Partida Rol por web

No sólo reapareció en el comedor de aquel castillo el bueno de If Hassim con memoria renovada y algo que contarle al buen conde de Miramonte junto a Dwama, sino que también lo hicieron DelCojón junto a Urma, la extraña pareja. Godofredo seguía donde lo habían dejado, frente a su plato de estofado sin tocar que ya no estaba tan humeante como cuando se lo sirvieron. 

Enseguida el conde se puso en pie, miró a Cainneah y le pidió permiso con la mirada para seguir a su séquito fuera de la sala, aunque más que pedir permiso, lo que estaba haciendo era una formalidad entre nobles. Al fin y al cabo estaba en la casa de ese tal Shamush que les había acogido con amabilidad, aunque con extrañas y desagradable viandas.

Los tres guardias permanecían en el interior de la estancia abrazados a sus alabardas y con rostros cansados. Miraban con apetito el estofado, pues sin duda parecían tener hambre y la extraña y vomitiva apariencia del guiso, no parecía quitársela. Quien estaba en el exterior de la estancia era Garzón, el mayordomo. If Hassim bloqueaba la puerta de acceso y eso le impedía a al pobre anciano, acceder a la estancia donde se hallaba su amo.

Cainneah se puso en pie con el rostro congestionado por un repentino enfado. El anciano dio un golpe sobre la mesa que resonó con fuerza y provocó que varias copas volcaran derramando su contenido y que parte del estofado que reposaba aún en su plata, saltara sobre él para manchar sus ropas. El amo del castillo señaló a Urma con ira en los ojos.

- ¡Tú! - Le increpó. - ¡Deja mi diario ahora mismo! - Le ordenó. - ¿Cómo te atreves, roñosa bruja de color verde? - Sus dientes rechinaban por la ira que sentía. - ¡Eso es personal! ¿Cómo te atreves a aprovecharte de ese modo de mi hospitalidad?

- ¿Quiere que la arrestemos, mi señor? - Le preguntó uno de los guardias. - ¿Llamamos a Shinduiel? 

El amo del castillo no respondió. Seguía señalando con un dedo acusador a Urma. Estaba como petrificado haciendo rechinar sus dientes de pura rabia y esperado la reacción de aquella mujer, así como posiblemente, una reprimenda por parte del conde hacia su sierva por el atrevimiento que había protagonizado.

Demasiadas cosas estaban ocurriendo de golpe. Y todas ellas carecían de sentido alguno para el Conde de Miramonte, lo que no hacía si no aumentar su mal humor hasta cierto punto que estaba dispuesto a perder las formas por completo.

-¡Ya es suficiente con aquesta demencia!- Aquello parecía más un sanatorio mental que un castillo, con la gente levantándose y sentándose, abandonando la mesa y la estancia, volviendo, comportamientos extraños por doquier y como colofón, aquel noble empobrecido repugnante.

-¡En nombre de Dios que no consentiré semejante diátraba repleta de insania y enajenación!- No había duda de que el Conde ya había tenido suficiente de aquella extraña y sospechosa hospitalidad.

-¡Más no consentiré que mis vasallos sean ofendidos sin prueba alguna!

Se giró en dirección a If Hassim, el más cuerdo de los presentes, pese a ser un Infiel Sarraceno, lo que decía mucho del resto de los presentes.

-¡Decid, buen Camarada! ¿Que demonios está aconteciendo?

Hassim estaba en el umbral de la puerta. El pobre Garzón era tan lento caminando que aunque le había dejado preferencia, había acabado pasando él mismo. Terminó de pasar, e indicó al pobre viejo que pasara de una vez.

Una vez en el salón miró a unos y a otros tratando de entender, cuando fue preguntado por el señor conde. ¿La orca había robado un diario? No le sorprendía, pues si los norteños ya eran bárbaros incivilizados, orcos y orcoides eran ya el acabose. Pero allí estaban tanto esa criatura verde como DelCojón. ¿Por dónde habían entrado? ¡Castillo misterioso y embrujado, sin duda!

Pensó en contar primero que habían localizado los pantalones de su lacayo, pero parecía un detalle bastante irrelevante, de modo que pasó a lo segundo. Había pensado también en hablar con el conde en privado, pero vista la situación, no parecía posible.

— Mi buen amigo Godofredo el Audaz, — empezó, retorciéndose el extremo de la perilla, pensando en qué palabras elegir para no ofender a nadie — calma tus humores, que tengo la sospecha de que este castillo y nuestro buen anfitrión que tan bien nos ha recibido están bajo algún tipo de influjo caótico, capcioso e insidioso, que no maligno, o así no me lo parece, y que ha provocado esta desafortunada situación. — hizo una pausa. Tenía ya un buen tirabuzón en la barba. ¡Qué tensión! — Y convencido estoy de que detrás se halla el abad Bertrand que anduviésemos buscando para reunirnos. — se dirigió a Cainneah con respeto y una reverencia, pues se le veía enfadado — ¡Mi señor Shamush! ¿Qué ha sido del abad, si me permitís la pregunta?

Aquel hombre, si es que era eso, pareció dejarse llevar por su propia naturaleza cuando vio que teníamos su diario entre nuestras manos. Eso me hizo sonreír.

-Ah, es personal. Claro, pero decidme, ¿es vuestro de verdad? Entonces lo que se relata en él acerca de una abominación que tomó posesión del castillo será cierta, y en ese caso, ¿quién sois vos realmente? -le pregunté, mostrándole el diario como si fuese un trofeo ganado por DelCojon y yo.

Después, me volví hacia los demás.

-O está guiados por las tinieblas o él mismo está podridos hasta la médula. Y sus guardias... quizás también se encuentren bajo su influjo. Este lugar está maldito.

Ante la tensión que había en el salón, me fui moviendo subrepticiamente hacia donde estaba mi señor y la enana, ya que allí estaría más a salvo que en ningún otro lugar del castillo, sabiendo de sus habilidades. Del sarraceno no podía decir que no supiera defenderse, aunque fuera un sucio infiel, pero de la semiorca no sabría decirlo. Y más, viendo sus gustos lascivos de fornicar en la alcoba maldita donde habíamos estado. Menos mal que la había despachado, si no a saber qué clase de niños hubieran nacido de nuestra unión, mitad DelCojón, mitad jabalí, supongo. Cuando estoy pegado a Godofredo, le hablo en bajito para que solo él y la enana me escuchen.

-"Sí, puedo decir que este castillo está embrujado por una extraña criatura que se ha hecho con todo y todos. He visto cómo una puerta se cerraba sola, unos glugúteos terroríficos resonaban por las estancias, mis pantalones se me bajaron y no podía subírmelos, una risa malévola resonaba por todos los lados, la semiorco quería yacer conmigo en un ataúd, y más cosas inexplicables. Además, en el diario hay escrito una historia de lo más inquietante, Urma me lo ha leído cuando lo cogió y lo abrió. Además, el ataúd estaba en la alcoba del señor del castillo. Eso indica que puede que el ser que esté haciendo todo esto sea un vampiro. Y el abad Bertrand está en medio de todo." Dije de carrerilla.

El rostro del Conde de Miramonte se tornó solemne de golpe.

Sus malos humores parecieron haber pasado  la historia, siendo remplazados por una suerte de convicción de lo más férrea.

Santiguándose, se caló el casco sobre la cabeza, para volver a santiguarse nuevamente y dejarse caer de rodillas.

-La misa negra...-dejó escapar en voz baja de sus labios, para santiguarse tres veces más, aún de rodillas.

-¡Brujería!-inquirió, en voz más alta, levantándose con una nueva santiguación mediante.

-¡Oh, Señor! ¡Aqueste, vuestro siervo ha localizado la Misa Negra una vez más!-desenvainó su maza y la alzó hacia el cielo, mandando una mirada severa a su fiel Delcojón para que se arrodillase en posición de rezo.

-¡Oremos! ¡Señor Todopoderoso! ¡Tus siervos se van a enfrentar nuevamente a las fuerzas demoníacas! ¡Guía mi mano, oh, Señor! ¡Que mis golpes sean certeros y mis armas mortíferas! ¡Que el solo pronunciamiento de tu nombre encoja los corruptos corazones de los seguidores del Maligno!

La punta de la maza empezó a brillar en luz azulada, extendiéndose por la estancia.

La situación era cada vez más tensa. El ambiente podía cortarse con cuchillo. Las acusaciones que estaban vertiendo sobre el señor del castillo no estaban ayudando a que la cena fuera todo lo plácida como se podía esperar y sin duda Cainneah Shamush se estaba viendo insultado al recibir tal hostilidad después de haber sido tan hospitalario con aquellos desagradecidos forasteros.

Los guarias alzaron sus alabardas y se posicionaron entorno a su señor defendiéndole de todo mal. Sin duda, veían, al igual que su señor, una amenaza en las palabras de sus invitados, pero la gota que colmó el vaso fue el momento en que Godofredo desenfundó su maza y la alzó al cielo. Es más, las oraciones hacia san Cuthberto que estaba recitando, resonaron con una voz atronadora por toda la estancia y eso provocó una mueca de disgusto en su anfitrión, sus guardias e incluso en el buen Garzón.

- ¡Habrase visto tan mala educación! - Dijo el señor de castillo mostrando una mueca de total disgusto en su rostro, la mandíbula desencajada por la rabia y los ojos enloquecidos por la cólera que sentía. - ¡Venir aquí con salmos y paparruchas! ¡Acusarme a mi, legítimo señor de Aedai de brujería y vampirismo! - Golpeó con su huesudo puño sobre la mesa. - ¡Les conmino a que se desdigan de sus acusaciones y así podamos servir el postre en paz!

No había ninguna duda ni en aquel pobre desgraciado de DelCojón o en mí, y ni tan siquiera en su señor, de que el mal anidaba en aquel lugar y que estábamos metidos de lleno en un nido de abominaciones.

El comportamiento de aquel hombre, si es que podía ser así llamado, no era tampoco normal. Cualquiera en su sano juicio nos habría echado de allí a patadas en lugar de conminarnos a seguir comiendo lo que él consideraba que era comida.

-Vos decís que somos maleducados, pero esa comida no es digna ni de un perro sarnoso y huesudo y el ataúd que hemos visto no es invención nuestra. Así pues, vos diréis si es que tenéis una extraña perversión de dormir en sitios para muertos o se trata de otra cosa, pero no nos digáis que es algo normal.

Caminaba lentamente, acercándome a la mesa, hasta sentarme en una de las sillas.

-Pero para que no veáis que os guardo rencor, me sentaré a la mesa mientras pensáis una respuesta apropiada. 

Cainneah tiene tres auras mágicas sobre si mismo.

Anillo: abjuración.

Amuleto: transmutación.

Conjuro activo sobre él: abjuración.

La Escuela de la Abjuración es la que está centrada en la Defensa y la Protección. 

La escuela de la Transmutación es la última de la escuelas de magia de Dungeons & Dragons. Con Transmutación el lanzador de conjuros es capaz de alterar la naturaleza física de las cosas, de cambiar su forma, color, naturaleza e incluso de afectar el mismo tiempo.

En medio de la tensión creciente If cerró los ojos y se masajeó las sienes. No le sorprendía que los infieles estuvieran siempre de guerra en guerra, si a la primera de cambio robaban y amenazaban con mazas luminosas a sus anfitriones.

— ¿Habéis escuchado algo de lo que he dicho? ¡Por Mohamed Alí, alto! — exclamó alzando las manos, implorando — Lord Shamush, por favor, perdonadnos. Nadie os acusa de vampirería. Lo que el buen conde quiere decir con su ímpetu es que tememos que seáis víctima de algún tipo de embrujo dentro de vuestro castillo. Como también lo parece la enviada de las tribus que viaja con nosotros — lanzó una gélida mirada a Urma. — Por favor, sentémonos todos y disfrutemos del postre y de la hospitalidad de este buen señor que nos ha acogido en pleno invierno. — dijo en tono pacificador poniendo las manos sobre la mesa para sentarse él.

- Vuestras palabras son bienvenidas, sarraceno, mas no aceptaré que todo ha sido un malentendido si no recibo una sincera disculpa. - Dijo el señor del castillo adoptando una postura orgullosa y mirando con rostro agrio y por encima del hombro al buen conde Godofredo de Miramonte. 

Los guardias en cambio, relajaron algo su actitud cuando el sureño intervino con palabras pacificadoras. Su postura defensiva se tornó más laxa y las alabardas dejaron de apuntar en dirección al grupo de invitados al castillo. No obstante, seguían expectantes y en silencio al curso de los acontecimientos, pues sin dudarlo saltarían sobre aquel que dijera una palabra más alta que otra.

Ante la atenta mirada de mi señor, me agaché un poco y empecé a hacer como que rezaba, santiguándome exageradamente muchas veces. Al ver que los demás se sentaban, esperé a que Godofredo se sentara para hacer yo lo propio. Ahora estaba más a gusto con la cortina a modo de pantalón. Menos mal que el anfitrión, lord vampiro Shamuss no me había dicho nada. Seguramente ni sabría que eran sus cortinas. Miré el estofado o lo que quiera que fuera aquel potingue que olía a Urma y lo empujé hacia dentro de la mesa. Nunca comería algo tan asqueroso. El infiel trataba de calmar a los presentes, pero yo lo veía innecesario. Lo que tuviera que pasar, pasaría. Si este tipo era un vampiro, habría que acabar con él. Solo había que mirarle a la cara para observar que era un hijo de la noche, de lo feo que era. Miré los cubiertos y empecé a guardármelos bajo la manga del jersey. A ver si el postre era comestible, que me moría de hambre...

-No debo escusarme más no hay acusación en mis palabras-puntualizó el Conde ante el supuesto malentendido.

-Por lo que a mi respecta, vos podéis ser una simple víctima de la Misa Negra-Se cruzó de brazos, para luego alzar esta vez el pequeño relicario con el Dentecillo de Santa Rolanda que portaba colgado al cuello.

-¡Oh, Señor! ¡Adprehendit istud arce insania!¡Ie meae partem mihi supplicii illius!-Varias santiguaciones más volaron a la velocidad de una Golondrina libre de carga.

Entiendiendo que If Hassim había urdido algún tipo de plan, se sentó en la mesa, esperando por ver si algo ocurría