Partida Rol por web

Por unas razones u otras, recorréis la merindad de Saldaña en la provincia de Palencia. Es el año de 1380. Entre los tres habéis hecho ciertas migas en la posada de los Cien Dolores, un lugar en mitad del campo en el que os parásteis a descansar hace ya casi una semana. Y quiso la fortuna o la casualidad haceros saber a los tres que vuestros caminos os dirigían al mismo sitio: el castillo de Saldaña, en dirección norte, hogar de doña Justa de Valdemar, una joven muchacha que ha recibido dicha fortaleza y la villa de Saldaña en sus manos, los cuáles gobierna con mano justa. Y siempre uno tiene a bien viajar en compañía, que no en solitario, por eso de los caminos oscuros, los bandidos maliciosos y las alimañas habitantes de cualquier arboleda... Tras viajar en compañía propia algunas jornadas, ahora os encontráis acampando en mitad de un bosque, a no muy alta altura, conocido como el Amarrado (según un pastor que os lo nombró esa misma mañana).

Entonces, cuando os quisísteis dar cuenta, la noche os sorprendió en mitad de los árboles. Un pequeño fuego en el claro del hayedo frondoso (y algo tenebroso) en el que os encontráis no hacía mal a nadie, por lo que las llamas de una hoguera ahora os calentaban, y por ello descansábais los pies de tanto andar. Además, el rumor de un río cercano (el Carrión), os hacía saber que la orilla este del mismo estaba muy cerca, y por ende cerca estaba el destino. Las nubes se arremolinaban en el cielo, y pintaba incierta la climatología.

El bosque era lo más parecido a un hogar paterno que tenía Lope, había pasado un buen tiempo en su más tierna infancia paseando por lugares parecidos al que en aquel instante tenía bajo las suelas de su calzado. Aquel vínculo familiar le producía sentimientos encontrados, pues él había abandonado la casa paterna con intención de no tener que volver a ella, así que pasar una noche al raso, era en cierto modo una pequeña derrota personal.

No obstante, animado por la compañía y tratando de disfrutar de uno de sus pequeños placeres favoritos, las conversaciones en torno a una hoguera, abrió la veda para preguntar a sus compañeros.

—Ahora que vamos a compartir otra noche bajo la luna, contadme compañeros ¿qué os lleva al castillo de Saldaña? —dijo mientras buscaba posicionarse más cerca del fuego, para que el calor de las llamas calentara su cuerpo.

Precavido, como era siempre que andaba por zonas que podían ser peligrosas, había dejado su arco corto y la aljaba que lo acompañaba, a distancia de mano, a su vera, por si, Dios no lo quisiera, debía echar mano de él.

—Por cierto, sé que no es algo agradable, pero lo más prudente sería que dividiéramos la noche y cada uno hiciera una guardia hasta que a la mañana levantemos el vuelo. Los bosques no son un lugar demasiado seguro y encender una hoguera puede espantar el frío pero atraer a visitantes desagradables.

La noche nos cogió desprevenidos en mitad del bosque. Encendimos una pequeña hoguera para calentarnos y alejar a las bestias o alimañas que salieran en busca de comida. Hacía varios días que conocía a mis dos jóvenes acompañantes y empezaba a confiar en ellos. No eran mala gente y por eso decidí viajar en su compañía; hoy en día era peligroso para una mujer sola viajar sin protección. Mi destino era el mismo que el suyo y la merindad de Saldaña no cogía muy lejos de mi hogar, así que qué mejor que ir en un grupo.

Una vez acomodada en la hierba, calentándome los huesos con el fuego y mordisqueando un cacho de cecina, dura como una piedra, quise entablar algo de conversación con los dos mozos. El primero en hablar fue el apuesto juglar.

-"Estoy de acuerdo contigo Lope, aunque esta zona no suele ser peligrosa, más vale prevenir."

Volví a mordisquear la cecina.

-"Yo, como ya os relaté, viajo por encargo de mi padre para entrevistarme con doña Justa de Valdemar. Tengo que cerrar un trato que ella le propuso a mi padre. Toda mi familia trabaja en un pequeño y floreciente negocio local, curtiendo pieles. Pero díganme cosas de ustedes; en esta fría noche, una buena charla delante del fuego mientras se cena, apetece. Decídme pues, mis señores. ¿Qué os lleva a vosotros visitar Saldaña? ¿Algún negocio, quizás?"

Me acomodo ante la hoguera y remuevo de tanto en tanto las brasas.

- Bien decís, y mismamente puedo hacer yo la guardia prima. Pero haréis bien en acostarsus bajo los árboles más frondosos, pues esos cielos se encapotan según oscurece, y nos pueden caer encima buenas aguas. Mala cosa es coger frío de noche, para las neumas y las flemas de garganta. Mejor guareceise.

De Saldaña sólo puedo decir que busco allí al mío hermano, almogàver como el nueso pare, y del que supe que acabó allí tras ser herido en batalla, en alguna rencilla entre nobles locales.

Si la conversación se alarga me quedaré un rato más, pero si no me cubriré con mi manto y me sentaré en algún tronco cercano, en donde no se me vea a la luz de la lumbre pero desde donde yo sí pueda verla bien, y haré mi guardia.

Poco a poco íbais charlando de lo vuestro, de vuestras vidas e intenciones, que seguro dieran para cuatro o cinco hogueras de intercambios de pareceres (y tal vez muchas más, claro). El cielo oscuro debía estar apretando allá arriba, ahora invisible por la oscuridad de la noche, pues la nubes debían estar moviéndose; y tal era así puesto que comenzó a caer una gota en vuestras cabeza... y luego otra, y otra más... ¡pronto comenzó a llover! Sin haber aún arrancado demasiado, cualquiera podría suponer que llovería un rato, ¡ojalá no fuera demasiado fuerte! Además, el viento ululaba aquí y allá, y la brisa se mezclaba con los sonidos de la noche y vuestras voces.

Estaba profundamente dormida, cuando empezó a llover. Primero unas gotas, después un buen chaparrón. Por si no fuera poco, el viento empezó a soplar fuerte, dejando la noche nada apacible. Me levanté y empecé a guardar mis escasas pertenencias en mi hatillo. Una vez hecho esto, cogí un buen trozo de madera de la hoguera y lo así a modo de antorcha.

-"Más vale que busquemos refugio, sino nos calaremos hasta los huesos y acabaremos por enfermar. Puede que tengamos suerte y haya alguna densa arboleda o cueva por los alrededores."

Miré alrededor, algo asustada por los ruidos de la tormenta y de la noche. Todos se unían en una especie de cantar malévolo. Tenía que tranquilizarme, no era una cobarde, o eso había pensado siempre. Pero claro, nunca había salido de casa de mis padres sola y viajando con extraños. Me eché la capucha de mi capa por encima de la cabeza, aunque ya estaba completamente calada. La ropa se pegaba a mi cuerpo, haciendo ver mejor las formas de él.

Desde debajo del haya de copa más grande que haya podido encontrar, y envuelto en mi manto, intento pegarme lo que pueda al tronco para que me proteja del viento y de la lluvia.

- De noche, con lluvia y vientos, poco refugio habéis de encontrar, señora. A la intemperie acampamus, y lluvia habemus, así que calarse toca. Deambular por los bosques ahora es mala idea, como subir al Pirineo con nieve y niebla, son ganas de alejarse del camino y del río, y perderse sin remedio.

De todos modos, inquieto, sigo atento a mi alrededor por si, amparada en el sonido de la lluvia, alguna bestia se quisiera acercar al fuego.

—¿Yo? Oh, bueno, no soy de esos que gustan de girar la conversación sobre uno mismo, pero ya que preguntáis mi buena Honoria. Viajo al castillo para llenarlo de música a historias, un castillo es un lugar más cómodo para un juglar como yo —dijo mientras acompañaba sus palabras de un elegante movimiento de muñeca con el que  pretendía ilustrar su figura.

—Fuimos imprudentes, deberíamos haber cortado unos ramajes y haber apañado una techumbre en la que pasar la noche —dijo lamentando que sus ganas de charla le hubieran distraído de lo que era urgente y necesario—. Busquemos la forma de poder dormir en seco.

Como accionado por resorte el juglar se puso en pie y observó a los alrededores. Recogió su arco por si al final debían de alejarse de la zona en busca de un lugar más seco y cómodo. Por cosas como esa había decidido desligarse de la profesión paterna, en los cómodos y cubiertos salones de los castillos nunca debía preocuparse por la lluvia.

La pequeña hoguera se apagó, delante de vosotros. Enseguida Honoria trató de recoger sus enseres antes de que se empapase, y en cuanto hubo de tomar un trozo de madera ardiendo éste se apagó, de igual modo, por efecto de las lluvias. Aquella situación era totalmente nueva para la curtidora. Por otro lado, Pietro trataba de mantener la calma, apelando a dejar que escampara cuanto antes, pues avanzar bajo el agua en un bosque no es que fuera una situación tranquila, sino, según él, comprometida. Tal que así se pegó al árbol más cercano. Por su parte Lope, presentando sus intenciones para con el castillo de Saldaña a sus compañeros, se lamentaba de no haber actuado antes, pero en realidad el tiempo no es que anunciara ni nubes, ni viento ni lluvia horas antes, sino todo lo contrario. Y es que uno nunca podía saber la dirección de las nubes y sus contrastes. Por ello, tomó su arco para tenerlo cerca y, de momento, se colocó bajo el mismo árbol en el que estaba apoyado Pietro.

Fue la buena de Honoria quien, en medio de la lluvia que caía fina y constante, vio algo en la oscuridad (que ahora era total, puesto que la hoguera había muerto), y así se lo hizo saber a sus nuevos compañeros de viaje: una silueta corría en la dirección en la que estábais, y salía de algún punto del bosque. Veíais su contorno porque llevaba en una mano, como en alto, un candil con una tenue luz (lo suficiente como para no golpearse de bruces contra un árbol), y en la otra podía vérsele un bulto envuelto en capas o telas, al cual sujetaba contra su hombro.

Aquella silueta era una mujer, y estaba ahora cerca, muy cerca, y miraba atrás, angustiada, como desprotegida. Pasó junto a vosotros, y estando a vuestra altura os miró. Se asustó un poco, y no dejó de correr, sino que pasó de largo. Sin embargo, mientras lo hacía, os suplicó algo.

¡Ayuda! -os dijo, sin dejar de correr-. ¡Vienen a por mí! ¡Ayudadme!

Aquella mujer os pedía auxilio, sin dejar de correr, como esperando que os interpusiérais entre aquello de lo que huía y ella misma. Segundos después, aparecieron tres antorchas, las cuáles parecían aguantar la cortina de la lluvia, acercándose entre la oscuridad. Eran tres siluetas corpulentas. Seguramente hombres.

Mis compañeros se pegaron a unos árboles que había aledaños, pero no les servirían de mucho. Llovía fuertemente y el aire hacía que la lluvia cayera diagonalmente. El fuego se apagó irremediablemente, incluso el madero que había cogido; ahora estábamos completamente a oscuras.

-"Pietro, ya sé que podemos perdernos, pero quedarnos aquí creo que es mala idea. Y no creo que podamos dormir con este tiempo y empapados, Lope."

Estaba pensando en qué hacer o cómo volver a encender un fuego, cuando algo atrajo mi atención. Una luz, débil pero clara, se iba aproximando a nosotros. Me acerqué rápidamente a mis compañeros, no sabiendo de quién se podría tratar. ¿Quién saldría a estas horas y con este tiempo a deambular por el bosque? ¿Sería algún viajero, como nosotros, que se había visto sorprendido por la lluvia y buscaba refugio?

Al cabo de unos instantes, apareció una mujer. Llevaba prisa, ya que iba corriendo. En la mano, un farolillo era lo que alumbraba su camino. Al vernos, dio un respingo, pero no paró, si no que nos pidió ayuda.

-"¿Quién os persigue? ¿Hombre o bestia?"

Miré a mis acompañantes, para ver qué iban a hacer. Yo tenía ganas de salir corriendo tras ella, ya que me había asustado bastante. A mi espalda tenía mis pocas pertenencias, que había recogido, así que podía salir tras la mujer sin dejarme nada atrás.

-"Estoy asustada, ¿qué hacemos?"

Ver a la mujer me deja un poco perplejo... ¿qué puede hacer una joven corriendo de esa manera en pleno bosque, en plena noche, bajo la lluvia? Pero en cuanto diviso las antorchas de los tres perseguidores huelo a peligro como el vecino del pastelero huele la masa de hojaldre recién hecha. Bandidos, hombres de armas de Saldaña borrachos y en busca de juerga, o incluso algún moro al que la algarada le ha llevado más al norte de lo habitual... lo cierto es que en estos tiempos ningún encuentro en el bosque en plena noche es cosa buena, y por lo que entiendo, aquí ninguno seríamos capaces de defendernos contra gente de armas.

Interpongo el árbol entre las tres antorchas y yo para que me oculte, y comienzo a retroceder hacia la maleza para ocultarme entre los helechos del sotobosque, mientras le advierto en susurros a Honoria:

- ¡Quitáos de en medio, señora! ¡Escondéos!

La mujer no hizo caso a las palabras que le dedicábais, sino que siguió corriendo, farol en mano, mientras vaticinábais que el objeto luminoso se perdería en breves de vuestra vista en la oscuridad del bosque. Por otro lado, en pocos segundos los hombres estarían a vuestra altura.

¡Oh, el heroísmo! ¿Cuántos famosos e importantes cantares comenzaban con un hombre realizando un acto noble y desinteresado? ¿Cuántos de esos nobles actos estaban emparentados con una dama de la que todo se desconocía? Cualquier héroe de verdad saldría al paso, erguido y gallardo, para conminar a las robustas sombras que perseguían a la mujer a detenerse y dar explicaciones, incluso dado el caso, desenvainar el metal de su espada y explicarles de buenas maneras que allí no había nada que les interesase.

En la cabeza de Lope esos héroes siempre tenían rectas y poderosas mandíbulas, anchos hombros, brazos fuertes y relucientes espadas. Por suerte para su salud, él no tenía nada que ver con el heroísmo, ni con la gallardía. Era un humilde juglar que únicamente buscaba ganarse un mendrugo de pan y un sitio con techumbre para pasar la noche.

—Evitemos conflictos, a fe mía que nada se nos ha perdido en una disputa nocturna en un bosque entre desconocidos —susurró por lo bajo el juglar, con la intención de expresarse en un tono tan bajo que llegó a temer que el ruido que les rodeaba pudiera aplastar sus palabras— Dejémosles marchar.

Acompañando a las palabras dichas, las manos de Lope tomaron el arco y una flecha. Más por miedo, que por verdaderas ganas de emplear aquella herramienta. Incluso en el caso de que la mujer estuviera siendo perseguida de forma injusta, aquello tampoco era su negociado.

Como he dicho, retrocedo y me oculto lo mejor que puedo. También desenfundo el coltell por si acaso.

Al ver la cobardía de mis acompañantes, que preferían esconderse antes que prestar socorro a la solitaria mujer, algo en mi interior me hizo reaccionar. Quizá fuera la empatía al ver a otra fémina siendo perseguida o puede que fuera ese espíritu indómito que a veces surgía en mi, pero el caso es que salí corriendo detrás de la mujer y su farol. Miré a los dos hombres que trataban de mimetizarse con el entorno y en mis ojos vieron decisión y algo de locura. A unos cuantos metros, varias antorchas se acercaban. Corrí todo lo deprisa que podía, intentando alcanzar a la perseguida.

Mientras Lope apuntaba a dejar correr aquel asunto (que ni os iba ni os venía), Pietro fue Presto y, ocultándose tras el árbol lo mejor que pudo (y luego retrocediendo fuera del bosque, es decir, hacia el interior del mismo), tomó su coltell. Por su parte Lope no se precipitó hacia la maleza, pero sí tomó su arco con fuerza y una flecha.

Fue entonces cuando Honoria pareció reaccionar de otra manera. Salió corriendo, alejándose de sus compañeros, y poníendose en medio del camino entre la perseguida y los persecutores. A buena fe que que se puso en un instante en la piel de la mujer y por eso arrancó de tal manera.

Segundos después, los tipos pasaron por la zona donde Pietro y Lope ya se escondían. Tan sólo uno de ellos se paró delante de la hoguera un instante, mientras los otros corrían. El que se paró, observó el pequeño fuego ahora apagado, y miró en derredor para ver si veía algo relacionado con él. Pero nada pudo otear (la oscuridad y la lluvia cegaban bastante su visión). Entonces siguió corriendo detrás de sus compañeros, sin advertir a Pietro o Lope.

Corristes pues tras la mujer del candil. Ésta no llevaba fardos algunos, tan sólo el bulto en una mano y el candil en la otra, lo que parecía darle cierta ventaja con respecto a sus perseguidores. Notabas detrás los pasos de las tres siluetas que perseguían a la mujer, y escuchabas los pasos de la que tenías delante de tí, los cuáles eran ágiles y veloces. Parecía que la mujer no estaba dispuesta a caer en las garras de sus persecutores.

Tras pasar los tres hombres, enfundo el coltell y me dirijo en voz baja a mi compañero:

- ¡Esa loca...! Lope, dejar a unos desconocidos a los suyos asuntos y no meternos en problemas es una cosa, pero Honoria nos ha acompañado un buen trecho del camino, y no me animo a abandonarla sin más. Deberíamos seguirles.

Y empiezo a caminar en la dirección que siguieron todos, pero tampoco de la forma más notoria ni la más ostentosa.