Partida Rol por web

Me quedé parado, petrificado, anulado por ese maldito glugluteo que había emitido la odiosa y putrefacta criatura. Ante el frescor que sentía en las nalgas, aproveché para seguir soltando lastre del cuerpo. El aroma reinante rivalizaba con el hedor de la asquerosa criatura, no sabiendo cuál era más nauseabundo. Mi señor me llamaba a las armas y la única que podía utilizar era el esfinter del ojete, que junto a mis pupilas, era lo único que podía mover.

Hassim sintió un crujido en el interior de sus oídos, y un segundo después la sangre caliente que los llenó. El glugluteo fue tan terrible que tuvo que cerrar los ojos y apretar los dientes, llevándose ambas manos a los oídos. Los sonidos del combate desaparecieron, y su lugar fue ocupado un pitido persistente. Cuando abrió los ojos miró a Godofredo, que movía la boca, pero no escuchaba los gritos que estaba profiriendo. El ambiente era fétido, mucho más que antes. Sin duda proveniente en su totalidad de las heridas abiertas del pavo cadavérico, pues nada vivo era capaz de emitir semejante tufo. Y si estaba vivo merecía ser erradicado de este plano de la existencia.

El paladín, solicitando esta vez el poder divino a los mártires que estaban rodeados de donceles y doncellas en el Paraíso, aferró con fuerza el puño de su espada y, haciendo caso omiso del dolor y la sordera, consiguió encadenar dos fuertes tajos laterales de ida y vuelta al cuello putrefacto de la monstruosidad pavil.

Una garra de aquel pavo pustuliente fue directa hacia el cuello de Godofredo. Una de sus garras rajó su garganta y la sangre empezó a manar a chorro. El conde se agarró el cuello con ambas manos justo después de dejar caer su maza y su escudo y finalmente, con una mueca de horror, fue él quien acabó en el suelo.

Acto seguido, una segunda garra se clavó en el vientre de DelCojón, dejando a la vista sus órganos internos. El hedor que surgió de su herida abierta, fue terrible. Como si todas las ventosidades que albergaba aquel hombrecillo en su interior, manaran de golpe perfumando la estancia con su antinatural peste.

Un tercer ataque, un picotazo que la dama enana ya había experimentado, fue contra ella, pero por suerte, en esta ocasión, la enana logró zafarse del ataque y ahora tenía la posibilidad de contraatacar. 

Y Dwama contraatacó. 

Su hacha se incrustó en el cuello de la bestia alada y podrida que tenía delante. Al sacar el filo del cuerpo de aquel ser retornado, sangre y trozos de piel hedionda saltaron por todo. Fue entonces cuando el cuello se doblo de forma antinatural y su cabeza cayó al suelo y sin embargo... aquel ser no moría. Sus afiladas garras seguían tratando de golpearles y su cabeza, lejos de estar inerte, seguía en el suelo picoteando al aire. 

Quizás por la terrible visión, un segundo hachazo de la enana falló de forma clara. La dantesca escena estaba siendo superior a lo que el estómago de la joven y valiente enana, podía soportar.

Lo último que me esperaba era que los nuestros se encontrasen con una criatura tan poderosa y capaz de atacarles con tanta fuera y seguridad. En un abrir y cerrar de ojos vi como DelCojón y el Conde eran heridos, de manera casi mortal, mientras que Dwama perdía su oportunidad.

No había muchas opciones de acabar con el pavo, por lo que incluso consideré la posibilidad de salir de allí. El dicho, todo orco merece huir para volver a hacerlo, explica muy bien nuestro instinto de supervivencia. Pero en mitad de aquella batalla, dejar a los demás a su suerte era... demasiado deshonroso, incluso para mí.

-¡APARTAROS, QUÉ VOY! -exclamé entonces, corriendo hacia el pavo, abriéndome paso entre todos, esquivando la sangre de los nuestros y también a Dwama, para tocar al pavo y utilizar mi cinturón de curación.

No sabía que tenía tantos chorizos y morcillas metidas en la tripa. En un momento estaba peyéndome y al otro abierto en canal. La odiosa criatura me había vaciado como a un cerdito. Mi señor conde también había caído, fruto de las poderosas garras de la bestia. La verdad es que ya no sentía dolor, ni casi oía lo que sucedía a mi alrededor. Solo podía mirar lo que sucedía mientras la inconsciencia venía a mi encuentro.

El pavo se reaccionó rápido al ataque de Urma. Cuando la orca sele acercó una de sus garras le golpeó en la cara causándole una terrible herida que le levantó la piel y la dejó caso desfigurada. Sin embargo, eso no descocentró a la orca y logró curar a aquel ser, que ahora sí, parecía muy debilitado. 

Pero que Godofredo y DelCojon estuvieran inconsistentes y Urmay Dwama tremendamente malheridas, no era la peor noticia, no... Lo que si era relamente preocupante era que parecía estar a punto de volver a lanzar uno de sus terribles glugluteos y eso... Si podía suponer el fin de todos ellos. 

Ahora, el destino de aquel grupo de valientes estaba en manos de un maldito sarraceno. Por suerte ese sarraceno no era uno cualquiera, sino que se trataba de If Hassim... ¡Qué san Cuthberto y el Dios pagando de If les cogieran confesados! 

— ¡Amigo! — exclamó cuando vio caer a Godofredo, que aunque infiel y alborotador le tenía un gran aprecio. No tanto a su escudero, que con la otra garra el monstruo lo había abierto en canal como el cerdo que era, desparramando su contenido por el suelo. Esa desdichada criatura hasta en la muerte iba a resultar sucia y desastrosa.

El pitido seguía persistente en sus oídos, pero pudo escuchar el potente grito que la orca había soltado casi en su oreja al empujarle para abrirse paso. Ésta le pudo aplicar un conjuro, pero también se llevó un zarpazo que casi le arrancó la cabeza y desfiguró sus facciones. Afortunadamente, el cuello de Urma resistió sobre sus hombros, y por otro lado, los orcos ya eran seres feos por naturaleza. Una cicatriz así no iba a alterar mucho el rostro. Pensó que en su cultura incluso le daría puntos.

If se centró de nuevo en atacar. El monstruoso pavo había sido decapitado por Dwama, pero tanto la cabeza como el cuerpo no parecían haberse dado cuenta. Entonces vio cómo empezaba a hinchar el pecho putrefacto, preparándose para soltar un nuevo glugluteo de la muerte, el cual significaría el fin de sus compañeros,y posiblemente también el suyo.

Soltó el escudo de su zurda y empuñó la espada con ambas manos, resuelto.

— ¡Perro! — le gritó al pavo — ¡Te ordeno que ardas por siempre en el lago de fuego del Yahannam!

E invocando a su Dios, el verdadero, alzó el filo por encima de su cabeza y descargó un potente tajo descendente que esperaba fuera el definitivo.

Aquel golpe fue definitivo. Cuando el filo de If Hassim imbuido de fuerza divina golpeó contra el cuerpo putrefacto de aquella criatura retornada de la muerte, se derramó sobre el firme en una asquerosa y nauseabunda mezcla de fluidos putrefactos que bañó a aquellos que estaban moribundos en el suelo y las botas de los que a duras penas se mantenían de pie. Finalmente, habían derrotado a aquella criatura infernal, pero eso no quería decir que estuvieran a salvo. De hecho, Godofredo y DelCojón seguñian agonizantes en el suelo.

El sarraceno se agachó junto a ellos, primero junto al conde, al que tenía en gran aprecio e impuso sus manos sobre éste. Enseguida una energía recorrió el cuerpo del conde con un halo de luz y sus heridas comenzaron a cerrar de forma rápida y eficaz. El conde dejó de sangrar y abrió nuevamente los ojos. De nuevo había estado al borde de la muerte, pero la había vuelto a esquivar gracias a San Cuthberto y aunque no lo quisiera admitir, también gracias al pagano dios del sureño.

Acto seguido, If Hassim se acercó al hediondo escudero del conde. Sus heridas tenían muy mala pinta y se sus intestinos desparramados por el suelo indicaban una muerte segura a menos de que una magia sanadora actuara de forma rápida y eso hizo. De nuevo, el buen sarraceno acercó sus manos y las interioridades del lacayo comenzaron de nuevo a replegarse hacia el interior del cuerpo de éste y su terrible herida se cerró devolviéndole la consciencia. 

Lo mismo hizo con Urma. Aunque aquella orco era impulsiva y malhumorada, no merecía quedar desfigurada después de haber permanecido junto a ellos hasta el final en aquel terrible combate contra el mal encarnado en un ave de corral enorme y pustuliente. Cuando el sarraceno tocó el rostro de la orco y su desfigurada cara empezó a recuperar si viejo aspecto. Todos ellos seguían malheridos, pero estaban vivos, que era lo importante.

Fue entonces cuando escucharon pasos y vieron una luminaria que procedía del pasillo que les había conducido hasta aquella cámara llena de cadáveres amortajados y aquel terrible no-muerto cubierto de plumas. Los pasos se intensificaron hasta que finalmente se desveló el origen de éstos...