no es una tumba digna para nadie...

La llegada de la nueva jornada hizo que Freya despertase con una losa pesándole sobre su alma. La magia curativa había restañado parte de sus heridas, y el cuchillo incesante del frío se había despejado con el descanso al cobijo de las llamas, pero aquello no era sino recobrarse para continuar con su suplicio. La muerte de un compañero tampoco ayudaba. Freya no había llegado a congeniar mucho con Wylas, pero el humano era uno de los suyos, al fin y al cabo. Habían luchado juntos y él había muerto, de un modo abrupto y horrible, por culpa de una dentellada que podía haber mandado al infierno a cualquiera de ellos. La goblin insistió en recuperar su cadáver del cuerpo del gusano, y Freya pensó que en cierto modo era de justicia hacerlo, pero debían ceñirse a la misión.

- Lamento la muerte de Wylas tanto como tú, pero debemos continuar con nuestra búsqueda. Demorarnos diseccionando a esos monstruos solo hará que expongamos más nuestras vidas.

Luego pensó que quizá los cadáveres de los magos a los que buscaban estuviesen en el vientre de aquellas criaturas.

- Si tenéis un modo de abrirlos con rapidez, adelante. Si no, debemos ponernos en marcha.

—Wylas quería abrir una escuela de magia en nuestra torre, con otro mago. — suspiró Enrielle tristemente mientras llenaba su carcaj encantado con flechas de los atadillos que guardaba en el  morral  — Lamento mucho que haya muerto, pero no debemos arriesgar nuestras armas mágicas en abrirlo. Si ha fundido tu daga, debe haber fundido también hasta sus huesos. ¿No es mejor dejarlo así?

Luego miró a Túnica Blanca unos instantes 

—Pensé que eras uno de esos osos, pero me alegro que seas tú y sigas con vida. Temí que te hubiera devorado a tí también. Sé que de momento no te hemos dado mucha solución a lo tuyo, y tú nos salvas continuamente, pero las circunstancias no han acompañado mucho. Estamos en deuda contigo.

Cuando mi forma de ursoi se desvanece, también lo hacen las energías adicionales que me proporcionaba de modo que la convocación del refugio agota las pocas fuerzas que le quedaban a mi cuerpo.

Cuando recobro el conocimiento, una hora más tarde, descubro que me encuentro en el interior de la vivienda tendido sobre la cama inferior de una de las literas. Por mi heroico sacrificio no merecía menos, pero no deja de ser para mí un alivio el que no me hayan abandonado a la intemperie.

Sintiendo el aire caldeado a mi alrededor y el agradable peso de las mantas sobre mi cuerpo, cierro nuevamente los ojos para sumirme en un letargo reparador del que despierto unas pocas horas después con mis tripas rugiendo furiosamente.

Decido entonces recuperar del Plano Etéreo el cofre con mis pertenencias y rescatar de su interior algunas de las provisiones que tengo allí guardadas para compartirlas con mis afligidos compañeros de desventuras y para acallar mi propio estómago.

—Recibid mi más sentido pésame por la muerte de vuestro amigo, el barón Wyllas Pherdynant Hyland II de
Naergoth. Yo apenas llegué a conocerle, pero igualmente os acompaño en el sentimiento. La muerte prematura de un elfo es una espantosa tragedia para todos y únicamente puedo inferir que, entre los humanos, también debe serlo. Si deseáis seguir adelante con vuestra búsqueda, yo os acompañaré en memoria del camarada que habéis perdido.

En el gélido laberinto subterráneo que se extiende más allá de la puerta de vuestro refugio, incluso los ardientes cadáveres de los dos monstruosos gusanos se han congelado. De este modo, a Kyliana le es posible diseccionar los cuerpos tras encantar una de sus dagas con los guantes mágicos que cierto caballero de Neraka le regaló en una vida pasada.

No sin grandes esfuerzos y una considerable paciencia, la sacerdotisa goblin logra extraer las entrañas de ambas criaturas junto con los restos a medio digerir del pobre Wylas, con su cuerpo abrasado y descarnado al contacto con los flujos gástricos de su asesino.

A parte de su cadáver irreconocible, lo único que queda de vuestro amigo es la varita que utilizó para apagar las llamas del refugio la noche en que fuisteis atacados por el tumulario de escarcha.