Partida Rol por web

En cuanto Santiago les promete respetar su vida, se deshacen en alabanzas y promesas, respirando trabajosamente pues de tanto prometer no les llegaba el tiempo para tragar aire y no asfisiarse.

-Nosotros jurar, nosotros jurar por Allah misericordioso. Guirriro noble di orden Calatraba, valeroso y gallardo a ojos de Allah y a ojos de Dios tuyo y su hijo muerto en cruz. Nosotros abandonar guerra, nosotros coger muyer e fillos e montar en primir madera qui flote. Marchamos Magreb por siempre. Nosotros jurar, nosotros jurar.

Ñeves miró a Lope y se encogió de hombros, indicándole a que a ella le eran indiferentes aquellas vidas.

- El Señor Lope tiene razón... Dejarles con vida es otorgarle al enemigo ventaja, avisarán de lo sucedido aquí y complicaremos la victoria de las fuerzas de Nuestro Señor. 

Aunque no soy yo el que debe decidirlo, presumiblemente la motivación de Lope es el ansia por derramar sangre, la de Ñeves la prudencia y la de Santiago el respeto a quien se ha batido con honor. Y aunque el conflicto entre ejecutarlos o permitirles vivir es interesante para el desarrollo de los personajes, la constricción temporal de los desafíos mensuales no aconseja detenernos. Así que haré un fundido en negro y sin saber qué pasó con los arqueros supervivientes, retomamos la historia cuando los personajes están llegando a Lorca:

----- Fundido en negro ---

Tras subir una de las cuestas del camino, los personajes contemplan ante ellos la impresionante visión de las tierras de Lorca, atravesadas por el cauce del río Guadalentín y dominadas por el cerro en la que se yergue imponente su castillo que es, junto con el de Caravaca, bastión  imprescindible para la defensa fronteriza del reino de Murcia.

El castillo, encaramado en un cerro desde que el se divisa las tierras que le rodean, se encuentra rodeado por una impresionante muralla construida para adaptarse a las irregularidades propias del cerro y que cuenta con varias torres en sus diferentes lienzos.

Bajo la fortaleza, desplegándose por la ladera del cerro que lleva hasta el cauce del Guadalentín, los personajes también pueden observar la villa de Lorca, rodeada igualmente por una segunda muralla reforzada con torreones —que se une a las murallas del castillo, pero no las envuelve del todo: todo señor sabe que debe tener una salida directa para cuando se le ponen bravos los vasallos—, que cuenta además con un foso extramuros y alguna que otra torre albarrana. Tras los sólidos muros, se pueden divisar los campanarios de sus iglesias y el humo de las chimeneas.

Además de tan impresionante panorama, los personajes también advertirán que los caminos que conducen hacia las puertas de Lorca se encuentran abarrotados por carromatos y campesinos, que tratan de refugiarse en el interior las murallas de la ciudad, en cuyo interior resuena el sonido de las campanas de las iglesias. El motivo de tanta aglomeración: hacia el sur se divisa la inmensa polvareda que levanta un ejército enemigo. Así que, a menos que deseen convertirse en esclavos del reino nazarí, los personajes deberían darse igualmente prisa por atravesar la puerta de San Ginés y entrar lo antes posible en la villa de Lorca.

.... ¿Qué hacéis? ....

Ñeves miró al resto.

- Señores, debemos darnos prisa si cierran las puertas no podremos cumplir con el encargo.

En cuanto ellos dieran la orden, la joven sirvienta espolearía a su caballo para seguirles y entrar en la ciudad, después de todo ellos llevarían los salvoconductos para entrar. 

Al ver tanto la ciudad como la polvareda del ejercito enemigo, Santiago se queda un momento ensimismado en sí mismo. Ninguno sabe lo que pasa por su cabeza, pero seguramente la visión de una batalla más que inminente le llena de dudas.
Si fuera por el caballero se iría derecho a la ciudad y se quedaría allí a presentar batalla con sus compatriotas, más había hecho una promesa. Un juramente de sangre. Y eso no era algo que podía dejar así sin más.

Asintió pesaroso a las palabras de Nene. Por supuesto tenía razón, no podían perder tiempo si querían entrar en Lorca.

Así es. El encargo. Azuzemos a los caballos, hemos de entrar sin demora.

Dicho eso espoleó su corcel para llegar a la ciudad.

A Lope se le había atravesado el día. Una cosa era ir a por una moza a Lorca y otra encerrarse allí para combatir a los nazaríes. Si la morisma ponía sitio a la ciudad, a saber cuándo iban a poder salir de allí. No había paga, ni comida, ni gloria en la defensa de un sitio como aquel.

—Don Santiago, paréceme a mí que vamos a tener que soportar un largo sitio y con la villa llena de gente de las pedanías y aldeas cercanas. Una vez que localicemos a la joven, deberíais aseguraros de que podemos encontrar cobijo en alguna casa noble, no sea que terminemos en fonda repleta y pasemos el asedio más apretados que piojos en costura. Vos tenéis más mano que el resto para estas cuestiones. Vuestra insignia es el mejor salvoconducto.

Había hablado con entusiasmo y con franqueza. No temía dormir en un suelo de paja, pues no sería la primera ni la última que se viera en semejante jergón; pero una posada llena de desconocidos era el peor sitio donde ir a parar durante un encierro.

—Si vos queréis puedo ir a enterarme de quien organiza la defensa y comunicarle lo que han desembuchado los granadinos que cristianamos allá abajo.

Hugo aún no se había repuesto de la conmoción, por ello cabalgaba dolorido et poco amigo de conversar. Lope se hizo pronto cargo de la situación: la guerra llegaba a las puertas. Sobre los asediados se echarían encima prestos el caos et la carestía frente a los que más valían el orden de la jerarquía, es por eso que non quiso el caballero villano actuar sin el beneplácito de Santiago. Estaban en guerra y Lope esperaba ordenes. 

Los campesinos avanzaban con sangre fría y paso vivo hacia Lorca llevando consigo todo lo esencial que podían cargar. Sus posesiones reflejaban bien su estilo de vida, poco tenían superfluo, poco tenían que no pudieran cargar o esconder. Bien sabían que tras el fin de la algarada o asedio, de sus casas no quedarían más que los muros lamidos por el fuego et en sus campos solo cenizas. No era la primera vez ni tampoco sería la última.

Hugo observó impresionado, primero la ciudad y luego la polvareda que levantaba el ejército enemigo en movimiento. Desde pequeño había ansiado enfrentarse en batalla a los infieles, pero, ahora, en el caos de gente yendo y viniendo sus piernas flaqueaban por momentos y su frente brillaba, no tanto por el camino si no por un esfuerzo mucho más interno.

Aún así, estaba decidido a mostrar su valía y trataba de mostrarse entero, sobretodo ante los campesinos con los que compartían camino, a pesar de que había muchos con tanta experiencia que no dejaban de darse cuenta de la inexperiencia del aprendiz.

Santiago todavía albergaba esperanzas de poder entrar y salir con la joven para llevarla a Cartagena, más las palabras de Lope le hicieron ver la cruda realidad. Iba a ser casi imposible de salir una vez dentro. Se aguantó la maldición que pugnaba por salir de su boca.

Decis bien mi buen Lope. No será una sopresa para la defensa viendo el enemigo a las puertas, pero toda información seguro que será bienvenida.

Miró a su joven aprendiz.

Hugo, irás con Don Martínez para asistirle en lo que necesite. Yo me llevaré a Ñeves a encontrar a la muchacha. Luego nos reuniremos en la posada de los Sibileis, en caso de que no pueda hacer que algún noble nos acoja allí deberíamos encontrar habitación. Al menos por unos días, no es barata y no se llenará tan rápido. O al menos eso espero.

- No debemos olvidar que siempre existirán caminos para salir... El contrabando, ladrones, asesinos y demás gentes se mueven en las sombras y suelen ser quienes puedan conocer rutas que el resto no... - Hablaba con los recuerdos de su infancia, con la vida de bandidaje y pillería que había llevado con su padre - Quizás, podamos hacer amistad con esas gentes y por unos buenos dineros podrían sacarnos de la ciudad... 

Juntos cruzaron la puerta de la ciudad, pero se dividieron tras acordar reunirse en la posada de los Sibileis. Cada pareja no tardó en perder a la otra de vista entre la aglomeración de personas, carretas, bestias de labranza y ganado que se iban acumulando a intramuros.

A Lope y Hugo no les resultó difícil averiguar que el responsable de la defensa era el adelantado Ramiro Núñez de la Barbuda pero saber su nombre y llegar hasta él eran dos cosas bien diferentes. El adelantado se hallaba organizando la defensa, esforzándose en estar en todos sitios a la vez, asegurándose de que no hubiera puntos débiles ni fallas en la defensa, repartiendo ordenes y sin escatimar palabras de aliento. No iba a resultar tarea fácil dar con él y tampoco que les dedicase parte de su tiempo. Y más ahora que fuera de los muros comenzaban a elevarse columnas de humo negro desde los campos y casas  que ya empezaban a quemar los de Granada. Siempre podían dar la información a algún oficial para que se la transmitiera al adelantado.

Santiago y Ñeves por su parte avanzaron trabajosamente a través de la muchedumbre cuesta arriba por las calles empedradas hasta dar con la vivienda que el obispo había costeado para su hija: se encontraba en plaza de Adentro y las personas locales a quienes Santiago y Ñeves preguntaron por el lugar se refirieron a ella como “el caserón de la fornecida”, lo que dejaba patente que, al menos en Lorca, el desliz del obispo era información bien conocida por sus vecinos. La vivienda resultó ser un humilde caserón por cuyas puertas no cesaban de entrar y salir monjes con hábito blanco cargados de todo tipo de objetos con el que estaban llenando un carromato. Junto al carromato, otro de los monjes, pergamino y pluma en mano, anotaba cuidadosamente todo aquello que sus hermanos sacaban de la casa.

Al asomarse al interior de la vivienda, la vieron casi vacía y sin muebles. No había rastro de Clara y los criados recogían sus escasas pertenencias mientras lloraban desconsolados.

—Por aquí, Hugo, si queréis saber dónde cagan los jefes solamente tenéis que seguir a los que limpian su mierda —explicó con humor y muy poca cortesía don Lope al aspirantea a calatravo—. ¿Veis toda esa gente que se mueve como si le hubieran metido ratas en los calzones? Pues encontraremos a don Ramiro Núñez detrás con el saco lleno dellas.

No era la primera vez que el caballero villano se desenvolvía en el real de un noble o de un capitán del ejército y por ello sabía perfectamente donde encontrar a los altos señores y responsables de dar las órdenes. En multitud de ocasiones, de este conocimiento había dependido la vida de muchos hombres, de que las órdenes fueran recibidas y comunicadas con la mayor premura y diligencia. Empero aquella vez no buscaba el pabellón más engalanado del campamento ni llevaba su lóriga y sus manos tintas de sangre y lodo de la batalla, por lo que tuvo que detenerse ante el primer obstáculo.

—Pardiez, sargento, decidle a don Ramiro Núñez que don Santiago Ramírez, de la Orden de Calatrava, tiene noticias de los granadinos y de quien comanda sus filas —repitió una vez más ante aquel hombre de armas, villano como él, que les bloqueaba el paso a la torre del alcázar—. Llamad a alguien para que nos reciba, ¡voto a tal!

En cuanto Santiago llega a la casa de la hija del obispo. Ver todo aquello se le antojaba algo drástico, pues al parecer los responsables de la misma no parecían tener mucha fe en la batalla que se avecinaba y prefería huir mientras podían.
Por lo que bastante más enfuruñado de lo que debería requerir el momento, el caballero bajó de su montura y le pasó las riendas a Ñeves, justo antes de dirigirse al monje que parecía estar tomando nota de todo.

Disculpadme reverendo, pero quisiera hablar con el...señor de la casa. He venido de lejos en busca de la joven Clara.

La forma de hablar no dejaba lugar a una negativa, tampoco el gesto fruncido que tenía Santiago. Otra cosa es que le hicieran caso o no.

La sirvienta tomó las riendas del caballo de Santiago, mirando a quienes estaban vaciando la casa, observando atenta qué cosas estaban llevándose e incluso si veía a alguno de los monjes de hábito blanco que la mirara o algo, le preguntaría qué quiénes eran y qué hacían allí. 

Por sus expresiones parecía que alguien había fallecido pero en conocimiento de Ñeves solamente tenía constancia del fallecimiento del Obispo, porque... La muchacha no podía estar muerta, ¿verdad?

El ayudante estaba aturdido viendo el devenir de gentes preparando las defensas. Su boca entreabierta denotaba su fascinación por el arte militar y verse en medio de este asedio le hacía sentirse con los caballeros y héroes que habían habitado sus sueños desde niños. 

A pesar de eso la realidad era mucho más caótica, y sucia, de lo que contaban las gestas y el comentario de las ratas en los calzones de Lope daba buena muestra más de ello.

Cuando se presentaron ante el oficial, trató de hacer una presentación digna de su querido maestro pero entre los nervios propios de la inexperiencia y la confusión del ajetreo no alcanzó más que a balbucear torpes palabras.

- Mi Señor... el... el... el ilustre... el ilustre Santiago Ramirez...

Cuando se convenció de que ni nadie le estaba prestando atención cerró el pico para no meter más la pata.

Lope y Hugo

Aquel joven soldado a quien apenas despuntaba el bozo estaba confundido y desbordado. Estaba claro que no se había criado en la frontera, quizá llegó buscando fortuna y esta era su primer enfrentamiento con los moros. Visto que el muy pusilánime no se atrevía a dejarlos pasar ni tampoco a ordenarles que se fueran, Lope bien podía hacerle a un lado de un empellón y hacerse paso hasta el adelantado, pero entonces se interpuso un hidalgo de barba medio cana y de cuerpo recio hecho a cabalgadas y peleas.

- ¡Qué os apura buen home!  Non veis que el adelantado no ha tiempo para charlas. Non veis que ha de preparar la defensa de la plaza y tapar cualquier agujero por do pueda entrar el moro. Fabla conmigo amigo que yo le contaré a don Ramiro cuanto sea menester et dime do sales que llevas sangre fresca en la loriga.

El hombre se mostraba amable en el trato, pero su mano en el pomo de la espada mostraba también recelo, que la sangre mora es tan roja como la cristiana y bien sabía Lope que no pocos hombres mueren en ellos de una puñalada en la espalda por un puñado de maravedíes o para ajustar una vieja afrenta. 

- Fabla y dime como has manchado tus ropas.

Al oír esto el soldado joven se pone tenso y agarra con firmeza la lanza que sostenía. A su lado aparece otro soldado de buena estatura que se mantiene firme e intimidante.

Santiago y Ñeves

El monje que está inventariando los bienes, responde con indiferencia a Santiago sin siquiera dejar de mirar el pliego.

El señor de la casa es Antón Nuñez, el superior de nuestro monasterio. Lo es desde esta mañana. Podeislo hallar en el monasterio. Entrad en la fortaleza et preguntad por el barrio de San Clemente que es do estamos. Non tiene pérdida. La joven está también refugiada en la fortaleza, es lo único que sé - Señala con su pluma de escribir la dirección - Et ahora, si me disculpáis, tengo trabajo que facer.

Ñeves por su parte ve en los ancianos sirvientes más miedo y rabia que la pena por haber perdido un ser querido. No es probable que haya muerto nadie.

-

La sirvienta permaneció en su lugar, esperando alguna otra indicación sin que dejara de estar alerta a todo cuanto les rodeaba. El estado de aquellos hombres bien podría significar que no estaban cómodos con aquel trabajo, que habrían sido obligados a hacerlo e incluso, quizás, amenazados para ello... 

-Muy bien. Hablaré con él entonces. Mientras tanto haríais bien en volver a meter todo eso en la casa. Pues la joven Clara seguro que lo necesita para poder vivir ahí, ella y sus cuidadores. Porque desde luego ningún monje de tres al cuarto con infulas de grandeza va a desacerse del patrimonio de la chica mientras yo tenga algo que decir al respecto.-

El hecho de haber insultado a un cargo de la iglesia, del que Santiago no tenía ni idea de cuál podría ser este, no parecía importarle al caballero de la Orden de Calatrava. Pero desde luego aquello no sentaría muy bien a sus subordinados.