Partida Rol por web

- ¿A dónde os dirigís buena dama? - Le preguntó uno de los guaridas. - ¿Tenéis que ir al aseo? - Le preguntó amablemente. - Si así lo deseáis, puedo acompañaros. - Se ofreció.

Hassim husmeó el estofado de perro agusanado y reprimió una náusea. Tapándose boca y nariz con la servilleta rechazó el ofrecimiento del mayordomo con una mano.

— No, gracias. Acabo de recordar que es Ramadán y debo hacer ayuno. Más siendo carne de... ¿cerdo? — dijo levantando una ceja, clavando los ojos en la quijada flotante.

Miró alternativamente a sus compañeros. Godofredo estaba malhumorado, la enana le había murmurando algo y la orca se había levantado para ir al excusado, aparentemente. Pero ni por esas parecía que la dejarían sola. Entre todo eso y el carro al que podían echarle un poco de sebo en las ruedas, empezó a parecerle que la situación era un poco rara. Ah, y el pavo de los pasillos.

— Lord Shamush, pues debe de haber escapado uno de los pavos de su corral y está corriendo por los pasillos. Y a juzgar por el sonido debe ser considerablemente grande. 

​​​​​​Se le pasó por la cabeza si el bribón había tenido algo que ver. Tenía que haber sido muy rápido, pero tal vez le hubiera parecido tremendamente divertido soltar un pavo por los pasillos. Era absurdo hacer algo así, y por eso mismo le pareció posible.

No había duda de que Godofredo era alguien volátil y de paciencia corta. Bien podía estar cantando con jolgorio que tras un parpadeo maldeciría a toda la corte, junto a sus descendientes directos y bastardos. Y aquel parecía ser uno de esos momentos, si bien aquel repugnante noble y su extraña actitud eran los causantes directos de ello.

-¡Algo acontece en aquesta morada que trata de mantenerse oculto a nuestros ojos!- gritó golpeando repetidamente con el índice sobre la mesa.

-¡Aquesta manduca es degredosa, más ni el reo de las mazmorras de Miramonte sería obligado a tastarla!

El Audaz empezó a deambular por el comedor, gesticulando exageradamente y girándose de tanto en cuanto hacia los comensales para asegurarse de que sus quejas y lamentaciones eran escuchadas con atención por alguien.

-Yo mesmo he escuchado claramente el graznar de un faisán y en cambio se me trata de perturbado. ¡Habrase visto tamaña desfachatez! ¿¡O acaso es brujería la que embelesa mis oídos con gorgoteos y arrullos que, según decís, no existen!?-achinó los ojos y señaló con su dedo acusador.

Cuando el Conde tomaba cuerda, difícil era hacerle parar y en aquel momento parecía realmente fuera de si.

-¡Delcojón! ¡Oh, mi Delcojón! ¡Acude raudo a tu amo, más un misterio debe ser resuelto! ¡Mi fiel es muy hábil husmeando pistas!-se giró en dirección a sus compañeros, esta vez sonriendo confiado. Aparentemente el aburrimiento había jugado un papel importante en aquel estallido de vehemencia.

Pero ni rastro había del buen DelCojón, el cual había sido expulsado de la sala y una vez el conde gritó su nombre, no volvió a entrar. 

- No sé de que habláis, noble conde... - Le dijo el amo del castillo sin gesto agrio en su rostro más allá del que ya era habitual en aquel vejestorio encorvado y al que faltaban algunos dientes. - Mas no seré yo quien me oponga a que investiguéis lo que os venga en vuestra real gana. - Dijo mientras pinchaba un morro de perro con su trinchete y le daba un bocado. - Podéis ir a donde os plazca. Como si estuvierais en vuestra misma morada.

- ¿Es preciso que les acompañe, mi señor? - Preguntó el mayordomo que habiendo comenzado a servir los platos de los invitados, se detuvo de inmediato al saber que la comida no parecía ser de su gusto y que no iban a cenar con el amo del castillo. - Para guiarles por los laberínticos pasillos del castillo, me refiero, mi señor...

- ¿Te han pedido ayuda a caso, mi buen Garzón? - Le preguntó el amo al mayordomo. Éste negó con la cabeza. - Parecen tener mejor oído que tú y que yo mismo. Si están escuchando graznidos, pueden seguirlos solos si es lo que desean. ¿No crees? - El mayordomo bajó avergonzado la mirada. - Mas, si así lo piden, puedes ir con ellos, aunque... - Miró a sus invitados. - ...con esa zancada firme y grácil, puede que sólo les retrase... - Sonrió ante su propia y desafortunada broma, pues el pobre mayordomo andaba lento como una tortuga y debía tantear el terreno para no trastabillar y es que ya era un anciano que debería ser servido y no estar sirviendo.

Me paré en seco al observar a todos los comensales de abajo. No quería que me vieran y me descubrieran allí arriba, espiando. El conde sería capaz de castrarme por ello. Me deslicé con cuidado hasta la zona 3, atisbado todo con sumo celo. Cuando iba a salir de ese pasillo desde donde veía el salón principal, vi que el conde se levantaba airado. Suponía que me había visto, pero se estaba quejando de algo, por lo que rápidamente salí de allí para seguir mi investigación. El glugluteo diabólico ya no sonaba, pero por mis cuarenta y siete hijos bastardos que encontraría a ese pavo. Escondido, iba de sombra en sombra observando todo, olisqueando cada centímetro de pasillo y sala. No perdería tan fácilmente la pista...

Me volví sin dudarlo ante la pregunta de uno de los guardias.

-No es necesario. Sé valerme por mí misma desde hace muchos años y cuando necesite un macho para saciarme, también sabré en dónde buscarlo -le dije, saliendo por la puerta sin perder tiempo.

Aquel lugar parecía extraño, sobre todo por sus habitantes, que no parecían tener mucho que ver con el lugar. Me preguntaba como era posible que semejante criatura tuviese aún bajo su control aquel castillo, y la respuesta era que quizás no estaba él al mando o que a lo mejor, había otros secretos en aquel lugar que pudieran dar un sentido a lo estrafalario que habíamos visto.

Cuando salí, vi al pobre DelCojón, todavía con los pantalones bajados a la altura de los tobillos.

-Tranquilizaos. Creo que dentro de poco darán de comer a los perros -le dije, antes de girar en una esquina.

DelCojón ya no estaba allí y Urma se volvió invisible para todos. La orca comenzó a examinar el lugar y se percató que dentro un jarrón se hallaban los pantalones del bribón de DelCojón. Al parecer los había rajado para poder quitárselos. Ahora debía ir en gallumbos por el castillo. Sin embargo, la perceptiva orca se fijó en que de un ventanal, faltaba una de las dos cortinas. ¿Se habría fabricado unos pantalones con una cortina? Todo podía ser...

Lo que estaba claro era que DelCojón había subido por unas escaleras hasta una segunda planta desde la que se podía ver el piso inferior y concretamente el salón comedor donde se encontraba el conde Godofredo, el resto de su corte y el anfitrión con sus lacayos. Ella, ahora invisible, podía ir donde le placiera de aquel castillo.

La perspectiva de ver a DelCojón paseándose semidesnudo por el castillo haría vomitar al más resistente de los orcos, y si al final iba con unas cortinas a modo de pantalones, desde luego iba a ser un espectáculo, pero no era un pensamiento que me llenase tanto como para centrarme en él y olvidarme de lo que estaba haciendo.

Decidí explorar la planta superior, y ver qué había en aquel castillo que tanto me escamaba. No era que estuviese inquieta, sino que tenía la sensación, cada vez mayor, de que allí dentro se cocía algo más que un pavo podrido. Allí algo no iba bien y la idea de quedarme sentada esperando a que apareciese delante resultaba demasiado tediosa para una orca como yo.

Ante las palabras del desagradable anfitrión, If echó con gesto descuidado la servilleta sobre la mesa y se levantó. Se acercó al conde Godofredo y puso una mano sobre su hombro para  tratar de calmarle los malos humores.

— No tenemos prisa, Lord Shamush. Que nos acompañe vuestro mayordomo. No quisiera perderme, ni entrar en lugar indebido. — sonrió con frialdad. No le gustaba que se humillara de esa forma a un mayordomo anciano y claramente enfermo. — Garzón, apóyate en mi brazo y guíanos por el castillo de tu señor.

Algo raro acontecía allí, y no era que a la comida le faltaba cúrcuma. Quizás una fuera del salón y lejos del antiguo señor, el sirviente vejete podía contar algunas cosas si se le trataba con amabilidad y humanidad.

Seguí husmeando por aquí y por allá, buscando al pavo que había hecho esos glugluteos tan raros. La verdad es que me había apañado unos buenos pantalones cortos con la cortina, ahora andaba más liviano y podía peerme tranquilamente, que enseguida se expandía el olor por los alrededores. Para que no se me cayera, me la había atado con mi cinturón de cuero. Como buen bribón que era, me escondía en las sombras que encontraba y escuchaba por si oía algo. Si veía un cajón, lo abría, por si contuviera algo de valor. Así, oculto entre las sombras, entré en la nueva sala, no sin antes echar un vistazo.

Aquella estancia era aparentemente un dormitorio. Estaba decorado de forma bastante sencilla. Una alfombra rojo sangre en el suelo, varios retratos enmarcados en la pared, un ventanal en la pared sur junto al cual se hallaba un escritorio y una silla tapizada con terciopelo carmesí a juego con las cortinas. Todo ello iluminado por infinidad de candelabros encendidos repartidos por toda la sala. Pero lo más extraño de todo, era que en el centro de la estancia bajo el dintel de una cama del que colaban cortinas rojizas semitraslúcidas, se encontraba lo que parecía un ataúd fabricado en madera noble, de gran manufactura y forrado en su interior también con terciopelo color sanguíneo.

Fue en ese preciso instante cuando una carcajada que se escuchó en todo el castillo con un eco atronador y entonces cayó un relámpago iluminó el castillo a través de los ventanales y resonó con fuerza un trueno.

Urma subió al segundo piso a través de una escalera de caracol. Un vez arriba y desde un pasillo podía ver la zona elevada del salón donde se encontraba el anfitrión de todos con sus soldados y el buen Garzón. El Conde, Dwama y If Hassim ya no estaban allí. Desde allí arriba se filtraba un olor agradable a estofado, aunque por las caras de los convidados, el aspecto del mismo no parecía ser el mejor posible.

En el pasillo y frente a una puerta, se encontraba Delcojón estaba husmeando, cuando de nuevo una ventosidad bastante sonora inundó los sentidos de la orca. Acto seguido penetró tras la puerta y Urma, pudo apreciar lo mismo que el oloroso bribón, aunque ella desde fuera de la estancia aún invisible y Delcojón ya dentro.

Aquella estancia era aparentemente un dormitorio. Estaba decorado de forma bastante sencilla. Una alfombra rojo sangre en el suelo, varios retratos enmarcados en la pared, un ventanal en la pared sur junto al cual se hallaba un escritorio y una silla tapizada con terciopelo carmesí a juego con las cortinas. Todo ello iluminado por infinidad de candelabros encendidos repartidos por toda la sala. Pero lo más extraño de todo, era que en el centro de la estancia bajo el dintel de una cama del que colaban cortinas rojizas semitraslúcidas, se encontraba lo que parecía un ataúd fabricado en madera noble, de gran manufactura y forrado en su interior también con terciopelo color sanguíneo.

Fue en ese preciso instante cuando una carcajada que se escuchó en todo el castillo con un eco atronador y entonces cayó un relámpago iluminó el castillo a través de los ventanales y resonó con fuerza un trueno.

- Este lugar me produce escalofríos... - Le susurró Dwama al sarraceno. - ¿No tienes la habilidad para detectar presencias malignas? - Mumuró. - Te sugiero que la uses...

Dicho aquello, la dama enana se puso a la altura de If Hassim y ambos salieron de la sala dejando únicamente al conde en el interior de la misma y en presencia de su anfitrión, que seguía degustando al comida como si nada extraño estuviera sucediendo.

DelCojón ya no estaba allí y Urma tampoco. Dwama e If Hassim comenzaron a examinar el lugar y Dwama se percató que dentro un jarrón se hallaban los pantalones del bribón de DelCojón, señalándolos para que el sarraceno se percatara también de ello. Estaban completamente rajados. ¿Andaba DelCojón en gallumbos por el castillo?

Lo que estaba claro era que DelCojón había subido por unas escaleras hasta una segunda planta desde la que se podía ver el piso inferior y concretamente el salón comedor donde se encontraba el conde Godofredo y su anfitrión con sus lacayos. Pero de pavos, no había rastro alguno.

Fue en ese preciso instante cuando una carcajada que se escuchó en todo el castillo con un eco atronador y entonces cayó un relámpago iluminó el castillo a través de los ventanales y resonó con fuerza un trueno. Incluso Garzón, que caminaba delante de ellos, se sobresaltó con esa risa y les miró con los ojos bien abiertos. Cuando se repuso, simplemente esperó instrucciones, pues desconocía que estancias del castillo deseaban visitar el sarraceno y la dama enana.

- ¿No es de su gusto el estofado? - Insistió el amo del castillo mientras se llevaba a la boca una cucharada de salsa con un par de jugosos y regordetes gusanos en su interior. Para cuando se metió aquella bazofia en la boca empezó a masticar con la boca abierta y la salsa empezó a gotear de su boca manchando el mantel de la mesa. - ¡Se  ve que no tenéis hambre! - Soltó una carcajada que se escuchó en todo el castillo con un eco atronador y entonces cayó un relámpago iluminó el castillo a través de los ventanales y resonó con fuerza un trueno.