Partida Rol por web

Cuánta razón tuvo su amiga con aquellas palabras, ambas sabían por todo lo que han pasado y esto no era nada en comparación a lo vivido en Wickland. No obstante aquel hombre llamado Artemi tomó la palabra y la oferta sin dudas era muy buena así que con una sonrisa más un asentimiento, selló un trato que les vino de perlas. La paga era demasiado buena, aunque este hombre era un cofre de monedas viviente y esto le hizo sospechar. 

«A alguien robó este.» pensó la pelirroja y cuando intervino de nuevo el encapuchado, alzó una ceja mientras se mordió la lengua porque ganas no le faltaron para ponerlo en su lugar. Pero se tenían que ver las caras ya que el ricachón también recibió la propuesta y no era plan estar mostrando los dientes en todo momento. Ya en la práctica verán de que estaban hechas las chicas de Wickland. 

—Usted es quien paga. ¿Por dónde prefiere ir?—dijo a Artemi, ignorando un poco la propuesta de Brant—. Lo que decida, será el camino. 

¿Seguirle el rastro al Conde? Cruzó un brazo por su cuerpo y el otro se lo llevó a la barbilla y se quedó un rato pensativa mientras seguía escuchando a los tres presentes. Artemi subió el pago por nuestros servicios y aquello le pilló un poco desprevenida a Tatyana. En la misma pose, abrió un poco más los ojos ¿Trece monedas de plata en total? Vio a Liselot asentir ante aquella oferta y ella también asintió.

Miró con detenimiento a Brant cuando reconoció la valentía de ambas chicas - Gracias por reconocerlo. No te preocupes por nosotras - le dedicó una media sonrisa - sabemos cuidarnos y cuidar de los que nos rodean - si alguno de Wickland viera ahora a Tatyana, apenas la reconocería. La Muda Asesina de Wickland hablando sin tartamudear Seguro que Hedy estaría orgullosa de mí dirigió su mirada hacia una ventana y miró al cielo Y ellos también... 

Una vez Artemi se fue a recoger sus cosas, se quedaron los tres en la taberna. Brant propuso de no ir detrás del Conde y Liselot prefería seguir el camino que dijera aquél que las contrató. Su mirada iba de Liselot a Brant y de Brant a Liselot - Bueno... - comenzó diciendo - Han comentado que es una cacería abierta y han dicho hacia donde se dirigía el Conde. Podemos ir por su camino sin seguirlo exactamente... Al fin y al cabo, va hacia los montes - propuso Tatyana. Era un plan que incluía seguir otro camino siguiendo el del Conde - Ya le hemos dado los motivos para contratarnos cuando le hemos salvado - se encogió de hombros.

Brant propone seguir una ruta alternativa. Ethel sugiere ir por donde diga Artemi, es decir, por la ruta que sigue el Conde. Tatyana también está a favor de ir por la ruta del Conde, pero intentando no toparse con él. Finalmente, esta es la opción que triunfa.

Una vez que Artemi está listo, recogéis vuestras cosas y partís en busca de la cocatriz. Afuera el frío es tan cortante como adentro. Al rato ya estáis sobre un sendero de tierra que sale del pueblo, caminando en la misma dirección que los curiosos que quieren ver al monstruo. Ethel y Tath, que hace seis meses que viven en Lieber, saben que ese sendero se adentra por un bosque y termina en los montes. Por el camino os cruzáis con un par de mercaderes que llevan carromatos tirados por burros, con el objetivo de venderle comida, agua, frazadas y capas a quienes están de caza. También con algunos campesinos sin nada mejor que hacer y algún que otro mercenario.

Al cabo de unas horas ya estáis bosque adentro. Falta poco para el atardecer. 

—...y finalmente el caballero manco fue el ganador de las justas . ¡Ah, qué torneo fue aquel! Pasaron dos años desde entonces y no he vuelto a ver espectáculo semejante. 

Artemi no ha parado de hablar durante toda la caminata. De sus monólogos quedan claro tres cosas: que es un aristócrata del Imperio Antoniano, que tiene cientos de anécdotas de sus viajes, y que le encanta contarlas, por más que no sean solicitadas. 

—No soy experto en acampes, ¿pero no es momento de descansar? Oh, mirad allí, parece que tenemos compañía.

Unos veinte metros más adelante hay una mujer joven subida a una roca. Por sus ropajes color rojo sangre, queda claro que es una sacerdotisa del Dicasterio, la iglesia de Dios Fenre. Está en medio de un sermón. A su alrededor hay diez personas escuchándola. Su público son campesinos, sin duda, pero tanto Ethel como Tath están seguras de que no son habitantes de Lieber. Deben ser campesinos sin tierras, gente que se quedó sin nada luego de la última guerra, y ahora anda de aquí para allá ganándose el jornal como puede.

—...devorados por los fuegos del infierno a menos que aniquilemos a ese monstruo —vocifera la mujer. Su público asiente en silencio—. Una cocatriz es un monstruo mitad gallo mitad lagarto. ¡Una abominación, hermanos! ¡Pecado hecho carne! Es voluntad de Fenre que criaturas así sean exterminadas, y sus cuerpos reducidos a cenizas.

>>Se acerca el Final, hermanos míos. ¡Las señales están por todos lados! Guerras, hambrunas, pestes, monstruos, magia negra. En nuestras manos está la posibilidad de revertirlo. ¡El pecado debe ser ahogado en fuego! —en ese momento repara en vuestra presencia. Os señala con un dedo acusador y todos se giran hacia vosotros—. ¿Y qué tenemos ahí? ¡Mujeres portando arcos! ¿Acaso es eso natural? Decidme, viajeros, ¿sois fieles devotos de Fenre?

Brant se tuvo que aguantar y aceptar la opción de seguir el rastro del Conde, al menos en primera instancia. Quizá luego el viaje derivara en otra senda o ruta desconocida en la cual se sentiría más cómodo. Él fue el primero en encabezar la marcha, unos metros por delante del resto y siempre con los cinco sentidos despiertos a cualquier posible peligro que se les cruzara en el camino, a pesar de que lo único que encontraban eran alimañas o algún curioso que también quería ver con sus propios ojos a la cocatriz. Era innato en él ir un poco a su aire, alejado de todos; de esa manera se había ganado la vida y no le había nada mal. Y también se ahorraba, por qué no decirlo, de escuchar las inefables historias de Artemi, algo que agradecían sus oídos y su cabeza. 

Para cuando la reducida comitiva llegó a aquel claro en el que una mujer encapuchada daba consignas religiosas a un grupo de campesinos, el cazarrecompensas miró con indiferencia a la sacerdotisa. No quiso meterse en la acusación a las mujeres, pues ellas sabrían defenderse solas. Pero no pudo evitar responder a su pregunta, pese a que centraría la atención sobre él momentáneamente.

—Soy fiel devoto de mi destino y de mi acero. ¿Dónde estaba tu querido Dios Fenre cuando le necesitaron muchos pobres desdichados que murieron de hambre en las calles o perecieron en las guerras, dejando familias huérfanas? —le planteó, sarcástico.

Los monólogos de Artemi solo provocaron en Ethel un silencio sepulcral en ella, no tenía nada que responder en verdad ya que tampoco daba margen ni se preguntaba aquel hombre si en verdad los presentes querían escucharlo. Por ello es que la pelirroja se mantuvo cerca de su amiga y Tupac, de momento no buscando tampoco conversación con aquel hombre que la había subestimado en demasía. Necesitaba tiempo la cazadora de Wickland para cambiar de parecer. 

No obstante la idea de acampar le pareció estupenda, considerando que el viaje estaba resultando muy largo y era vital descansar para tener toda la energía a primeras horas de la mañana. Más aún considerando que debían enfrentarse a una criatura desconocida y no sería una tarea para nada fácil. 

—Es mejor acampar, estos lugares parecen tranquilos. 

Y no dijo más, justo al ver donde señalaba Artemi descubrió que se encontraba una mujer devota de Fenre. La escuchó con detenimiento al detenerse y no le agradó en absoluto que les hable tan directamente. Lo cual, desvío la mirada hacia Artemi y luego Tath ya que por experiencia cada vez que Liselot abría la boca se liaba y estaba muy claro que no quería cometer aquellos errores del pasado. 

Sí que se limitó a tranquilizar con mimos sobre el morro a Tupac y ante las palabras de Brant, puso los ojos en blanco mientras prefirió quedarse callada. 

Emprendieron el camino siguiendo en un primer momento el camino del Conde. Brant era quien abría la comitiva del grupo y tanto Liselot como Tatyana se encontraban más cerca de Artemi. Mientras caminaba, Tatyana iba mirando el paisaje atenta y "escuchando" a Artemi. De vez en cuando miraba a Liselot y ponía los hombros en blanco. Dirigió su mirada al frente, observando a Brant y pensó Qué suerte has tenido de abrir la comitiva... Así no tienes que tragar este sinfín de anécdotas... 

Por el rabillo del ojo vio que Artemi callaba un momento y proponía acampar - Sí, creo que sería una buena idea descansar un poco... Nos vendrá bien a todos... - dijo estando de acuerdo con él, así no solo descansarían físicamente, sino que mentalmente también. Llegaron a un claro que ya estaba ocupado por una sacerdotisa y campesinos. Ésta estaba dando un sermón acerca de la cocatriz. La escucharon durante unos minutos y luego se dirigió hacia ellos. Vio que Liselot le dedicó una mirada cuando las acusó de llevar un arco. Probablemente estaba ya un poco cansada de todo el camino y de toda la charla que Artemi les fue dando por el camino que no pudo evitar decir - Con el debido respeto, está mal acusar a nadie sin apenas conocerlos y a parte, ¿quién es usted para decir lo que debe portar o no una mujer? Creo que es lo más natural del mundo - miró a su compañera - No necesitamos de nadie para defendernos - Brant le contestó a lo referente al Dios Fenre y susurró para sí aunque quienes estuvieran cerca de Tatyana lo escucharían sin problema - Admito que no lo habría dicho mejor, Brant...

La sacerdotisa se lleva una mano al pecho y entreabre un poco la boca, alterada por las palabras de Brant.

—¡Cuida tus palabras, blasfemo! Estás a un paso de la herejía. Eres un pecador. Lo siento, lo veo, lo huelo. Finge valor todo lo que quieras. No me engañas. Dentro de ti hay miedo. ¿Cuál fue tu crimen? ¿Qué es lo que pesa en tu alma?

Tatyana también la increpa.

—¿Que quién soy yo? Mi nombre es Helga, soy una predicadora de Fenre, y he visto los estragos que la última guerra le ha causado al pueblo. Míralos a ellos —señala a sus seguidores—. En la guerra sus campos fueron incendiados, saqueados, devastados. Con la guerra las mujeres fueron reclutadas para ir a combatir. Abandonaron a sus maridos, sus niños, sus deberes. Se fueron a blandir hachas, espadas, mosquetes… y arcos. Sé de buena fuente hacia dónde te conduce ese camino.

>>Sois pecadores. Todos vosotros. Pero no es tarde. Todavía os podéis salvar. Como mi rebaño. Ellos también eran pecadores, y ahora están del lado de los justos.

Helga os muestra una insignia labrada en metal con forma de corazón atravesado por una lanza. Es el símbolo del Dicasterio, la iglesia de Fenre. Se baja de su roca y a paso seguro se acerca a vosotros. Aparentemente la mujer pretende que lo beséis.

—Aceptad la gracia de Fenre.

A Brant no le alteraba nada de nada que aquella sacerdotisa soltara mil improperios y acusaciones en su dirección. Conocía de sobra el comportamiento enfervorecido y fanático de algunos religiosos; esa mujer no era una excepción. Lo único que recibió ella como respuesta fue una sonrisa burlona del cazarrecompensas que pronto degeneró en una carcajada ronca y sonora. ¿Miedo? Hacía ya mucho tiempo desde que sintió algo similar al miedo. ¿Existía algo que pesaba en su alma? Ahí sí que podría tener razón, pero no lo revelaría delante de esa gente desconocida ni de nadie. Ese tipo de pensamientos y emociones se los reservaba para sí mismo. 

Si por él fuera continuaría allí divirtiéndose a costa de Helga y su rebaño de seguidores sumisos, aunque en realidad les convenía encontrar una zona apropiada para acampar. "A ser posible lejos de este grupo de locos" —pensó. Por eso, cuando la sacerdotisa se acercó a ellos, Brant le dedicó una mirada displicente.

—No, gracias. Quédate con la gracia de Fenre solo para ti y los tuyos —comentó, rechazando el ofrecimiento de besar la insignia mientras se comenzaba a marchar del lugar—. Vámonos de aquí. Dejemos que esta gente siga feliz con sus creencias —añadió.

La sacerdotisa empezó a recriminarle a Brant, parecía que le había dado donde más le dolía y luego contestó a Tatyana.

—¿Que quién soy yo? Mi nombre es Helga, soy una predicadora de Fenre, y he visto los estragos que la última guerra le ha causado al pueblo. Míralos a ellos —señala a sus seguidores—. En la guerra sus campos fueron incendiados, saqueados, devastados. Con la guerra las mujeres fueron reclutadas para ir a combatir. Abandonaron a sus maridos, sus niños, sus deberes. Se fueron a blandir hachas, espadas, mosquetes… y arcos. Sé de buena fuente hacia dónde te conduce ese camino.

>>Sois pecadores. Todos vosotros. Pero no es tarde. Todavía os podéis salvar. Como mi rebaño. Ellos también eran pecadores, y ahora están del lado de los justos.

Se quedó mirándola - Las mujeres que fueron reclutadas para ir a la guerra no abandonaron a sus maridos, probablemente fueron a luchar junto a ellos y, ¿qué mejor manera de morir que luchando junto a la persona que amas y por algo en común? Con esto no estoy justificando la guerra, considero que hay otras formas de solucionar las cosas, como el diálogo y el entendimiento. Solo digo que la guerra y el dolor no nos puede dejar viviendo en el pasado, en cierto modo, puede hacernos más fuertes, después de que sanen las heridas que haya dejado... - ella mejor que nadie sabía eso - Sinceramente, yo prefiero mi arco -dijo mirándola fijamente - y aceptaré el camino por el que me lleve, que para eso he vivido y luchado - ¿tiempo para salvarnos? - Creo que una persona nunca deja de ser pecadora como usted dice, siempre hay alguna "tentación" en la que caer, así que por ahora me quedo como estoy.

Miró a Brant que rechazó unirse también y comenzó a seguirle - Vamos chicos...

Se había quedado callada porque tenía un pico que rara vez hacía quedar bien a sus compañeros, Derek era el indicado para estas situaciones y como el pasado le atormentaba con insistencia, no quería cometer más errores en su vida. Más aún si eran inevitables. Sólo que la mujer la había desquiciado, entonces esto pasó de caritas y ojos en blanco a ya suspirar mientras intercambiaba miradas con Tatyana. Se conocían, la conocía. 

Pero no daba rienda suelta, no había forma y lo que dijo la Sacerdotisa de Fenre fue doloroso considerando el pasado que se traían las amigas tras su abandono de Wickland. Por ello es que esperó impaciente las respuestas de sus compañeros y cuando finalmente el silencio se adueñó de la situación, la pelirroja fue quien tomó la palabra. 

—No tienes idea de nada, no sabes lo que es perder todo y tener que coger un maldito arco porque es lo único que tienes para traerte un plato de comida a la mesa y sobrevivir. Como tampoco Sacerdotisa de las mentiras sabes lo que es tener que hacerte fuerte con lo que tienes porque no hay vuelta atrás—dijo como si fuera una exhalación de furia, Tupac estaba tenso también—. Si el único aporte que haces es hablar a la gente sembrando mentiras, eres una inútil o una hipócrita porque cada pensamiento que siembras en ellos los volverá unos cobardes y no habrán aprendido nada de todo esto. 

Suspiró. 

—Falsa profeta, ojalá Fenre te castigue por ello.

Brant y Tath rechazan la oferta de besar la insignia. Artemi tampoco se molesta en hacer nada.

—No hay peor ciego que aquel a quien se le muestra la luz y la rechaza.

Los tres echan a andar. La última en hablar es Ethel. Mentirosa, inútil, hipócrita. La sacerdotisa recibe los insultos con dignidad. Una predicadora itinerante debe estar acostumbrada a este tipo de cosas. Pero cuando la acusa de ser una falsa profeta su rostro se ensombrece y su mirada se tiñe de veneno. Mira fijamente a Ethel, grabándose su cara en la memoria.

—El peor de los infiernos te aguarda —le dice en un susurro cargado de odio—. Tu vida será dolor y miseria. ¿Falsa profeta? ¿Falsa profeta? ¿Yo? Que mil maldiciones te caigan encima. Los justos destruiremos el pecado de este mundo. Nobles impíos, cocatrices, monstruos, y herejes como tú.

Por un instante pareciera que los diez seguidores de Helga os van a cortar el paso. Escuchan en silencio la voz de su líder, asintiendo, farfullando algunas condenas hacia Ethel y sus amigos: "blasfemos", "pecadores", "herejes". Solo se relajan cuando Helga les hace un gesto de negación con la cabeza.

—Que se marchen. Nos volveremos a ver —le dice a Ethel—. Tú en la hoguera. Yo sosteniendo la antorcha.

Sin sacaros la mirada de encima, Helga vuelve a su roca y comienza a entonar una plegaria. Sus seguidores se le unen.

—Bien hecho —comenta Artemi, una vez estáis lo suficientemente lejos como para dejar de escuchar las voces del grupúsculo religioso—. Para ser un buen devoto estos sacerdotes siempre dicen que hay que abandonar el vodka y a todas las mujeres que no sean tu esposa. Que me decapiten antes de vivir una vida así, digo yo.

Avanzáis un par de kilómetros más. Ya ha oscurecido y el frío es asesino. No parece haber gente cerca, pero el bosque está lleno de criaturas. Aves, ardillas... ¿lobos? Tal vez no. Tal vez es el sonido de las ramas de los árboles meciéndose con el viento. El suelo está cubierto de hojarasca y cada paso produce un crujir un tanto tétrico.

—Así que habéis tenido una vida difícil, ¿eh? Nada que no podamos hablar a la luz de una hoguera y con vodka de por medio.

Mientras Tatyana seguía a Brant, escuchó que su amiga le replicó a la sacerdotisa y que ésta le contestó de vuelta. Acercó su mano a la de Liselot y se la acarició - No la escuches, superaremos cualquier cosa que nos venga, como hemos estado haciendo, juntas - le sonrió - No voy a dejar que te pase nada, ni a ti, ni a Tupac - todo este tiempo, Tatyana sentía un vínculo muy fuerte con Liselot y no dejaría que nada ni nadie le hiciera daño. La miró a los ojos y le sonrió.

Después de andar durante varios kilómetros, dejando atrás al grupo de la sacerdotisa. No le gustó los modos en los que se había dirigido a ellos. Escuchó lo que dijo Artemi y no pudo evitar soltar una carcajada - Bueno, no creo que sea lo único que no permitan hacer... - se encogió de hombros. Luego propuso una charla en una hoguera acompañado por vodka - Bueno, por mi parte tal vez lo contaré en otra ocasión y cuando esté lo suficientemente borracha para ello - le guiñó un ojo - Creo que podríamos acampar aquí, hacer una hoguera y hacer tres turnos para vigilar durante la noche, creo que así podremos estar bastante descansados para el día siguiente.

Las palabras de la mujer no asustaron a la pelirroja porque ya de dónde venía los insultos que recibió fueron varios, no le acojona que se sumase a ello las maldiciones. Así que simplemente ignoró a la mujer junto a su amenaza de muerte y desvío la mirada cuando fue su amiga la que estaba allí, como siempre. 

—Gracias Tath, siempre juntas. 

Le regaló un beso en la mejilla y una caricia a Tupac que tras haber estado muy tenso, ahora buscaba el contacto con su dueña quizás percibiendo el peligro. No obstante tras ese pequeño desacuerdo, los tres siguieron avanzando por aquellas tierras y ante la propuesta de Artemi, negó con la cabeza. 

—Lo siento, creo que ya por hoy la he liado demasiado. Eso sí, un poco de alcohol ayudaría. 

Sin más, aceptó la propuesta de su amiga sin decir nada porque le parecía muy correcto y esperaba que Brant no la pinche demasiado con lo sucedido. Al menos Artemi se lo había tomado más que bien. 

Brant comprobó con una sonrisa el carácter y el genio que sacó a relucir la pequeña Ethel contra la sacerdotisa. Era la típica chica que, llegado un límite, decía las cosas tal cual las sentía. Eso le traería tanto buenos como malos momentos —como casi todo en la vida—. Habiendo dejado atrás a los fanáticos religiosos, el hombre volvió a encabezar la marcha, hasta que se detuvieron en una zona más alejada tras caminar dos o tres kilómetros. El anochecer y el frío iban a ser sus grandes enemigos en esos momentos, amén de los posibles animales salvajes que pulularan por el bosque. Aunque él hubiese preferido continuar unas horas más, cayó en la cuenta de que Artemi no parecía una persona muy ducha en el arte de la exploración o con una gran resistencia física. Y, a fin de cuentas, si quería cobrar ese dinero tendría que mantenerse cerca de este para ganarse las monedas. 

—No hay demasiado que contar, abandoné muy joven mi hogar... —dijo en un tono ligeramente melancólico—. De igual manera, prefiero no hablar sobre ello. No te ofendas, pero no me fío mucho de la gente ni de mí mismo. Hay ocasiones en las que se te puede escapar una frase que luego te condene en el futuro —Y ya con aquello estaba hablando más de lo debido, por lo que oteó el horizonte con los brazos en jarra, para entretenerse con alguna tarea—. Será mejor buscar ramas secas y madera para hacer la hoguera; nos servirá para calentarnos y ahuyentar a las bestias. Mañana al alba debemos partir para no perder tiempo en la búsqueda de la cocatriz —comentó mirando a los demás fijamente antes de ir a su aire, con su espada desenvainada, sin seguir una dirección en concreto.

Minutos después, regresó con una cantidad aceptable de restos de árboles para iniciar la hoguera. Brant se arrodilló para focalizar el fuego en un punto concreto, con un poco de hojas y ramas secas por encima, utilizando yesca y pedernal que guardaba para ello. Tras una serie de intentos, una chispa surgió y, soplando con suavidad, el fuego comenzó a crepitar lentamente, hasta que tomó forma. Sacando de su zurrón algo de cecina, la puso allí en las llamas para que se dorara. Había repetido tantas veces esta operación a lo largo de los años que ya le resultaba hasta familiar.

—Estoy de acuerdo en los turnos para las guardias. Yo me encargo de la última —mencionó mientras bebía un trago de agua de su odre.

—Oh, si no queréis hablar del pasado, lo entiendo. Pocas cosas buenas hay en el pasado. Lo bueno siempre está hacia adelante —dice Artemi con una sonrisa, y lo que tiene adelante en este momento es su petaca llena de vodka, de la que bebe largos sorbos—. Brindo por mañana, que será un día mejor, sin asesinos ni sacerdotisas dementes. Sabes, Brant, yo también huí de mi hogar, Antongrado. Bueno, no, en realidad no huí, sino que mi hermano mayor me invitó a abandonar la ciudad porque mi estilo de vida, decía él, era demasiado escandaloso para una familia noble como la nuestra —casi diríais que hay un dejo de melancolía en su voz—. Así que ahora me dedico a recorrer el continente y gastar todo el dinero familiar que se me antoje. Y te aseguro que nunca he sido tan feliz como ahora, Brant.

>>Hablando de sacerdotisas y sacerdotes... ¿os conté la historia del sacerdote que decía que veía la cara de Fenre dibujada en el excremento de vacas?

Artemi os entretiene con esa historia mientras pasa la petaca de vodka para compartir. Al rato ya habéis cenado y estáis durmiendo en el suelo alrededor de la fogata. El primer turno le toca a Liselot, que no ve nada extraño, y a las pocas horas despierta a Tatyana para continuar la vigilia. 

Mientras dormís después de tu turno de guardia, te despierta una voz familiar. Una voz monocorde, inexpresiva, aburrida.

—La Vizcondesa Marlene von Wick tiene la amabilidad de notificarte en qué consiste el pago de tu próximo tributo. Ciento cincuenta monedas de plata. Sesenta fanegas de trigo. Veinte de avena. Veinte de cebada. La cabeza de Liselot Van Dijk. La cabeza de Tatyana Orlov. La cabeza de Hilda Ivanov. La cabeza de Kara. Puedes depositar todo lo solicitado en los carromatos.

Cuando ves que el recaudador de la Vizcondesa, Walt von Woller, tiene una flecha clavada en la espalda y otra en el cuello te das cuenta de que esto es un sueño.

El recaudador desaparece y aparece tu padre.

—¿Quién eres? ¿Ethel? ¿Quién es Ethel? No conozco a ninguna Ethel. ¿Dónde está mi hija Liselot?